jueves, 9 de agosto de 2018

El Jinkurú.(1)



Amanece. Lunes veintiséis de marzo, las sombrías calles están calladas. De las casas vecinas, se escucha el explayado canto matutino del desdeñoso gallo. El Pichuychanca, luego de haber desmenuzado, con su tieso piquito, las migas de pan, arrojados por mí, al frondoso y florido jardín, la noche anterior, se alimenta con inquietud. Del vergel vuela raudo sobre la cornisa del tejado. De aquel lugar, inflando su minúsculo pecho y alzando su cabecita, rimbombante, trina una y otra vez, obrando estiradas y afinadas notas armoniosas.    

Cesó de llover dos días. En el jardín de la casa, algunas rosas brotaron desplegando hermosos y lozanos pétalos manando aromas embriagantes. En la madrugada del día domingo, descendió suaves gotitas de lluvia y, sobre las rosas balsámicas, posaban brillantes y fríos rocíos. 

Cuando hay objetivos, ideales, y gustos por una u otra cosa en común, entre dos personas o más, surgen amistades cordiales y sinceras. Hay ideales y propósitos  que me unen en amistad, con mi amigo, Dante Aldave. 

El día anterior acordamos buscar las ramas de romero y flores  para armar el monte que será fijado, como adorno, en una de las cuatro aristas, al borde del Anda del Señor de la Humildad. La Procesión de esta imagen, recorrerá por las estrechas calles en la noche del día martes, acompañado no solo por una compacta muchedumbre alumbrando con cirios dilatados entre sus ateridos dedos, cuya llama, provocado por el viento gélido de la noche, ondeará, de adelante para atrás, de derecha a izquierda o en sentido inverso y escoltado por una banda, ejecutando sentidas marchas fúnebres, sino también, por la luna  plateada que aparecería de vez en cuando parpadeando entre nubes hirsutas.

Marzo es aún tiempo de lluvias. Las brumas se asoman palmo a palmo desde las hondonadas, del rio y de los riachuelos. Gradualmente van envolviendo a los cerros descollados por su atractivo verdor y eclipsando las ceñidas calles del pueblo. Todas se encuentran turbias.

En Chiquian, en la mayoría de las casas, en las orillas o, al centro de los patios, rebosaban de bellos jardines. Ahora, en muchas de ellas están abandonadas, por lo tanto, en aquellos jardines, las hermosas y coloridas flores, se marchitaron. Los jardines perdieron la alegría y la magia de antaño. Las flores están escasas.

Es la Celebración de Semana Santa. En estas ocasiones, las flores de llamativos colores pero carente de fragancias que se expenden en el mercado o las tiendas, proceden de Caraz o Carhuaz; pueblos que están a setenta, ochenta kilómetros de distancia. Un día antes, luego de furiosas lluvias, cerca del pueblo de Recuay,  causó un alud  que fragmentó  un tramo de la carretera, de tal modo que, era imposible el tránsito de los carros de todo tipo. No llegaban las flores. 

Dante, muy temprano por la mañana, con rostro denotando preocupación, me da el encuentro en mi casa. Luego de haber compartido y departido el nutritivo desayuno acompañado con el pan caliente y crocante con queso, salimos en busca de  las flores necesarias para que los especialistas, con tiempo suficiente, prepararen el monte. 

El cielo, semejaba a los meses de junio, julio, periodo donde se encuentra con el característico color azulenco. Hoy, veintiséis de marzo, estaba acompañado de escasas e inmovilizadas  nubes desgreñadas. Parecían estar durmiendo sobre las cimas de los cerros.

Caminábamos por las inexpresivas calles reverdecidos de cemento, percibiendo de cuando en cuando el zumbido del viento. Indagando y preguntando a varias personas conocidas, donde podíamos conseguir las flores  tan preciadas y solicitadas de manera urgente. Dante perdiendo las esperanzas, se acercó a un conocido suyo que estaba de compras en una de las tiendas de la calle Dos de Mayo cerca del mercado de abastos, le preguntó:

---Sabes quien tiene flores para que nos venda, somos los encargados de mandar a  preparar el monte para la procesión de mañana en la noche, estamos buscando hace buen rato y no hemos encontrado ni uno solo ---El Señor, desconocido para mí,  de rostro pálido, con abstraídos ojos pardos, frotándose con sus dedos flacuchos el lampiño mentón y con la otra, estirando en dirección del Zócalo, con voz cansada, respondió:   

---Arri-i-i-i-ba, en el barrio de Oro Puquio, Don Zenobio Palacios o  la Señora Aurelia Rivera, en su huerta, deben tener las flores que estás buscando –--Al escuchar esta alentadora información,  Dante hizo una expresión de desahogo. 

Nuestras prolongadas sombras nos acompañaban cuando caminábamos por una de las calles, callada y vacía, del barrio nombrado y señalado por el amigo de rostro lampiño. De repente al otro extremo de la calle, al fondo, una pequeña estampa  humana, caminaba en dirección nuestra, dando pasos menudos y apresurados, con sus brazos caídos y  enarcados. Dante, reconociendo aquella silueta, hablo susurrando: 

---Es Muñequita, ha regresado de Lima, luego de tres meses, creo que estuvo delicada de salud ---a lo que respondí levantando la cabeza con un: ---Ah…

La población en general nadie la conoce por su nombre y apellido. Pero cuando preguntan, por su apelativo, ¿conoces a una tal Muñequita?, de inmediato, relacionan a una persona de una estatura de no más de un metro cincuenta, estimada por la mayoría de la población; risueña, alegre, despabilada, bromista y salerosa. Su edad es incalculable, pero… debe estar sobre los 75 años.     

---Hola muñequita, ¿cómo estás, has estado veraneando en Lima? ---le habló Dante de manera amistosa, estando ya, frente a nosotros.           

Muñequita, aun con la edad predicha, conserva la alegría, su coquetería está a flor de piel. En esta persona pequeña y campechana, se presentan estas características singulares. Entonces, con espontaneidad colocó la palma de su menuda mano detrás de la cabeza de donde pendía una mediana prieta trenza que se ondeaba sobre su escueta espalda, y con la otra, a la altura de su desmirriada cintura, bamboleando su pequeña cadera, provocó el ligero flameo de su faldita de percal que trae puesto, además, ayudado por la fría ventisca de la mañana, guiñando sus ojos y con voz pizpireta, respondió: 

---Fui a la playa, a disfrutar de los rayos del sol, toda desnuda…pero… con biquini, mal pensados –--jajá-jajá ---nos echamos a reír  tan fuerte, de tal manera que, del techo de una de las casas de primer piso, alzó fugaz vuelo un solitario Pichuychanca. Por un momento nos olvidamos del sobresalto de no hallar las flores y continuamos con nuestra marcha.   

De las dos huertas recomendadas, regresábamos algo preocupados. Trayecto a la casa de uno de los  miembros de la hermandad del Sr. de la Humildad, en donde se armaría el monte. Nuestra plática fue mínima. Solo habíamos conseguido una docena de gladiolos y cartuchos, ambos de color blanco. 

Empuñando los dedos de la mano, Dante tocó la pequeña puerta de la casa ubicado a una cuadra antes de llegar de la plazuela de Bolognesi. Quiuhillan. Logramos escuchar pasos forzados y reducidos dentro de la casa. Agarró el picaporte y abrió con lentitud y al mismo tiempo, la puerta traqueteaba y la aldaba pendida frente a nosotros, tintineaba. Era la Señora Emiliana Peña, bajita entrada ya en años. Asomada en la puerta a medio abrir, su vistazo se encontró con el mío, se queda algo extrañada, digamos sorprendida, viendo los gladiolos blancos bajo mis brazos, no me conocía. Después, girando y echando una ojeada con sus ojos redondeados y compasivos, se topó con la imagen conocida para ella,  pero esta vez enervada, de Dante. Nos invita a pasar al patio, hablando con voz aplacada: 

---¡Dante!, pasen…pasen ---cruzando la sala pavimentada, llegamos a la entrada del patio. La señora Emiliana que iba delante de nosotros contuvo sus pasos cansinos, colocándose a un lado de la entrada, nos señaló con su diminuta mano plegada, uno de los recodos del patio, logrando ver variadas flores frescas que reposaban sobre medianos recipientes para nuestra sorpresa y alivio a la vez, comentaba:

---No se preocupen, las hermanas de la hermandad han conseguido las ramas de romero y las flores que ven. Así que tenemos todo listo para armar el monte, mañana a primera hora. ---caminamos hasta aquel recodo, bordeando un pequeño charco, causado por la lluvia de los días anteriores y, con prudencia situamos los gladiolos y cartuchos en los recipientes donde posaban las flores de variados y atractivos colores. Nos despedimos de la señora. Ella, nos dio sus bendiciones.

Martes veintisiete de marzo. Amanece. De los nevados, los cerros y  las vertientes se perciben el armonioso silencio, me llena de espiritualidad y beatitud al contemplar aun aquellos hermosos panoramas que se resisten de manera estoica de la depredación y la contaminación ambiental  de nuestra tierra entrañable, Chiquian. 

En estas circunstancias, de tranquilidad y meditación, es cuando timbra el celular, era el mensaje por WhatsApp de Dante, cuyo tenor leía: “Hola Hugo, baja a tomar desayuno”. Algunos años atrás, en los pueblos se caminaba con regocijo, de canto a canto, para encontrarnos con los amigos y pactar de manera anticipada una cita importante ya sea individual o colectivo.

Llegamos a la hora puntual. Mientras escogíamos las tupidas y aromáticas ramas del romero, llegaban los demás miembros de la hermandad del Señor de la Humildad. Luego, se presentaron uno tras otro los diestros en elaborar el monte. Uno de ellos, al que aguardaban con más impaciencia, ingresó bajando con cuidado las dos gradas de piedra que da acceso al patio, aún con los charcos de agua cristalina, en el centro. Sacando el sombrero de su cabeza de cabellos ralos y cenizos se inclinó y saludó con atención a todos los presentes. Era  el Señor Demetrio Novoa Barreto, hombre delgado, frente amplia, rostro risueño y surcado por los setenta años.  Momentos después hacia su presencia la señora María Luisa Cerrate, sencilla, colaboradora en estos ajetreos de festividad de Semana Santa. Entre ambos observaban con detenimiento las hermosas flores de colores llamativos, como aprobando su magnífico aspecto. Para su comodidad, apoyábamos en ordenar  y colocar las palanganas colmado coloridas flores en lugares propicios y cerca de cada uno de ellos.

El señor Demetrio arrellanado en una microscópica silla y bajo la sombra del techo, preguntó con voz susurrante: 

---¿Han traído los Jinkurus? ---La Señora María Luisa, arrellanada junto a él, presurosa buscaba de entre las flores ya cortadas, pitas y tijeras, colocados sobre el manto colorido, tendido en la acera arremangada. Encontrando el jinkurú extraviado, respondió con voz frágil: 

---Sí, si aquí esta ---entregándole aquel objeto vital para comenzar a elaborar la copa del monte.

Don Demetrio, con sus ateridas manos, con paciencia, habilidad y experiencia, ataba y adornaba al jinkurú con las policromas y bonitas flores, combinadas con ingenio y decoro, por la señora María, que le iba alcanzando, una tras otra y con mucho cuidado, en el momento que los requeríaDel mismo modo, a Lidia, mujer de mediana edad, sentada al lado izquierdo, que miraba con intensa curiosidad, dispuesta a aprender el arte, del Señor Demetrio,  que dotaba con perseverancia y esmero. 

Las señoras Emiliana y Orfila Peña, hermanas de pequeña estatura y propietarias de la casa, iban y volvían caminando con pasos contenidos en dirección de la mustia y minúscula  cocina, ubicado en uno de los recodos del patio. Alistaban los ingredientes para el almuerzo y al mismo tiempo atizaban el fogón. 

Con Dante, apoyábamos en pelar las papas a  la Sra. Rivera, hija de Lolito, que llegó de Lima para pasar Semana Santa en Chiquian, era la encargada de preparar el almuerzo. Sobre el batán, dentro de la cocina y al costado de la pequeñísima puerta, molían, turnándose, con avidez y aplicación, el rocoto y el chinchu  y sobre el fogón, en una hornilla hervía la sabrosa sopa de pari y en la otra, reventaban las canchas  dentro del tiesto. Los cuyes de ojos rojos, fisgoneando, salían de sus guaridas, debajo del fogón y las sillas, para alimentarse de las cascaras de la papa, de los sobrantes de las verduras y de algunos granos de las canchas tostadas que volaron del tiesto, estas últimas, rechinaban entre sus fuertes incisivos.           

El señor Demetrio, hizo una pausa. Se levantó. Mientras observaba, meditabundo, aquel Jínkuru, adornado a medias, aun inconcluso, se condolía al no ver dentro de las personas reunidas, ahí presentes, a mozos y mozas colaborando y por ende aprender de una u otra manera, en las virtuosas costumbres del pueblo. Suspirando con melancolía y como si perdiera algo importante, con voz conmovedora, expresó palabras muy sentidas:

---Cuando nosotros partamos de este mundo, todo esto se habrá acabado… ---Al oír estas vibrantes palabras, surgió en mí, una profunda conmiseración por el señor, la tradición y uso que se va abandonando de modo progresivo.  

Dante agarro el maguey y, en la parte extrema realizó un agujero de quince, veinte centímetros de profundidad donde se empotrará el Jinkuru adornado de hermosas y coloridas flores, luego, lo estacionará en el hoyo enlodado del suelo, cavado con anticipación. Sobre el maguey  se irá colocando  las ramas de romero y las flores, atando con prudencia y de manera ordenada con una larga y fuerte soguilla. Hasta convertirlo en la forma de un tupido árbol.

Concluido esta, afanosa y dichosa, jornada durante toda la mañana, como fieles devotos, quedaban espiritualmente satisfechos de haber participado en la elaboración del hermoso monte que acompañará como ornamento del Anda del Señor de la Humildad. Luego, en la orilla del patio, sentados con comodidad, percibiendo aromas de las ramas del romero, degustábamos la exquisita sopa de pari, servido con profusa atención por la Señora Rivera, acompañado del rocoto combinado con el chinchu, la cancha y el pan de piso. Entre tanto, de los irrisorios copos de nubes, se desplomaban imperceptibles garuas, del sol, en su cenit del anchuroso cielo azul, sus rayos perpendiculares reverberaban sobre el charco de agua cristalina.               

 El Pichuychanca

Chiquian, 9 de agosto 2018 

Notas

(1)Jínkuru. (Horqueta de uno o dos ángulos) en otras palabras; es cuando de la planta, del tallo principal se reúnen y crecen dos o tres ramas casi juntas una de la otra. El Jínkuru proviene mayormente de la planta conocido como huaromo. Crece en el borde de los caminos y las chacras, además son muy resistentes cuando se les deja secar.













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