viernes, 26 de abril de 2019

Historia del pais


Luciana Huallparimachi, hija de humildes agricultores, alumna sencilla y aplicada, de la franca aldea xx, aproximándose la noche,  regresaba a su modesta vivienda luego de un agitado y esmerado día de estudio. Se dirigía por los estrechos caminos de las vertientes anegadas. El viento cual azotes golpeaba su lozano rostro amoratado. Las manos, los pies y todo su púber cuerpo, yertos por el cruel frio, trepidaba. La misma naturaleza se sentía pesaroso y estremecido por los cambios repentinos del pardo y hosco tiempo. A lo lejos, al borde del rumoreante y anchuroso riachuelo, se hallaba casa de la amiga de su madre, en donde la luz mortecina y triste comenzaba a fulgurar tras la ventana. Más allá, al fondo todo era brumoso, lúgubre desconocido…La alumna, cuando dejó la casa, evocó al padre arreglando las pircas de la chacra sembrado de papa, alistando el desayuno. La madre, postrada sobre el catre, en el lúgubre recodo del cuarto, se hallaba enferma..                            

La estudiosa alumna, se encontraba ávida de comida, tiritaba. De manera imprevista, de su mirífica memoria surgió recuerdos del pasado: ayer como ahora, el mismo viento cruel y agudo había soplado antes, como en los tiempos de los virreyes, inquisidores, corregidores y encomenderos. Desde aquel tiempo acaecía sobre la patria de los Pacay casa, Chivateros, Guitarreros, Chimú, Mochica, Tiahuanaco, Nazca, Chavín y de los Incas, la idéntica  estrechez  ominosa, la misma desnudes, el similar abatimiento; la tortura de los que no se sometían a la imposición de la cultura oscurantista, el descuartizamiento inhumano, de parte de los invasores blancos, a los que se sublevaban y, según Bartolomé de las Casas, singular defensor de los indios, denunciaba ante la Corte española como los blancos encomenderos amputaban narices y orejas de los esclavos cobrizos que trabajaban en las minas. Bajo las mismas techumbres de despojos, perforados. En los hombres desarrapados la misma ignorancia, el mismo desasosiego de seguir existiendo, la misma impresión de exterminio, de desánimo, de incertidumbre… Sí, todos estos tormentos existieron, todavía existen, existirán de manera perpetua; y la enmienda de 521 años de oprobio no transformaría la existencia  hasta hacerla suprema con.. una….   


La alumna, atrapada por la torrencial lluvia, se detuvo frente a la casa de Gumersinda,  amiga de su madre, que, en el flanco de la entrada, junto al zaguán, lavaba los trastes. Detrás de la casa solitaria, se hallaba la majada. Ahí, Segundino, el esposo, de pequeña estatura, de facciones demacradas y con los cuencos hundidos donde  se posaban los ojos abatidos por la misma miseria del campo infectado, con el vestuario típico de aquellas tierras lejanas, deteriorado y agujereado, con paciencia y esmero reparaba la muralla del corral. Su hijo Teodoro, picado por la viruela, de tamaño similar al padre, de pánfilo talante, regresaba, de las alturas, con una decena de ovejas. A unos metros, más allá, se escuchaba murmullos de seres humanos, eran los labriegos de la aldea xx que hacían abrevar a sus famélicos ganados en la orilla del rumoreante riachuelo.

La alumna, aproximándose y tiritando por el violento frio, saludó con voz trémula: 

—Buenas tardes —luego agregó —¡De vuelta  con las lluvias y parece que serán más fuertes! —La Señora se alarmó; después, sonriendo a la joven alumna: hablo; 

—Me has dado un susto de los mil demonios —luego agregó —no me di cuenta que ya estabas por aquí. ¡Qué la dicha este contigo!-  

Gumersinda, desde muy joven, había consagrado parte de su vida, en cuidar a niños de gente acaudalada y tenía ciertos hábitos adquiridos de aquellas familias, como el modo de conversar con cierta finura. Pero las angustias eran siempre los mismos, los mismos, con una continua simulada sonrisa y  a la vez resignada por los avatares de la vida. Su esposo laboró en distintas empresas agroindustriales, con contratos tercia rizados, ahora sin beneficio alguno, vive de lo poco que produce sus parcelas y su hijo, que jamás había asistido a la escuela por una leve enfermedad de retardo mental, ensimismado, vivía en completa y tímida subordinación.  

Gumersinda luego de terminar de lavar los trastes, invitó a la alumna a pasar a la pequeña sombría cocina. El fogón, ubicado en la esquina, ardía con llama vivamente roja y sobre él la tetera, renegreado por el tiznado de las leñas; el agua, estaba a punto de hervir.

Luciana Huallparimachi, con familiaridad, se arrimó al fogón y tendió sus manos amoratadas sobre la llama.         

Sumiéndose en profundo silencio, cavilaba “Aquella noche antes de su muerte, también debía hacer el mismo agudo frio. ¡Ah, que espantosa  noche, qué punzante, qué prolongado,  qué prolongado!”  —En que piensas —preguntó Gumersinda, en el momento que ingresaba a la cocina y colocando los platos y las tazas sobre la mesa que estaba junto a la puerta, luego dijo: —Ven, siéntate aquí, vamos a tomar lonche —La alumna sorprendida, que miraba a través de la ventana los cerrazones del prado, agito nerviosamente la cabeza y tornó la mirada respondiendo con voz interpolada por los recuerdos del pasado que revoloteaban en su vivaz memoria de los aciagos acontecimientos acaecidos hace cerca de dos siglos y medio, habló, y preguntó:  

—¿Sabe usted de nuestras civilizaciones antiguas? ¿Acerca de los invasores y de uno de nuestros primeros héroes que se sublevó contra las excesivas arbitrariedades de estos?...  —Gumersinda, ruborizada por aquellas preguntas insospechadas, hundió la mirada al suelo, y con cierta indecisión, respondió con voz vacilante: 

—Sabes hija, soy analfabeta, pero tengo algunas nociones por lo que mi esposo nos narra  a mí y a mi hijo sobre estos acontecimientos de nuestra historia —La alumna, conociendo su poca instrucción, hablo con voz amistosa: 


—Recordaba una parte de nuestra historia…—cuando iba continuar, ingresaron Segundino y Teodoro saludando a la visitante con amena atención: 

—Buenas tardes Luciana, como anda esa salud. 

—Ahí vamos, señor Segundino, estudiando en lo que más me interesa, la historia de nuestro país —Contestó la aplicada alumna, ansioso de inquirir más detalles sobre este tema, hablo con voz suplicante: 

—Estaremos agradecidos si nos das una lección de tu conocimiento adquirido, aun siendo tan joven-

—No hay ninguna molestia y con mucho gusto deferiré lo que estoy estudiando en estas últimas semanas —Manifestó la huésped, denotando sencillez y una sonrisa angelical, la llama del fogón iluminaba su rostro lozano y cárdeno. Mientras la familia se arrellanaba sobre las sillas trepidantes alrededor de la mesa, le invitaban a degustar el exquisito y aromático lonche. 

Hubo un momento de absoluto silencio, sólo se percibía el ulular del violento y frío viento a través de la ventana. El sosiego de aquellos seres humanos apartados de las grandes ciudades, de pronto, se vio interrumpido cuando la alumna empezó a compartir su ilustración. Hablando con voz pausada, describía: 

—Nuestras primeras civilizaciones nos han legado numerosas e importantes evidencias de su grandiosidad, a pesar de estos largos siglos de ignominia  y devastación: Monumentos religiosos erigidos con extraordinaria  sapiencia, con efectivas  invenciones  y métodos para enfrentarse contra la naturaleza, objetos en todo tipo de arte que mostraban su invalorable ingenio, nuestros antepasados fueron grandes cirujanos realizando trepanaciones de cráneo y curaciones con oro y plata. Las construcciones de sus canales de regadío, inverosímiles fortalezas fueron posibles, en aquellas sociedades colectivas que no conocía la rueda, ni el caballo, en virtud de una estupenda distribución y, al excelente talento logrado a través de una inteligente división del trabajo, pero también gracias a la fuerza religiosa que regía la relación del hombre con la naturaleza que era sagrada, por lo tanto, siempre viva. Las civilizaciones de Mesoamérica, fueron eruditos en  astronomía, los mayas ya median el tiempo y el espacio con exactitud pasmosa y, habían descubierto el valor de la cifra cero, los primeros, antes que ninguna otra sociedad en la historia. —Hizo una pausa, en el velado auditorio, la cocina, que era alumbrado por la llama inmóvil del candil, ubicado en el centro de la mesa. Padre, madre e hijo, entornaron sus ojos con mayor avidez para seguir oyendo con atención el interesante relato histórico, luego continuó:


—Los invasores quebraron las bases, la estructura de aquellas sociedades. La ejecución  de una nueva economía minera impuesta por la fuerza, fue cruel y peor que los resultados de una cruenta guerra a sangre y fuego. Los nativos, desplazados con impiedad, por los encomenderos y mineros, se veían forzados a abandonar su vida comunitaria, sus enormes cultivos de papa, maíz, sus canales de regadío, grandes obras de ingeniería. De esta manera, se extinguían las comunidades agrícolas y sociedades comunitarias. Los nativos eran conducidos a los contaminantes socavones de las minas sometiéndolos a la sórdida servidumbre. La iglesia y los invasores se apoderaban y repartían sus tierras, privatizándolas para usufructo individual.           .                

La <<mita>> era una máquina de triturar indios. La aplicación del mercurio para la extracción de los minerales por amalgama envenenaba tanto o más que los gases tóxicos en el vientre de la tierra. Hacia caer el cabello y los dientes y provocaba temblores indomeñables. Los <<azogados>> se arrastraban pidiendo limosna por las calles. Seis mil quinientas fogatas ardían en la noche en las laderas de los cerros ricos, y en ellas se trabajaba la plata valiéndose del viento que enviaba el <<glorioso san Agustino>> desde el cielo. A causa del humo de los hornos no había pasto ni sembríos, en un radio de seis leguas alrededor de los centros mineros, y las emanaciones no eran menos implacables con los cuerpos de los hombres. (1)  Frente a estos desmanes de los encomenderos y mineros, el cura Bartolomé de las Casas, decía que los nativos preferían ir al infierno para no encontrarse con los malvados cristianos” —los tres pares de ojos, firmes en la alumna, ya no pestañeaban. 

—Nuestros antepasados, arquitectos, ingenieros, sociólogos y astrólogos,  fueron lanzados a las minas vapuleados entre el pelotón de esclavos, para realizar un burdo trabajo de extracción. Para la economía colonialista, la pericia de esas personas no les interesaba. Lo consideraban como un esclavo más no calificados y agregó; hoy en día, a nosotros nos consideran como una mercancía. Los teólogos, justificaban los actos inhumanos de los inquisidores, encomenderos y mineros. La sangría del Nuevo Mundo se convertía en un acto de caridad o una razón de fe. A los nativos se les consideraba bestias de carga, porque según ellos, los invasores blancos y los teólogos, decían que sobre sus espaldas cargaban más peso que en los débiles lomos de la llama. Por lo tanto, no tenían alma. Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista, sostenía que los indios merecían el trato que recibían porque sus pecados e idolatrías constituían una ofensa contra Dios. Nuestras civilizaciones modernizadas en su tiempo, fueron desgarrados por los codiciosos invasores blancos; pero florecería la dignidad perdida con numerosas asonadas y sublevaciones de nuestros predecesores. Uno de ellos el de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru, que,  en mil setecientos ochentaiuno puso sitio al Cuzco.


Cabalgando hábilmente en su caballo cano y dotando arengas, encabezó el movimiento mesiánico y revolucionario de mayor trascendencia, estallando en la provincia de Tinta. Acompañado de las resonancias de los tambores y pututos entró en la plaza de Tungasuca en donde anunció y condenó a la horca al corregidor Antonio Juan de Aliaga y prohibió la mita de Potosí. En su trayecto, decenas…centenas…millares de esclavos se unían a su justa causa y decretaba su libertad, derogaba los impuestos y el repartimiento de mano de obra en todas sus formas. A la legión del padre de los pobres de los miserables y los desvalidos se unían por miles. Al frente de sus desvalidos milicianos, el gran Túpac Amaru, se emprendió sobre el Cusco. Entre victorias y derrotas, el padre de los pobres, Túpac Amaru, seria traicionado por uno de sus pusilánimes jefes, enmaromado de cadenas, fue entregado a los invasores. Encerrado en la oscuridad de su calabozo, hizo su ingreso el visitador Areche, para que, a cambio de promesas, delate a los demás jefes de la revolución. Túpac Amaru le replicó con desdén:
“Aquí no hay más cómplice que tú y yo; tú por opresor, y yo por libertador, merecemos la muerte” (2)- El Candil, con su luz mortecina, en medio del silencio, reflejaba tres rostros compungidos y la alumna añadió: —Aquella noche debió hacer mucho frio, como hoy, pesarosa y larga…larga…—Hizo una nueva pausa y aprovechó para tomar los últimos sorbos del mate de muña, luego continuó con el relato:            

—Delante de los desventurados y de los desposeídos, en la plaza Wcaypata, en el Cuzco, el padre de la revolución indígena, Túpac Amaru, fue sometido en público,  junto con sus amigos más cercanos, su esposa y sus hijos, a uno de los mayores tormentos de nuestra historia. Le cercenaron la lengua. Pretendieron desmembrar sus brazos y piernas que previamente fueron atados en cuatro caballos, pero el cuerpo no se dividió, no lograban matarlo. Entonces lo guillotinaron al pie del patíbulo. Su cabeza, sangrante, lo enviaron a Tinta. Sus brazos; uno a Tungasuca y el otro a Carabaya. Incineraron el torso y las cenizas lo arrojaron, con encono, al río Wtanay. Emitieron ordenanzas para que fuera aniquilada toda su descendencia, hasta el cuarto grado —De pronto, la alumna suspiró y guardó silencio, ensimismada entre sus reflexiones, Gumersinda que escuchaba con esmerada atención, no pudo contener la enorme tristeza de los acontecimientos acaecidos hace dos siglos y medio, de sus ojos grandes brotaban lágrimas de dolor. Teodoro, el hijo, sorprendido, sus ojos, donde reflejaba la luz alicaída de la lámpara, apuntaban  clavados sobre la alumna, de su rostro, había surgido un gesto de profundo dolor, como el de los pacientes de alguna enfermedad que se resisten para no gritar...Segundino, el esposo, impotente, con las pocas fuerzas que le quedaba, con la mano plegada y encallecida dio un puñetazo sobre la mesa, las tasas tintinearon y, con voz agitada, dijo: —¡Hasta ahora, desde hace 521 veintiún años, no ha cambiado en nada: la injusticia, los abusos, los atropellos a nuestros derechos, sigue en marcha, continua siendo igual!


La alumna pudo observar bajo la penumbra de la sombría cocina, temperado por las llamas del fogón que seguía ardiendo; por los vacilantes resplandores de la  llama del fogón y la quieta luz de la lamparilla, tres siluetas de rostros abatidos y enmudecidos mirándose uno con el otro. Al ver estos rostros luego de haberles narrado estos sucesos de hace dos siglos y medio, se echó a meditar brevemente, “¡Hay una relación entre aquellos eventos del pasado y los tiempos presentes, y aquellos tres seres humanos, y la aldea perdida, y ella misma, y todos los hombres!” Si, aquellos seres estaban afligidos, luego Túpac Amaru estaba cerca de ellos, luego ellos con todo su ser habían hecho suyos la zozobra de Túpac Amaru en aquella noche espantosa…

Luciana, alumna aplicada, luego de haber reflexionado, inmediatamente, hizo una lúcida y oportuna analogía del pasado y presente, resuelta, habló con voz serena:

—La independencia del país por parte de una casta de criollos, luego de hace treinta años de la justa insurrección de Túpac Amaru, resultó ser un interés entre los españoles y la gente nacida en estos lares de América. Una disputa política y económica dentro de la misma clase dominante…Repartiéndose el Perú, en donde el virrey se volvió presidente, el encomendero en hacendado y terrateniente, luego empresario y ministro. Los inquisidores en las fuerzas armadas y policiales. Los corregidores en legisladores y magistrados para continuar emitiendo leyes a favor de los grandes intereses económicos, es decir, a favor de las empresas nacionales y transnacionales. El encomendado, los nativos, los desposeídos y despojados de sus ricos recursos naturales se convirtió en peón, en siervo de los pérfidos terratenientes, gamonales y hacendados —La alumna, con el precoz conocimiento acerca de la historia del Perú, enervada, concluyo diciendo: —Esta es la auténtica  historia que no figura, hoy en día, en la  curricula escolar, debido a que un sector minoritario, que detenta el poder, desean que olvidemos definitivamente a nuestros héroes insurrectos porque son muestras de dignidad y de rebeldía del pueblo oprimido ante los atropellos del derecho  a los recursos naturales que nos pertenece, derecho al trabajo digno, a la vivienda, a la salud, a la educación que en estos tiempos, la clase dominante, lo han colocado en el mercado de la oferta y la demanda. 

En los alrededores de la solitaria casa, seguía rugiendo el áspero viento. La alumna se despidió de la familia dando las buenas noches y tornaba a su morada. De nuevo iba acompañada entre hoscas oscuras nubes y la incertidumbre, las manos y los pies, volvían a amoratarse. Luego de caminar cierta distancia, se volvió, la luz mortecina, a través de la ventana, titilaba lánguidamente; pero en aquella casa ya no distinguía ninguna forma humana, ni en los caminos agrestes…Erraba sola y meditando en el mañana, en un nuevo día, un nuevo porvenir, de hombres nuevos con nuevos ideales para transformar…transformar este viejo estado, acechado por las tinieblas de inicua e indignante corrupción de los poderes fácticos. Por uno nuevo.       

El Pichuychanca.

Chiquian 26 de Abril 2019

-(1) Eduardo Galeano, Venas abiertas de América Latina.                

-(2) Daniel Valcárcel, La rebelión Túpac Amaru. México 1947.

miércoles, 17 de abril de 2019

Chiquian, pueblo magico



Zócalo de Chiquian

Chiquian, pueblo mágico.


En la partida del abrasador día, en la noche colmado de frio otoñal duerme. Por la ahogada calzada asfaltada, orillado por la acera cenceña, y alumbrado por el foco de lumbre ambarino, murmura el viento vespertino En el Zócalo; recinto apreciado, reina un profundo silencio. En los templados cantillos, convergen los cuatro señeros árboles. En el centro, persiste la centenaria pileta. Penitente Más allá, en el borde, se halla la octogonal y acogedora glorieta, lugar de amena tertulia nocturna. Y al frente, desde antiguo, cimentada la Iglesia San Francisco. En la efímera alborada, desde algún recodo de la hierática arboleda, alborozado y perseverante, sonoro, canta el franco ruiseñor, al instante, el eco gruñón responde de la sibilina quebrada. Del glauco prado, las tupidas plantas revestido de sugestivos y policromos capullos, sus primorosos y lozanos pétalos, se abren. Allende, detrás del pico blanco del Yerupaja, con su luz matinal, el gozoso sol se asoma. Lanzando sus dilatados dedos purpúreos, pinta de dorado la cima de los cerros esmaltados que abraza y estremece al campestre pueblo. Del despejado garzo cielo, el centelleante sol, en su cenit; abochorna a los tejados rojos, a las apretadas calles. Abrasando a los altozanos arruga la frondosa floresta, seca a la generosa sementera, fértil. El riachuelo rumorea con languidez. En el ocaso del sol, su moribunda luz amarilla tiñe con excitante magia a las cerradas crestas de la excelsa Cordillera de Huayhuash. Radiantes avecillas, canturreando, tornan al abandonado nido. La floresta, apesadumbrada, susurra. El lunar lumínico de la oscura noche, arrullada de luciérnagas celestes, sigilosa, aflora sobre la seductora cordillera blanca, matizando a las pastoriles calles a los florecidos campos a los cerros esmaltados de fino color de plata. Y como un sueño, regodeo mis ojos enamorados, enfrente del apacible pueblo, Chiquian, mi querencia. . El Pichuychanca Chiquian Caranca marzo 2019 


Nevado de Tucu




viernes, 12 de abril de 2019

Desdichado episodio.

Diciembre. En circunstancias apremiantes, con una semana de anticipación, Luzmila, mujer encomiable, hacendosa y puntual, viajaba de Chiquian a Lima para los preparativos del matrimonio religioso de la hija mayor, Nora. Los hijos, Pericles y Humberto, que cursaban el cuarto y quinto año de secundaria viajarían luego de haber acabado con los últimos exámenes del año escolar. La madre había dejado los respectivos boletos.     .  

La estremecida alborada estaba recubierta por un manto de la bruma invernal. Por los remozados rededores del pueblo y las vertientes de los inclinados cerros, se desplomaba la garua, acariciando el suelo, manaba efluvios a tierra húmeda, musgo y follaje, llevados por el suave viento matinal, legaban a las calles calladas. 

La lobreguez de la mañana, paso a paso, se tornaba  jubilosa cuando el gallo de crispadas crestas, desde algún corral, soltaba los primeros orfeones matutinos con un prolongado ki-ki-ri-ki. De la cima de los techos rojos, el trino melódico del barítono pichuychanca, y de los campos glaucos, el canto lúcido y estentóreo del ruiseñor, surgiendo ecos de la profundidad de las quebradas.   .

En las tiendas y el mercado, cada mañana, como los días anteriores y desde siempre, como un acto mecánico e ineludible, generación tras generación, de nuevo, se escuchaban los soñolientos murmullos de las personas de ambos géneros de edad variada, adquiriendo, con vo¿z exánime, los alimentos de primera necesidad: ¡Pan de piso! ¡Pan de punta! ¡Biscochos! ¡Pan de maíz! ¡Azúcar! ¡Avena! ¡Palta! ¡Queso! ¡Mantequilla!...      

Pericles, mozuelo retozón e inquieto de 17 años, poseía ojos negros, pobladas cejas y largas pestañas engarzadas, sobre su rostro descarnado y liberal libraba su respingada nariz, delgado y de regular estatura, estaba vestido con el singular uniforme plomo. En los pies, relucía el par de botines vaqueros color marrón oscuro. 

El velado día, con persistente llovizna, desde la primera luminiscencia del lúgubre albor hasta el crepúsculo, transcurrió indolente hora tras hora, como presagiando de algún aciago incidente. Los alumnos, en las aulas, cuando resolvían el último examen, doblaba, adolorido  y rumoroso, la vieja campana de bronce que se encontraba asentado en un altillo, del patio, pendido en el par de altos y delgados mástiles. 

La armoniosa resonancia de la campana, ejecutado por el estimado Señor Garay, estremeció el lozano corazón de los alumnos, especialmente de aquellos que cursaban el quinto año. El postrero y suave repiqueteo del carrillón que escucharon por cinco años consecutivos; por las mañanas, al medio día y al atardecer, los alumnos alzaron la cabeza y sus ojos se hundieron pensativos, observando por última vez el largo pizarrón, las paredes del salón y tras las ventanas, el silencioso patio polvoriento donde se habían divertido en numerosos e inolvidables recesos de clases. Suspiraron como si hubieran perdido algún pariente cercano y, de súbito, les envolvió una intensa melancolía. De pronto, se retirarían, de modo definitivo, del preciado colegio, llevándose de las aulas, profusos y perpetuos  recuerdos y experiencias..

El profesor acopiando, con rapidez, todos los exámenes, lo introdujo en su reluciente maletín y se marchó a la sala del personal docente y administrativo. Un grupo de alumnos animados y seguros de sí mismos por el buen desarrollo del examen final, organizaban una jovial y espontánea reunión anticipada de la despedida oficial, donde concurrirían con sus mejores atavíos. 

Horas después, los flamantes y egresados alumnos, alborozados y furtivos, se hallaban  en el recodo de un lóbrego y mal oliente bar. Alrededor de una diminuta mesa añosa de madera y arrellanados sobre sillas destempladas. Cinco alumnos, celebraban apasionados la doliente separación del añorado colegio y de cada compañero de estudios. Recordando y contando tanto las cándidas como las indignadas bromas y experiencias vividas durante los cinco hermosos e imborrables años de coexistencia, Nemesio, alumno sandunguero sin igual, carirredondo de tez blanca, bajo de estatura, con la mirada discreta, abierta, percibiendo en el cuerpo algo embriagador, al igual que sus compañeros, la cabeza le empezaba a dar vueltas, debido al octavo vaso de cerveza,  rememorando una anécdota, habló con voz hilarante:

¿Recuerdan de lo ocurrido cuando llego la hora del curso de educación física? —los camaradas, ciñendo el entrecejo, mirándose el uno con el otro, no lograron traer a la juvenil memoria aquel suceso. —Tantas veces hemos tenido el curso de educación física, ¿Quién se acuerda?… —dijo Aurelio, con voz gangosa. Tolomeo, impaciente, con los ojos que le bailaban en los hundidos cuencos, preguntó: —Cuenta, de una vez, ¿qué es lo que pasó? —En esa interrogativa y animada cháchara, Marcelino, el alumno más aplicado y cándido del salón, de repente, como un resorte, se erigió, alto él, su  juvenil cuerpo se bamboleaba. Con una mano se apoyó sobre la mesa y con la otra levantó el vaso lleno de cerveza, emocionado y con voz estremecida, hablo: —Antes de que nos cuente, primero brindemos por estos inolvidables cinco años de magnífica amistad, ¡que perdure por siempre!… —con el vaso de cerveza entre sus largos dedos, extendiendo el brazo en lo alto, agregó: —¡Salud! —¡Salud! —respondieron en coro los enzarzados y estrenados alumnos egresados. Los cinco vasos tintinearon. Pericles estaba sumido en profundos pensamientos sobre el viaje que debía hacer dentro de una hora. Chispo, con los turbios ojos negros e hipando, se reanimó, con voz suplicante y convulsa, dijo: —Desembucha de una vez lo que tienes que contar. —Los enrevesados cuatro pares de ojos se posaron sobre el ocurrente narrador, empezó a contar:   

“Recuerden, desmemoriados, era el día viernes, llego la hora del curso de Educación Física. Habitualmente nos dirigíamos al baño de varones o, a la espalda del aula. En las orillas de la acequia y debajo de los maizales, eran los lugares donde nos mudábamos el uniforme y estar impecables con la indumentaria deportiva. Pero, no sé porque razón nos quedamos en el salón y decidimos cambiarnos” —Los picados alumnos con los antebrazos sobre la chirriante mesa y con los movimientos involuntarios de la cabeza, de arriba-abajo, abajo-arriba, escuchaban aletargados. Nemesio continuó su relato con más énfasis. —“De súbito, las puertas se abrieron y las compañeras, corriendo entraron al salón, para su enorme sorpresa, nos vieron como al mítico primer hombre de la creación” —ja-ja-ja —Los achispados alumnos se echaron a reír de tal manera que llamaron la atención de los comensales de las mesas contiguas. Interrumpiendo el relato, uno de los compañeros, dijo: 

—Eso fue cuando estábamos en cuarto año…

—No-o-o, eso fue en el tercer año…

—¡Nones, nones!…ocurrió este año, en junio —cristalizó, Nemesio y prosiguió: —Y eso no fue todo. Ruborizadas, al instante cubrieron sus rostros con sus manos delgadas y los dedos tiesos pero separados en extremo, expresando: —¡Impúdicos, les vamos acusar con el Director! Mientras ustedes se cambiaban con prisa, yo les salí al paso y respondí: —muchachas, esperen, esperen que el pajarito alce vuelo. Así como entraron, salieron corriendo del salón”… —Ja-ja-ja ¡Salud! ¡Salud! —de nuevo los alumnos se reían a más no poder, celebrando el éxito del año escolar y la despedida definitiva del Colegio.

Había dejado de lloviznar. Pericles, picado, pensando en el viaje, presto, se dirigía a su casa formando piscas de zigzags sobre el húmedo suelo. En su marcha, vio una pelota que  emergió de súbito del zaguán de una de las  casas de la angosta calle  y, tras la pelota corría un mocito de siete años. El dicho dice: “cuando las cosas están para suceder, sucede”. Pericles, joven deportista, achispado, se creyó que estaba jugando en el complejo deportivo de la escuela N° 351, la Pre o, en el estadio de Jircán. Empezó a correr…cuando en eso, el niño, en el momento que se agachaba para recoger la pelota, sin medir ni darse cuenta, llegó primero la certera patada del botín marrón del achispado alumno, golpeando de modo fortuito y al mismo tiempo, sobre la pelota y la boca, rozándole los dos incisivos dientes delanteros  de leche del infante que pegó un lastimero grito: ¡¡Papá-a-a-a-a!. 

Mientras el estudiante egresado, impresionado, trataba de ayudar al mocito, los familiares salieron raudos y al ver que del hijo manaba sangre de la boca, lo agarraron a golpes introduciéndolo a la casa. Luego de un forcejeo y resistencia pétrea e inusual, el mozo, con extraordinario esfuerzo y habilidad, en medio de la gresca, inesperada para él,  logró  zafarse de los amenazantes cuatro pares de curtidos brazos dejando la chompa del uniforme entres las manos de sus agresores, atormentado, se  echó  a correr por derroteros ignorados.  

Minutos antes del viaje, Humberto se hallaba en la agencia esperando con impaciencia al hermano. Ligeros, llegaron dos amigos de Pericles, para  comunicarle que no podía viajar, porque era buscado por la policía. Humberto se turbo, quería quedarse, pero los amigos le animaron que viaje solo y, que, él, se los iba a arreglar, a como dé lugar, para viajar. En ese ínterin, Pericles, raudo, había entrado su casa para cubrirse con la primera chompa que encontró y decidió correr, sin temor, tomando el empinado, pedregoso y fangoso camino que conduce a Caranca, a un kilómetro y medio de distancia del pueblo. Alcanzando su proeza, con profunda angustia y expectativa, fatigado, esperaba al ómnibus, cuando notó que  se acercaba con las luces encendidas, alzó los brazos, con  agitación, más el carro con ruidoso ronquido del motor y resoplando humo, veloz, paso sin detenerse. Descorazonado, observaba la  luz  roja de la parte posterior, alejándose, hasta desaparecer de sus ojos. Soltando hondos suspiros, regresó por la carretera, luego por el inclinado y oscuro ceñido camino de Chicchog, meditabundo, pero no derrotado.    

Pericles, ocultándose de sus perseguidores, fue al encuentro de un amigo para pedirle apoyo, éste, luego de deliberar por unos minutos, recordó que el volquete de la Municipalidad, los sábados, partía muy temprano rumbo a las orillas de la Pampa de Lampas, Mojon, cuyo conductor era su amigo. No pego el ojo en toda la noche, a las cinco y media de la mañana, solapado y clandestino, salía de su casa por la parte trasera, previo acuerdo del chofer con el amigo, subía a la carrocería del volquete, cubriéndose con harapientas y rancias mantas.   

La madre se quedó sorprendida al ver sólo a Humberto, preocupada, con voz desencajada, pregunto: —¿Pericles? —turbado, después de pensar por un momento, respondió: —Se encontró con un amigo que vive en Huaraz y hoy  llegan a medio día. —Mirando fijamente al hijo, mortificada, habló: ¡Me estas mintiendo! Y el corazón de madre se partió en dos. Dentro de unas horas la hija se casaba y, por otro lado, presentía que al hijo le había sucedido algún acontecimiento embarazoso. 

El “fugitivo”, caminaba por el camino declive, espantoso y frío de Mojón, trayecto a Conococha. La hosca neblina, revivida, venía por los costados y detrás de él, parecían acosarlo, como la policía, persiguiéndole. Llegando al inicio de la extensa estepa, por la previa noche agitada, sin dormir, por el viaje incómodo, y sin abrigo necesario, comenzó a sentir retortijones en el tembloroso y hambriento estómago. Abatido comenzó a correr por la húmeda carretera. El mozo cavilaba: “Qué desdichado episodio estoy viviendo”. Los humanos acuden al lugar en donde no desean ser vistos, cuando llega el momento de estar en la posición de la forma de una curva parabólica. Pericles, desesperado, en medio de la extensa planicie, indagaba un lugar semejante, para su buena fortuna encontró un montículo rodeado de exuberante planta silvestre bañados de roció, el ichu, las densas y obscuras neblinas, como cortinas, le cubrían por completo, seguro de que ningún anónimo apacentador errante lo pueda  sorprender. 

Aliviado y presuroso, se echó a caminar, de tramo en tramo corría. Su delgado cuerpo se estremecía por el feroz frígido viento que arrancaba porciones de nubes fuliginosas dejando ver, en la profundidad del cielo, lunares azules por donde se filtraban los primeros fulgurantes rayos matutinos del sol, reverberando en las mansas aguas de las ciénagas y la laguna. Los patos silvestres volaban, graznando.   

Pericles, por el instante de angustia que pasó, se olvidó de recoger el dinero extra, de la  cómoda, para cualquier eventualidad que pudiera ocurrir, como sucedió. Fue directamente a la casa de un conocido colega de la madre para pedir apoyo económico que, luego le sería devuelto. La madre, además de prestarle ayuda para realizar trámites burocráticos al colega que laboraba en Conococha, cada vez que llegaba a Chiquian, le atendía al huésped con esmero. Por estas razones, sin pensarlo dos veces, se dirigió confiado y con esperanza a la casa de este colega, más el miserable, no le proveyó ni un solo sol. Apabullado, agotado, tiritando los dientes y con el cuerpo trémulo de frio, esperaba, a su suerte, cualquier vehículo, que iba rumbo a Lima. La mañana se tornaba sombría, pesarosa, llena de ahogado dolor en la anchurosa estepa. Inconsciente, enterró sus ateridas manos en uno de los bolsillos del pantalón, encontrando, para su asombro y de alivio a la vez, un billete de diez soles. De inmediato pensó. “con este dinero, como sea llego a Lima”. Acordándose recién que su amigo, Federico, le había prestado aquel peculio. Intranquilo levantaba el enjuto brazo cuando los carros se acercaban, pero ninguno se detenía. Desanimado, los veía circular con premura. 

La impiedad del tiempo iba en aumento a medida que se avecinaba la boda de la hermana.  Luego de varios frustrados intentos de tomar un vehículo, una camioneta se aproximaba a paso de tortuga, deteniéndose junto al desdichado peregrino. Desde la cabina, la pareja, con discreción, le observaban con ojos compasivos, descubriendo su ropa desalineada y los botines sucios con las suelas llenos de barro y con el lozano rostro sin poder ocultar el desvelo que le asaltaba. La joven esposa, con suave voz, le preguntó:  

—¿A dónde te diriges? —El mozo, tomando confianza, confesó, con brevedad, sobre el viaje y a donde se dirigía, con voz agitada, respondió: —Anoche el carro me dejó y esta mañana caminé toda la planicie, estoy viajando a Lima, esta noche se casa mi hermana.—La pareja, volvieron sus miradas entre sí, preguntándose maquinalmente. —“¿Qué hacemos?”…El esposo le Preguntó: —Como te llamas, Pericles, —“Bueno Pericles, nosotros estamos yendo a Paramonga, si deseas te llevamos”, ¡Por favor!, —“Sube”. 

Veloz y ágil, trepo la tolva acomodándose detrás de la cabina a la altura del conductor, éste, le dijo con bondad: —Hay un cesto de frutas, si te apetece, puedes comer. —En el trayecto, el mozo, tiritando de frio, observaba con frecuencia, con cierta tensión, adelante y detrás, imaginándose que la policía aún le estaba persiguiendo y cuánto le cobrarían por el viaje. Hambriento, comió lo necesario, sin aprovecharse  del auxilio y la indulgencia que le brindaban los generosos esposos que se dieron cuenta  del apremio que padecía. Llegando a su destino final, para su sorpresa, el esposo, reseñándole donde se ubicaba la agencia de los colectivos, le habló con voz serena:

—Por el pasaje no te preocupes, sabemos de tu preocupación y el compromiso que tienes, te recomiendo que tomes el colectivo hasta Huacho, luego tomas el ómnibus que va a Lima. ¿De acurdo? —Aliviado, asintiendo con un leve movimiento de cabeza y, concediendo  infinitas gracias, el malhadado circunstancial viajero, se despidió de la joven pareja.

Llegando a Huacho, abordó el ómnibus rumbo a Lima. El buen conductor de edad avanzada, con voz grave y paternal, le despertaba del profundo sueño y del cansancio: 

—¡Eh¡ ¡Eh! Muchacho, ya hemos llegado, estamos en la agencia —Soñoliento y aturdido, preguntó: 

—¿Dónde estamos?  

—En la agencia- 

—¿Está lejos la Avenida Abancay? 

—A dos cuadras- respondió el amable conductor. 

Descendió del ómnibus, oteó, con atención, por todas las direcciones. Luego se dirigió a la Avenida conocido por él, cuando iba a la Biblioteca Nacional ocho años atrás para realizar las tareas escolares de la semana. Recordando y reconociendo la céntrica Avenida, se  echó a caminar por más de una hora, trayecto a su destino final. Entre tanto, la novia, vestida de blanco, descendía por las escaleras, posando para las fotos del recuerdo. En la pequeña sala,  frente al espejo reflejaba su rostro henchido de felicidad, olvidándose por unos instantes de la ausencia del hermano. Reinaba el silencio absoluto, solo se escuchaba el clic de la cámara del  fotógrafo. De pronto, impetuoso repiqueteaba el timbre de la casa Rin-rin-rin. La madre presintiendo que era Pericles, veloz, salió para abrir la puerta, no se equivocó, estaba frente al inquieto y querido hijo todo mugriento, astroso, hambriento e infausto, no le impidió para abrazarle con recóndito amor maternal. De Inmediato, le mandó a cambiarse. 

El Pichuychanca         

Chiquian, 12 de abril 2019

viernes, 5 de abril de 2019

La nonagenaria María

Nonagenaria Maria

La nonagenaria María 


En plena cálida tarde
por apagada calle callada, auxiliada del añejo cayado, con luceros pesarosos enterrado en suelo entumecido, trémula, camina por ignoto derrotero. De mi compasiva mirada
paso a paso se aleja. En plena luz de la alborada, por el amplio y velado camino, detrás de la bruma albina, frente a mi vista otoñal, lento, se asoma una tenue silueta humana. En la espalda encorvada, leña lleva. Fijando sus pasos, agotada y martirizada, se arrellana en el pasto seco. Para mi asombro, es la nonagenaria María Debajo del ajado sombrero de paño, los largos y sedosos cabellos de plata, estimulado por el viento, ligero y huraño, indolentes, se mecen en su cerviz pretérita. Vive sola, los hijos no la solicitan. Yo le tiendo mi mano robusta, ella, con la otra mano rugosa en su viejo bastón se ampara. Con el pesado hatillo de leña, se yergue en quejoso suplicio. Trajina con lentitud, alejándose de mi dolida mirada. La nonagenaria María, hace poco, era mujer doncella, el tiempo infalible no perdona, para ella, los años viajaron. Nuestra existencia, jamás provee plazo. Mi existencia, viaja con celeridad. Mi existencia, corre pronto, tan pronto como el viento, que voy tras sus pasos, para entonces, sus marchitados ojos… ¡Se habrá apagado! El Pichuychanca Chiquian Camino a Huarampatay 18 de junio 2018.