Octubre. Es el quinto día de mi estadía en la tierra natal. La luz dorada del sol se desploma sobre la cumbre de los cerros que vuelve a reverdecer de florida floresta. En mi andar matutino por la apacible calle, de repente, veo surgir una figura femenina, entrada a la edad de adulto mayor. Atraviesa la esquina de la arteria con paso cansino y la columna inclinada, la mano cruzada posada sobre la cadera. Camina con la mirada enterrada al suelo. El sombrero de paño, sobre la cabeza de cabello cano, protege el rostro redondo de la luz diagonal de la naciente estrella del día. Yo, le sigo con atenta contemplación, hasta desaparecer de mi vista. La señora en mención era Josefina Castillo Ramírez, conocida con el apelativo de Chica, hija de Honoria Ramírez Ñato.
La Señora Honoria, mujer de cabello cenizo, de baja estatura, de tez blanca, ojos redondos y claros, ayer, solicitada y apreciada, hoy, evocada y perpetuada con mucho cariño por toda la población. El motivo, fue por su desprendida labor de haber orientado, con aplicada responsabilidad, el tradicional baile de las pallas, a jóvenes chiquianas.
Año tras año, en la fiesta patronal de Sta. Rosa de Lima, patrona de Chiquian, la Sra. Honoria, arrebujada con el pañalón y el inconfundible sombrero, con entereza, inculca a las pallas, elegidas con anticipación, a danzar con estilo muy particular, acompasado, gracia y prestancia de mujer chiquiana. Así mismo, enseña las hermosas coplas con la equitativa modulación y cadencia. Ya en la fiesta oficial, las pallas ataviadas con hermosura, cantan con voz fina, y danzan salerosas junto al Rumiñahui, frente al Inca. Luego de este acto, con una solemne venia, el Rumiñahui, invita al capitán y a su comitiva; a los acompañantes y al abanderado, cada uno a su debido tiempo, para seguir con el baile, mientras las pallas, en ruedo, continúan con el canto y la danza, todos frente al Inca.
A partir de la segunda quincena de agosto se inicia el ensayo, durante 10 días y frente al Niño Apay, tanto en la casa del Inca como del Rumiñahui. Una abigarrada multitud de personas, reunidas de manera espontánea por la virtuosa querencia del festejo tradicional del pueblo, disfrutan de los preparativos del baile cadencioso y de los hermosos cantos ejecutados por la refinada voz de cada una de las jóvenes pallas, acompañados de los instrumentos del arpa, el violín, la sordina y el saxo. Las pallas asisten a los ensayos con sus distinguidos atuendos, conformado del pañalón color negro o azul oscuro, sobre la cabeza, el infaltable sombrero. Por otra parte, el Inca, el Rumiñahui, así como también, el capitán el abanderado y los acompañantes ataviados con el tradicional poncho, la chalina blanca yel sombrero a la pedrada. Los ensayos se llevan a cabo por la noche Entre tanto, los atentos anfitriones convidan a los presentes, una taza de café de cebada y el pan untado con el exquisito queso. El chinguirito, bebida tradicional del pueblo, para matar el frío.
La renombrada fiesta patronal de Santa Rosa de Lima, patrona de Chiquian, oficialmente comienza por la noche del 28 de agosto, finaliza el 4 de setiembre. Como herencia inmaterial de los usos y costumbres del pueblo, su hija, Chica, con la misma responsabilidad y esmero, continúa con esta hermosa tradición de los ensayos, para el júbilo de toda la población. De este modo, año tras año, se preserva la pomposa festividad religiosa y social.
***
Al día siguiente, al amanecer, el reloj, colgado en la pared del comedor de hace muchos años atrás, acelera sus agujas tic-tac…tic-tac… Cuando estoy por salir de la casa con el propósito de ir a la tienda, una entumecida gallina cacarea en el corral de la vecindad. Agarro la manija con el objetivo de jalar la puerta, en seguida lo abro y, ésta, crepita sordamente. Ya en la calle, en medio del gentío que se dirigen al mercado y a las tiendas, percibo el olor inconfundible del pan. En esas circunstancias me encuentro con mi amigo Dante, asentado hace algunos años en la tierra natal, me habla con voz preocupada:
—Hola Hugo. “Hola Dante, ¿cómo estás?, respondí”. —Bien, un favor, en la tarde me puedes acompañar a la casa de Marcela?. “¿Marcela?” —Dante hizo una pausa, luego continuó —Me prestó la indumentaria de la palla que bailaron en la fiesta de agosto. “¿Ella está aquí?” –Sí, vino por unos días, tengo que aprovechar su estadía para devolvérselo. “Está bien, en la tarde paso por tu casa” —Vienes a almorzar.. “Gracias, estoy a las doce en tu casa”. –Te espero.
Es las 2 de la tarde. Cada uno llevamos el fardo de la ponderada indumentaria de la palla. Cruzamos el amplio jardín de su vivienda, abarrotado de flores coloridas y aromáticas. Abrió el zaguán rojo que crujió suplicante. Mientras el sol se escondía detrás de una nube parduzca, marchamos bajo la sombra por las calles desiertas rumbo a la sugerida casa. Llegamos a nuestro destino y Marcela nos recibió con atención, nos invitó pasar a la sala. El gras, que parecía una alfombra verde, cubría al patio. Al fondo se hallaba el manzano rodeado de flores y rosas.
Ya arrellanados en el mueble, Dante le agradecía por haberle proveído no solo la indumentaria de la palla, sino también, el del Rumiñahui y del inca. En ese momento me surgió una curiosidad, preguntándome “Marcela se dedica a la confección del vestuario de las pallas”. Por un espacio de segundos, en la sala, hubo un profundo silencio. Entonces decidí preguntarle con solicitud y con voz grave:
—¿Te dedicas a la confección? —a mi pregunta inquisitiva y de sopetón, sonriendo me respondió:
—Las mujeres sabemos hacer de todo, además de tener nuestra profesión, tenemos que realizar tareas propias y naturales en nuestros hogares; atender a los hijos, cocinar, coser, tejer, claro está con la colaboración del esposo, en las demás tareas. —Cómo recordando algo del pasado, contempló con atención, aquellos fardos donde estaba el atuendo de la palla, se detuvo por un instante, luego prosiguió, —En verdad este vestuario lo confeccioné por una necesidad de una promesa no confirmada y luego, aprobada más tarde. Este asunto tiene su historia. —Hizo una pausa, en segundos, atrajo los recuerdos de su memoria y nos dijo: —Escuchen. —Entonces agucé mis cinco sentidos para escuchar la historia de la narradora.
“fue una tarde nublada y fría, el típico invierno limeño, cuando recibí la visita sorpresiva de mi tío… recién llegado de Chiquian, después de la festividad de agosto. Me expuso las nuevas primicias de la fiesta y de las personas que se comprometieron a ser los nuevos funcionarios, con rostro algo inquieto, me contó lo siguiente:
—Sabes sobrina, tu primo Pelé ha entrado de Inca para la siguiente fiesta de Santa Rosa, por consiguiente, nos encontramos preocupados, ¡no sabemos quiénes serán las pallas que le acompañaran!
Yo, así de repente, (hizo sonar los dedos de su mano) sin pensar 2 veces, le comente:
—Ya tenemos 2 pallas
—¡Dos! ¿quiénes son? “Tío, Usted las conoce”, —dime hija, quienes son a quien dices que yo conozco, “tus sobrinas” —¿Quiénes?, “mis hijas”.
Mi tío se quedó sorprendido, patitieso, y no pregunto más. De mi parte, también quedé asombrada de cómo se llevó acabo aquel dialogo, sobre todo, haber comprometido a mis hijas sin consultarlas, además estaban estudiando.
Día tras día transcurre el inexorable tiempo y, así pasaron nueve meses cuando recibo de nuevo la visita de mi tío para confirmar la participación de mis hijas para bailar de pallas. Me quedé anonadada, sin saber que decir, porque hasta ese entonces, a mis hijas, no les había comunicado mi precipitada proposición. Así que esperé un día propicio para comunicarles de lo que le había prometido a su tío, y sucedió lo que les voy a contar”.
Dante y yo prestamos oídos. Marcela, continuó con su relato:
“Hijas, la emoción por la querencia a mi tierra, donde di los primeros pasos, estudié, crecí, caminé por sus calles empedradas bajo la lluvia, ayudé a mi madre en el que hacer en la casa y, no solo en la casa, sino también, me llevaba a la puna para ayudar a cuidar el ganado lanar que lo hacía con enorme placer porque me encantaba estar junto a aquellos animales y nada era obligado. Esta historia ya se los he contado más de una vez y, como saben ustedes mi primo, Pelé, este año será Inca, tal vez fue esta la razón por lo que me impulso a aceptar la proposición de tu tío… Medetuve por un momento pensando en la reacción de cada una de ellas. En ese preciso instante se miran una y otra sorprendidas, luego sus ojos se clavaron en las mías. Mis hijas, curiosas, me preguntaron: —Mamá, ¿qué es lo que le prometiste al tío? —Hijas… —respondí —lo que prometí a tu tío, sin consultar con ustedes, le dije… que…mis hijas bailarán de pallas para esta fiesta patronal. —aún más impresionadas, de nuevo, cruzaron sus miradas como interrogándose si aprobaban o no tal promesa hecha por la madre al tío. Se levantaron y se acercaron dónde estaba sentada, se hincaron y tomaron mi mano, diciéndome con voz enternecida: —Mamá, aquí tienes a dos pallas, con gusto bailaremos en la fiesta patronal de Santa Rosa de Lima, patrona de Chiquian —Me quede sin habla, en medio de la sala surgió un silencio que solo se escuchaba nuestros suspiros y nos abrazamos las tres”.
***
“Mis hijas estudiaban en la universidad; la mayor por finalizar su carrera y la segunda en los primeros ciclos, ilusionadas en participar, bailando como pallas, a toda prisa realizaron los trámites respectivos para que les dieran permiso, logrado el propósito, viajamos a Chiquian.
Antes del primer ensayo, entusiasmados, por mi tío y el Inca que era mi primo Pele, fueron presentadas las futuras pallas ante Chica, maestra de las pallas. Mujer disciplinada, briosa de carácter y de aguda mirada, con aquellos ojos claros, respondió firme y con voz templada:
—Las que vienen de Lima no ingresan al ensayo —al escuchar esta respuesta repentina y sorpresiva se formó un alboroto hasta el extremo que mi tío, molestó, se regresó a Lima. Pele, el futuro Inca, el gentío y yo, presente en ese momento, insistimos en que las acepte. Mi primo, con voz casi suplicante le dijo:
—Chica, aun no las has visto bailar, ni mucho menos las has escuchado como cantan, ¡por favor dales una oportunidad! —Chica mirando a todos, meneando su cabeza, aceptó con la condición de que aprobaran todos sus requerimientos como instructora.
En el primer tanteo, las noveles pallas, aplicando su garbo en el baile y afinando la voz, convencían a Chica que terminó por aceptarlas para los siguientes días de ensayo.
Con sus primaverales dieciocho y veintidós años de edad, con perseverancia, sencillez y disciplina, bailaron, sin ninguna queja y sin descansar, durante toda la fiesta”.
***
“Luego de algunos años, mi hija mayor viajaba a Brasil a presentar un proyecto de investigación que la enviaba la empresa donde laboraba, me decía:
—Mamá, por favor acomoda el vestuario de la palla en la maleta. —Yo me quedé pasmada, luego de unos segundos, ganada por mí curiosidad como toda madre, le pregunte:
—¿Para que llevas este vestuario? —Mamá, lo sabrás pronto. —me respondió.
Luego de unos días recibí unas fotos de mi hija… La narradora tomó un suspiro y conteniendo la ahogada voz, continuó…Ante un colmado auditorio, mi hija, estaba presentando su proyecto, vestida con el vestuario de la palla Chiquiana. Una neblina cubría sus ojos, quedó callada, luego con voz estremecida, expresaría: Estoy muy orgullosa de mis hijas”.
***
Parafraseando al escritor ruso Antón Chejov “Adiós Chiquian donde tantas veces encontré la alegría”. Expreso mi exultación, luego de una estancia en la tierra añorada, de estar en contacto con el aire fresco, con el agua fría y pura de los manantiales, con los cerros que de nuevo reverdecen, con los nevados y las lagunas causantes de los riachuelos y ríos, con las aves de trinos variados, con los animales que libremente trotan por los campos y con los sencillos pobladores con quienes me identifico, gratifico y enriquezco escuchando de su boca, con voz grave, dilatada, ronca y aplacada, relatos sobre los usos y costumbres de la tierra entrañable. Una vez más volveré, volveré para elogiarte patria chica querida.
El Pichuychanca.
Chiquian, Barrio de Jircán, Calle Tarapacá, 17 de agosto 2018
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