viernes, 26 de abril de 2019

Historia del pais


Luciana Huallparimachi, hija de humildes agricultores, alumna sencilla y aplicada, de la franca aldea xx, aproximándose la noche,  regresaba a su modesta vivienda luego de un agitado y esmerado día de estudio. Se dirigía por los estrechos caminos de las vertientes anegadas. El viento cual azotes golpeaba su lozano rostro amoratado. Las manos, los pies y todo su púber cuerpo, yertos por el cruel frio, trepidaba. La misma naturaleza se sentía pesaroso y estremecido por los cambios repentinos del pardo y hosco tiempo. A lo lejos, al borde del rumoreante y anchuroso riachuelo, se hallaba casa de la amiga de su madre, en donde la luz mortecina y triste comenzaba a fulgurar tras la ventana. Más allá, al fondo todo era brumoso, lúgubre desconocido…La alumna, cuando dejó la casa, evocó al padre arreglando las pircas de la chacra sembrado de papa, alistando el desayuno. La madre, postrada sobre el catre, en el lúgubre recodo del cuarto, se hallaba enferma..                            

La estudiosa alumna, se encontraba ávida de comida, tiritaba. De manera imprevista, de su mirífica memoria surgió recuerdos del pasado: ayer como ahora, el mismo viento cruel y agudo había soplado antes, como en los tiempos de los virreyes, inquisidores, corregidores y encomenderos. Desde aquel tiempo acaecía sobre la patria de los Pacay casa, Chivateros, Guitarreros, Chimú, Mochica, Tiahuanaco, Nazca, Chavín y de los Incas, la idéntica  estrechez  ominosa, la misma desnudes, el similar abatimiento; la tortura de los que no se sometían a la imposición de la cultura oscurantista, el descuartizamiento inhumano, de parte de los invasores blancos, a los que se sublevaban y, según Bartolomé de las Casas, singular defensor de los indios, denunciaba ante la Corte española como los blancos encomenderos amputaban narices y orejas de los esclavos cobrizos que trabajaban en las minas. Bajo las mismas techumbres de despojos, perforados. En los hombres desarrapados la misma ignorancia, el mismo desasosiego de seguir existiendo, la misma impresión de exterminio, de desánimo, de incertidumbre… Sí, todos estos tormentos existieron, todavía existen, existirán de manera perpetua; y la enmienda de 521 años de oprobio no transformaría la existencia  hasta hacerla suprema con.. una….   


La alumna, atrapada por la torrencial lluvia, se detuvo frente a la casa de Gumersinda,  amiga de su madre, que, en el flanco de la entrada, junto al zaguán, lavaba los trastes. Detrás de la casa solitaria, se hallaba la majada. Ahí, Segundino, el esposo, de pequeña estatura, de facciones demacradas y con los cuencos hundidos donde  se posaban los ojos abatidos por la misma miseria del campo infectado, con el vestuario típico de aquellas tierras lejanas, deteriorado y agujereado, con paciencia y esmero reparaba la muralla del corral. Su hijo Teodoro, picado por la viruela, de tamaño similar al padre, de pánfilo talante, regresaba, de las alturas, con una decena de ovejas. A unos metros, más allá, se escuchaba murmullos de seres humanos, eran los labriegos de la aldea xx que hacían abrevar a sus famélicos ganados en la orilla del rumoreante riachuelo.

La alumna, aproximándose y tiritando por el violento frio, saludó con voz trémula: 

—Buenas tardes —luego agregó —¡De vuelta  con las lluvias y parece que serán más fuertes! —La Señora se alarmó; después, sonriendo a la joven alumna: hablo; 

—Me has dado un susto de los mil demonios —luego agregó —no me di cuenta que ya estabas por aquí. ¡Qué la dicha este contigo!-  

Gumersinda, desde muy joven, había consagrado parte de su vida, en cuidar a niños de gente acaudalada y tenía ciertos hábitos adquiridos de aquellas familias, como el modo de conversar con cierta finura. Pero las angustias eran siempre los mismos, los mismos, con una continua simulada sonrisa y  a la vez resignada por los avatares de la vida. Su esposo laboró en distintas empresas agroindustriales, con contratos tercia rizados, ahora sin beneficio alguno, vive de lo poco que produce sus parcelas y su hijo, que jamás había asistido a la escuela por una leve enfermedad de retardo mental, ensimismado, vivía en completa y tímida subordinación.  

Gumersinda luego de terminar de lavar los trastes, invitó a la alumna a pasar a la pequeña sombría cocina. El fogón, ubicado en la esquina, ardía con llama vivamente roja y sobre él la tetera, renegreado por el tiznado de las leñas; el agua, estaba a punto de hervir.

Luciana Huallparimachi, con familiaridad, se arrimó al fogón y tendió sus manos amoratadas sobre la llama.         

Sumiéndose en profundo silencio, cavilaba “Aquella noche antes de su muerte, también debía hacer el mismo agudo frio. ¡Ah, que espantosa  noche, qué punzante, qué prolongado,  qué prolongado!”  —En que piensas —preguntó Gumersinda, en el momento que ingresaba a la cocina y colocando los platos y las tazas sobre la mesa que estaba junto a la puerta, luego dijo: —Ven, siéntate aquí, vamos a tomar lonche —La alumna sorprendida, que miraba a través de la ventana los cerrazones del prado, agito nerviosamente la cabeza y tornó la mirada respondiendo con voz interpolada por los recuerdos del pasado que revoloteaban en su vivaz memoria de los aciagos acontecimientos acaecidos hace cerca de dos siglos y medio, habló, y preguntó:  

—¿Sabe usted de nuestras civilizaciones antiguas? ¿Acerca de los invasores y de uno de nuestros primeros héroes que se sublevó contra las excesivas arbitrariedades de estos?...  —Gumersinda, ruborizada por aquellas preguntas insospechadas, hundió la mirada al suelo, y con cierta indecisión, respondió con voz vacilante: 

—Sabes hija, soy analfabeta, pero tengo algunas nociones por lo que mi esposo nos narra  a mí y a mi hijo sobre estos acontecimientos de nuestra historia —La alumna, conociendo su poca instrucción, hablo con voz amistosa: 


—Recordaba una parte de nuestra historia…—cuando iba continuar, ingresaron Segundino y Teodoro saludando a la visitante con amena atención: 

—Buenas tardes Luciana, como anda esa salud. 

—Ahí vamos, señor Segundino, estudiando en lo que más me interesa, la historia de nuestro país —Contestó la aplicada alumna, ansioso de inquirir más detalles sobre este tema, hablo con voz suplicante: 

—Estaremos agradecidos si nos das una lección de tu conocimiento adquirido, aun siendo tan joven-

—No hay ninguna molestia y con mucho gusto deferiré lo que estoy estudiando en estas últimas semanas —Manifestó la huésped, denotando sencillez y una sonrisa angelical, la llama del fogón iluminaba su rostro lozano y cárdeno. Mientras la familia se arrellanaba sobre las sillas trepidantes alrededor de la mesa, le invitaban a degustar el exquisito y aromático lonche. 

Hubo un momento de absoluto silencio, sólo se percibía el ulular del violento y frío viento a través de la ventana. El sosiego de aquellos seres humanos apartados de las grandes ciudades, de pronto, se vio interrumpido cuando la alumna empezó a compartir su ilustración. Hablando con voz pausada, describía: 

—Nuestras primeras civilizaciones nos han legado numerosas e importantes evidencias de su grandiosidad, a pesar de estos largos siglos de ignominia  y devastación: Monumentos religiosos erigidos con extraordinaria  sapiencia, con efectivas  invenciones  y métodos para enfrentarse contra la naturaleza, objetos en todo tipo de arte que mostraban su invalorable ingenio, nuestros antepasados fueron grandes cirujanos realizando trepanaciones de cráneo y curaciones con oro y plata. Las construcciones de sus canales de regadío, inverosímiles fortalezas fueron posibles, en aquellas sociedades colectivas que no conocía la rueda, ni el caballo, en virtud de una estupenda distribución y, al excelente talento logrado a través de una inteligente división del trabajo, pero también gracias a la fuerza religiosa que regía la relación del hombre con la naturaleza que era sagrada, por lo tanto, siempre viva. Las civilizaciones de Mesoamérica, fueron eruditos en  astronomía, los mayas ya median el tiempo y el espacio con exactitud pasmosa y, habían descubierto el valor de la cifra cero, los primeros, antes que ninguna otra sociedad en la historia. —Hizo una pausa, en el velado auditorio, la cocina, que era alumbrado por la llama inmóvil del candil, ubicado en el centro de la mesa. Padre, madre e hijo, entornaron sus ojos con mayor avidez para seguir oyendo con atención el interesante relato histórico, luego continuó:


—Los invasores quebraron las bases, la estructura de aquellas sociedades. La ejecución  de una nueva economía minera impuesta por la fuerza, fue cruel y peor que los resultados de una cruenta guerra a sangre y fuego. Los nativos, desplazados con impiedad, por los encomenderos y mineros, se veían forzados a abandonar su vida comunitaria, sus enormes cultivos de papa, maíz, sus canales de regadío, grandes obras de ingeniería. De esta manera, se extinguían las comunidades agrícolas y sociedades comunitarias. Los nativos eran conducidos a los contaminantes socavones de las minas sometiéndolos a la sórdida servidumbre. La iglesia y los invasores se apoderaban y repartían sus tierras, privatizándolas para usufructo individual.           .                

La <<mita>> era una máquina de triturar indios. La aplicación del mercurio para la extracción de los minerales por amalgama envenenaba tanto o más que los gases tóxicos en el vientre de la tierra. Hacia caer el cabello y los dientes y provocaba temblores indomeñables. Los <<azogados>> se arrastraban pidiendo limosna por las calles. Seis mil quinientas fogatas ardían en la noche en las laderas de los cerros ricos, y en ellas se trabajaba la plata valiéndose del viento que enviaba el <<glorioso san Agustino>> desde el cielo. A causa del humo de los hornos no había pasto ni sembríos, en un radio de seis leguas alrededor de los centros mineros, y las emanaciones no eran menos implacables con los cuerpos de los hombres. (1)  Frente a estos desmanes de los encomenderos y mineros, el cura Bartolomé de las Casas, decía que los nativos preferían ir al infierno para no encontrarse con los malvados cristianos” —los tres pares de ojos, firmes en la alumna, ya no pestañeaban. 

—Nuestros antepasados, arquitectos, ingenieros, sociólogos y astrólogos,  fueron lanzados a las minas vapuleados entre el pelotón de esclavos, para realizar un burdo trabajo de extracción. Para la economía colonialista, la pericia de esas personas no les interesaba. Lo consideraban como un esclavo más no calificados y agregó; hoy en día, a nosotros nos consideran como una mercancía. Los teólogos, justificaban los actos inhumanos de los inquisidores, encomenderos y mineros. La sangría del Nuevo Mundo se convertía en un acto de caridad o una razón de fe. A los nativos se les consideraba bestias de carga, porque según ellos, los invasores blancos y los teólogos, decían que sobre sus espaldas cargaban más peso que en los débiles lomos de la llama. Por lo tanto, no tenían alma. Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista, sostenía que los indios merecían el trato que recibían porque sus pecados e idolatrías constituían una ofensa contra Dios. Nuestras civilizaciones modernizadas en su tiempo, fueron desgarrados por los codiciosos invasores blancos; pero florecería la dignidad perdida con numerosas asonadas y sublevaciones de nuestros predecesores. Uno de ellos el de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru, que,  en mil setecientos ochentaiuno puso sitio al Cuzco.


Cabalgando hábilmente en su caballo cano y dotando arengas, encabezó el movimiento mesiánico y revolucionario de mayor trascendencia, estallando en la provincia de Tinta. Acompañado de las resonancias de los tambores y pututos entró en la plaza de Tungasuca en donde anunció y condenó a la horca al corregidor Antonio Juan de Aliaga y prohibió la mita de Potosí. En su trayecto, decenas…centenas…millares de esclavos se unían a su justa causa y decretaba su libertad, derogaba los impuestos y el repartimiento de mano de obra en todas sus formas. A la legión del padre de los pobres de los miserables y los desvalidos se unían por miles. Al frente de sus desvalidos milicianos, el gran Túpac Amaru, se emprendió sobre el Cusco. Entre victorias y derrotas, el padre de los pobres, Túpac Amaru, seria traicionado por uno de sus pusilánimes jefes, enmaromado de cadenas, fue entregado a los invasores. Encerrado en la oscuridad de su calabozo, hizo su ingreso el visitador Areche, para que, a cambio de promesas, delate a los demás jefes de la revolución. Túpac Amaru le replicó con desdén:
“Aquí no hay más cómplice que tú y yo; tú por opresor, y yo por libertador, merecemos la muerte” (2)- El Candil, con su luz mortecina, en medio del silencio, reflejaba tres rostros compungidos y la alumna añadió: —Aquella noche debió hacer mucho frio, como hoy, pesarosa y larga…larga…—Hizo una nueva pausa y aprovechó para tomar los últimos sorbos del mate de muña, luego continuó con el relato:            

—Delante de los desventurados y de los desposeídos, en la plaza Wcaypata, en el Cuzco, el padre de la revolución indígena, Túpac Amaru, fue sometido en público,  junto con sus amigos más cercanos, su esposa y sus hijos, a uno de los mayores tormentos de nuestra historia. Le cercenaron la lengua. Pretendieron desmembrar sus brazos y piernas que previamente fueron atados en cuatro caballos, pero el cuerpo no se dividió, no lograban matarlo. Entonces lo guillotinaron al pie del patíbulo. Su cabeza, sangrante, lo enviaron a Tinta. Sus brazos; uno a Tungasuca y el otro a Carabaya. Incineraron el torso y las cenizas lo arrojaron, con encono, al río Wtanay. Emitieron ordenanzas para que fuera aniquilada toda su descendencia, hasta el cuarto grado —De pronto, la alumna suspiró y guardó silencio, ensimismada entre sus reflexiones, Gumersinda que escuchaba con esmerada atención, no pudo contener la enorme tristeza de los acontecimientos acaecidos hace dos siglos y medio, de sus ojos grandes brotaban lágrimas de dolor. Teodoro, el hijo, sorprendido, sus ojos, donde reflejaba la luz alicaída de la lámpara, apuntaban  clavados sobre la alumna, de su rostro, había surgido un gesto de profundo dolor, como el de los pacientes de alguna enfermedad que se resisten para no gritar...Segundino, el esposo, impotente, con las pocas fuerzas que le quedaba, con la mano plegada y encallecida dio un puñetazo sobre la mesa, las tasas tintinearon y, con voz agitada, dijo: —¡Hasta ahora, desde hace 521 veintiún años, no ha cambiado en nada: la injusticia, los abusos, los atropellos a nuestros derechos, sigue en marcha, continua siendo igual!


La alumna pudo observar bajo la penumbra de la sombría cocina, temperado por las llamas del fogón que seguía ardiendo; por los vacilantes resplandores de la  llama del fogón y la quieta luz de la lamparilla, tres siluetas de rostros abatidos y enmudecidos mirándose uno con el otro. Al ver estos rostros luego de haberles narrado estos sucesos de hace dos siglos y medio, se echó a meditar brevemente, “¡Hay una relación entre aquellos eventos del pasado y los tiempos presentes, y aquellos tres seres humanos, y la aldea perdida, y ella misma, y todos los hombres!” Si, aquellos seres estaban afligidos, luego Túpac Amaru estaba cerca de ellos, luego ellos con todo su ser habían hecho suyos la zozobra de Túpac Amaru en aquella noche espantosa…

Luciana, alumna aplicada, luego de haber reflexionado, inmediatamente, hizo una lúcida y oportuna analogía del pasado y presente, resuelta, habló con voz serena:

—La independencia del país por parte de una casta de criollos, luego de hace treinta años de la justa insurrección de Túpac Amaru, resultó ser un interés entre los españoles y la gente nacida en estos lares de América. Una disputa política y económica dentro de la misma clase dominante…Repartiéndose el Perú, en donde el virrey se volvió presidente, el encomendero en hacendado y terrateniente, luego empresario y ministro. Los inquisidores en las fuerzas armadas y policiales. Los corregidores en legisladores y magistrados para continuar emitiendo leyes a favor de los grandes intereses económicos, es decir, a favor de las empresas nacionales y transnacionales. El encomendado, los nativos, los desposeídos y despojados de sus ricos recursos naturales se convirtió en peón, en siervo de los pérfidos terratenientes, gamonales y hacendados —La alumna, con el precoz conocimiento acerca de la historia del Perú, enervada, concluyo diciendo: —Esta es la auténtica  historia que no figura, hoy en día, en la  curricula escolar, debido a que un sector minoritario, que detenta el poder, desean que olvidemos definitivamente a nuestros héroes insurrectos porque son muestras de dignidad y de rebeldía del pueblo oprimido ante los atropellos del derecho  a los recursos naturales que nos pertenece, derecho al trabajo digno, a la vivienda, a la salud, a la educación que en estos tiempos, la clase dominante, lo han colocado en el mercado de la oferta y la demanda. 

En los alrededores de la solitaria casa, seguía rugiendo el áspero viento. La alumna se despidió de la familia dando las buenas noches y tornaba a su morada. De nuevo iba acompañada entre hoscas oscuras nubes y la incertidumbre, las manos y los pies, volvían a amoratarse. Luego de caminar cierta distancia, se volvió, la luz mortecina, a través de la ventana, titilaba lánguidamente; pero en aquella casa ya no distinguía ninguna forma humana, ni en los caminos agrestes…Erraba sola y meditando en el mañana, en un nuevo día, un nuevo porvenir, de hombres nuevos con nuevos ideales para transformar…transformar este viejo estado, acechado por las tinieblas de inicua e indignante corrupción de los poderes fácticos. Por uno nuevo.       

El Pichuychanca.

Chiquian 26 de Abril 2019

-(1) Eduardo Galeano, Venas abiertas de América Latina.                

-(2) Daniel Valcárcel, La rebelión Túpac Amaru. México 1947.

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