Colmado de intenso frío,
la noche otoñal duerme.
Por ahogada calzada asfaltada,
orillado de delgada acera,
alumbrado por luz amarilla del foco,
murmura el viento vespertino.
Desde antiguo,
en la Plaza Mayor; recinto apreciado,
reina el profundo silencio.
En los templados cantillos
convergen cuatro longevos árboles.
En el centro,
persiste la centenaria pileta, penitente.
Más allá,
en la orilla, la acogedora glorieta,
lugar de amena tertulia nocturna.
Y al frente,
cimentada la Iglesia San Francisco.
En la efímera alborada,
de algún recodo de la hierática arboleda,
sonoro, canta el franco ruiseñor, incontinenti,
el eco gruñón de sibilina quebrada responde.
En la sábana amarilla del pastizal, de la planta,
el pesaroso capullo desabrocha su primoroso pétalo.
Allende,
detrás de la cima cana del Yerupaja,
con su luz matinal, el gozoso sol se asoma.
Con sus dedos dilatados, pinta de dorado
el pico del cerro desnudo
que abraza ardientemente al bucólico pueblo.
Al medio día, el sol centelleante
desde el cenit del garzo cielo
al remoto tejado rojo,
a la apretada calle sofoca sin clemencia.
Al cerro abrasando, arruga la frondosa floresta,
seca la feraz sementera.
Lánguido susurra el riachuelo.
En el ocaso de la estrella del día,
su oblicua y agónica luz amarilla
tiñe con excitante magia la cresta
de la excelsa Cordillera de Huayhuash.
Radiantes avecillas, canturreando,
presurosas tornan al abandonado nido.
La floresta, apesadumbrada, susurra.
El lunar lumínico del oscuro cielo,
arrullado de luciérnagas celestes,
sigiloso,
aflora sobre la seductora cordillera blanca,
matizando la pastoril calle,
el desabrigado campo,
el desnudo cerro, de fino color de plata.
Y como un sueño, mis ojos enamorados,
del apacible pueblo, mi querencia,
se regodean de tanta hermosura,
en los meses de junio y julio.
El Pichuychanca.
Chiquian Caranca marzo 2019
No hay comentarios.:
Publicar un comentario