viernes, 17 de agosto de 2018

La Señora Honoria, Chica y las pallas



Mes de octubre. Al quinto día de mi estadía en la tierra natal, temprano, cuando los oblicuos rayos del sol van destellando sobre los picos de los cerros que vuelven a reverdecer de floridas florestas, me deslizo con paso pausado por una de las calles campestres, renovadas por el cemento. De un momento a otro surge una figura femenina, entrada a la edad de adulto mayor, que atraviesa la calle con pasos cansinos y con la columna inclinada. El sombrero de paño le cubre la cabeza adornado de hilos plateados y el rostro redondo de la luz dorada del sol. Las plegadas manos posan cruzadas sobre la espalda. Camina con la mirada enterrada al suelo. Yo, la sigo con atenta contemplación hasta que termine de cruzar aquella muda intersección, desapareciendo de mi vista. Aquella señora era Josefina Castillo Ramírez, conocida con el apelativo de Chica, hija de Honoria Ramírez Ñato. 

La Señora Honoria, mujer de cabello cenizo, de baja estatura, de tez blanca, ojos redondos y claros, ayer, solicitada y apreciada, hoy, evocada y perpetuada con mucho cariño por toda la población. La estima que gozaba de parte del pueblo fue por su desprendida y loable labor de haber orientado e instruido con aplicada sensatez, a las mozas chiquianas, el baile, la entonacion y la coreografia de las pallas.

Año tras año, en cada fiesta patronal de Sta. Rosa de Lima de Chiquian, a las Pallas, elegidas con anticipación, les inculcaba con entereza, a danzar  con estilo particular, acompasado, con gracia y prestancia de mujer chiquiana. Así mismo, haber enseñado  las hermosas coplas con sus equitativas modulaciones y cadencias. Las pallas, ataviadas con hermosura, cantarán y danzarán junto con el Rumiñahui, frente al Inca. Luego de este acto, con una solemne venia del Rumiñahui, invitará  al capitán y a su comitiva, el abanderado y los acompañantes, cada uno a su debido tiempo, para continuar danzando, mientras las pallas, en ruedo, van cantando y bailando con prosa y garbo. Todos frente al Inca.

Los ensayos se inician a partir de la segunda quincena, en las frías noches del mes de agosto, tanto en la casa del Inca como del Rumiñahui, frente al Niño Apay y de la abigarrada presencia de una gran multitud de personas, reunidas de manera espontánea por la virtuosa querencia de las costumbres del pueblo. La concurrencia, disfruta de los preparativos del baile cadencioso y los hermosos cantos ejecutados por las finas voces de las mozas pallas, acompañados de los instrumentos del arpa, violín, trompeta y los saxos. Las pallas asisten a los ensayos con sus distinguidos atuendos, conformados de los pañalones del mismo color, sea este, negro o azul oscuro, sobre las cabezas, los respectivos sombreros. Por otra parte, el Inca, el Rumiñahui, así como también, el capitán el abanderado y sus acompañantes están ataviados con el tradicional poncho, la chalina blanca y el sombrero a la pedrada. Entre tanto, los anfitriones van convidando a los presentes, una taza de café y el caliente chinguirito, bebida tradicional del pueblo, para matar el frío.  

Estos ensayos estaban bajo la concienzuda dirección de la Señora Honoria. Dotando de ejemplo, ella misma, estaba arrebujada del pañalón y el inseparable sombrero.  Esta renombrada fiesta patronal de Santa Rosa de Lima de Chiquian, oficialmente comenzará por la noche del día veintiocho de agosto, finalizando el cuatro se setiembre. Como herencia inmaterial de los usos y costumbres de la Incontrastable y Generosa Villa Ciudad de Chiquian. Su hija, Chica, con la misma responsabilidad y esmero, continúa con esta hermosa tradición de los ensayos, para el júbilo de toda la población, perseverando la pomposa fiesta, año tras año.  

***

Octubre, mes en que el frio oprime menos que los demás. El risueño sol  con sus luces ambarinas, se asoma antes de las seis de la mañana. Nubes terrosas atraviesan, remisos, por el cielo garzo y las sombras de todo tamaño, que parecen lunares, surcan, poco a poco, por las faldas de los cerros y las colinas, cruzan los techos y llega al lugar donde estoy sentado, sobre yerbas silvestres que despiden efluvios  seductores, meditando y de cuando en cuando contemplo el hermoso valle de Aynin, topándome con la  majestuosa Cordillera de mantos blancos y las apretadas calles del pueblo que aun duerme. La lóbrega sombra de la nube, me provoca un ligero frio más de lo que ya siento. En aquel lugar, en la soledad, la calma y el silencio, percibo el suave susurro de las ramas de los árboles que se bambolean provocados por el apacible soplo del viento matinal. El trino enérgico del ruiseñor, el dilatado y acompasado piar del pichuychanca, el característico canto del zorzal y demás aves, quebraría el silencio, la calma y mi meditación. Aparentemente estoy solo, pero, siento que estoy acompañado, gracias a la bendita naturaleza, de todas estas entidades vivientes que existen en ni pequeña patria, pedacito de cielo, Chiquian.

Me desplazo cuesta abajo, por los senderos angostos cargado, en parte, de menudas piedras y, en otro, de tierra afirmada y aun polvorienta. Está rodeado de variados arbustos que empiezan a crecer por las orillas. De trecho en trecho, escucho el siseo monótono de la caída del agua de las acequias que surge de entre la floresta, por el costado o sobre las emparejadas pircas. Llego por una de las entradas del pueblo y logro observar a los infantes de sonrisas angelicales con rostros cárdenos, a los adolescentes, con miradas de hilaridad  propios de su edad que se dirigen rumbo al colegio. A los adultos, con miradas adustas, errando a derroteros desconocidos para realizar alguna actividad, a los ancianos, apoyados de un viejo cayado, lerdos, caminan y caminan,  buscando con quien hablar…hablar  y, de esta manera, distraerse en este luminoso amanecer. Después de todo, hay algo que resaltar de este hermoso pueblo y de sus habitantes, es que, aún se guarda y que no debe disiparse; la educación y el respeto hacia los mayores. También su innata espontaneidad.  

Por unos instantes contuve mis agotados pasos. Estaba ataviado con el gorro de orejuelas y el poncho. Tres mocitos que andaban con la cabeza erguida y con pasitos contenidos, al cruzar frente a mí, me saludan con voz chillona:

---Buenos días tío ---a lo que respondí con el mismo aprecio: 

---Buenos días ---Les seguí con atenta mirada, mientras se alejaban.

Con las cabecitas rapadas y dobladas, escondido entre los  hombritos encogidos y los bracitos adheridos uno al otro, murmuraban en secreto. De repente, voltean con rostros pícaros y en coro…:

---¡Tío, usted se parece a San Nicolás! ---causando en mí, cierta jocosidad de parte de los imprevisibles becarios, sandungueros y vivarachos, que aceleraban sus pasitos contenidos. Al llegar a la casa materna, frente al espejo, viéndome la crecida barba color cenizo, me rasure luego de dos semanas. 

***

Al día siguiente, al amanecer, el reloj, colgado en la pared del comedor desde muchos años atrás, anda con lentitud sus agujas tic-tac…tic-tac… Salí de la casa y, como en todas partes, en nuestra tierra los zaguanes crepitan sordamente, se percibe el olor a pan, una solitaria y entumecida gallina, cacarea en un corral, los ganaderos van al campo a ordeñar las ubres colmadas de leche de las nobles vacas. En esas circunstancias me encuentro con mi amigo Dante, asentado hace algunos años en la tierra natal, me dice con voz preocupada: 

---Hola Hugo. “Hola Dante, ¿cómo estás?, respondí". ---Bien, un favor, en la tarde me puedes acompañar a la casa de Marcela? “¿Marcela?” ---Dante hizo una pausa, luego continuó ---Me prestó el vestuario de las pallas que bailaron en la fiesta de agosto. “¿Ella está aquí?” ---Sí, vino por unos días, tengo que aprovechar que está acá para devolvérselo. “Está bien, en la tarde paso por tu casa” ---vienes a almorzar. “Gracias, estoy a las doce en tu casa” ---Te espero.

Eran las dos de la tarde. Llevando cada uno, sendos fardos de las ponderadas indumentarias de las pallas. Cruzamos el amplio jardín de su vivienda, abarrotado de flores coloridas y aromáticas. Abrió el zaguán rojo que crujió suplicante. Mientras el sol se escondía detrás de una nube parduzca, marchamos bajo la sombra por las calles silenciosas y desiertas rumbo a la sugerida casa. Llegando a nuestro destino, Marcela nos recibió con atención y nos invitó pasar a la sala. Caminando por la acera, por un costado del jardín, crecía el gras que el patio parecía estar cubierto por una alfombra verde. Al fondo del patio se encontraba una copiosa  planta de manzana rodeado de flores y rosas.

Arrellanándonos en el mueble, Dante le agradecía por haberle proveído no solo las indumentarias de las pallas, sino también, el del Rumiñahui y del inca. En mi surgió una curiosidad, preguntándome “Marcela se dedica a la confección del vestuario de las pallas?”. Por un espacio de segundos, en la sala, hubo un profundo silencio. Entonces decidí preguntarle con solicitud y con voz grave:

---¿Te dedicas a la confección? ---a mi pregunta inquisitiva y de sopetón, sonriendo me respondió:

---Las mujeres sabemos hacer de todo, además de tener nuestra profesión, tenemos que realizar tareas propias y naturales en nuestros hogares; atender a los hijos, cocinar, coser, tejer, claro está con la colaboración de los esposos en las demás tareas ---Como recordando algo del pasado, contempló con atención, aquellos fardos donde estaba el atuendo de las pallas, se detuvo por un instante, luego prosiguió, ---En verdad estos vestuarios lo confeccioné por una necesidad de una promesa no confirmada y luego, aprobada más tarde. Este asunto tiene su historia ---Hizo una pausa, en segundos, atrajo sus recuerdos de su memoria y nos dijo: ---Escuchen -- Entonces agucé mis cinco sentidos para escuchar la historia de la narradora. 

“Fue una tarde nublada y fría, típico del invierno Limeño, cuando recibí la sorpresiva visita de mi tío… recién llegado de Chiquian, después de la fiesta de agosto. Me contaba con detalle las nuevas primicias de quienes eran los nuevos funcionarios para la próxima fiesta del año siguiente, y a continuación me contó con rostro apremiado de lo que les voy a relatar:

---Sabes sobrina, tu primo Pelé ha entrado de Inca para la siguiente fiesta de Santa Rosa, por consiguiente, nos encontramos preocupados, ¡no sabemos quiénes serán las pallas que le acompañaran!    

Yo, así de repente, (hizo sonar los dedos de su mano) sin pensar dos veces, le comente:

---Ya tenemos dos pallas ---mi tío, mirándome sorprendido y fijamente, me respondió:

---¿Dos, y quiénes son?  “Tío, Usted las conoce”, --dime hija, quienes son a quien dices que yo conozco, “tus sobrinas” ---¿Quiénes?, “mis hijas".

Mi tío, se quedó patitieso y no pregunto más. De mi parte, también quedé asombrada de cómo se llevó acabo aquel dialogo, sobre todo, haber comprometido a mis hijas sin consultarlas, además estaban estudiando.

Día tras día transcurre el inexorable tiempo y, así pasaron nueve meses cuando recibo de nuevo la visita de mi tío para confirmar la participación de mis hijas para bailar de pallas. Me quedé anonadada, sin saber que decir, porque hasta ese entonces, a mis hijas, no les había comunicado mi precipitada proposición. Así que esperé un día propicio para comunicarles de lo que le había prometido a su tío, y sucedió lo que les  voy a contar”. 

Dante y yo prestamos oídos. Marcela, continuó con su relato:

“Hijas, la emoción por la querencia a mi tierra, donde di los primeros pasos, estudié, crecí, caminé por sus calles empedradas  bajo la lluvia, ayudé a mi madre en el que hacer en la casa y,  no solo en la casa, sino también, me llevaba a la puna para ayudar a cuidar el ganado lanar que lo hacía con enorme placer porque me encantaba estar junto a aquellos animales y nada era obligado. Esta historia ya se los he contado más de una vez y, como saben ustedes mi primo, Pelé, este año será Inca, tal vez fue esta la razón por lo que me impulso a aceptar la proposición de tu tío… me detuve por un momento pensando en la reacción de cada una de ellas. En ese preciso instante, inquietas se miraban la una y otra, luego sus ojos se clavaron en las mías.

Mis hijas, curiosas, me preguntaron:

---Mamá, ¿qué es lo que le prometiste al tío?

---Hijas… ---respondí, ---sin consultarles, prometí a tu tío que ustedes bailarán de pallas para esta fiesta patronal de Santa Rosa de Lima, en Chiquian.

Aún más impresionadas, de nuevo, cruzaron sus miradas como interrogándose si aprobaban o no tal promesa hecha por la madre al tío. Se levantaron y se acercaron dónde estaba sentada, se hincaron y tomaron mi mano, diciéndome con voz enternecida:

---Mamá, aquí tienes a dos pallas, con gusto bailaremos en la fiesta patronal de Santa Rosa de Lima en Chiquian.

---Me quede sin habla, en medio de la sala surgió un silencio que solo se escuchaba nuestros suspiros y nos abrazamos las tres”. 

***

“Mis hijas que estaban estudiando en la universidad; la mayor por finalizar su carrera y la segunda en los primeros ciclos, ilusionadas en participar y bailar de pallas, a toda prisa realizaron los trámites respectivos para que les dieran permiso, logrando tal propósito. Llegamos a Chiquian.

Antes del primer ensayo, entusiasmados, mi tío y el Inca que era mi primo Pele, presentaron a las dos futuras danzantes ante Chica, maestra de las pallas. Mujer disciplinada, briosa de carácter y de aguda mirada con aquellos ojos claros, respondió firme y con voz templada: 

---Las que vienen de Lima no ingresan al ensayo ---al oír esta respuesta, repentina y sorprendente, se formó un gran alboroto hasta el extremo que mi tío, molestó, se regresó a Lima. Pele, el futuro Inca, yo y demás personas, insistimos en que las acepte. Mi primo, con voz casi suplicante le dijo:

---Chica, aun no las has visto bailar, ni mucho menos les has escuchado como cantan, ¡por favor dales una oportunidad! 

---Chica mirando a todos, meneando su cabeza, aceptó con la condición de que aprobaran todos sus requerimientos como instructora.

En el primer tanteo, las noveles pallas, aplicando su garbo en el baile y afinando su voz, convencían a Chica que terminó por aceptarlas para los siguientes días de ensayo.

Con sus primaverales dieciocho y veintidós años de edad, con perseverancia, sencillez  y disciplina, bailaron, sin ninguna queja y sin descansar, durante toda la fiesta”.

***

“Luego de algunos años, mi hija mayor viajaba a Brasil a presentar un proyecto de investigación que la enviaba la empresa donde laboraba, me decía:

---Mamá, por favor acomoda el vestuario de la palla en la maleta ---Yo me quedé pasmada, luego de unos segundos, ganada por mí curiosidad como toda madre, le pregunte:

---¿Para que llevas este vestuario? ---Mamá, lo sabrás pronto ---me respondió.

Luego de unos días recibí unas fotos de mi hija… La narradora tomó un suspiro y conteniendo la ahogada voz, continuó…Ante un colmado auditorio, mi hija, estaba presentando su proyecto, vestida con el vestuario de la palla Chiquiana. Una neblina cubría sus ojos, quedó callada, luego con voz estremecida, expresaría:

-Estoy  muy orgullosa de mis hijas”.

***

Parafraseando al escritor ruso  Antón Chejov “Adiós Chiquian donde tantas veces encontré la alegría”. Expreso mi exultación, luego de una estancia en la tierra añorada, de estar en contacto con el aire fresco, con el agua fría y pura de los manantiales, con los cerros que de nuevo reverdecen, con los nevados y las lagunas causantes de los riachuelos y ríos, con las aves de  trinos variados, con los animales que libremente trotan por los campos y con sus sencillos pobladores con quienes me identifico, gratifico y enriquezco escuchando de sus bocas, con voces graves, dilatadas, roncas y aplacadas, relatos sobre los usos y costumbres de la tierra entrañable. Una vez más volveré, volveré para elogiarte tierra querida. 

El Pichuychanca. 

Chiquian, 17 de agosto 2018



jueves, 9 de agosto de 2018

El Jinkurú.(1)



Amanece. Lunes veintiséis de marzo, las sombrías calles están calladas. De las casas vecinas, se escucha el explayado canto matutino del desdeñoso gallo. El Pichuychanca, luego de haber desmenuzado, con su tieso piquito, las migas de pan, arrojados por mí, al frondoso y florido jardín, la noche anterior, se alimenta con inquietud. Del vergel vuela raudo sobre la cornisa del tejado. De aquel lugar, inflando su minúsculo pecho y alzando su cabecita, rimbombante, trina una y otra vez, obrando estiradas y afinadas notas armoniosas.    

Cesó de llover dos días. En el jardín de la casa, algunas rosas brotaron desplegando hermosos y lozanos pétalos manando aromas embriagantes. En la madrugada del día domingo, descendió suaves gotitas de lluvia y, sobre las rosas balsámicas, posaban brillantes y fríos rocíos. 

Cuando hay objetivos, ideales, y gustos por una u otra cosa en común, entre dos personas o más, surgen amistades cordiales y sinceras. Hay ideales y propósitos  que me unen en amistad, con mi amigo, Dante Aldave. 

El día anterior acordamos buscar las ramas de romero y flores  para armar el monte que será fijado, como adorno, en una de las cuatro aristas, al borde del Anda del Señor de la Humildad. La Procesión de esta imagen, recorrerá por las estrechas calles en la noche del día martes, acompañado no solo por una compacta muchedumbre alumbrando con cirios dilatados entre sus ateridos dedos, cuya llama, provocado por el viento gélido de la noche, ondeará, de adelante para atrás, de derecha a izquierda o en sentido inverso y escoltado por una banda, ejecutando sentidas marchas fúnebres, sino también, por la luna  plateada que aparecería de vez en cuando parpadeando entre nubes hirsutas.

Marzo es aún tiempo de lluvias. Las brumas se asoman palmo a palmo desde las hondonadas, del rio y de los riachuelos. Gradualmente van envolviendo a los cerros descollados por su atractivo verdor y eclipsando las ceñidas calles del pueblo. Todas se encuentran turbias.

En Chiquian, en la mayoría de las casas, en las orillas o, al centro de los patios, rebosaban de bellos jardines. Ahora, en muchas de ellas están abandonadas, por lo tanto, en aquellos jardines, las hermosas y coloridas flores, se marchitaron. Los jardines perdieron la alegría y la magia de antaño. Las flores están escasas.

Es la Celebración de Semana Santa. En estas ocasiones, las flores de llamativos colores pero carente de fragancias que se expenden en el mercado o las tiendas, proceden de Caraz o Carhuaz; pueblos que están a setenta, ochenta kilómetros de distancia. Un día antes, luego de furiosas lluvias, cerca del pueblo de Recuay,  causó un alud  que fragmentó  un tramo de la carretera, de tal modo que, era imposible el tránsito de los carros de todo tipo. No llegaban las flores. 

Dante, muy temprano por la mañana, con rostro denotando preocupación, me da el encuentro en mi casa. Luego de haber compartido y departido el nutritivo desayuno acompañado con el pan caliente y crocante con queso, salimos en busca de  las flores necesarias para que los especialistas, con tiempo suficiente, prepararen el monte. 

El cielo, semejaba a los meses de junio, julio, periodo donde se encuentra con el característico color azulenco. Hoy, veintiséis de marzo, estaba acompañado de escasas e inmovilizadas  nubes desgreñadas. Parecían estar durmiendo sobre las cimas de los cerros.

Caminábamos por las inexpresivas calles reverdecidos de cemento, percibiendo de cuando en cuando el zumbido del viento. Indagando y preguntando a varias personas conocidas, donde podíamos conseguir las flores  tan preciadas y solicitadas de manera urgente. Dante perdiendo las esperanzas, se acercó a un conocido suyo que estaba de compras en una de las tiendas de la calle Dos de Mayo cerca del mercado de abastos, le preguntó:

---Sabes quien tiene flores para que nos venda, somos los encargados de mandar a  preparar el monte para la procesión de mañana en la noche, estamos buscando hace buen rato y no hemos encontrado ni uno solo ---El Señor, desconocido para mí,  de rostro pálido, con abstraídos ojos pardos, frotándose con sus dedos flacuchos el lampiño mentón y con la otra, estirando en dirección del Zócalo, con voz cansada, respondió:   

---Arri-i-i-i-ba, en el barrio de Oro Puquio, Don Zenobio Palacios o  la Señora Aurelia Rivera, en su huerta, deben tener las flores que estás buscando –--Al escuchar esta alentadora información,  Dante hizo una expresión de desahogo. 

Nuestras prolongadas sombras nos acompañaban cuando caminábamos por una de las calles, callada y vacía, del barrio nombrado y señalado por el amigo de rostro lampiño. De repente al otro extremo de la calle, al fondo, una pequeña estampa  humana, caminaba en dirección nuestra, dando pasos menudos y apresurados, con sus brazos caídos y  enarcados. Dante, reconociendo aquella silueta, hablo susurrando: 

---Es Muñequita, ha regresado de Lima, luego de tres meses, creo que estuvo delicada de salud ---a lo que respondí levantando la cabeza con un: ---Ah…

La población en general nadie la conoce por su nombre y apellido. Pero cuando preguntan, por su apelativo, ¿conoces a una tal Muñequita?, de inmediato, relacionan a una persona de una estatura de no más de un metro cincuenta, estimada por la mayoría de la población; risueña, alegre, despabilada, bromista y salerosa. Su edad es incalculable, pero… debe estar sobre los 75 años.     

---Hola muñequita, ¿cómo estás, has estado veraneando en Lima? ---le habló Dante de manera amistosa, estando ya, frente a nosotros.           

Muñequita, aun con la edad predicha, conserva la alegría, su coquetería está a flor de piel. En esta persona pequeña y campechana, se presentan estas características singulares. Entonces, con espontaneidad colocó la palma de su menuda mano detrás de la cabeza de donde pendía una mediana prieta trenza que se ondeaba sobre su escueta espalda, y con la otra, a la altura de su desmirriada cintura, bamboleando su pequeña cadera, provocó el ligero flameo de su faldita de percal que trae puesto, además, ayudado por la fría ventisca de la mañana, guiñando sus ojos y con voz pizpireta, respondió: 

---Fui a la playa, a disfrutar de los rayos del sol, toda desnuda…pero… con biquini, mal pensados –--jajá-jajá ---nos echamos a reír  tan fuerte, de tal manera que, del techo de una de las casas de primer piso, alzó fugaz vuelo un solitario Pichuychanca. Por un momento nos olvidamos del sobresalto de no hallar las flores y continuamos con nuestra marcha.   

De las dos huertas recomendadas, regresábamos algo preocupados. Trayecto a la casa de uno de los  miembros de la hermandad del Sr. de la Humildad, en donde se armaría el monte. Nuestra plática fue mínima. Solo habíamos conseguido una docena de gladiolos y cartuchos, ambos de color blanco. 

Empuñando los dedos de la mano, Dante tocó la pequeña puerta de la casa ubicado a una cuadra antes de llegar de la plazuela de Bolognesi. Quiuhillan. Logramos escuchar pasos forzados y reducidos dentro de la casa. Agarró el picaporte y abrió con lentitud y al mismo tiempo, la puerta traqueteaba y la aldaba pendida frente a nosotros, tintineaba. Era la Señora Emiliana Peña, bajita entrada ya en años. Asomada en la puerta a medio abrir, su vistazo se encontró con el mío, se queda algo extrañada, digamos sorprendida, viendo los gladiolos blancos bajo mis brazos, no me conocía. Después, girando y echando una ojeada con sus ojos redondeados y compasivos, se topó con la imagen conocida para ella,  pero esta vez enervada, de Dante. Nos invita a pasar al patio, hablando con voz aplacada: 

---¡Dante!, pasen…pasen ---cruzando la sala pavimentada, llegamos a la entrada del patio. La señora Emiliana que iba delante de nosotros contuvo sus pasos cansinos, colocándose a un lado de la entrada, nos señaló con su diminuta mano plegada, uno de los recodos del patio, logrando ver variadas flores frescas que reposaban sobre medianos recipientes para nuestra sorpresa y alivio a la vez, comentaba:

---No se preocupen, las hermanas de la hermandad han conseguido las ramas de romero y las flores que ven. Así que tenemos todo listo para armar el monte, mañana a primera hora. ---caminamos hasta aquel recodo, bordeando un pequeño charco, causado por la lluvia de los días anteriores y, con prudencia situamos los gladiolos y cartuchos en los recipientes donde posaban las flores de variados y atractivos colores. Nos despedimos de la señora. Ella, nos dio sus bendiciones.

Martes veintisiete de marzo. Amanece. De los nevados, los cerros y  las vertientes se perciben el armonioso silencio, me llena de espiritualidad y beatitud al contemplar aun aquellos hermosos panoramas que se resisten de manera estoica de la depredación y la contaminación ambiental  de nuestra tierra entrañable, Chiquian. 

En estas circunstancias, de tranquilidad y meditación, es cuando timbra el celular, era el mensaje por WhatsApp de Dante, cuyo tenor leía: “Hola Hugo, baja a tomar desayuno”. Algunos años atrás, en los pueblos se caminaba con regocijo, de canto a canto, para encontrarnos con los amigos y pactar de manera anticipada una cita importante ya sea individual o colectivo.

Llegamos a la hora puntual. Mientras escogíamos las tupidas y aromáticas ramas del romero, llegaban los demás miembros de la hermandad del Señor de la Humildad. Luego, se presentaron uno tras otro los diestros en elaborar el monte. Uno de ellos, al que aguardaban con más impaciencia, ingresó bajando con cuidado las dos gradas de piedra que da acceso al patio, aún con los charcos de agua cristalina, en el centro. Sacando el sombrero de su cabeza de cabellos ralos y cenizos se inclinó y saludó con atención a todos los presentes. Era  el Señor Demetrio Novoa Barreto, hombre delgado, frente amplia, rostro risueño y surcado por los setenta años.  Momentos después hacia su presencia la señora María Luisa Cerrate, sencilla, colaboradora en estos ajetreos de festividad de Semana Santa. Entre ambos observaban con detenimiento las hermosas flores de colores llamativos, como aprobando su magnífico aspecto. Para su comodidad, apoyábamos en ordenar  y colocar las palanganas colmado coloridas flores en lugares propicios y cerca de cada uno de ellos.

El señor Demetrio arrellanado en una microscópica silla y bajo la sombra del techo, preguntó con voz susurrante: 

---¿Han traído los Jinkurus? ---La Señora María Luisa, arrellanada junto a él, presurosa buscaba de entre las flores ya cortadas, pitas y tijeras, colocados sobre el manto colorido, tendido en la acera arremangada. Encontrando el jinkurú extraviado, respondió con voz frágil: 

---Sí, si aquí esta ---entregándole aquel objeto vital para comenzar a elaborar la copa del monte.

Don Demetrio, con sus ateridas manos, con paciencia, habilidad y experiencia, ataba y adornaba al jinkurú con las policromas y bonitas flores, combinadas con ingenio y decoro, por la señora María, que le iba alcanzando, una tras otra y con mucho cuidado, en el momento que los requeríaDel mismo modo, a Lidia, mujer de mediana edad, sentada al lado izquierdo, que miraba con intensa curiosidad, dispuesta a aprender el arte, del Señor Demetrio,  que dotaba con perseverancia y esmero. 

Las señoras Emiliana y Orfila Peña, hermanas de pequeña estatura y propietarias de la casa, iban y volvían caminando con pasos contenidos en dirección de la mustia y minúscula  cocina, ubicado en uno de los recodos del patio. Alistaban los ingredientes para el almuerzo y al mismo tiempo atizaban el fogón. 

Con Dante, apoyábamos en pelar las papas a  la Sra. Rivera, hija de Lolito, que llegó de Lima para pasar Semana Santa en Chiquian, era la encargada de preparar el almuerzo. Sobre el batán, dentro de la cocina y al costado de la pequeñísima puerta, molían, turnándose, con avidez y aplicación, el rocoto y el chinchu  y sobre el fogón, en una hornilla hervía la sabrosa sopa de pari y en la otra, reventaban las canchas  dentro del tiesto. Los cuyes de ojos rojos, fisgoneando, salían de sus guaridas, debajo del fogón y las sillas, para alimentarse de las cascaras de la papa, de los sobrantes de las verduras y de algunos granos de las canchas tostadas que volaron del tiesto, estas últimas, rechinaban entre sus fuertes incisivos.           

El señor Demetrio, hizo una pausa. Se levantó. Mientras observaba, meditabundo, aquel Jínkuru, adornado a medias, aun inconcluso, se condolía al no ver dentro de las personas reunidas, ahí presentes, a mozos y mozas colaborando y por ende aprender de una u otra manera, en las virtuosas costumbres del pueblo. Suspirando con melancolía y como si perdiera algo importante, con voz conmovedora, expresó palabras muy sentidas:

---Cuando nosotros partamos de este mundo, todo esto se habrá acabado… ---Al oír estas vibrantes palabras, surgió en mí, una profunda conmiseración por el señor, la tradición y uso que se va abandonando de modo progresivo.  

Dante agarro el maguey y, en la parte extrema realizó un agujero de quince, veinte centímetros de profundidad donde se empotrará el Jinkuru adornado de hermosas y coloridas flores, luego, lo estacionará en el hoyo enlodado del suelo, cavado con anticipación. Sobre el maguey  se irá colocando  las ramas de romero y las flores, atando con prudencia y de manera ordenada con una larga y fuerte soguilla. Hasta convertirlo en la forma de un tupido árbol.

Concluido esta, afanosa y dichosa, jornada durante toda la mañana, como fieles devotos, quedaban espiritualmente satisfechos de haber participado en la elaboración del hermoso monte que acompañará como ornamento del Anda del Señor de la Humildad. Luego, en la orilla del patio, sentados con comodidad, percibiendo aromas de las ramas del romero, degustábamos la exquisita sopa de pari, servido con profusa atención por la Señora Rivera, acompañado del rocoto combinado con el chinchu, la cancha y el pan de piso. Entre tanto, de los irrisorios copos de nubes, se desplomaban imperceptibles garuas, del sol, en su cenit del anchuroso cielo azul, sus rayos perpendiculares reverberaban sobre el charco de agua cristalina.               

 El Pichuychanca

Chiquian, 9 de agosto 2018 

Notas

(1)Jínkuru. (Horqueta de uno o dos ángulos) en otras palabras; es cuando de la planta, del tallo principal se reúnen y crecen dos o tres ramas casi juntas una de la otra. El Jínkuru proviene mayormente de la planta conocido como huaromo. Crece en el borde de los caminos y las chacras, además son muy resistentes cuando se les deja secar.