Chiquian |
Canción del Halcón
Por
una alta montaña
reptaba una Culebra
y se encamó tranquila
en húmedo desfiladero,
haciéndose un nudo
y a la mar mirando.
Alto
en el cielo,
el sol brillaba,
y las montañas
echaban su hálito
de bochorno al cielo,
y las ondas chocaban
contra las piedras.
Y
por el desfiladero,
en la oscuridad,
el agua salpicando,
un torrente se precipitaba
al encuentro del mar,
arrastrando las piedras
con estruendo…
Cubierto
de blancas espumas,
canoso y potente,
cortaba la montaña
y caía en el mar,
aullando de ira.
De
pronto,
en el desfiladero
donde se había
enroscado la Culebra,
el Halcón
cayó del cielo
con
el pecho herido,
con sangre en las plumas.
Cayó
sobre la tierra
con un leve grito
y contra
las duras piedras
se golpeaba el pecho
en impotente ira…
La
Culebra tuvo miedo,
se apartó rápida,
pero pronto
se dio cuenta
de que al pájaro
le quedaban
sólo unos instantes
de vida
Se
arrastró
más cerca del pájaro
herido y silbó,
mirándole fija
a los ojos.
-Que
tal, ¿te mueres?
-Sí, me muero
el Halcón contestó
con profundo suspiro.
¡Viví con gloria!...
¡Conocí la dicha;
me peleé, valiente;
vi el cielo!...
¡Tú nunca lo verás
Tan cerca!
¡Ah, tú, pobre Culebra!
-¿Qué
es eso, el cielo?
Un lugar vacío…
¿Cómo podría
reptar por el cielo?
Aquí me hallo a gusto…
Esto es húmedo y cálido.
Así
la Culebra contesto
al pájaro libre,
y para sus adentros
se rió del pájaro
y de sus locuras.
Y
pensó entonces:
“¿Qué importa
que uno vuele
o se arrastre?
El final es sabido:
terminarán
bajo la tierra,
se convertirán en polvo…”
El
Halcón, intrépido,
se agitó de repente,
se alzó un poco
y pasó su mirada
por el desfiladero
A
través
de las piedras grisáceas
se filtraba el agua.
Reinaba un aire sofocante
en el oscuro desfiladero
y olía a podredumbre
Y
gritó el Halcón,
triste y dolorido,
como reuniendo
todas sus fuerzas:
-¡Oh,
si yo pudiera
subir al cielo
aunque fuese
sólo para un instante!...
Estrujaría al enemigo
contra las heridas
de mi pecho…
¡Y él se ahogaría
en mi sangre!...
¡Oh, el sumo
goce de la batalla!
Entonces
pensó la Culebra:
“tal vez en el cielo,
de verdad,
la vida sea agradable.
Si el pájaro tanto gime…”
Entonces le propuso
al pájaro libre:
-Acércate al borde
del desfiladero
y arrójate abajo.
Tal vez tus alas
te levanten y vivas
un poco en tu elemento.
Tembló
el Halcón
y, con un grito orgulloso,
se fue hacia el precipicio,
deslizándose
con las garras
por el musgo de la piedra.
Y
se acercó al precipicio,
desplegó las alas,
respiró con plena fuerza,
brillaron sus ojos,
y se desplomó hacia abajo.
Rebotando
por las rocas,
caía rápidamente
como una piedra,
rompiéndose las alas,
perdiendo las plumas…
Una
ola del torrente
se apoderó de su cuerpo
y, lavando su sangre,
lo vistió de espumas
y lo arrastro hacia el mar.
Y
las olas, con triste
rugido,
chocaban
contra las piedras…
Y el cuerpo del pájaro
ya no se veía
en la llanura de los mares…
Encamada
en el desfiladero,
la Culebra pensó
durante mucho tiempo
en la muerte del pájaro,
en su pasión por el cielo.
Y he aquí que miró hacia aquella
lejanía que eternamente halaga los ojos con el ensueño de la dicha. –Qué habrá
visto el Halcón que se ha matado, en ese desierto sin fondo ni límite? ¿Para
qué los pájaros como éste, al morir, intranquilizan el alma con su amor a los
vuelos? ¿Qué ven allí, en los espacios? Yo podría también conocer todo eso si
al cielo subiera aunque fuese por un poco de tiempo…Lo dijo, y lo llevó a cabo.
Enroscada, dio un salto hacia el espacio y brillo al sol como una cinta
estrecha.
¡Quien nace para arrastrarse,
volar
no puede!...
Olvidándose de esto,
la Culebra cayó
en las piedras,
pero no se hizo nada,
y se echó a reír…
-¿En esto consiste el goce de los
vuelos? ¿Consiste en la caída?... ¡Qué pájaros más necios! Sin conocer la
tierra, llenos de angustia cuando están en ella, aspiran hacia el alto cielo y
buscan la vida en un desierto lleno de
bochorno. Y allí sólo hay vacío. Hay mucha luz allí arriba, pero no hay comida,
ni apoyo para un cuerpo. ¿Para qué este orgullo? ¿Para qué los reproches? Sólo
para esconder la locura de sus deseos y ocultar detrás de ellos sus
incapacidades para la obra de la vida. ¡Qué pájaros necios! Pero no podrán
engañarme nunca sus pláticas vanas. Ahora, yo mismo lo conozco todo. He visto
el cielo, he subido al cielo, lo he medido, conozco la medida, pero no me he
desplomado, y ahora más que nunca conozco mi fuerza. Que aquéllos que no puedan
amar la tierra, vivan en el engaño. Yo la verdad conozco y nunca tendré
confianza en sus exhortaciones. Yo, que soy obra de la tierra, para ella
viviré.
Y se enrosco de nuevo
encima
de la piedra,
orgullosa
de sí misma.
El mar brillaba
resplandeciente
de la luz clara,
y las olas,
con amenazas,
chocaban contra la costa.
En su rugido de león, tronaba en las
olas el canto sobre el pájaro altivo, temblaban las rocas por sus golpes,
temblaba el cielo por aquel canto de amenaza: ¡Glorifiquemos la locura de los
valientes!
¡La locura de los valientes es la suma
de la sabiduría!
¡Oh, Halcón atrevido, en el combate
contra los enemigos derramaste tu sangre!... Pero llegará el tiempo en que las
gotas de tu sangre caliente refulgirán, como chispa, en las tinieblas de la
vida y a miles y miles de valerosos corazones los enardecerán con un ansia loca
de libertad y de luz.
¡Qué importa
que
hayas muerto!
En el canto
de los valerosos
y fuertes de espíritu
vivirás siempre,
como ejemplo,
como exaltación
altiva hacia la libertad
y la luz.
¡A la locura
de
los valientes
cantamos
esta canción nuestra!...
Maximo Gorki.
Obras escogidas
1895
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