Hasta ahora la crisis de Ucrania era, básicamente, una guerra civil: las milicias de Donestks y Luganks eran las que estaban en primera línea en la mayoría de los frentes (este y sur), con el respaldo decisivo de las fuerzas rusas que sólo ocupaban esa primera línea cuando la cosa se ponía fea. La situación ahora se invierte porque con la declaración de Putin de esta mañana ya no serán las milicias las de primera línea sino el ejército ruso. Occidente quería la guerra. Ya la tiene.
Eso si Putin no habla por hablar, como ya ocurrió con lo de "atacar los centros de decisiones en cualquier lugar que estén". Y aquí es donde hay que detenerse.
El anuncio de Putin con el uso de armas nucleares solo se puede interpretar de una manera: que sea un ultimátum a Occidente para que deje de armar a los nazis del "país 404". Si esto no ocurre, y si Occidente, a través de la OTAN, hace algún otro movimiento de este tipo, Rusia no tiene otra salida que la de cumplir sus advertencias. Esto ya no es diciembre, ni enero, ni febrero. Ahora se ha dicho ante todo el mundo, ya no hay nada oculto. Y hay que actuar.
Rusia ha dado unos meses de tregua, para que se lo piensen: la movilización comienza ya, pero hay que instruir a los movilizados. O sea, hay tres meses por medio. Otoño entero. Justo antes del invierno. Ese es el plazo para la guerra o la paz. Ese es el plazo para Occidente, el plazo que tiene para amoldarse a los nuevos tiempos o sucumbir definitivamente. Supongo que los borrachos se habrán quitado la resaca de golpe.
Putin ha hecho el anuncio justo al comienzo de la Asamblea General de la ONU y todo el mundo lo tiene que entender. No hay marcha atrás por parte de Rusia. Ha dejado el campo libre para que el Occidente colectivo convierta esta asamblea de la ONU en un campo de batalla y se lleve algún triunfo: a Occidente no le imporata nada otra cosa que esta, porque es crucial para su supervivencia y hegemonía. En teoría se iba a discutir sobre cambio climático, alimentación, post-COVID. Seguro que no estáis viendo nada de esto, solo Ucrania, solo "el país 404".
Todo esto oculta un análisis más serio de lo que ocurrió en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái que, para variar, no tiene nada que ver con lo que han trasladado los medios de propaganda occidentales.
Que todos los países hayan acordado reforzar el comercio entre ellos en sus propias monedas es relevante.
Que se acordase "priorizar la transición hacia el uso de las monedas [de los países integrantes de la OCS, sean miembros o no de pleno derecho] y la conexión de sus sistemas de pago nacionales" es relevante.
Que varios de ellos hayan firmado acuerdos bi o trilaterales en los que no se usa la moneda occidental, es relevante.
Que se hablase de la posibilidad de crear una zona de libre comercio entre los países de la OCS en Xinjiang, justo tras el informe de la ONU, es relevante.
Que se propusiese una fuerza policial conjunta de 2.000 integrantes para hacer frente a las "revoluciones de color" impulsadas por Occidente, es relevante.
Los borrachos occidentales se fijaron en Putin-Modi y en Putin-Xi, que si ambos criticaron a Rusia y que si tal y cual. Es lo que tienen las borracheras, que a veces ves doble. Y es lo que tienen los borrachos, que tienen dificultades para leer.
Porque una de las cosas que dijo China fue "apoyo explícito a los intereses fundamentales de Rusia". ¿Críticas? Si esa no es a EEUU y la OTAN ya me diréis qué es. China lo vuelve a decir ahora tras el anuncio de Putin: "Hacemos un llamado a las partes relevantes para lograr un alto el fuego y detener la guerra a través del diálogo y la negociación, y encontrar una manera de acomodar las preocupaciones legítimas de seguridad de todas las partes lo antes posible. También esperamos que la comunidad internacional cree condiciones y espacios para ello".
Y lo mismo India, dicho por el propio Modi.
¿Promoción, dice? Más, mucho más. Esto es de hace un par de días.
Habla de un ahorro de 350.000 millones de rupias (un crore es una medida india que multiplica por 10), o sea, unos 4.500 millones de euros, en la compra de petróleo ruso. India se ha convertido en el segundo mayor comprador de petróleo ruso después de China. Estos precios son cruciales para un país que ha superado a Gran Bretaña como quinta potencia económica del mundo (con lo que si se tiene en cuenta a China e India, al menos hay dos del famoso G-7 que no tendrían por qué estar ahí) y que importa el 80% del petróleo que consume.
¿Qué, hay lucidez ya o aún sigue la borrachera? Porque apenas hay tiempo ya para una actitud sensata por parte de Occidente si quiere evitar el desastre.
El Lince
Otro artículo interesante.
Zelenski y la superchería de la “contraofensiva”
El presidente ucraniano Zelenski y sus padrinos de la OTAN iniciaron una contraofensiva contra las tropas rusas. Eligieron un lugar donde había pocas fuerzas, porque Moscú no tenía intenciones de ocuparlo, y ahora se desgañitan celebrando una “victoria” sin enemigos ni batalla. Hoy pasamos revista a otra operación de propaganda que sólo puede convencer a quienes quieran ser convencidos, o sea a los medios y el público de Occidente.
Kiev anunció con bombo y platillo el inicio de una contraofensiva en la región de Jarkov, o sea frente al Donbass. Las fuerzas respaldadas por la OTAN «lograron liberar» una porción de territorio de 70 kilómetros de largo y de una treintena de kilómetros de profundidad.
Inmediatamente, el presidente Zelenski viajó a esa franja de territorio recuperado, concretamente a la ciudad de Izium, y anunció allí la «cercana victoria» de Kiev sobre el «invasor» ruso.
Mientras tanto, la prensa occidental habla sin descanso de la «derrota rusa» y se interroga sobre un eventual complot que derrocaría en Rusia al «vencido» Vladimir Putin.
Hasta ahí la historia contada por los cuentistas de la OTAN.
La realidad es bastante diferente. Las fuerzas de Kiev dirigidas desde Occidente nunca penetraron en el Donbass, ni en la República Popular de Lugansk, tampoco en la República Popular de Donetsk. Sólo se limitaron a recuperar territorios que el ejército ruso había conquistado pero que nunca ocupó. Desde el inicio de la operación militar rusa, el presidente Putin anunció que el objetivo de Rusia era defender las dos repúblicas populares del Donbass, que no anexaría Ucrania y que sólo se planteaba «desnazificar» el país, o sea librarlo de los «nacionalistas integristas».
Posteriormente, también anunció que se planteaba anexar el sur del país para castigar a Kiev por haber provocado el conflicto. A partir de aquel momento, Putin tenía dos opciones, reclamar la Novorossiya o la Majnovschina, dos territorios de tradición rusa ampliamente imbricados entre sí.
La Novorossiya, que significa literalmente «Nueva Rusia», es la gran colonia de asentamientos creada por el mariscal Grigori Potenkim, amante de la emperatriz Catalina II de Rusia (Catalina La Grande, en los territorios que arrebató al Imperio Otomano. La Novorossiya abarca todo el sur de la Ucrania actual, incluyendo Crimea y Transnistria, una pequeña parte de la actual Moldavia. La Novorossiya nunca sufrió los horrores del sistema de explotación de siervos que Catalina II nunca pudo abolir en el Imperio Ruso. El mariscal Potenkim construyó en la Novorossiya un Estado ilustrado, inspirado en la Antigua Grecia y en la Antigua Roma. Durante algún tiempo, la Novorossiya fue gobernada por un oficial francés que era amigo personal del zar Alejandro I: Armand de Vignerot du Plessis, duque de Richelieu, quien se convertiría después en presidente del Consejo de ministros de Francia.
La Majnovschina es el territorio donde triunfó, en 1918, el llamado “ejército negro” del anarquista campesino Nestor Majno. Esa entidad había logrado liberarse del poder de Kiev, entonces en manos de Simón Petliura y de Dimitro Dontsov, respectivamente el protector y el fundador de los «nacionalistas integristas» cuyos sucesores acaparan hoy el poder en Ucrania y a quienes Rusia califica de «nazis». Los partidarios de Nestor Majno instauraron entonces en el sudeste de Ucrania un régimen libertario inspirado en las ideas de los socialistas franceses del siglo XIX Charles Fourier y Pierre-Joseph Proudhon y bajo la influencia de Pierre Kropotkin, con la creación de comunas que se autoadministraban. La Majnovschina fue finalmente destruida y sus partidarios fueron masacrados en ataques que venían tanto del Imperio Alemán, de los «nacionalistas integristas» ucranianos como de los bolcheviques trotskistas.
Finalmente, el presidente Putin optó por la Novorossiya y hoy la reivindica oficialmente.
La zona que el ejército de Kiev acaba de «liberar» fue parte en cierto momento de uno de los mayores países anarquistas del mundo, creado por Nestor Majno, pero nunca fue parte de la Novorossiya. Kiev acaba de recuperar esa porción de terreno, como lo hizo en su momento la Ucrania del periodo comprendido entre las dos guerras mundiales.
Visto desde la perspectiva rusa, Kiev ha recuperado un territorio que Moscú en algún momento se planteó anexar pero al que finalmente ya había renunciado. En otras palabras, no había allí tropas del ejército ruso sino sólo guardafronteras y policías de las repúblicas populares del Donbass. Fueron esos los efectivos que se retiraron sin oponer resistencia, así que no hubo allí combates y mucho menos «derrota».
En ese contexto, las interminables disertaciones de los medios occidentales sobre un supuesto complot de no se sabe qué generales rusos deseosos de derrocar al «derrotado» presidente Putin son pura ficción.
Todo sería muy distinto si el ejército ucraniano dirigido desde Occidente lograra recuperar Jerson, ciudad portuaria del río Dniéper, cercana al punto donde ese río desemboca en el Mar Negro. Al parecer, Kiev y sus padrinos tienen una segunda operación planificada alrededor de la central nuclear de Zaporiyia.
La superchería del presidente ucraniano Volodimir Zelenski consiste en presentar una progresión de sus tropas sobre terreno no ocupado como si fuese el resultado de una batalla, batalla que nunca existió. Pero eso le permite reclamar a Occidente todavía más miles de millones de dólares… por eso fue que su «contraofensiva» se inició precisamente el 6 de septiembre. Sólo dos días después –el 8 de septiembre– los ministros de Defensa de unos 50 países se reunían en la base estadounidense de Ramstein, en Alemania, para decretar nuevas entregas de armamento a Ucrania [1].
Pero, como nadie cuenta con recursos suficientes para eso, Estados Unidos “adelanta” lo necesario invocando la Ukraine Democracy Defense Lend-Lease Act of 2022 [2]. Eso significa que los otros países tendrán que devolver después los fondos que Washington pone hoy sobre la mesa.
El 9 y el 10 de septiembre, el Institute for the Study of War reveló detalles sobre el avance de las fuerzas de Kiev y el «caluroso recibimiento» que han tenido en el terreno recuperado [3]. Y la prensa occidental se traga esta farsa sin chistar y se hace eco de ella cuando en realidad el Institute for the Study of War es una guarida de straussianos [4]. Lo dirige Kimberly Kagan, la cuñada de la subsecretaria de Estado Victoria Nuland. Entre los miembros de su consejo de administración están Bill Kristol, el ex presidente del Project for the New American Century o Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (IPAC, siglas en inglés), y el general David Petraeus, quien se encargó de destruir Irak y Afganistán.
El 11 de septiembre, la agencia Reuters aseguraba que miles de soldados rusos estaban a la desbandada [5] y hablaba de «duro golpe para Rusia»… a pesar de que el estado mayor ruso simplemente había ordenado una retirada inmediata de un territorio que no estaba interesado en controlar. Vale la pena recordar aquí cuando Donald Trump expulsó a los straussianos de su administración, Victoria Nuland se convirtió repentinamente en una de las directoras de Reuters [6]. El despacho de Reuters lleva la firma de Max Hunder, un ex alumno de Eton, la universidad más elitista de Inglaterra. Poco después, el ministerio británico de Defensa “confirmaba” las afirmaciones de ese despacho.
El 12 de septiembre, el New York Times aportaba su aval al engaño publicando una doble página de loas al valeroso Zelenski. La prensa occidental se hace eco de todo eso sin la menor muestra de reflexión.
Pero, precisamente mientras se distribuía aquella edición del New York Times, todas las centrales eléctricas ucranianas eran alcanzadas por misiles durante la noche [7]. Ucrania se hunde en la oscuridad. La contraofensiva también.
Ante la mala fe de Occidente, el presidente Putin anuncia que, por ahora, Rusia ha utilizado contra los «nazis» sólo una pequeña parte de sus fuerzas y recalca que, de ser necesario, sus próximas acciones alcanzarán otra envergadura.
La parte del mundo que tiene ojos para ver –mientras que los occidentales sólo tienen orejas para oír mentiras– estuvo presente, junto a la delegación rusa, en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), realizada en Samarcanda.
En tiempos de Boris Yeltsin se creó una estructura de contacto entre Rusia y China. El jefe del gobierno ruso de la época, Yevgueni Primakov, reconoció fronteras estables con Pekín. En 1996, aquel grupo de contacto se convirtió en un foro internacional con los Estados del Asia Central (Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán) y después, justo antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, se transformó en la actual OCS. China y Rusia ya habían entendido que los anglosajones estaban fomentando desórdenes en Asia Central. En respuesta, ambos países elaboraron juntos programas contra el terrorismo y contra el separatismo. Los acontecimientos posteriores confirmaron ampliamente que tenían razón.
La OCS creció rápidamente. La India, Pakistán e Irán se han unido a esa organización, Bielorrusia se prepara para hacerlo, Afganistán y Mongolia ya tienen estatus de observadores y otros 14 Estados son socios. La OCS tiene características muy diferentes de las organizaciones occidentales. De cierta manera podemos ver en ella la prolongación de los principios de Bandung: respeto por la soberanía de los Estados, no injerencia en los asuntos internos de los Estados y cooperación.
La OCS tranquiliza y une. Actualmente representa una cuarta parte de la población mundial –incluso dos tercios si contamos los Estados observadores– y no pierde tiempo en elucubraciones fantasiosas basadas en victorias ficticias.