martes, 4 de febrero de 2020

Derrotero a Tucu Chira


Mes de julio. De nuevo estoy de excursión junto con los miembros de la Casa de la Cultura. Esta vez el derrotero es el atractivo y frígido circuito de Tucu Chira que está situado en el dominio del centro poblado de Villanueva, distrito de Aquia, provincia de Bolognesi. 

Temprano, el viento apacible sopla, se percibe el crudo frío, es tiempo de helada. En estas condiciones, a las seis y media de la mañana, partimos del pequeño y austero local de la Institución. Rumbo a nuestro destino, llegamos al paradero de Casa Blanca, puerta de entrada a la Pampa de Lampas. De este lugar, el conductor del vehículo dobla por el lado derecho, donde comienza la carretera afirmada. En el trayecto se distingue infinidad de lomas, una tras otra, poblado de la resistente y milenaria planta como el ichu, la escorzonera y huamanrripa. El susurrante riachuelo de extraordinaria agua cristalina emerge de minúsculas quebradas. Debajo de las colinas, en el llano, se hallan esparcidos los charcos con el agua congelada, son escarchas que están sobre la superficie y reverberan cuando el sol se asoma en el horizonte.  Me imagino, lo hermoso y cautivante que debe ser en las noches de cielo despejado, tachonado de estremecidos luceros y de  serena luna llena.

De las quebradas, del carro, levantando polvo y surcando acequias, distante, se logra  ver una parte de la vasta y esplendida laguna de Ahuash Cocha. Más adelante, el conductor detuvo el vehículo en un altillo junto a un riachuelo. El lugar era el comienzo de la expedición. Descendimos y nos desplazamos cuesta arriba. A un costado del camino yacía, solitario, un pozo con el agua absolutamente quieta, parecía un espejo que, reflejaba el espacio sideral, curiosos nos atrevimos a palparlo. El agua estaba en su estado sólido, era la escarcha de cerca de dos centímetros de grosor. Cuando uno está por primera vez frente a estos fenómenos naturales, de inmediato, tenemos el comportamiento de un chiquitín que quiere saberlo todo de un sopetón. ¡A esta edad! Curioso blandí entre mi aterida mano una piedra pequeña, poco más o menos redonda, de unos 200 gramos de peso. Lo lance suavemente sobre la superficie y la piedra se deslizaba como una bola sobre una mesa de billar. Cavilando con todo lo que me rodeaba, proseguí mi camino, cuesta arriba.   

Cuando llegamos al final de la quebrada, ante mis ojos, asombrado, la laguna de regular tamaño se muestra quieto, misterioso exponiendo su agua negra, he ahí su nombre en quechua de Yana Cocha. Nos encontramos a 4500 msnm. El viento gime y sopla fuerte que hace tiritar el cuerpo a pesar de estar abrigado. El ichu, exuberante, ha crecido y se mece constantemente con sumisión, de un lado a otro. Las pequeñas olas de la laguna  llegan a la orilla, una tras otra, emitiendo murmullos como si se estuvieran lamentando. En los bordes  se distinguen huellas que se extienden 15, 20 metros sobre la superficie y ha crecido más o menos un metro y medio de altura, en tiempos de lluvia. 


La laguna de Yana Cocha, está próxima a los cerros desérticos de cima alba. Los exploradores, en grupo, se animan a indagar todo el perímetro, por cierto atractiva por el color que refleja gracias a los matutinos rayos del sol. Advirtiendo posibles charcos, se desviaban del camino. Unos, aprovechan para ir a  recoger piedras llamativas y raras para el recuerdo y su colección. Otros, del quebradizo y gélido suelo, arrancan plantas, tanto medicinales como esas que dan un gusto especial a las comidas típicas de la zona. 

De súbito, de la profundidad de la laguna, emerge una pareja de patos de color negro que transportan entre su limonado pico, las algas con el fin de construir su nido flotante. Absorto, con el cuerpo trepidante por el frío, miro atentamente, como ellos, los patos, absorbidos y laboriosos, edifican su rustica morada, el nido, sin preocupación alguna y felices en el centro de la extensa masa de agua. Reticencias de la naturaleza. Al momento de retirarnos todo este sector, de nuevo, se queda vacío de seres humanos. El viento sigue silbando, las aves que habitan estos alejados territorios viven en la más completa tranquilidad en medio de un silencio sepulcral. Ahora nos dirigimos a la segunda laguna que está a una distancia de cerca de 2 kilómetros

Nos deslizamos por el mismo camino poco empinado por donde habíamos llegado. Nos pusimos en marcha por la cenicienta carretera trayecto a la segunda laguna de Ahuash Cocha. Este paraje es singularmente inhóspito. Alcanzamos una determinada ceja, de este frígido  lugar, se consigue ver con fascinación, debajo, al fondo, incrustado entre lomas y detrás de estas, la cumbre de los nevados, un sector de la laguna. No es posible visualizarlo en su totalidad. Por el lado sur se distingue una decena de llamativos oasis, en ausencia de la lluvia, unos están secos y otros logran sobrevivir. De la carretera, bajamos por las faldas de la alta colina, cruzando el Canal de Tucu, arribamos al borde de la laguna. 

El pelotón de excursionistas se dispersa, cada uno, por doquier, para reconocer a su manera, la inmensa laguna. Dante, Arniun y  Ever acuden a lugares estratégicos para pescar. Otros contemplan, introspectivos, el extenso lago. De mi parte inquieto, traspaso la enorme bocatoma por donde fluye abundante agua rumbo al río Santa con la finalidad de alimentar a la Central Hidroeléctrica del Cañón del Pato. Llego a los oasis luego de subir las lomas cubierto de ichu. Son grandes y están ubicados sobre la laguna. El agua transparente esta quieta. Aullado por el viento, lleva un sin número las olitas que rumorean con frecuencia en la orilla, donde van a morir y, al mismo tiempo, alimentan y hacen crecer, al aislado de toda civilización, fatuo y fuerte, el ichu.


Reflexivo, de uno de estos oasis, contemplo la espaciosa laguna que tiene la forma de una resplandeciente luna menguante. Ya quisiera verlo de nuevo en medio de un atardecer otoñal. La munífica naturaleza, que es un ser vivo, nos ha donado de estos ricos tesoros hídricos, sin embargo, no se valora ni se aprovecha de su real grandeza. Cerca de la laguna, a pocos kilómetros se halla un centro minero, que contamina la flora y la fauna. 

Mi ímpetu me llevó a recorrer el margen derecho de la laguna con la intención de verlo en su totalidad. De repente, me encontré con Lucho Barrenechea, creo que tenía la misma sensación, entonces, juntos decidimos explorar el borde hasta llegar a una loma. Nuestra expectativa se vio frustrada una vez más. Continuamos caminando topándonos con el Canal de Tucu, del cual nos animamos a  caminar por todo su cauce, en sentido contrario, hasta encontrar una llanura,  más allá de la laguna, continuaba indefinidamente por la faldas de los oscos y  negros cerros, desapareciendo de nuestra atenta mirada. Queríamos aventurarnos para ir a conocer el inicio del canal. Ya no era posible, la hora nos ganó.

La laguna  parece un rio navegable, de largo, es  muy grande y vistoso. Para contemplarlo y admirarlo en su integridad tenemos que ir por las lomas del  margen izquierdo por donde se hallan los nevados. Para disfrutar de estos hipnotizadores lugares,  se necesita mínimo, estar dos días. ¿Se animan a visitarlo?  

El Pichuychanca.  

Chiquian, Tucu Chira, 4 de febrero 2020.


Aquí algunas fotos mas 

Laguna de Yana Cocha





Una pareja de laboriosos patos silvestres, edificando su nido en medio de la laguna de Yana Cocha



Expedicionarias sobre la laguna de Ahuash Cocha

Esta laguna de Ahuash Cocha tiene la forma de la luna cuarto creciente. En esta vista solo se logra captar un sector   

Una de la decena de oasis que rodea la laguna de Ahuash Cocha 

Oasis de aguas transparentes 

Otro sector de la laguna de Ahuash Cocha

Otro oasis. reflejando el espacio sideral. Las piedras que se observan, están a medio metro debajo del agua  

Laguna de Ahuash Cocha y el Canal de Tucu

Intentando ir hasta la bocatoma del canal


Solo nos quedó observarlo hasta perderse de nuestra vista. el tiempo nos ganó  

            El Pichuychanca.

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