miércoles, 12 de febrero de 2020

La germinación de frejol


Para llegar al Colegio Coronel Bolognesi, situado en las faldas de Parientana, los alumnos atravesaban por tres diferentes senderos, cada uno de ellos con sus respectivas particularidades: Del sur, partían los que moraban en los barrios de Oro Puquio, Umpay y Lirio Guencha, próximo al colegio, surcaban por un camino inclinado y ceñido flanqueado por un exiguo barranco, de quince metros de altura. Los que venían del centro; de Jircan, Santa Cruz y Tranca enfilaban por el corto y empinado camino apostado al costado del puquial de Parientana y del norte, los que residían en Quihuyllan, Jupash y Alto Perú, arribaban por una dilatada y pedregosa rampa; húmeda en tiempos de lluvia y polvorienta, en ausencia de la misma.

Se estudiaba en dos turnos, en la mañana y en la tarde,  Los efusivos becarios cursaban el segundo año de media y el profesor Eloy Cox Mejía, dirigía  el curso de Botánica y Biología. El último viernes del mes de setiembre del año 19…, con vasta anticipación, veinte, veinticinco días antes, el guía, suministraba la tarea de un reflexivo y esmerado estudio, sobre investigación botánica, “La germinación del frejol”. Para este original experimento, el tutor confirió hasta el más  mínimo detalle.

Al día siguiente, sábado, muy temprano por la mañana, los alumnos comenzaban con su “ardua” operación. Siguiendo todas  las instrucciones del profesor.

En el Angulo superior de la caja, de manera aplicada, con la tijera se cortaba una pequeña abertura de cinco por cinco centímetros en la forma de una figura geométrica, a gusto del alumno. En el pequeño recipiente de lata;  abriendo con un abridor uno de los lados, con enorme afán, llenaban de tierra húmeda y fértil, extraída del jardín. En esta nimiedad de huertita, el pote, la semilla del frejol era sembrado con sumo cuidado y expectativa, a la espera de que naciera pronto. Terminando la primera fase de este experimento, la huertita, es decir la macetita, era colocado al centro de la caja cubriéndolo con la tapa; de este modo, quedaba aislado de toda relación, con los humanos y la naturaleza. La huertita, huérfana, era alumbrada por una triste luz mortecina, que a duras penas entraba por la diminuta ventana de la caja de zapatos.

Día lunes.

Los primeros alumnos en llegar al colegio, se reunían en el patio central, antes de la formación general, alguien del grupo dijo:

—¿Cómo les fue con el experimento?

—No tenía la caja de cartón, fui a comprar de la tienda de don Camilo —suspiró uno.


Yo, del Sr. Bissetti- intervino otro 

—Yo, de don Silverio Tafur —intercedió un tercero.

—Yo, de don Zenobio Alarcón —habló con voz apagada, el último de los reunidos.

Luego se pusieron a proyectar el experimento botánico, sobre “La germinación del frejol”:

—El mío, brotará primero —dijo uno

—El mío, crecerá rápido y será el más frondoso —Agregó otro.

—El mío, será el primero en salir por la ventanita de la caja —terció el tercero

—Bueno, bueno…el profesor verá a quien califica mejor, será por su trabajo y la exposición de su investigación. —Concluyó el de la voz apagada.

Los estudiantes, en acto seguido, comprendieron que en la breve cháchara de ese instante, no era más que un sueño, una especulación. Coincidieron que tenían que esperar el resultado final de su experimento.

Sucedieron cinco, diez días de tensa espera. Ansiosos, los alumnos se iban a la cama pensando en su experimento. Cuando empezaba a rayar el alba, se despertaban  y turbados corrían en dirección de la caja, emplazado en un recodo del patio, para ver si había brotado la semilla del frejol. 

De pronto, de la macetita de los alumnos, uno tras otro, germinó la semilla del frejol. El corazón de cada colegial retozón, estallaba y se colmaba de inefable felicidad. Con el bolígrafo en la menuda y aterida mano, con el cuaderno encima de sus trémulas y liliputienses piernas, apoltronados sobre una silla pequeña, encantados, cada dos días, tomaban nota de los singulares detalles y cambios que manifestaba el pimpollo del frejol.

Transcurrieron los días y... ¡Llegó el día de la exposición!

Viernes 23 de octubre. Nubes pardas, amenazaban con lanzar las primeras lluvias. Era el turno de tarde y los becarios, con mucha prudencia, ingresaban al salón con su famoso  experimento bajo sus minúsculos brazos. El alumno Ramírez, no se sabe, bajo que sucesos, había olvidado de traer su trabajo. Uno de los compañeros amistosamente le dijo: —“Tienes tiempo, ve a traer tu trabajo” —este respondió con un rotundo rechazo:—¡No! —otro insistió: —“Si lo tienes listo, ¿Por qué no vas a traerlo?” —intransigente, repuso -¡No! y ¡No! —Un compañero que estaba junto al grupo le exhortó: —“Oye erizo, (su apodo) si no traes tu trabajo, el profesor te reprobará” —Más el condiscípulo, mirando con cierta inquina a los demás, vociferó: —¡Se acabó! ¡No iré! ¡Además, la chata (la auxiliar) no me dejara entrar! —Uno de los amigos, perdiendo la paciencia, arrebatado, que hasta la sangre se le subió al rostro amoratado, desgañitó: —“¡Es un testarudo! ¡Tan terco como la mula!, ¡No Irá!” —Y se quedó. Tensos se fueron a sus respectivas carpetas. 


Minutos después, el profesor Eloy Cox, ataviado de un saco y pantalón de percal y zapatos negros lucidos con la suela untada con minucias de barro, ingresaba al salón con pasos graves y el rostro circunspecto. Entre los dedos de la mano yerta, traía el acta de notas y la lista de los alumnos. Los novatos, de inmediato se incorporaron y saludaron a una sola voz: 

-¡Buenos tardes profesor! Desde el lugar donde se hallaba, detrás del pupitre y. con su mano,  llevando el cabello lacio a un costado de su cabeza, con voz sedante, replicó: 

—Alumnos, buenas tardes, tomen asiento —aun de pie y ordenándose el saco, añadió: —Hoy es un gran día, oiré, atento, a cada uno de ustedes, la exposición de su trabajo. —Los compañeros de clase, que estaban cerca del alumno Ramírez, presintieron cierta piedad, y a éste, se le estremeció su menudo cuerpo.

La exposición de los alumnos era por orden alfabético, según los apellidos. En ese orden, iban revelando todos los detalles de su experimento. Auxiliado por las notas, escrito en su ajado cuaderno, señalaban que la semilla del frejol había retoñado a los cinco días. El tallo y las hojas dentro del oscuro cajón presentaban un color pálido y  creían en dirección de la ventanilla, a la luz del día, se aprecia el característico color verde. El profesor tomaba nota de las exposiciones y cada vez que se acercaba el turno del becario Ramírez, empezó a traspirar su minúscula y nerviosa manita. Cuando sordamente creyó haber oído su nombre, sus parvas piernas flaquearon. 

El profesor se acercó al escritorio, observó la lista y con voz sobria, convocó: 

—Alumno Ramírez Castillo, adelante, exponga su investigación —El colegial aludido, sudaba frío por la lozana testa perlada. Pesaroso, se puso de pie y con voz estremecida, habló: 

—Profesor, me olvidé de traer mi trabajo —El mentor, que calificaba el informe del anterior alumno, en un santiamén, alzó el rostro con el entrecejo fruncido y con voz desapacible dijo:

—Con que te olvidaste. —“Si profesor” —respondió tartamudeando el alumno. Meditando por unos segundos, el profesor le advirtió:

—Tienes diez minutos para traer tu trabajo. Alumno Vílchez, ¡Acompáñelo! —con el  aludido alumnos, con pasos ligeros salieron del salón y se echaron a correr por el ancho corredor del colegio. Se encarrilaron rumbo al barrio de Lirio Guencha, donde vivía. Surcaron, con reserva, por  el pequeño barranco y el atajo ceñido y húmedo, provocado por la llovizna del frío atardecer.


Del experimento, bajo el rollizo brazo de Ramírez, se podía ver las verdes hojas del frejol que sobresalían por la portilla del sarcófago de cartón. Apremiados, de regreso, atravesaron la acequia, cuya agua, provenía de la cascada de Umpay Cuta. Más allá, a unos pasos, se toparon con un charco. Pasando por el costado, para mala suerte del compañero, de repente se resbaló y… ¡zas! se desplomó de espaldas con las piernitas lampiñas en lo alto, junto con el cajón que, del envase de lata, se desparramó casi toda la tierra, dañando el frondoso frejol. Su colega, entre la risa y el susto de este inopinado percance, se acercó para auxiliarlo. Atolondrado, veloz, se reincorporó limpiándose el uniforme de color gris.

Ambos, de cuclillas, replantaban el maltrecho y copioso frejol en el pote. Mientras Ramírez, constantemente, absorbiendo su congestionada recta nariz, con singular angustia, sostenía el frágil tallo con sus pequeñas manos ateridas, Vílchez, el cómplice de este lance, apresurado, echaba la tierra húmeda dentro del pote. Preocupados y despabilados, sin darse cuenta de cómo se hallaba el espigado frejol en la macetita, dentro del cajón tapado a la velocidad de un rayo, raudo, marcharon al colegio y llegaron agitados al aula.

Entrando al salón, el profesor, le combinó que pusiera su experimento sobre el pupitre e invitó a sentarse, mientras el otro alumno  que estaba exponiendo su trabajo, termine. Ramírez, tenso, esperaba su turno.

Hasta ese momento el tutor sonreía, satisfecho con el trabajo de sus discípulos.

Luego de calificar al alumno, el tutor se puso de pie y se arrimó al experimento del colegial Ramírez. Tan pronto abrió la tapa de la caja estropeada, su rostro sufrió una mutación inenarrable, una vez más, frunció el ceño. Irresoluto y asombrado, con la mano derecha debajo de la quijada, observaba una y otra vez el maceterito y el frejol, sin saber cómo reaccionar. Entre tanto, el becario, agitado, no entendía lo que sucedía ante los ojos del profesor y porque no le llamaba de una vez. El corazón le latía cada vez más y más.

El aula se hallaba en silencio sepulcral. El profesor se echó a caminar, sólo se oía el tañer del taco de los zapatos negros y las suelas embadurnadas de nimiedades de barro. Desde el otro extremo de la pizarra, con voz carrasposa, el profesor ordenó:

—Ramírez, adelante, describa su trabajo, tal como está —El alumno, con pasitos vibrantes con la mirada yacida al piso, llegó al escritorio. Cuando observó su experimento, se consternó, su rostro cárdeno se transfiguró, se puso pálido y quiso explicar con voz vacilante:


Profesor, el frejol esta así porque… —No le he pedido explicaciones, describa a sus compañeros sobre su trabajo —dijo el tutor con voz más acentuada. Contra su voluntad, el alumno, observando su experimento de vez en cuando, con vocecita ahogada, empezó a detallar:

—La raíz del frejol…está creciendo en dirección de la…luz del día —Los estudiantes, al instante,  prorrumpieron gozosa carcajada, que abarcó todo el perímetro del salón. 

—Ja-ja- ja… la raíz creciendo hacia el cielo…ja-ja-ja  

—¡Silencio!- dijo el profesor, con ojos simulando seriedad, pero resistiendo a reírse también, contagiado por la cándida risa de sus discípulos. añadió:

—¡Continúe! — Y el becario prosiguió.

—El tallo del frejol…está creciendo…debajo de la tierra —Ja-ja-ja —de nuevo se escuchó la ruidosa carcajada de los compañeros y el profesor tuvo que intervenir poco más o menos gritando:

—¡Silencio! ¡Silencio! —Luego de una pausa, en el salón reinaba una sorda afonía. 

—Su experimento le resultó todo al revés —expresó el profesor y, más calmado. añadió:

 —Explique a sus compañeros sobre su trabajo, ¿Qué ocurrió? —aplacado, explicó con detalle sobre los acontecimientos del maltrecho experimento de, “La germinación del frejol”. 

—Vílchez, ¿Es cierto de lo que dice Ramírez? El alumno mencionado, de rollizas piernas, se puso de pie y mencionó lo siguiente: 

—Profesor, es verdad lo que acaba de contar el camarada Ramírez. 

—¡Camarada Ramírez!…digo, alumno Ramírez, por suerte tiene usted un buen testigo —El tutor, Hizo una pausa y cavilando sobre lo ocurrido, con voz conciliadora, indicó:

—Alumno Ramírez, desde hoy, comience con su nuevo experimento y quiero verlo dentro de veinte días y esta vez tenga mayor cuidado —Con sus manos ateridas, empuñó el acta de notas, la lista de los alumnos y caminando en dirección de la puerta se despedía, diciendo: 

—Después de todo, han hecho una excelente y bonita exposición sobre su trabajo. Buenas tardes, hasta luego alumnos —estos respondieron al unísono: -¡Hasta luego profesor!

El Pichuychanca.

Chiquian 12 de febrero 2020 



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