miércoles, 26 de febrero de 2020

Vestigios históricos

Ando, por el costado del Parque la Muralla, un tanto descorazonado y con desilusión de no haber conseguido el libro que me interesaba. Al pasar junto a la remota Iglesia de San Francisco, me llamó la atención las escavaciones que están realizando al frente de la Capilla la Soledad. Para mi sorpresa y alegria, el que conduce estos estudios de investigación arqueologica, es el hijo de nuestro buen amigo Herberto Aldave, el Arqueólogo Juan José Aldave.
Curioso me acerqué y reconociendome, tubo la bondad de hacerme pasar y explicar lo que habian descubierto. En el amplio Atrio de la Iglesia en una de las excavaciones de 80 centímetros de profundidad se encuentra un espacio de aproximadamente de 4 x 4 metros, un hermoso piso empedrado, donde se puede observar unos adornos de piedra, en la forma de flores. Al costado de este espacio se nota la construcción del desagüe, todo parece, que sin tomar la debida importancia y el valor histórico de dicho lugar intangible, según los estudios arqueologicos, por el año de 1980, fue destruido singularmente por irresponsables autoridades. En la pared, al costado de la Capilla se ha descubierto una antigua Cripta subterránea.
Visiten el Centro Histórico de Lima.
El Pichuychanca.

jueves, 20 de febrero de 2020

Paisaje- Chiquian I

Es un día de estío, no hay sombra donde cobijarse. El ardiente sol sofoca, aun así me voy de paseo por los rededores de mi querido pueblo , Chiquian. 
Aqui estas fotos.



















El Pichuychanca

miércoles, 12 de febrero de 2020

Tú, eres mi ventura

Alborada en Chiquian

Tú, eres mi ventura


Allende, en el vasto horizonte, por encima del blanco Yerupaja, una estremecida estrella, centellando en el cielo garzo, a la zaga de una agonizante nube, huraña y endrina, se esconde El celestial crepúsculo de otoño, se va ahogando. El lunar blanco de la noche, paso a paso se asoma, a la calle campestre alumbrando, a la periferia apacible seduciendo. De pie, frente de su casa, debajo del árbol de tupida copa, lejano, escucho el sonoro y postrero canto del encantador ruiseñor, posado sobre una umbría rama. Con rivalidad, contemplo como el bruñido rayo de la luna coqueta, desinhibido, ingresa por la lumbrera a la alcoba de mi hechicera amada. Intuyo, como los fulgores plateados de la luna, con placidez, se funde en el enfundado aposento de mi persuasiva amada, sosegada, con el apacible y lozano rostro grácil, y su feble perfilado cuerpo. Mas, cuanto deseo ser, ¡ahora!, un haz fulgurante rayito, para iluminar su tersa jovial imagen, y en la callada penumbra de su alcoba, acompañado de la argentada luna, confesar, susurrando con ternura, mi amor sin reserva: Tú, eres mi ventura, tu voz hace estremecer mi cautivado corazón. Tú, eres la inmaculada mujer, con tu refulgencia reservada, hechizas mi ser. El Pichuychanca Chiquian, Calle… agosto 2019 


La germinación de frejol


Para llegar al Colegio Coronel Bolognesi, situado en las faldas de Parientana, los alumnos atravesaban por tres diferentes senderos, cada uno de ellos con sus respectivas particularidades: Del sur, partían los que moraban en los barrios de Oro Puquio, Umpay y Lirio Guencha, próximo al colegio, surcaban por un camino inclinado y ceñido flanqueado por un exiguo barranco, de quince metros de altura. Los que venían del centro; de Jircan, Santa Cruz y Tranca enfilaban por el corto y empinado camino apostado al costado del puquial de Parientana y del norte, los que residían en Quihuyllan, Jupash y Alto Perú, arribaban por una dilatada y pedregosa rampa; húmeda en tiempos de lluvia y polvorienta, en ausencia de la misma.

Se estudiaba en dos turnos, en la mañana y en la tarde,  Los efusivos becarios cursaban el segundo año de media y el profesor Eloy Cox Mejía, dirigía  el curso de Botánica y Biología. El último viernes del mes de setiembre del año 19…, con vasta anticipación, veinte, veinticinco días antes, el guía, suministraba la tarea de un reflexivo y esmerado estudio, sobre investigación botánica, “La germinación del frejol”. Para este original experimento, el tutor confirió hasta el más  mínimo detalle.

Al día siguiente, sábado, muy temprano por la mañana, los alumnos comenzaban con su “ardua” operación. Siguiendo todas  las instrucciones del profesor.

En el Angulo superior de la caja, de manera aplicada, con la tijera se cortaba una pequeña abertura de cinco por cinco centímetros en la forma de una figura geométrica, a gusto del alumno. En el pequeño recipiente de lata;  abriendo con un abridor uno de los lados, con enorme afán, llenaban de tierra húmeda y fértil, extraída del jardín. En esta nimiedad de huertita, el pote, la semilla del frejol era sembrado con sumo cuidado y expectativa, a la espera de que naciera pronto. Terminando la primera fase de este experimento, la huertita, es decir la macetita, era colocado al centro de la caja cubriéndolo con la tapa; de este modo, quedaba aislado de toda relación, con los humanos y la naturaleza. La huertita, huérfana, era alumbrada por una triste luz mortecina, que a duras penas entraba por la diminuta ventana de la caja de zapatos.

Día lunes.

Los primeros alumnos en llegar al colegio, se reunían en el patio central, antes de la formación general, alguien del grupo dijo:

—¿Cómo les fue con el experimento?

—No tenía la caja de cartón, fui a comprar de la tienda de don Camilo —suspiró uno.


Yo, del Sr. Bissetti- intervino otro 

—Yo, de don Silverio Tafur —intercedió un tercero.

—Yo, de don Zenobio Alarcón —habló con voz apagada, el último de los reunidos.

Luego se pusieron a proyectar el experimento botánico, sobre “La germinación del frejol”:

—El mío, brotará primero —dijo uno

—El mío, crecerá rápido y será el más frondoso —Agregó otro.

—El mío, será el primero en salir por la ventanita de la caja —terció el tercero

—Bueno, bueno…el profesor verá a quien califica mejor, será por su trabajo y la exposición de su investigación. —Concluyó el de la voz apagada.

Los estudiantes, en acto seguido, comprendieron que en la breve cháchara de ese instante, no era más que un sueño, una especulación. Coincidieron que tenían que esperar el resultado final de su experimento.

Sucedieron cinco, diez días de tensa espera. Ansiosos, los alumnos se iban a la cama pensando en su experimento. Cuando empezaba a rayar el alba, se despertaban  y turbados corrían en dirección de la caja, emplazado en un recodo del patio, para ver si había brotado la semilla del frejol. 

De pronto, de la macetita de los alumnos, uno tras otro, germinó la semilla del frejol. El corazón de cada colegial retozón, estallaba y se colmaba de inefable felicidad. Con el bolígrafo en la menuda y aterida mano, con el cuaderno encima de sus trémulas y liliputienses piernas, apoltronados sobre una silla pequeña, encantados, cada dos días, tomaban nota de los singulares detalles y cambios que manifestaba el pimpollo del frejol.

Transcurrieron los días y... ¡Llegó el día de la exposición!

Viernes 23 de octubre. Nubes pardas, amenazaban con lanzar las primeras lluvias. Era el turno de tarde y los becarios, con mucha prudencia, ingresaban al salón con su famoso  experimento bajo sus minúsculos brazos. El alumno Ramírez, no se sabe, bajo que sucesos, había olvidado de traer su trabajo. Uno de los compañeros amistosamente le dijo: —“Tienes tiempo, ve a traer tu trabajo” —este respondió con un rotundo rechazo:—¡No! —otro insistió: —“Si lo tienes listo, ¿Por qué no vas a traerlo?” —intransigente, repuso -¡No! y ¡No! —Un compañero que estaba junto al grupo le exhortó: —“Oye erizo, (su apodo) si no traes tu trabajo, el profesor te reprobará” —Más el condiscípulo, mirando con cierta inquina a los demás, vociferó: —¡Se acabó! ¡No iré! ¡Además, la chata (la auxiliar) no me dejara entrar! —Uno de los amigos, perdiendo la paciencia, arrebatado, que hasta la sangre se le subió al rostro amoratado, desgañitó: —“¡Es un testarudo! ¡Tan terco como la mula!, ¡No Irá!” —Y se quedó. Tensos se fueron a sus respectivas carpetas. 


Minutos después, el profesor Eloy Cox, ataviado de un saco y pantalón de percal y zapatos negros lucidos con la suela untada con minucias de barro, ingresaba al salón con pasos graves y el rostro circunspecto. Entre los dedos de la mano yerta, traía el acta de notas y la lista de los alumnos. Los novatos, de inmediato se incorporaron y saludaron a una sola voz: 

-¡Buenos tardes profesor! Desde el lugar donde se hallaba, detrás del pupitre y. con su mano,  llevando el cabello lacio a un costado de su cabeza, con voz sedante, replicó: 

—Alumnos, buenas tardes, tomen asiento —aun de pie y ordenándose el saco, añadió: —Hoy es un gran día, oiré, atento, a cada uno de ustedes, la exposición de su trabajo. —Los compañeros de clase, que estaban cerca del alumno Ramírez, presintieron cierta piedad, y a éste, se le estremeció su menudo cuerpo.

La exposición de los alumnos era por orden alfabético, según los apellidos. En ese orden, iban revelando todos los detalles de su experimento. Auxiliado por las notas, escrito en su ajado cuaderno, señalaban que la semilla del frejol había retoñado a los cinco días. El tallo y las hojas dentro del oscuro cajón presentaban un color pálido y  creían en dirección de la ventanilla, a la luz del día, se aprecia el característico color verde. El profesor tomaba nota de las exposiciones y cada vez que se acercaba el turno del becario Ramírez, empezó a traspirar su minúscula y nerviosa manita. Cuando sordamente creyó haber oído su nombre, sus parvas piernas flaquearon. 

El profesor se acercó al escritorio, observó la lista y con voz sobria, convocó: 

—Alumno Ramírez Castillo, adelante, exponga su investigación —El colegial aludido, sudaba frío por la lozana testa perlada. Pesaroso, se puso de pie y con voz estremecida, habló: 

—Profesor, me olvidé de traer mi trabajo —El mentor, que calificaba el informe del anterior alumno, en un santiamén, alzó el rostro con el entrecejo fruncido y con voz desapacible dijo:

—Con que te olvidaste. —“Si profesor” —respondió tartamudeando el alumno. Meditando por unos segundos, el profesor le advirtió:

—Tienes diez minutos para traer tu trabajo. Alumno Vílchez, ¡Acompáñelo! —con el  aludido alumnos, con pasos ligeros salieron del salón y se echaron a correr por el ancho corredor del colegio. Se encarrilaron rumbo al barrio de Lirio Guencha, donde vivía. Surcaron, con reserva, por  el pequeño barranco y el atajo ceñido y húmedo, provocado por la llovizna del frío atardecer.


Del experimento, bajo el rollizo brazo de Ramírez, se podía ver las verdes hojas del frejol que sobresalían por la portilla del sarcófago de cartón. Apremiados, de regreso, atravesaron la acequia, cuya agua, provenía de la cascada de Umpay Cuta. Más allá, a unos pasos, se toparon con un charco. Pasando por el costado, para mala suerte del compañero, de repente se resbaló y… ¡zas! se desplomó de espaldas con las piernitas lampiñas en lo alto, junto con el cajón que, del envase de lata, se desparramó casi toda la tierra, dañando el frondoso frejol. Su colega, entre la risa y el susto de este inopinado percance, se acercó para auxiliarlo. Atolondrado, veloz, se reincorporó limpiándose el uniforme de color gris.

Ambos, de cuclillas, replantaban el maltrecho y copioso frejol en el pote. Mientras Ramírez, constantemente, absorbiendo su congestionada recta nariz, con singular angustia, sostenía el frágil tallo con sus pequeñas manos ateridas, Vílchez, el cómplice de este lance, apresurado, echaba la tierra húmeda dentro del pote. Preocupados y despabilados, sin darse cuenta de cómo se hallaba el espigado frejol en la macetita, dentro del cajón tapado a la velocidad de un rayo, raudo, marcharon al colegio y llegaron agitados al aula.

Entrando al salón, el profesor, le combinó que pusiera su experimento sobre el pupitre e invitó a sentarse, mientras el otro alumno  que estaba exponiendo su trabajo, termine. Ramírez, tenso, esperaba su turno.

Hasta ese momento el tutor sonreía, satisfecho con el trabajo de sus discípulos.

Luego de calificar al alumno, el tutor se puso de pie y se arrimó al experimento del colegial Ramírez. Tan pronto abrió la tapa de la caja estropeada, su rostro sufrió una mutación inenarrable, una vez más, frunció el ceño. Irresoluto y asombrado, con la mano derecha debajo de la quijada, observaba una y otra vez el maceterito y el frejol, sin saber cómo reaccionar. Entre tanto, el becario, agitado, no entendía lo que sucedía ante los ojos del profesor y porque no le llamaba de una vez. El corazón le latía cada vez más y más.

El aula se hallaba en silencio sepulcral. El profesor se echó a caminar, sólo se oía el tañer del taco de los zapatos negros y las suelas embadurnadas de nimiedades de barro. Desde el otro extremo de la pizarra, con voz carrasposa, el profesor ordenó:

—Ramírez, adelante, describa su trabajo, tal como está —El alumno, con pasitos vibrantes con la mirada yacida al piso, llegó al escritorio. Cuando observó su experimento, se consternó, su rostro cárdeno se transfiguró, se puso pálido y quiso explicar con voz vacilante:


Profesor, el frejol esta así porque… —No le he pedido explicaciones, describa a sus compañeros sobre su trabajo —dijo el tutor con voz más acentuada. Contra su voluntad, el alumno, observando su experimento de vez en cuando, con vocecita ahogada, empezó a detallar:

—La raíz del frejol…está creciendo en dirección de la…luz del día —Los estudiantes, al instante,  prorrumpieron gozosa carcajada, que abarcó todo el perímetro del salón. 

—Ja-ja- ja… la raíz creciendo hacia el cielo…ja-ja-ja  

—¡Silencio!- dijo el profesor, con ojos simulando seriedad, pero resistiendo a reírse también, contagiado por la cándida risa de sus discípulos. añadió:

—¡Continúe! — Y el becario prosiguió.

—El tallo del frejol…está creciendo…debajo de la tierra —Ja-ja-ja —de nuevo se escuchó la ruidosa carcajada de los compañeros y el profesor tuvo que intervenir poco más o menos gritando:

—¡Silencio! ¡Silencio! —Luego de una pausa, en el salón reinaba una sorda afonía. 

—Su experimento le resultó todo al revés —expresó el profesor y, más calmado. añadió:

 —Explique a sus compañeros sobre su trabajo, ¿Qué ocurrió? —aplacado, explicó con detalle sobre los acontecimientos del maltrecho experimento de, “La germinación del frejol”. 

—Vílchez, ¿Es cierto de lo que dice Ramírez? El alumno mencionado, de rollizas piernas, se puso de pie y mencionó lo siguiente: 

—Profesor, es verdad lo que acaba de contar el camarada Ramírez. 

—¡Camarada Ramírez!…digo, alumno Ramírez, por suerte tiene usted un buen testigo —El tutor, Hizo una pausa y cavilando sobre lo ocurrido, con voz conciliadora, indicó:

—Alumno Ramírez, desde hoy, comience con su nuevo experimento y quiero verlo dentro de veinte días y esta vez tenga mayor cuidado —Con sus manos ateridas, empuñó el acta de notas, la lista de los alumnos y caminando en dirección de la puerta se despedía, diciendo: 

—Después de todo, han hecho una excelente y bonita exposición sobre su trabajo. Buenas tardes, hasta luego alumnos —estos respondieron al unísono: -¡Hasta luego profesor!

El Pichuychanca.

Chiquian 12 de febrero 2020 



martes, 4 de febrero de 2020

Derrotero a Tucu Chira


Llegó el mes de julio y junto con los miembros de la Casa de la Cultura estoy, de nuevo, en excursión. Esta vez nuestro derrotero es el ampliado, atractivo y frígido circuito de Tucu Chira que está situado en el dominio del Centro Poblado de Villanueva, distrito de Aquia. Provincia de Bolognesi

Es temprano, el viento apacible sopla y se percibe el crudo frío, es tiempo de helada. En estas condiciones, a las seis y media de la mañana, partimos del pequeño y austero local de la Casa de la Cultura, rumbo a nuestro destino, llegando al paradero de Casa Blanca, puerta de entrada a la Pampa de Lampas. De este lugar, el vehículo dobla por el margen derecho que comienza la carretera afirmada. En el trayecto se puede distinguir infinidad de lomas, una tras otra, poblado de las resistentes y ariscas milenarias plantas como el ichu, la escorzonera y huamanrripa. Los susurrantes riachuelos con extraordinaria agua cristalina emergen de minúsculas quebradas. Debajo de las colinas, en el llano, se hallan esparcidos los charcos con el agua congelada, son escarchas que están sobre la superficie y reverberan desde las primeras horas del día. Ya me imagino, lo hermoso y cautivante que debe ser en las noches con el firmamento desembarazado de nubes cenicientas, tachonado de estremecidos fulgurantes luceros y de  serena luna llena.

De las primeras quebradas, del carro, levantando polvo, y surcando acequias, distante, se logra  ver una parte de la vasta y esplendida laguna de Ahuash Cocha. Más adelante, el conductor detuvo el vehículo en un altillo junto a un riachuelo. El lugar era el comienzo de nuestra expedición. Descendimos y nos desplazamos cuesta arriba. A un costado del camino yacía, solitario, un pozo con el agua absolutamente quieta, parecía un espejo que, reflejaba el espacio sideral, curiosos nos atrevimos a palparlo. El agua estaba en su estado sólido, era la escarcha de cerca de dos centímetros de grosor. Cuando uno está por primera vez frente a estos fenómenos naturales, de inmediato, tenemos el comportamiento de un chiquitín que quiere saberlo todo de un sopetón. ¡A esta edad! Curioso blandí entre mis ateridas manos una piedra pequeña, poco más o menos redonda, de unos doscientos gramos de peso. Lo lance suavemente sobre la superficie y la piedra se deslizaba como una bola sobre una mesa de billar. Cavilando con todo lo que me rodeaba, proseguí mi camino, cuesta arriba.   

Cuando llegamos al final de la quebrada, para nuestro asombro, ante nuestros ojos, se muestra quieta, además misteriosa y peliaguda, la laguna de regular tamaño, exponiendo su agua negra, he ahí su nombre en quechua de  Yana Cocha. Nos encontramos a cuatro mil quinientos MSNM. El viento gime y sopla fuerte que hace tiritar nuestros cuerpos a pesar de estar abrigados. El ichu está exuberante, ha crecido y constantemente se balancea, con sumisión, de un lado a otro. A la orilla de la laguna, llegan las minúsculas olas murmurando una tras otras. En los bordes de la laguna, se distinguen huellas que se extienden quince, veinte metros y ha crecido más o menos un metro y medio de altura, en tiempos de lluvia. Esta laguna está próxima a los cerros desérticos de cumbres níveas. Los exploradores, en grupo, se animaron a indagar por todo el perímetro de esta singular laguna, por cierto atractiva por el color que refleja gracias a los matutinos rayos del sol. Advirtiendo posibles charcos, se desviaban del camino, unos, aprovechando, para ir a  recoger piedras llamativas y raras para el recuerdo y su colección. Otros, del quebradizo y gélido suelo, arrancan plantas, tanto medicinales como esas que dan un gusto especial a las comidas típicas de la zona. De súbito, de las profundidades de la laguna, emerge una pareja de patos de color negro transportando entre sus limonados picos, las algas para construir su nido flotante. Absortos, con el cuerpo trepidante por el frío, observábamos atentamente, como ellos, los patos, absorbidos y laboriosos, van edificando su rustica morada, el nido, sin preocupación alguna y felices en el centro de la laguna. Reticencias de la naturaleza. Al momento de retirarnos todo este sector de nuevo se queda vacío de seres humanos. El viento sigue silbando, las aves que habitan estos alejados territorios viven en la más completa tranquilidad en medio de un silencio sepulcral. Ahora nos dirigimos a la segunda laguna que está a una distancia de cerca de dos kilómetros

Nos deslizamos por el mismo camino poco empinado por donde habíamos llegado. Nos pusimos en marcha por la cenicienta carretera trayecto a la segunda laguna de Ahuash Cocha. Alcanzamos una determinada ceja, de este frígido  lugar, se consigue observar con fascinación, debajo, al fondo, incrustado entre lomas y detrás de estas, las cumbres de los nevados, un sector de la laguna. No es posible visualizarlo en su totalidad. Por el lado sur se hallan una decena de llamativos oasis, unas están secas y otras sobreviven en ausencia de las lluvias. De la carretera, bajamos por las faldas de la alta colina, cruzando el Canal de Tucu, arribamos al borde de la laguna. El pelotón de excursionistas se dispersa, cada uno, por doquier, para reconocer a su manera, la inmensa laguna. Dante, Arniun y  Ever acuden a lugares estratégicos para pescar. Otros contemplan, introspectivos, la dilatada laguna. De mi parte inquieto, traspaso la enorme bocatoma por donde fluye abundante agua rumbo al río Santa con la finalidad de alimentar a la Central Hidroeléctrica del Cañón del Pato. Llego a los oasis luego de subir las lomas cubierto de ichu. Son grandes y están ubicados sobre la laguna. El agua transparente esta quieta. Aullando el viento frío, lleva un sin número las olitas que rumorean con frecuencia en las orillas, donde van a morir y, al mismo tiempo, alimentan y hacen crecer, al aislado de toda civilización fatuo y fuerte, el ichu.

Reflexivooasis, contemplo la espaciosa laguna que tiene la forma de una resplandeciente luna que está en su periodo cuarto creciente, en medio de un crepúsculo otoñal. La munífica naturaleza, que es un ser vivo, nos ha donado estos ricos tesoros hídricos, sin embargo, no lo valoramos ni aprovechamos de su  real grandeza. Cerca de ella, a pocos kilómetros se halla un centro minero, contaminando la flora y la fauna. 

Mi ímpetu me llevo a recorrer el margen derecho de la laguna con la intención de verlo en su totalidad. De repente me encontré con Lucho Barrenechea, creo que tenía la misma sensación, entonces, juntos decidimos explorar los bordes hasta llegar a una loma. Nuestra expectativa se vio frustrada una vez más. Continuamos caminando topándonos con el Canal de Tucu, del cual nos animamos a  caminar por todo su cauce, en sentido contrario, hasta encontrar una llanura,  más allá de la laguna, continuaba indefinidamente por la faldas de los oscos y  negros cerros, desapareciendo de nuestra atenta mirada. Queríamos aventurarnos para ir a conocer el inicio del canal. Ya no era posible, la hora nos ganó.

La laguna  parece un rio navegable, de largo, es  muy grande y vistoso. Para contemplarlo y admirarlo en su integridad tenemos que ir por las lomas del  margen izquierdo por donde se hallan los nevados. Para disfrutar de estos hipnotizadores lugares,  se necesita mínimo, estar dos días. ¿Se animan a visitarlo?  

El Pichuychanca. 
Chiquian, Tucu Chira, julio 2019.

Aquí algunas fotos mas 

Laguna de Yana Cocha





Una pareja de laboriosos patos silvestres, edificando su nido en medio de la laguna de Yana Cocha



Expedicionarias sobre la laguna de Ahuash Cocha

Esta laguna de Ahuash Cocha tiene la forma de la luna cuarto creciente. En esta vista solo se logra captar un sector   

Una de la decena de oasis que rodea la laguna de Ahuash Cocha 

Oasis de aguas transparentes 

Otro sector de la laguna de Ahuash Cocha

Otro oasis. reflejando el espacio sideral. Las piedras que se observan, están a medio metro debajo del agua  

Laguna de Ahuash Cocha y el Canal de Tucu

Intentando ir hasta la bocatoma del canal


Solo nos quedó observarlo hasta perderse de nuestra vista. el tiempo nos ganó  

            El Pichuychanca.