jueves, 26 de julio de 2018

La Canga II.


Din…don…dan…

Domingo. Las antiguas campanas de la iglesia doblan en armonía. Las ondas sonoras, que viaja por todo el pueblo, irrumpen en el aposento de Rogelio y le despierta del sueño sereno y profundo. El escolar, de rostro redondo, tez trigueña y de ojos asiáticos, desperezándose con lentitud, se  levanta y en seguida se arropa con las prendas apropiadas con el propósito de repeler el agudo frio. Con pasitos contenidos se dirige al escritorio, toma asiento, y de los cajones extrae el cuaderno de dibujo, el estuche donde guarda los lápices de colores. Pensativo en lo que se había propuesto, dibuja, con determinación, las siete posiciones del juego de la canga. 

Lunes, amaneció con el cielo nublado. Los alumnos, marchan a la escuela a toda prisa. En la mano aterida o en la minúscula espalda lleva el cartapacio en donde guardaron, junto con los útiles escolares, la canga, elaborado con desvelo el día anterior. Llegando a la escuela, cumplen, al pie de la letra, con todas las actividades que se realizaban semana tras semana. Durante todo este tiempo, las miradas interrogativas de los estudiantes estaban puestas sobre Rogelio, que les había prometido exponer los bosquejos de la canga.

Los becarios de transición y del primer año, con los cuadernos de doble raya y el libro Coquito, concentrados, aprenden todo lo que les enseña el docente, las primeras vocales del abecedario y las silabas, como agarrar el lápiz y escribir lo que el libro guiaba. Por momentos, se distraen de las clases por estar pensando en la hora del recreo y el juego de la canga, entonces, el mentor reprocha a sus discípulos. El tiempo les parece una eternidad y esperan con inquietud escuchar el bullicioso pitido del silbato que anuncie el primer recreo, cuyo deseo, sucedió. Apenas escucharon el sonoro silbido, del cartapacio extraen la canga y salen raudos al patio. 

Rogelio, peinado con la raya al lado izquierdo, lucía un pantalón azul marino y una chompa de dos colores, verde y azul claro. Con pasitos circunspectos, acompañado de Marcelino, Negro y Alfredo, se dirige al centro del patio con el cuaderno de dibujo, forrado con papel azul y vinifan, posado en su inflado pechito y sujetado por la minúscula mano derecha. Los alumnos del primer y segundo año le salieron al encuentro, lo rodearon y de inmediato le preguntaron en coro:

—¿Dibujaste la canga y las posturas? 


Rogelio, andaba, ora aquí, ora allá, con la frente erguida. Curioso, observa con discreción la canga de cada uno de los escolares, pendido a la altura de los muslos y sujetados con las menudas y lívidas manos. Alumnos fisgones de otras aulas, junto con los del quinto, se arrimaron tan solo por ver los esbozos del genial pintor,  quien ordenó a los presentes:    

—¡Levanten la Canga!  —expeditos, como un resorte y al mismo tiempo, los escolares levantaron el juguete. Rogelio vio todo tipo de tablas que flotaban encima de las cabecitas esquiladas. Cavilaba para sus adentros, “Tienen formas amorfas. Están desalineados, sobresalientes y curvados. Otros excedían o eran muy pequeños del tamaño requerido”.

Felicitó a todos por desplegar sus esfuerzos en elaborar la canga. Cuando se disponía a mostrar los dibujos, los alumnos se aglutinaron, empujándose unos a otros, creando un caos  total. Tuvo que intervenir el Brigadier General. Buscaron un lugar adecuado, siendo esta, las gradas que daba acceso al pabellón principal y a los salones de la escuela. Rogelio se sentía  más cómodo en aquel lugar. Los escolares, calmados y ordenados se colocaron formando una media luna, de donde podían observar  con comodidad. El precoz dibujante, desde el séptimo peldaño de los diez que tenía la escalera, comenzó a abrir el cuaderno de dibujo de regular tamaño. Los alumnos estaban con angustiante expectativa. La primera imagen que mostraba era la canga y la tablita, ambos pintados de color marrón y su medida correspondiente. Antes de pasar  a exhibir la segunda imagen dijo:

—Las posturas que verán a continuación son los más fáciles de ejecutar. Estas son; manos libres, mano cruzada, piernas cruzadas y de rodillas —En seguida con extrema paciencia Rogelio, con el dedo índice, mojado con la punta de la lengua, folió el cuaderno y de inmediato, presento la segunda imagen, y así sucesivamente, hasta el quinto bosquejo. Los escolares, quedaron impresionados al contemplar aquellos diseños pintados con maestría y casi a la perfección, a pesar de su corta edad     

Desde las gradas, y antes de mostrar las siguientes imágenes,  Rogelio, con tono de un maestro experimentado en matizar hermosos diseños, habló:

—Las posturas que a continuación presentaré son más complicadas; se necesita tener  estabilidad, resistencia y agilidad.  

Los becarios, tomaron significativo interés. Conteniendo el aliento,  con los ojitos inmóviles, sin parpadear, ven el cuaderno de dibujo. Concentrados e inquietos esperan la siguiente ilustración. Rogelio anunciaba…:

—La siguiente postura se llama…culito…potito… —Sorprendido los becarios, veloz, giran la cabecita rapada, se miran, murmuran y sonríen. En un santiamén, en el patio de la escuela, surgió un silencio largo y sepulcral, cuando frente a ellos se presentaba un cuadro  esplendido  de la postura que había anunciado Rogelio. Quedaron absortos, contrayendo los hombros, con las manos tapándose la boca y con ojitos cautivados  al ver aquella imagen dibujado con mucha pericia. El esbozo reflejaba como sigue:


Un niño de cuclillas, los pies y las piernas muy juntos, la mano izquierda se apoyaba  sobre la rodilla  del mismo lado, la mano derecha cruzaba  debajo de los muslos y a la altura de las pequeñitas nalgas, sostiene la canga al nivel de la tablita. Estaba a una distancia de siete a diez centímetros a la cota de su talón izquierdo, colocado sobre una piedra que sobresalía del ras del piso. Su rostro  expresaba concentración y con una mirada atenta en dirección de la tablita. Los alumnos del quinto año reconocieron el arte inigualable de Rogelio con fuertes aplausos, seguido por los más pequeñitos, afortunados y alborozados de tener al precoz pintor frente a ellos que les mostraba las posturas del juego de la canga.

La postura siguiente era de pecho, una imagen de vivos colores, reflejaba un niño con los tirantes cuyas puntas quedaban suspendidos de los pequeños hombros,  estaba boca abajo con  el brazo  izquierdo  levantado y  recto. La palma de la mano del mismo lado con los dedos abiertos descansaba sobre el suelo, palma y brazo soportaban el peso del cuerpo. Tenía las piernas estiradas y levantadas con la punta de los pies sobre el suelo. La mano derecha cruzaba el pecho y mantenía la canga sobre la tablita a un costado de la muñeca izquierda y a una distancia de diez centímetros. De modo espontáneo los alumnos de todas las edades, irrumpieron de nuevo con fuertes aplausos al ver aquel increíble bosquejo, llamando la atención de algunos profesores que se acercaban con lentitud. Rogelio, nervioso, sonrió. 

Tranquilo foliaba la penúltima hoja  para exhibir el último bosquejo, la postura de espalda. El  pelotón de alumnos de todas las secciones, observaron con fascinación aquel diseño. La postura reflejaba a un niño boca arriba, La punta del cinturón suspendido de la cadera, La mano izquierda, levantada y tiesa, con las palmas y los dedos semiabiertos sobre el suelo. La planta de los pies firmemente pegados al suelo, con las rodillas un tanto separadas y dobladas, ambos miembros reflejan un ángulo de 90 grados, La mano derecha cruzaba debajo de la espalda y sujetaba la canga sobre la tablita que estaba a la altura de los pequeños pulmones y a una distancia de diez centímetros. En el rostro se nota el esfuerzo, la dificultad y la mirada se orientaba hacia la tablita.

 Aquellos dibujos quedaron pegados por mucho tiempo en las  retinas de la mayoría de los alumnos por su excepcional belleza. Los dibujos parecían ser  copias de algún libro. Dio así por finalizado su brillante exposición.   

Marcelino se encargará de hacer la presentación práctica de las cuatro primeras posturas y Alfredo el resto —expresó, Rogelio. —Los becarios, se disponen a observan con prolija atención. Con la canga en la mano, el primer nombrado, da un toque suave y certero a la tablita, ubicado a ras del suelo, sobre una piedra pequeña, éste, se eleva y cuando regresa  con la misma canga le da un golpe fuerte, enviándolo lo más lejos posible y no ser atrapado por las diminutas manos de los adversarios, dos o tres jugadores, que se colocaban a cierta distancia. Si logra atraparlo, uno de ellos,  antes de caer al suelo, perdía. El que agarró la tablita continuará con el juego en la postura donde se había quedado antes de perder.


Llega el turno de Alfredo. Del cartapacio, hecho de hilo, donde figuraba la estampa de un zorro, de pronto extrajo la canga, para la sorpresa y a la vista de todos, relumbraba como oro fundido bajo los rayos del sol de la mañana. El hermoso modelo fue pulido y barnizado de un color amarillo. Los escolares quedaron asombrados de ver aquella canga que hubieran hecho todo lo posible por tenerlo entre sus minúsculas manos. Alfredo, guardó la canga anhelada en el cartapacio y sacó otra confeccionado a  medias     

 —Con esta Canga laglachi*… —de inmediato,  el patio estalló en estruendosa carcajada por la espontaneidad de aquel. Después de la hilaridad de los presentes, con voz ahogada, habló:  —enseñaré las siguientes posturas…. 

Parecía no ser el día de Alfredo. Un alumno, del quinto año, alzó la mano y con voz a manera de imploración, sugirió lo siguiente:

— Antes que el camarada Alfredo demuestre las siguientes posturas, sugiero que los dibujos de Rogelio, expuestos en esta brillante mañana, creo que debe y merece ser  colocado en el Periódico Mural de la escuela para su exhibición —El pelotón de alumnos, escuchando tal petición, con vocecitas chillonas, clamaban: —Que lo pongan… que lo pongan… —El pintor,  generoso, marchó rumbo al Periódico Mural ubicado en la entrada de la escuela y al costado de la Dirección. Mientras el encargado abría las puertas de la vitrina, el eximio dibujante de la escuela, con sumo cuidado, arrancaba los diseños. Los excelentes dibujos fueron colocados en orden y en la parte más visible. Cada día, tanto en la entrada como en la salida, los alumnos no dejaban de ver aquellas imágenes. Por disposición del Director, jamás serian retirados, quedando estampado en aquel lugar para la posteridad, exhibiéndose para los  futuros niños que se iban incorporando a la escuela.  

En el siguiente recreo los niños ya juegan la canga. Unos llegan a la posición potito, por no tener estabilidad pierden el equilibrio cayéndose de potito y de espalda. Cuando logran llegar a la posición de pechito y no resisten, caen golpeándose  el mentón y quizás absorbiendo polvo… Así de divertidos eran los recreos de mi añorada escuela de Don Josué.

El Pichuychanca.     

Chiquian 26 de Julio 2018     

*Laglachi, término quechua que significa, viejo, deteriorado 





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