En la madrugada, todavía de noche clara sin luna, debajo de titilantes e innumerables lumbres del cielo despejado, el cruel frio azota sin compasión. El tiempo me es poco amigable.
El viento que ruge, fuerte y profundo, lacera mi cuerpo otoñal una y otra vez. Al verme en esta penosa circunstancia, de inmediato, la imaginación me lleva a pensar que este mismo viento eterno, en épocas lejanas, fustigaría, de modo semejante a los honrados y laboriosos labradores, labradoras de este pueblo adornado por su identidad, pujanza y de una cultura en común.
Trajino por el agreste y silente camino, en compañía de sedientas y desnudas plantas silvestres causado por la helada estación de otoño. En la medida que avanzo por el sendero que me conduce rumbo al cerro empinado de Huancar, Jaracoto y de los prados de Huaca Corral, bajo el sol abrasador, apenas logro oír el canto lánguido de las avecillas, el susurro agónico del riachuelo.
Recuerdo todavía, que a la luz del alba acompañado del trino sonoro de los pichuychancas y los ruiseñores, íntegros e incondicionales labriegos, labriegas de rostro cárdeno y de recio andar, con los azadones en el hombro, soportando el despiadado frio, marchaban cuesta arriba por estos senderos, serpenteados y abruptos, rumbo al campo a fin labrar con arrojo, durante varios días, la tierra fértil. Luego, una vez ya listo el terreno y en el día adecuado, sembrar la papa, el maíz. Pasado un tiempo determinado, con la racuana en la mano curtida, lanzando respiraciones afanosas, arrancan de raíz la mala yerba que impide el crecimiento del nuevo brote. Y en el momento oportuno, con gran espíritu de camaradería familiar, ir a cosechar con el pecho henchido de júbilo.
La silenciosa tarde cae con inaudita lentitud. Luego de este nostálgico paseo por estos alejados lares, en mi señero retorno, hago un alto de mis pasos exhaustos, con el propósito de regodear la vista con el entorno y el indecible paisaje de la tierra natal, clavado en blanda explanada, entre asombrosos cerros. Lejos, la desvelada cordillera argentada que exhibe toda presuntuosa al segundo nevado más alto del Perú, el augusto Yerupaja.
Del pico más elevado de estos enigmáticos altozanos, que preserva a mi pueblo con celo, observo los prados desolados con intenso quebranto, que hasta el tambor de mi pecho late incesante y de pena.
Ah, tiempo... tiempo cruel, hoy, los fecundos campos se hallan entristecidos, desnudos y marchitados causado por el abandono o la migración a otros lares de parte de los propietarios, además, lastimado por el potente fuego del sol a tal punto que parece como si lo hubiera cubierto por completo con una ilimitada sábana de color amarillo al reverdecido sembrío del maíz y el trigo de ayer.
El pichuychanca.
Chiquian, calle Tarapacá, 28 de abril del 2021
Sementera amarilla, arboles verdes, Tucu de blanco nevado, cielo azul. Asi es el tiempo estival en el terruño. Noviembre 2022 |
Son las 5.20 de la mañana, la luna menguante rumbo a su ocaso. |
Huamgam |
Hermoso Valle de Aynin |
La presuntuosa Cordillera de Huayhuash, exhibiendo al segundo nevado más alto del Perú, el augusto Yerupaja. |
Faldas del cerro de Huancar. P/D. Las fotografías anteriores fueron tomadas a partir de las 5.15 de la mañana el dia 12 de noviembre 2022 |
![]() |
Vista panorámica de Chiquian. Tomado desde el canal de Tucu. Encima de entre los cerros de Huancar y Jaracoto. |
![]() |
Foto captado dede tanas, de este lugar se logra apreciar el recinto del sol y la luna ubicados en la cima del cerro de Capilla Punta y la tierra natal. Mi querencia. |
![]() |
Sigo descendiendo por el camino de tanas. Con extremada añoranza observo los prados abandonados. Chiquian en medio de la quebrada. |
![]() |
Me siento enamorado de mi tierra natal. Chiquian |
![]() |
En unas horas llegaré a tus calles pastoriles para reencontrarme con las improntas de mi infancia y adolecencia. Hasta la proxima amigos mios. |
Archivo fotos 2018
No hay comentarios.:
Publicar un comentario