domingo, 28 de julio de 2019

Canción del Halcón

Chiquian

Canción del Halcón


Por una alta montaña
 reptaba una Culebra
  y se encamó tranquila
   en húmedo desfiladero,
    haciéndose un nudo
     y a la mar mirando.

Alto en el cielo,
 el sol brillaba,
  y las montañas
   echaban su hálito
    de bochorno al cielo,
     y las ondas chocaban
      contra las piedras.

Y por el desfiladero,
 en la oscuridad,
  el agua salpicando,
   un torrente se precipitaba
    al encuentro del mar,
     arrastrando las piedras
      con estruendo…

Cubierto
 de blancas espumas,
  canoso y potente,
   cortaba la montaña
    y caía en el mar,
     aullando de ira.

De pronto,
 en el desfiladero
  donde se había
   enroscado la Culebra,
    el Halcón
     cayó del cielo
      con el pecho herido,
       con sangre en las plumas.

Cayó sobre la tierra
 con un leve grito
  y contra
   las duras piedras
    se golpeaba el pecho
     en impotente ira…

La Culebra tuvo miedo,
 se apartó rápida,
  pero pronto
   se dio cuenta
    de que al pájaro
     le quedaban
      sólo unos instantes
       de vida

Se arrastró
 más cerca del pájaro
  herido y silbó,
   mirándole fija
    a los ojos.

-Que tal, ¿te mueres?
 -Sí, me muero
  el Halcón contestó
   con profundo suspiro.
    ¡Viví con gloria!...
     ¡Conocí la dicha;
      me peleé, valiente;
       vi el cielo!...
        ¡Tú nunca lo verás
         Tan cerca!
          ¡Ah, tú, pobre Culebra!

-¿Qué es eso, el cielo?
 Un lugar vacío…
  ¿Cómo podría
   reptar por el cielo?
    Aquí me hallo a gusto…
     Esto es húmedo y cálido.

Así la Culebra contesto
 al pájaro libre,
  y para sus adentros
   se rió del pájaro
    y de sus locuras.

Y pensó entonces:
 “¿Qué importa
  que uno vuele
   o se arrastre?
    El final es sabido:
     terminarán
      bajo la tierra,
       se convertirán en polvo…”

El Halcón, intrépido,
 se agitó de repente,
  se alzó un poco
   y pasó su mirada
    por el desfiladero

A través
 de las piedras grisáceas
  se filtraba el agua.
   Reinaba un aire sofocante
    en el oscuro desfiladero
     y olía a podredumbre

Y gritó el Halcón,
 triste y dolorido,
  como reuniendo
   todas sus fuerzas:
    Oh, si yo pudiera
     subir al cielo
      aunque fuese
       sólo para un instante!...
        Estrujaría al enemigo
         contra las heridas
          de mi pecho…
           ¡Y él se ahogaría
            en mi sangre!...
             ¡Oh, el sumo
              goce de la batalla!

Entonces
 pensó la Culebra:
  “tal vez en el cielo,
   de verdad,
    la vida sea agradable.
     Si el pájaro tanto gime…”
      Entonces le propuso
       al pájaro libre:
        -Acércate al borde
         del desfiladero
          y arrójate abajo.
           Tal vez tus alas
             te levanten y vivas
              un poco en tu elemento.

Tembló el Halcón
 y, con un grito orgulloso,
  se fue hacia el precipicio,
   deslizándose
    con las garras
     por el musgo de la piedra.

Y se acercó al precipicio,
 desplegó las alas,
  respiró con plena fuerza,
   brillaron sus ojos,
    y se desplomó hacia abajo.

Rebotando por las rocas,
 caía rápidamente
  como una piedra,
   rompiéndose las alas,
    perdiendo las plumas…

Una ola del torrente
 se apoderó de su cuerpo
  y, lavando su sangre,
   lo vistió de espumas
    y lo arrastro hacia el mar.

Y las olas, con triste
rugido, chocaban
 contra las piedras…
  Y el cuerpo del pájaro
   ya no se veía
    en la llanura de los mares…

Encamada en el desfiladero,
 la Culebra pensó
  durante mucho tiempo
   en la muerte del pájaro,
    en su pasión por el cielo.

Y he aquí que miró hacia aquella lejanía que eternamente halaga los ojos con el ensueño de la dicha. –Qué habrá visto el Halcón que se ha matado, en ese desierto sin fondo ni límite? ¿Para qué los pájaros como éste, al morir, intranquilizan el alma con su amor a los vuelos? ¿Qué ven allí, en los espacios? Yo podría también conocer todo eso si al cielo subiera aunque fuese por un poco de tiempo…Lo dijo, y lo llevó a cabo. Enroscada, dio un salto hacia el espacio y brillo al sol como una cinta estrecha.

¡Quien nace para arrastrarse,
 volar no puede!...
  Olvidándose de esto,
   la Culebra cayó
    en las piedras,
     pero no se hizo nada,
      y se echó a reír…     

-¿En esto consiste el goce de los vuelos? ¿Consiste en la caída?... ¡Qué pájaros más necios! Sin conocer la tierra, llenos de angustia cuando están en ella, aspiran hacia el alto cielo y buscan la vida  en un desierto lleno de bochorno. Y allí sólo hay vacío. Hay mucha luz allí arriba, pero no hay comida, ni apoyo para un cuerpo. ¿Para qué este orgullo? ¿Para qué los reproches? Sólo para esconder la locura de sus deseos y ocultar detrás de ellos sus incapacidades para la obra de la vida. ¡Qué pájaros necios! Pero no podrán engañarme nunca sus pláticas vanas. Ahora, yo mismo lo conozco todo. He visto el cielo, he subido al cielo, lo he medido, conozco la medida, pero no me he desplomado, y ahora más que nunca conozco mi fuerza. Que aquéllos que no puedan amar la tierra, vivan en el engaño. Yo la verdad conozco y nunca tendré confianza en sus exhortaciones. Yo, que soy obra de la tierra, para ella viviré.

Y se enrosco de nuevo
 encima de la piedra,
 orgullosa de sí misma.

El mar brillaba
 resplandeciente
  de la luz clara,
   y las olas,
    con amenazas,
     chocaban contra la costa.

En su rugido de león, tronaba en las olas el canto sobre el pájaro altivo, temblaban las rocas por sus golpes, temblaba el cielo por aquel canto de amenaza: ¡Glorifiquemos la locura de los valientes!
¡La locura de los valientes es la suma de la sabiduría!
¡Oh, Halcón atrevido, en el combate contra los enemigos derramaste tu sangre!... Pero llegará el tiempo en que las gotas de tu sangre caliente refulgirán, como chispa, en las tinieblas de la vida y a miles y miles de valerosos corazones los enardecerán con un ansia loca de libertad y de luz.

¡Qué importa
 que hayas muerto!
  En el canto
   de los valerosos
    y fuertes de espíritu
     vivirás  siempre,
      como ejemplo,
       como exaltación
        altiva hacia la libertad
         y la luz.

¡A la locura
 de los valientes
  cantamos
   esta canción nuestra!...

    Maximo Gorki.
     Obras escogidas
      1895       

viernes, 5 de julio de 2019

La tierra natal

Crepúsculo en Chiquian

La tierra natal


La tierra natal aprecio, porque por vez primera solté la palabra ¡Mamá! ¡vislumbré la luminaria! La tierra natal aprecio, porque por la alzada acera, por el empedrado patio, por el quejumbroso balcón a gatas iba. Más tarde, entre tropezón y celebración, a caminar aprendí. Aprecio la tierra natal, porque en la evocada escuela, conocí a los amigos de mi infancia, conocí al primer maestro, y a él, honda gratitud le guardo por haberme instruido con tesón y esmero La tierra natal aprecio, porque en las noches de calma y sosiego, en los fríos recodos del pueblo, en los fríos recodos de la morada, mis penas consolaba, en mis alegrías reía
de mi fugaz adolescencia.
La tierra natal aprecio, porque de sus entrañas, emergen milagrosos manantiales adonde acudía presuroso, luego de haber jugado al fútbol,
a fin de aplacar mi apremiante sed. Aprecio la tierra natal, porque por vez primera, en la orilla del ondeante mar de doradas espigas de trigo, reflejados por la suave lumbre de la luna, araña de la noche, ahí, debajo de la arcana penumbra y los murmullos aplacados de la frondosa copa del aromático árbol de eucalipto, todo ello, acompañado del homogéneo canto taciturno de los grillos, a la mocita de bermejo perfil y mirada de fuego, ruborizado, con el corazón alborotado, le revelaba mi sentimiento de ternura. El Pichuychanca Chiquian, Calle Tarapacá marzo 2019