martes, 30 de junio de 2020

Momentos de un atardecer en Chiquian I

La luna, lampara de la noche, con sus infinitos brazos plateados, pinta las calles calladas de mi pueblo querido Chiquian.
Aqui algunas fotos.


Hermoso crepusculo. Con paciencia inagotable, espero la aparición de la luna.


Se asoma la oscura noche.









Por fin, la luna, lampara de la noche, se asoma para iluminar el sendero inclinado. 









Abuela y nieto contemplando la nacarada luna plateada

Alumbrando los tejados del pueblo.



De regreso por los caminos iluminados por la presumida luna.


El Pichuychanca

viernes, 26 de junio de 2020

Terremoto 1970. Una heroina


Mi madre, en las periferias de Chiquian
Luego del delicioso almuerzo, raudos, mis hermanos salieron de la casa a derroteros ignorados. En seguida, yo, también salí, después de colaborar en los quehaceres propios de la casa y mi madre se quedó sola alistando los ingredientes para elaborar, como ella lo sabía hacer, de manera experta, el delicioso manjar blanco más los inigualables caramelos de leche. Si no guardaba estos manjares bajo siete llaves en la duradera vitrina, ubicado al costado del escueto e intachable comedor, desaparecía en menos de una semana.

Los domingos, era el día que mi madre se desdoblaba en cinco pares de manos y de brazos, realizaba inagotables labores del hogar. Cómo una hormiga laboriosa; sin reposar ni un solo minuto, ya se hallaba enfrente de las tinas, lavando ropa, pedaleando, veloz, la máquina de coser, zurciendo los pantalones y otras prendas de vestir, de cara a la mesa, planchaba la ropa almidonada, frente al primus y sobre él, el tiesto, tostaba el aromático café, luego con la ayuda de nosotros, molíamos con nuestras pueriles fuerzas en el diminuto molino de mesa. En otro instante se hallaba enfrente de la olorosa rosaleda, con una querencia especial y única por estas pulcras floras, arduo de explicar, su esmerada atención, podaba las policromas rosas, por último, con cariño, alimentaba a los cuyes, los conejos, regaba el exiguo huerto y nosotros le ayudábamos en la medida de nuestras capacidades.    

En el frescor de la tarde callada, el manso viento susurraba a los oídos y rozaba el terroso rostro infantil de nuestros 8 y 6 años de edad. Yo, me hallaba con Roberto,, mi amigo y vecino,  en el callejón, la entrada de mi casa. De un intervalo a otro, el viento sereno trasladaba centenares…millares de voces bullangueras del anacrónico y legendario estadio de Jircán hasta el plácido angostillo donde nosotros, apasionados, retozábamos cándidamente al futbol sin tribulación alguna con la pelota de jebe color rojo y escurridizo, lograbamos oír la eufórica celebración de una y otra bulliciosa barra, acaso del equipo de su preferencia, que iban encajando el gol en la portería contraria, quizás el empate o del triunfo definitivo,

La singular callejuela, rara vez estaba en silencio. En este recinto, tanto de día como de noche, era inacabable nuestra diversión debido a nuestros alternados y amenos juegos infantiles con la condescendiente y virtuosa amistad, de aquel entonces, con el vecindario de la calle Tarapacá. Cuando las agujas del reloj marcaban unos minutos más de las 3 de la tarde, el estrecho callejón, era testigo mudo de nuestro recoleto y despepitado fragor. Aún sin que alguien nos viera, con inusual ahínco, vitoreábamos el gol en la antípoda de nuestra inmaterial portería, hecho de dos menudas piedras traído desde el frío recodo de la aledaña calle ceñida. Cada vez que recogía el balón de la arteria empedrada, ésta, como nunca, por extensos minutos, se encontraba vacía y en absoluta afonía. De las alturas y las altas paredes de adobe que rodeaba al afable angostillo, el eco respondía sonoro a nuestras voces chillonas por cada gol convertido. 

En nuestra corta edad, no teníamos una noción lucida sobre los fenómenos naturales que se manifiestan de golpe, sin avisar, sean estos en la forma de avalanchas, sismos, maremotos, huracanes, que, con su súbito e iracundo paso arrasa viviendas, calles, puentes, carreteras, avivando el desborde de los mares y ríos, de este modo, va cobrando incontables víctimas. Como consecuencia de todo ello, causa desesperanza, angustia, pavor y desconcierto total a las personas que alcanzan sobrevivir de estas horrendas anomalías de la Madre Tierra. En esta acogedora y angosta callejuela, percibiríamos por primera vez, el estremecimiento que nos infundió hasta lo más recóndito de nuestro ser, causado por  el fuerte terremoto del 31 de mayo de 1970. Todo esto nos sucedió en aquella tarde fatídica, quedando pasmados y desconcertados sin lograr percibir el peligro que nos acechaba.   

Nuestro acalorado encuentro de futbol, de pronto, se vio interrumpido en el instante que me disponía a dirigirme al fondo del callejón, junto al viejo zaguán de mi casa, para recoger la pelota roja y resbaladiza. Percibiendo, de manera simultánea, el desconocido y aterrador ruido, la superficie de la tierra, comenzó a ondearse como las olas del mar. Todo parecía dar vuelta a mi rededor y del zaguán, que me daba la impresión de derribarse sobre mí, se desplomaban las pesadas tejas, cuarteándose con estridentes resonancias sobre el pétreo suelo. Con la premura de un infante sobresaltado, torne la mirada, viendo a Roberto,  con ojitos de espanto, mirando hacia arriba, petrificado e impresionado, protegiendo su cabecita, con ingenuidad, con sus tenues brazos erguidos en lo alto, como queriendo defenderse del constante bamboleo de la alta pared de adobe que amenazaba con sepultarnos.       .         

Con sus hermanas Heraclides y Maria. Colegio Guadalupe. 
Mientras el suelo seguía oscilando mortalmente y nosotros sin saber que hacer frente a este dramático acontecimiento, de improviso, apareció la figura delgada de don Panchito (Francisco Alva) el enfermero del Centro de Salud de Chiquian, hombre de conducta intachable, atento, jovial y respetuoso, al vernos atrapados en el angostillo, desde el centro de la calle, realizando gestos de llamada con su macilenta mano y frunciendo el entrecejo, nos demandaba a salir con prontitud de aquel lugar, y con voz estentórea, nos decía: 

---¡Corran! ¡Corran! ¡Rápido! ¡Salgan de ahí! ¡Corran! ---Mas, Roberto, que seguía ensimismado, viendo la pared que se mecía, no escuchaba la llamada suplicante ni se percataba de la milagrosa presencia de don Panchito, entonces, tuve que empujarle, recobrando sus sentidos, nos pusimos a correr. Llegando a su lado, nos cobijó bajo sus generosos brazos y al instante cargó a Roberto y a mí, me jalaba de la mano. Con paso ligero, casi corriendo, nos llevó hasta la intersección de las calles Tarapacá y Simón Bolívar. En ese corto tramo, pude escuchar que los muros de adobe crujían con dolor y veía con pavor en el instante que se agrietaban, surgiendo después, una condensada e incolora polvareda que se elevaba a paso de tortuga por el magro espacio, ensombreciendo la angosta y pastoril calle.   

Corrían los segundos y la tierra continuaba temblando, causándonos un atroz y singular espanto. Desde el centro de aquellas calles bifurcadas y al costado de don Panchito, que nos tenía atado y apretado con su protectora mano, espeluznados, presenciábamos como la muralla del corral, propiedad de don Crisologo Ramírez, se balanceaba cómo frágil cometa de papel en el aire, de un lado a otro, emitiendo inauditas crepitaciones en el momento que se fragmentaba. Al frente, la Casa de dos pisos de don Julián Soto, retumbó a un más violento, resistiendo a desplomarse, la pared  que daba a la calle Tarapacá, padeció una inmensa resquebrajadura manando de sus entrañas una densa polvareda arcillosa que se elevaba con languidez como fumarada negra de las chimeneas de un colosal barco navegando sobre el ondeante mar y las decenas de tejas del alero, se desprendían presurosos como hojas marchitadas de un árbol en estación de otoño, para ir a sucumbir en la vereda y la calle empedrada. 

Percibiend el horripilante panorama de la naturaleza, nuestra angustia aumentó cuando de un santiamén, luego de unos segundos, que parecían no tener fin, la fatídica tarde y las angostas calles se oscurecieron por completo. Cuándo terminó de palpitar la tierra herida, nuestro bienhechor, don Panchito, colocándose de cuclillas, mirando nuestro rostro desencajado por el susto, nos recomendó volver a nuestras casas teniendo cuidado con las tejas que seguían desplomándose. Temerosos, regresamos adoptando sus advertencias y él, preocupado, presuroso marchó trayecto a Santa Cruz donde residía con su familia.

Atravesando el viejo y quejumbroso zaguán, advertí la figura de mi madre que estaba en la acera del frente. Recuerdo muy bien pero me es difícil describirlo en el estado en que se hallaba. Absorta, con la mirada hundida en la apretada vereda, con pasos ligeros y agitados caminaba ora aquí ora allá mientras proseguían desmoronándose las postreras tejas del alero de la casa. En aquel momento, clamé con voz gemebunda: 

---¡Mamá-a-a-a! ¡Mama-a-a-a! ---Al oírme, cesó su estado de shock y presto encaramó su cerviz, al verme patitieso en el centro del patio, con audacia y sin tomar en cuenta el inminente peligro que acechaba el tejado, corriendo vino hacia mí, angustiada, declinó sus trémulas rodillas sobre la superficie empedrada y me abrazó…

Hasta ahora no olvido aquel protector abrazo, profundo, intenso y tierno… no sé cuánto tiempo duró aquel complaciente abrazo maternal. 

De momento, un tanto desahogada y serena pero preocupada a la vez, me preguntó por el paradero de mis hermanos mayores, Erich y Perching. Con ardorosas lágrimas que nublaban mis ojos, encogiendo y meneando la cabeza sobre mí afligido y parco pecho, con voz palpitante y agarrotado, respondí:

---No sé, mamá 

Con mi madre.
Con inefable ternura, limpiaba las lágrimas que anegaba mi lívido rostro. Se incorporó y me llevó a un lugar seguro esperando que terminara este aciago episodio que causaba pavor y dolor. No tengo idea de cuánto tiempo estuvimos disuadidos por la ansiedad, hostigados por este alarmante acaecimiento.

De repente, con brusquedad y de modo exasperado e impetuoso, repiqueteaban el añejo zaguán. Tan violento eran los golpes que se desplegó pesadamente. Mi madre, que laboraba en la oficina de Correos y Telecomunicaciones, aun azorada, sin desprenderse de mi lado y aferrando mi rolliza mano, abandonó el temporal refugio para indagar quién o quiénes tocaban tan fuerte y con escandalo la puerta. Para mi asombro, que después llegué a saberlo, eran las autoridades del pueblo. Con los rostros aun palidecidos, se hallaban delante y detrás del zaguán, cobijados bajo el férreo techo. Uno de ellos, habló con voz de imposición:

 ---Señora Luz, tenemos que ir a la oficina para que se comunique con los señores que laboran en los demás distritos, deseamos saber si han sido afectados o no por el sismo. ---Por el tono de voz y el trato hosco que le conferían a mi madre, a pesar de mi escasa edad, me sentí violentado. Ella, mi madre, suspiró hondo y guardó silencio por breves segundos, recobró la serenidad y mirando a cada uno de los presentes, con un tono de circunspección, replicó: 

---Cómo me exigen que vaya a la oficina en medio de esta desdicha cuando no tengo indicios de donde se encuentran mis dos menores hijos… ---luego de una larga pausa, otro rezongó:

---¡Para nosotros es urgente que realice  esas llamadas! ---y una tercera persona, que no conseguí descubrirlo, vociferando, añadió:

---¡Señora, es su deber de ir a la dependencia para realizar esas llamadas! ---Presionada por aquel conjunto de personas desapacibles, mi madre, asumió la actitud de una persona sensata, como una de aquellas sentencias que leí posteriormente, del instructivo libro Panchatantra que significa cinco reglas de conducta, señala: “Quien en los momentos de miedo y alegría delibera y no procede con precipitación, no tendrá que arrepentirse” en ese sentido, mi madre, simplemente atinó en decirles que la esperen. Sin desprenderse de mi mano, aún con temor de otro movimiento telúrico, fue en busca de las llaves.

Caminábamos por el centro de las angostas calles, en el trayecto se sentía leves réplicas del terremoto. Las estrechas veredas se hallaban diseminadas de tejas quebrantadas, desprendidos del alero de las casas. Mi madre, erguida y serena, iba delante de aquel pelotón de personas. Cuando llegamos a la oficina, ubicado entre las calles Leoncio Prado y el Comercio, se lograba apreciar que la pared de la oficina de cara a la calle había tolerado agudas hendiduras, causando cierto aspaviento a las autoridades y  de algunas personas curiosas que se encontraban, ahí, presente.

Cuando consiguieron abrir la puerta de la entrada, que no había sufrido daños de consideración, mi madre, cortésmente les invito a pasar, éstos, estupefactos y mirándose la cara, el uno con el otro, timoratos y vacilantes, se negaron. En mi memoria resucita otra sentencia que a la letra dice: “Cuando acaece una desgracia, el solo nombre de amistad es un consuelo para todos los mortales; no hay otra cosa mejor que un amigo”  Mi madre se portó como tal, como una gran amiga de los pobladores. Aun a costa de su integridad física, asumió, con estoicismo, su responsabilidad. Más ella, no estaba de acuerdo que la acompañara. Me quedé…

Sola y gallarda, empezó a remontar por aquellos traqueteantes peldaños de madera, incrustados entre dos plañideros muros resquebrajados. La espera fue intensa. Luego de impaciente y  prolongados minutos, salvando la languidecida puerta de la entrada, surgió su digna figura, para mí, su hijo, de una heroína. Acercándose a las pávidas autoridades que se hallaban en el medio de la calle, esperando la noticia con expectativa y quienes se rehusaron de acompañar a mi madre a aquella oficina rasgada, les informaba con voz firme y valerosa que las líneas estaban interrumpidas y no era posible la comunicación con los distritos. 

Sobrecogidos en medio del sombrío crepúsculo y del alarmado gentío que indagaban por las ceñidas y laceradas calles el paradero de sus familiares, juntos con el rostro todavía apesadumbrado, volvíamos a casa.  Una semana después la familia sufriría otra desgracia, Mi tía abuela, Faustina Romero, mujer bajita de carácter irascible, repentino, falleció de un ataque al corazón.

El Pichuychanca.                                                       

Lima, 25 de mayo 2020    

sábado, 20 de junio de 2020

Gimientes yugos


Chiquian. Vista panorámica.

Gimientes yugos.

De frente socrática con el sudor irisado, con las manos bronceadas, desapacibles como el granito, el labrador indómito, hunde el implacable azadón sobre el anchuroso campo ajeno, de tierra fértil y húmeda. De corazón incólume, fraterno y apasionado, de voz aguda y sonora, el tenaz labriego no conoce, no anhela ni pretende entonar cancioncillas vanas de mensajes sin sentido y fatuos hedonismos, inmobles y vanidosos. De noble contemplación y rostro adusto, el flemático labrador, en su canto, irradiado con arrebato, prefiere hablar del fecundo campo serpenteado de surcos acuosos, del gimiente yugo y del azadón, plantando con júbilo las semillas de la papa, el maíz y trigo, en el vientre de la generosa Madre-Tierra. El Pichuychanca Chiquian, Racran, 18 de marzo 2020 


viernes, 12 de junio de 2020

Libre mercado

Naplan. 

Cuando deseamos saber la situación social, económica, cultutal y política de un determinado país, tenemos que remitirnos y analizar sus primeras culturas. Eso es dialectico y científico de acuerdo a las ciencias sociales. Y cuando nos referimos al caso venezolano, tenemos que partir de su primera sociedad que fue eminentemente colectiva, comunitaria. Por ejemplo, las primeras civilizaciones en Venezuela fueron los Caracas, Tacariguas, Toro Maynas y los Teques. Donde un Caracas no explotaba a otro Caracas o un Tacariguas no hacia explotación a otro Tacariguas. Todas estas civilizaciones explotaban a la naturaleza, todos tenían acceso a la riqueza. eso fue la primera sociedad en Venezuela. Igual que en el Perú y en el planeta. ¿Luego que paso? pues llegó el coloniaje español a saquear Venezuela, para después llegar Norteamerica con el capital privado. Hacemos un alto en esta breve introducción para preguntarnos, ¿Cuantos años estuvo el capitalismo norteamericano con la propiedad privada en Venezuela? Mas de 180 años y Venezuela no es cualquier país, tiene agua en abundancia, tiene la cuenca del amazonas, es rico en vio diversidad, tiene agro, y algo más, Venezuela tiene minerales y ahí destaca el acero y el diamante. Y como si eso fuera poco, Venezuela es el primer país en la producción de hidrocarburos en América, el petróleo y no es cualquier petróleo, es el petróleo pesado, el de mejor calidad y ocupa el cuarto lugar, en el mundo, en la producción de petróleo. Pertenece a la OPEP (Organización de países exportadores de petróleo).
Si el capitalismo es bueno y estuvo durante 180 años en Venezuela, ¿Por qué no desarrolló una sola región o un Estado, durante todas estas decadas, de los 24 que tiene, porque lo mantuvo a sus 33 millones de habitantes en la semifeudalidad y semicolonialidad, porque?
Cuando los venezolanos le reclamaban sus recursos y sus derechos, colocó a un dictador, Carlos Andres Perez que asesinó a niños, estudiantes, obreros y campesinos. El pueblo venezolano le dijo, basta, ya no mas contigo dictador ni con el capitalismo norteamericano, ahora voto por Chávez y Maduro. En otras palabras, quienes engendraron a Chávez y Maduro fue la dictadura y el capitalismo que jamás quiso desarrollar a la nación venezolana y ahora ¿de que se quejan, de que lloran?
Cuando Chávez, que jamás fue socialista pero sí defensor del capitalismo de estado, fue elegido presidente, cumplio con lo ofrecido: Toda mujer que cumpla 55 años de edad y todo hombre los 60 años, tienen derecho a una pensión justa de acorde al costo de vida y ambos tienen derecho al transporte gratuito. Aquí en el Perú, todos los políticos, al unísono, empezando por los fujimoristas y apristas le señalan de dictador a Chávez. Kuczynsky y Vizcarra, vociferan, de dictador a  Maduro. Cuando cumples los 60 años, aquí en el Perú, subes a un bus y no tienes para pagar el pasaje, te arrojan a la pista para que el otro bus te atropelle. Chávez, como presidente, les da el servicio de agua y luz gratis, la educación, la salud y la vivienda gratis. Cuando Trump asume al poder de los EEUU, le dijo a Maduro, porque les das todo gratis al pueblo y Maduro le respondió, no es nada gratis gringo, sabes lo que hago, pues bien, todo lo que exporto, materias primas, los minerales, el petróleo, el gas y del agro, y los paises que me pagan puntualmente, de ahí, pago todos los servicios de agua, luz, educación, salud y vivienda, porque esas riquezas, esos recursos no es mio ni de unos cuantos, sino de los 33 millones de venezolanos que les corresponde por derecho propio.
¿Y cual fue la respuesta de Trump? Ordenó a todos los paises (paises vasallos) que le compraban, ya no le compren. Con esta actitud de gendarme mundial, comenzó el bloqueo comercial. Venezuela entra en crisis, no por Maduro, sino por el bloqueo comercial. Ademas, Norteamerica, acostumbrado a chantajear a los que no se someten a sus intereses, ordenó a la banca internacional que le debía de lo que le vendía, ya no le paguen. Provocando el bloqueo economico financiero. La prensa y los periodistas, a la orden de los grandes capitales, no informan de manera veraz los acontecimientos politicos y sociales.
En Venezuela hay una empresa norteamericana de fármacos, la Johndon & Johnson y Trump, ordenó que cierren sus puertas y que los medicamentos lo arrojen al mar. eso es el capitalismo norteamericano, Todo lo ve negocio y no la sociedad. Luego de todo este chantaje, Trump en común acuerdo con Kuczynski (preso por corrupto) junto con los fujimoristas y apristas, siguió ordenando, que vayan al Peru que ahi esta la democracia. Los políticos, congresistas, en su mayoria corrompidos, también se unen, para decirle a los venezolanos que vengan al Perú que el agua, la luz, la educacion también es gratis y cuando llegaron, ¡se estrellaron! , los engañaron. Los venezolanos andan de ambulantes y ahora, encima lo reprimen. 
Los venezolanos se vieron obligados a tocar la puerta de las empresas y la empresa le respondió: mira venezolano, sabías que esta política económica del Perú es lo que quiso allá, Lopez y Capriles y ahora Juan Guaydo (el que hace contratos con mercenarios) . Este es el libre mercado, donde yo, como empresario, pago lo que me da la regalada gana a un trabajador y le hago trabajar las horas ue me da la gana. Ahora, me pides un empleo para sacar a un trabajador peruano que le pago menos que el sueldo minimo vital y me trabaja mas de las horas reglamentarias y bajo llave (caso Nicolini. Mac Donald) ¿Cuanto  crees que te voy a pagar a ti? Te pagare menos pero me trabajas más horas. Este es la política económica que buscabas en Venezuela.
Entonces, viendo estas condiciones de trabajo, los trabajadores venezolanos firmaron un memorial denunciando al Estado peruano ante Maduro. Maduro elevó esa queja a las Naciones Unidas denunciando al Estado peruano por la explotación que le estan haciendo a los venezolanos.
¿Por que la prensa peruana no habla de eso? Aquí no estamos para repetir lo que informa la prensa ramplona.

El Pichuychanca.

Lima, 10 de enero 2020




viernes, 5 de junio de 2020

Para reflexionar y para la pelota


5 de junio, Día Mundial del Ambiente
Para reflexionar y parar la pelota

Por Ricardo Luis Mascheroni | 05/06/2020 | Ecología social
Fuentes: Rebelión



“La tierra del mundo es ahora fluida y ardiente. Es ahora fuego y lágrimas. Nada está quieto y a salvo. Ni la esperanza del hombre. Ya no descansa la tierra. Y no sabemos dónde, al cabo, se aquietará y adónde irá a anclar la angustiada esperanza del hombre”. Deodoro Roca 1940.

Si bien en otro contexto, esta frase introductoria del autor del Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918, es una fotografía anticipatoria en 80 años a lo que actualmente está padeciendo nuestro planeta, en la que el cambio climático, la destrucción del ambiente, la desigualdad obscena y la pandemia de coronavirus están jaqueando la vida, los sueños y el futuro de toda la humanidad.

En este panorama, el 5 de Junio se celebra, ¿celebra? el DÍA MUNDIAL DEL AMBIENTE, proclamado en 1972 por la ONU, para recordar el comienzo de la Conferencia de Estocolmo en 1972, cuyo tema central era la problemática medioambiental, cuando ya se avizoraba que algo no andaba bien en la relación hombre-naturaleza.

La importancia de la fecha, a la luz de los acontecimientos que reflejan la profunda crisis del Planeta, merece que, cada uno de nosotros haga un sincero análisis sobre su cuota parte de responsabilidad en torno a la misma, pasando de la mera preocupación, a la búsqueda de cambios que la hora impone.

Pese a que desde distintos ámbitos se viene alertando sobre el hecho de que el Planeta Tierra, desde su nacimiento hasta nuestros días, está atravesando la más profunda degradación ambiental, producto de los modelos de desarrollos destructivos e irracionales, el consumismo sin fin y la acumulación de riquezas en pocas manos, con una única meta, la obtención de lucro, poco se ha hecho al respecto, sino agravar las cosas.

Vale la pena preguntarse ¿Podemos seguir en esta alocada carrera hacia el abismo, en busca de una calidad de vida que cada día se hace más lejana, por lo menos para la mayoría de la población, mientras nos cargamos de baratijas, cosas inútiles o de dudosa eficacia para esos fines?

Decía Roberto Arlt en 1929, en su artículo: “¿Para qué sirve el progreso”: “Me tienen ya seco con la cuestión del progreso. Cuánto papanata encuentro por ahí, en cuanto comienzo a rezongar de que la vida es imposible en esta ciudad me contesta: – Es que usted no se da cuenta de que progresamos.”

Seguidamente agregaba: “La gente se deja embaucar con una serie de términos que en realidad no tienen valor alguno. Estos términos hacen carrera, se convierten en monedas de uso popular y cualquier otario, ante un caso serio, se considera con derecho a aplicarlos a situaciones que no se resuelven con el uso de un vocablo. Y es que llega un momento en que las palabras asumen el carácter de moda; no interpretan un sentir sino un estado colectivo, quiero decir, un estado de estupidez colectiva.”

“Hemos progresado. No hay zanahoria que no esté dispuesto a demostrárselo. Hemos progresado.

Es maravilloso. Nos levantamos a la mañana, nos metemos en un coche que corre en un subterráneo; salimos después de viajar entre luz eléctrica; respiramos dos minutos el aire de la calle en la superficie; nos metemos en un subsuelo o en una oficina a trabajar con luz artificial. A mediodía salimos, prensados, entre luces eléctricas, comemos con menos tiempo que un soldado en época de maniobras, nos enfundamos nuevamente en un subterráneo, entramos a la oficina a trabajar con la luz artificial, salimos y es de noche, viajamos entre luz eléctrica, entramos a un departamento, o a la pieza de un departamentito a respirar aire cúbicamente calculado por un arquitecto, respiramos a medida, dormimos con metro, nos despertamos automáticamente; cada año nos deterioramos más el estómago, los nervios, el cerebro, y a esto ¡a esto los cien mil zanahorias le llaman progreso! ¡Digan ustedes si no es cosa de poner una guillotina en cada esquina!”

Y concluía: “¿para qué sirve este maldito progreso? Sea sincero. ¿Para qué sirve este progreso a usted, a su mujer y a sus hijos? ¿Para qué le sirve a la sociedad? ¿El teléfono lo hace más feliz, un aeroplano de quinientos caballos más moral, una locomotora eléctrica más perfecto, un subterráneo más humano? Si los objetos nombrados no le dan a usted salud, perfección interior, todo ese progreso no vale un pito, ¿me entiende?”

Me parece que no hay mucho más que agregar a la referido, salvo nuestra propia reflexión para mirar distinto a lo que nos pasa, tomando distancia de los discursos interesados de los medios hegemónicos y de los dictados manipuladores y perversos del mercado.

Pese a todo, todavía nos quedan los sueños, para que a partir de ellos, podamos construir un mundo distinto, donde la naturaleza sea parte de nosotros mismos y permitirnos el alumbramiento de hombres nuevos, más justos y solidarios.

Ricardo Luis Mascheroni, docente

Contribuyendo a reflexionar en estos tiempos de zozobra.
El Pichuychanca.


jueves, 4 de junio de 2020

Arribad, arribad a mi pueblo.

Noche de luna en Chiquian

Arribad, arribad a mi pueblo.


Amigos, de la anchurosa región ¿Conocen a mi distintivo pueblo, denominado Villa Ciudad?, Pues, les informo: está situado por designios de la Madre-Tierra, entre sugestivos mantos verdes de la pradera entre sugestivos mantos blancos de la cordillera, tocado de cascadas cantarinas, y de un lindo valle, por donde surca el atronador río Aynin, Pues bien, les invito a visitar mi cuna, Chiquian, en dónde cada seductor ángelus, sosegado y cobijado en el acogedor comedor de la casa, y de vez en cuando, observando el patio florido, logro disfrutar del inigualable alfajor de corteza tostada, seguido de una taza humeante de cedrón. Este sabroso pastel, es el emblema de mi pueblo. . Dónde cada mañana, sin interrupción los afanosos panaderos extraen del sofocante horno, el predilecto pan de piso, con la corteza dorada y crocante, oliendo a ramajes del aciprés. Dónde se produce, desde antiguo tiempo, la apetitosa mantequilla y el divino queso, por el asiduo cliente solicitado en aumento por toda la región y de la patria con suceso. En mi pueblo natal; además de todas estas delicias, los habitantes, de edad otoñal, en estos tiempos de modernidad, aún se aferran a los usos y costumbres. Matinal, o en la hora crepuscular, andan por estrechas calles, orgullosos, ataviados del vistoso y tradicional poncho, elaborado desde antiguo por solícitos tejedores La geografía de mi tierra natal, indiscutible y soberana, está dotado de un inconfundible horizonte, regodeando de embrujo a los ojos del sobrio visitante. Por estas razones, os digo: Arribad, arribad a mi pueblo, para verificar de todo lo que he relatado, es una realidad y no un cuento. El Pichuychanca. Lima, Salamanca 7 de enero 2020 

Foto cortesía, Dante Aldave. El exquisito alfajor.

Foto cortesía, Dante Aldave. Ruracuy, pan cien por ciento de maiz, especial para la fiesta patronal en el mes de agosto en honor a Santa Rosa de Lima de Chiquian.

El solicitado queso chiquiano.

Tradicional poncho chiquiano.
 
El Pichuychanca.

miércoles, 3 de junio de 2020

Disertando sobre Derecho Penal

A sus escasos 21 años, que más parece tener el doble, por su neta elocuencia y amena  disertación sobre Derecho Penal. Es el hijo de mi hermano Perching. 


lunes, 1 de junio de 2020

Dichoso reencuentro con mi añorado pueblo.

Esto ocurrió, hace 5 años, cuando retorné con el corazón saturado de emoción, como si acudiera a verlo por primera vez, luego de dilatados 30 años, ausente de ella. Esta vez para quedarme por un espacio de tres venturosas semanas. Era el reencuentro con mis abandonados y derroteros pasos infantiles y de la adolescencia, como la mayoria de nosotros los errantes chiquianos y de los habitantes de los pueblos de las provincias de los departamentos del Perú, persiguiendo un nuevo horizonte debido a la centralización los Centros Superiores de Estudios, centros de trabajo y los recursos naturales en posesión de pocas manos con una economía no democrática.

Recorriendo sus idílicas estrechas calles por donde danzaban con garbo los negritos, los diablitos y los jijantes. Los pregoneros, don Juan Jaimes y Antonio Padua, repiqueteando acompasadamente la tinya y el pincullo, a viva voz, en cada esquina, rodeados de mocitos, a mandíbula batiente, notificaban a los Miembros de la Junta de Regantes, la hora y el dia para el relimpio de las acequias. Escuchar con singular optimismo el ensayo de la banda, dirigido por el reconocido maestro de música, don Florentino Aldave. A don Julian Soto, hombre extremadamente religioso, elaborando con pulcritud las extendidas velas para alumbrar las multitudinarias procesiones de Semana Santa. A don Julio Alvarado, el misario, que parecia caminar sobre algodones, doblaba las campanas con sublimes tonalidades. A los tejedores, los hermanos Minaya, el Sr. Aguirre, Moreno, Garro, Palacios que elaboraban desde la aurora al crepúsculo, hermosos tipicos ponchos y frasadas. Don Manuel, de edad avanzada, de pasos cansinos y voz atronadora, era el experto constructor de pircas. Don Julián, el mudito de Huasta, el hombrecito que no podia hablar, de sonrisa ingenua, ojos verdes y de bobo andar con su morral de percal sobre su enjuta espalda. Don Maximiliano Nuñez, cuyo apelativo era Cuerdas Cuenca, que tenía el aspecto de un hombre insepulto, era el celoso guardián del Zócalo.  Shapra, hombre acomedido y simpático, se regodeaba con las personas mas humilde como también con las máximas autoridades del pueblo sin hacer ninguna diferencia. A estos queridos personajes se suman los generosos y loables panaderos como los insignes maestros.

Observando aún sus sencillas casas de decorosos techos rojos inaugurado con la famosa fiesta de techa casa y el rayan. El Zócalo y sus pretéritos cuatro árboles, la ancestral pileta y la acogedora glorieta en donde se narraba los singulares cuentos de aparecidos y duendes. Atravesando los caminos anchurosos, angostos, empedrados e inclinados para ir a las sementeras y a Huaca Corral, tanto para la siembra como la esperada cosecha de papa, a todo esto, en mi mente revolotea los vívidos recuerdos imborrables. Es en aquel momento, que me animo a escribir relatos y últimamente algunos versos sobre la tierra añorada que me vio nacer.

Han transcurrido 5 años del cual agradesco de todo corazón, su valioso tiempo, de visitar y leer el Blog "EL TERRITORIO DEL PICHHUYCHANCA" 
Además, con el permiso de ustedes, amables lectores, quiero compartir los siguientes cuadros. Lo confieso que no me imaginaba tener, en estos 5 años, mas de cien mil visitantes.
 
P/d El primer cuadro es el resumen de de los visitantes. Al dia se hoy.


Segunso y tercer cuadro son los relatos y poemas mas leídos. 




 El Pichuychanca.