viernes, 17 de agosto de 2018

La Señora Honoria, Chica y las pallas



Mes de octubre. Al quinto día de mi estadía en la tierra natal, temprano, cuando los oblicuos rayos del sol van destellando sobre los picos de los cerros que vuelven a reverdecer de floridas florestas, me deslizo con paso pausado por una de las calles campestres, renovadas por el cemento. De un momento a otro surge una figura femenina, entrada a la edad de adulto mayor, que atraviesa la calle con pasos cansinos y con la columna inclinada. El sombrero de paño le cubre la cabeza adornado de hilos plateados y el rostro redondo de la luz dorada del sol. Las plegadas manos posan cruzadas sobre la espalda. Camina con la mirada enterrada al suelo. Yo, la sigo con atenta contemplación hasta que termine de cruzar aquella muda intersección, desapareciendo de mi vista. Aquella señora era Josefina Castillo Ramírez, conocida con el apelativo de Chica, hija de Honoria Ramírez Ñato. 

La Señora Honoria, mujer de cabello cenizo, de baja estatura, de tez blanca, ojos redondos y claros, ayer, solicitada y apreciada, hoy, evocada y perpetuada con mucho cariño por toda la población. La estima que gozaba de parte del pueblo fue por su desprendida y loable labor de haber orientado e instruido con aplicada sensatez, a las mozas chiquianas, el baile, la entonacion y la coreografia de las pallas.

Año tras año, en cada fiesta patronal de Sta. Rosa de Lima de Chiquian, a las Pallas, elegidas con anticipación, les inculcaba con entereza, a danzar  con estilo particular, acompasado, con gracia y prestancia de mujer chiquiana. Así mismo, haber enseñado  las hermosas coplas con sus equitativas modulaciones y cadencias. Las pallas, ataviadas con hermosura, cantarán y danzarán junto con el Rumiñahui, frente al Inca. Luego de este acto, con una solemne venia del Rumiñahui, invitará  al capitán y a su comitiva, el abanderado y los acompañantes, cada uno a su debido tiempo, para continuar danzando, mientras las pallas, en ruedo, van cantando y bailando con prosa y garbo. Todos frente al Inca.

Los ensayos se inician a partir de la segunda quincena, en las frías noches del mes de agosto, tanto en la casa del Inca como del Rumiñahui, frente al Niño Apay y de la abigarrada presencia de una gran multitud de personas, reunidas de manera espontánea por la virtuosa querencia de las costumbres del pueblo. La concurrencia, disfruta de los preparativos del baile cadencioso y los hermosos cantos ejecutados por las finas voces de las mozas pallas, acompañados de los instrumentos del arpa, violín, trompeta y los saxos. Las pallas asisten a los ensayos con sus distinguidos atuendos, conformados de los pañalones del mismo color, sea este, negro o azul oscuro, sobre las cabezas, los respectivos sombreros. Por otra parte, el Inca, el Rumiñahui, así como también, el capitán el abanderado y sus acompañantes están ataviados con el tradicional poncho, la chalina blanca y el sombrero a la pedrada. Entre tanto, los anfitriones van convidando a los presentes, una taza de café y el caliente chinguirito, bebida tradicional del pueblo, para matar el frío.  

Estos ensayos estaban bajo la concienzuda dirección de la Señora Honoria. Dotando de ejemplo, ella misma, estaba arrebujada del pañalón y el inseparable sombrero.  Esta renombrada fiesta patronal de Santa Rosa de Lima de Chiquian, oficialmente comenzará por la noche del día veintiocho de agosto, finalizando el cuatro se setiembre. Como herencia inmaterial de los usos y costumbres de la Incontrastable y Generosa Villa Ciudad de Chiquian. Su hija, Chica, con la misma responsabilidad y esmero, continúa con esta hermosa tradición de los ensayos, para el júbilo de toda la población, perseverando la pomposa fiesta, año tras año.  

***

Octubre, mes en que el frio oprime menos que los demás. El risueño sol  con sus luces ambarinas, se asoma antes de las seis de la mañana. Nubes terrosas atraviesan, remisos, por el cielo garzo y las sombras de todo tamaño, que parecen lunares, surcan, poco a poco, por las faldas de los cerros y las colinas, cruzan los techos y llega al lugar donde estoy sentado, sobre yerbas silvestres que despiden efluvios  seductores, meditando y de cuando en cuando contemplo el hermoso valle de Aynin, topándome con la  majestuosa Cordillera de mantos blancos y las apretadas calles del pueblo que aun duerme. La lóbrega sombra de la nube, me provoca un ligero frio más de lo que ya siento. En aquel lugar, en la soledad, la calma y el silencio, percibo el suave susurro de las ramas de los árboles que se bambolean provocados por el apacible soplo del viento matinal. El trino enérgico del ruiseñor, el dilatado y acompasado piar del pichuychanca, el característico canto del zorzal y demás aves, quebraría el silencio, la calma y mi meditación. Aparentemente estoy solo, pero, siento que estoy acompañado, gracias a la bendita naturaleza, de todas estas entidades vivientes que existen en ni pequeña patria, pedacito de cielo, Chiquian.

Me desplazo cuesta abajo, por los senderos angostos cargado, en parte, de menudas piedras y, en otro, de tierra afirmada y aun polvorienta. Está rodeado de variados arbustos que empiezan a crecer por las orillas. De trecho en trecho, escucho el siseo monótono de la caída del agua de las acequias que surge de entre la floresta, por el costado o sobre las emparejadas pircas. Llego por una de las entradas del pueblo y logro observar a los infantes de sonrisas angelicales con rostros cárdenos, a los adolescentes, con miradas de hilaridad  propios de su edad que se dirigen rumbo al colegio. A los adultos, con miradas adustas, errando a derroteros desconocidos para realizar alguna actividad, a los ancianos, apoyados de un viejo cayado, lerdos, caminan y caminan,  buscando con quien hablar…hablar  y, de esta manera, distraerse en este luminoso amanecer. Después de todo, hay algo que resaltar de este hermoso pueblo y de sus habitantes, es que, aún se guarda y que no debe disiparse; la educación y el respeto hacia los mayores. También su innata espontaneidad.  

Por unos instantes contuve mis agotados pasos. Estaba ataviado con el gorro de orejuelas y el poncho. Tres mocitos que andaban con la cabeza erguida y con pasitos contenidos, al cruzar frente a mí, me saludan con voz chillona:

---Buenos días tío ---a lo que respondí con el mismo aprecio: 

---Buenos días ---Les seguí con atenta mirada, mientras se alejaban.

Con las cabecitas rapadas y dobladas, escondido entre los  hombritos encogidos y los bracitos adheridos uno al otro, murmuraban en secreto. De repente, voltean con rostros pícaros y en coro…:

---¡Tío, usted se parece a San Nicolás! ---causando en mí, cierta jocosidad de parte de los imprevisibles becarios, sandungueros y vivarachos, que aceleraban sus pasitos contenidos. Al llegar a la casa materna, frente al espejo, viéndome la crecida barba color cenizo, me rasure luego de dos semanas. 

***

Al día siguiente, al amanecer, el reloj, colgado en la pared del comedor desde muchos años atrás, anda con lentitud sus agujas tic-tac…tic-tac… Salí de la casa y, como en todas partes, en nuestra tierra los zaguanes crepitan sordamente, se percibe el olor a pan, una solitaria y entumecida gallina, cacarea en un corral, los ganaderos van al campo a ordeñar las ubres colmadas de leche de las nobles vacas. En esas circunstancias me encuentro con mi amigo Dante, asentado hace algunos años en la tierra natal, me dice con voz preocupada: 

---Hola Hugo. “Hola Dante, ¿cómo estás?, respondí". ---Bien, un favor, en la tarde me puedes acompañar a la casa de Marcela? “¿Marcela?” ---Dante hizo una pausa, luego continuó ---Me prestó el vestuario de las pallas que bailaron en la fiesta de agosto. “¿Ella está aquí?” ---Sí, vino por unos días, tengo que aprovechar que está acá para devolvérselo. “Está bien, en la tarde paso por tu casa” ---vienes a almorzar. “Gracias, estoy a las doce en tu casa” ---Te espero.

Eran las dos de la tarde. Llevando cada uno, sendos fardos de las ponderadas indumentarias de las pallas. Cruzamos el amplio jardín de su vivienda, abarrotado de flores coloridas y aromáticas. Abrió el zaguán rojo que crujió suplicante. Mientras el sol se escondía detrás de una nube parduzca, marchamos bajo la sombra por las calles silenciosas y desiertas rumbo a la sugerida casa. Llegando a nuestro destino, Marcela nos recibió con atención y nos invitó pasar a la sala. Caminando por la acera, por un costado del jardín, crecía el gras que el patio parecía estar cubierto por una alfombra verde. Al fondo del patio se encontraba una copiosa  planta de manzana rodeado de flores y rosas.

Arrellanándonos en el mueble, Dante le agradecía por haberle proveído no solo las indumentarias de las pallas, sino también, el del Rumiñahui y del inca. En mi surgió una curiosidad, preguntándome “Marcela se dedica a la confección del vestuario de las pallas?”. Por un espacio de segundos, en la sala, hubo un profundo silencio. Entonces decidí preguntarle con solicitud y con voz grave:

---¿Te dedicas a la confección? ---a mi pregunta inquisitiva y de sopetón, sonriendo me respondió:

---Las mujeres sabemos hacer de todo, además de tener nuestra profesión, tenemos que realizar tareas propias y naturales en nuestros hogares; atender a los hijos, cocinar, coser, tejer, claro está con la colaboración de los esposos en las demás tareas ---Como recordando algo del pasado, contempló con atención, aquellos fardos donde estaba el atuendo de las pallas, se detuvo por un instante, luego prosiguió, ---En verdad estos vestuarios lo confeccioné por una necesidad de una promesa no confirmada y luego, aprobada más tarde. Este asunto tiene su historia ---Hizo una pausa, en segundos, atrajo sus recuerdos de su memoria y nos dijo: ---Escuchen -- Entonces agucé mis cinco sentidos para escuchar la historia de la narradora. 

“Fue una tarde nublada y fría, típico del invierno Limeño, cuando recibí la sorpresiva visita de mi tío… recién llegado de Chiquian, después de la fiesta de agosto. Me contaba con detalle las nuevas primicias de quienes eran los nuevos funcionarios para la próxima fiesta del año siguiente, y a continuación me contó con rostro apremiado de lo que les voy a relatar:

---Sabes sobrina, tu primo Pelé ha entrado de Inca para la siguiente fiesta de Santa Rosa, por consiguiente, nos encontramos preocupados, ¡no sabemos quiénes serán las pallas que le acompañaran!    

Yo, así de repente, (hizo sonar los dedos de su mano) sin pensar dos veces, le comente:

---Ya tenemos dos pallas ---mi tío, mirándome sorprendido y fijamente, me respondió:

---¿Dos, y quiénes son?  “Tío, Usted las conoce”, --dime hija, quienes son a quien dices que yo conozco, “tus sobrinas” ---¿Quiénes?, “mis hijas".

Mi tío, se quedó patitieso y no pregunto más. De mi parte, también quedé asombrada de cómo se llevó acabo aquel dialogo, sobre todo, haber comprometido a mis hijas sin consultarlas, además estaban estudiando.

Día tras día transcurre el inexorable tiempo y, así pasaron nueve meses cuando recibo de nuevo la visita de mi tío para confirmar la participación de mis hijas para bailar de pallas. Me quedé anonadada, sin saber que decir, porque hasta ese entonces, a mis hijas, no les había comunicado mi precipitada proposición. Así que esperé un día propicio para comunicarles de lo que le había prometido a su tío, y sucedió lo que les  voy a contar”. 

Dante y yo prestamos oídos. Marcela, continuó con su relato:

“Hijas, la emoción por la querencia a mi tierra, donde di los primeros pasos, estudié, crecí, caminé por sus calles empedradas  bajo la lluvia, ayudé a mi madre en el que hacer en la casa y,  no solo en la casa, sino también, me llevaba a la puna para ayudar a cuidar el ganado lanar que lo hacía con enorme placer porque me encantaba estar junto a aquellos animales y nada era obligado. Esta historia ya se los he contado más de una vez y, como saben ustedes mi primo, Pelé, este año será Inca, tal vez fue esta la razón por lo que me impulso a aceptar la proposición de tu tío… me detuve por un momento pensando en la reacción de cada una de ellas. En ese preciso instante, inquietas se miraban la una y otra, luego sus ojos se clavaron en las mías.

Mis hijas, curiosas, me preguntaron:

---Mamá, ¿qué es lo que le prometiste al tío?

---Hijas… ---respondí, ---sin consultarles, prometí a tu tío que ustedes bailarán de pallas para esta fiesta patronal de Santa Rosa de Lima, en Chiquian.

Aún más impresionadas, de nuevo, cruzaron sus miradas como interrogándose si aprobaban o no tal promesa hecha por la madre al tío. Se levantaron y se acercaron dónde estaba sentada, se hincaron y tomaron mi mano, diciéndome con voz enternecida:

---Mamá, aquí tienes a dos pallas, con gusto bailaremos en la fiesta patronal de Santa Rosa de Lima en Chiquian.

---Me quede sin habla, en medio de la sala surgió un silencio que solo se escuchaba nuestros suspiros y nos abrazamos las tres”. 

***

“Mis hijas que estaban estudiando en la universidad; la mayor por finalizar su carrera y la segunda en los primeros ciclos, ilusionadas en participar y bailar de pallas, a toda prisa realizaron los trámites respectivos para que les dieran permiso, logrando tal propósito. Llegamos a Chiquian.

Antes del primer ensayo, entusiasmados, mi tío y el Inca que era mi primo Pele, presentaron a las dos futuras danzantes ante Chica, maestra de las pallas. Mujer disciplinada, briosa de carácter y de aguda mirada con aquellos ojos claros, respondió firme y con voz templada: 

---Las que vienen de Lima no ingresan al ensayo ---al oír esta respuesta, repentina y sorprendente, se formó un gran alboroto hasta el extremo que mi tío, molestó, se regresó a Lima. Pele, el futuro Inca, yo y demás personas, insistimos en que las acepte. Mi primo, con voz casi suplicante le dijo:

---Chica, aun no las has visto bailar, ni mucho menos les has escuchado como cantan, ¡por favor dales una oportunidad! 

---Chica mirando a todos, meneando su cabeza, aceptó con la condición de que aprobaran todos sus requerimientos como instructora.

En el primer tanteo, las noveles pallas, aplicando su garbo en el baile y afinando su voz, convencían a Chica que terminó por aceptarlas para los siguientes días de ensayo.

Con sus primaverales dieciocho y veintidós años de edad, con perseverancia, sencillez  y disciplina, bailaron, sin ninguna queja y sin descansar, durante toda la fiesta”.

***

“Luego de algunos años, mi hija mayor viajaba a Brasil a presentar un proyecto de investigación que la enviaba la empresa donde laboraba, me decía:

---Mamá, por favor acomoda el vestuario de la palla en la maleta ---Yo me quedé pasmada, luego de unos segundos, ganada por mí curiosidad como toda madre, le pregunte:

---¿Para que llevas este vestuario? ---Mamá, lo sabrás pronto ---me respondió.

Luego de unos días recibí unas fotos de mi hija… La narradora tomó un suspiro y conteniendo la ahogada voz, continuó…Ante un colmado auditorio, mi hija, estaba presentando su proyecto, vestida con el vestuario de la palla Chiquiana. Una neblina cubría sus ojos, quedó callada, luego con voz estremecida, expresaría:

-Estoy  muy orgullosa de mis hijas”.

***

Parafraseando al escritor ruso  Antón Chejov “Adiós Chiquian donde tantas veces encontré la alegría”. Expreso mi exultación, luego de una estancia en la tierra añorada, de estar en contacto con el aire fresco, con el agua fría y pura de los manantiales, con los cerros que de nuevo reverdecen, con los nevados y las lagunas causantes de los riachuelos y ríos, con las aves de  trinos variados, con los animales que libremente trotan por los campos y con sus sencillos pobladores con quienes me identifico, gratifico y enriquezco escuchando de sus bocas, con voces graves, dilatadas, roncas y aplacadas, relatos sobre los usos y costumbres de la tierra entrañable. Una vez más volveré, volveré para elogiarte tierra querida. 

El Pichuychanca. 

Chiquian, 17 de agosto 2018



No hay comentarios.:

Publicar un comentario