jueves, 20 de febrero de 2020

Paisaje- Chiquian I

Es un día de estío, no hay sombra donde cobijarse. El ardiente sol sofoca, aun así me voy de paseo por los rededores de mi querido pueblo , Chiquian. 
Aqui estas fotos.



















El Pichuychanca

miércoles, 12 de febrero de 2020

Tú, eres mi ventura

Alborada en Chiquian

Tú, eres mi ventura


Allende, en el vasto horizonte,
por encima del albo Yerupaja,
una estremecida estrella,
centellando en el cielo garzo,
a la zaga de la agónica nube,
huraña y endrina se esconde.

El celestial atardecer de otoño,               
se va despidiendo del cálido día. 
Andando por la calle campestre 
el lunar plateado de la oscura esfera, 
lanzaba mi silueta de galán enamorado.
De pie, frente de su casa,
debajo del árbol de copa tupida,
lejano,
escucho el postrero canto del ruiseñor,
posado en la umbría rama.
Con rivalidad, 
veo como el bruñido rayo de la luna coqueta,   
ingresa por la lumbrera entreabierta 
a la alcoba de mi hechicera amada.

Intuyo,
como el fulgor plateado de la luna,
se funde en el enfundado aposento  
de mi persuasiva amada. Sosegada ella,
con el rostro apacible y lozano,
con el cuerpo perfilado y grácil.

Mas, cuanto deseo ser, ¡ahora!,
un haz fulgurante rayito,
para iluminar su tersa jovial imagen,
en la callada penumbra de su alcoba,
acompañado de la argentada luna,
confesar, susurrando con ternura,
mi amor sin reserva:

Tú, eres mi ventura,
tu voz hace estremecer
mi cautivado corazón.
Tú, eres la inmaculada
mujer, con tu refulgencia
reservada, hechizas mi ser.

El Pichuychanca.
Chiquian, Calle… agosto 2019 

La germinación de frejol


Para llegar al Colegio situado en la falda de Parientana, los alumnos atravesaban por 3  senderos, cada uno de ellos con su respectiva particularidad. Del sur, partían los que residían en el barrio de Oro Puquio, Umpay y Lirio Guencha. Próximo al colegio, surcan por el camino inclinado y ceñido flanqueado por un exiguo barranco de 15 metros de altura. Los que marchan del centro; de Jircan, Santa Cruz y Tranca enfilaban por el corto y empinado camino apostado al costado del puquial de Parientana y del norte, los que vivían en Quihuyllan, Jupash y Alto Perú, arribaban por una dilatada y pedregosa rampa; húmeda en tiempo de lluvia y polvorienta en el periodo de estío.

Los estudios son de mañana y en la tarde.  Los efusivos becarios cursan el segundo año de media y el profesor Eloy Cox Mejía, enseña el curso de Botánica y Biología. El último viernes de setiembre del año 197… con vasta anticipación, 20, 25 días antes, el guía, suministraba la tarea de un reflexivo y esmerado estudio, sobre investigación botánica, “La germinación del frejol”. Para este original experimento, el tutor confirió hasta el más  mínimo detalle.

Al día siguiente, sábado, muy temprano por la mañana, los alumnos inician con su “ardua” operación. Siguiendo todas  las instrucciones del profesor.

En el Angulo superior de la caja, de manera aplicada, con la tijera se corta una pequeña abertura de 5x5 centímetros en la forma de una figura geométrica, a gusto del alumno. En el pequeño recipiente de lata;  abriendo con un abridor uno de los lados, con enorme afán, llenan de tierra húmeda y fértil, extraída del jardín. En esta nimiedad de huertita, el pote, la semilla del frejol es sembrado con sumo cuidado y expectativa, a la espera de que naciera pronto. Terminado la primera fase de este experimento, la huertita, es decir la macetita, era colocada al centro de la caja cubriéndolo con la tapa; de este modo, quedaba aislado de toda relación, con los humanos y la naturaleza. La huertita, huérfana, era alumbrada por una triste luz mortecina, que a duras penas entraba por la diminuta ventana de la caja de zapatos.

Día lunes. Los primeros alumnos en llegar al colegio, se reúnen en el patio central, antes de la formación general, alguien del grupo dijo:

—¿Cómo les fue con el experimento?

—No tenía la caja de cartón, fui a comprar de la tienda de don Camilo —suspiró uno.

—Yo, del Sr. Bissetti- intervino otro 
—Yo, de don Silverio Tafur —intercedió un tercero.

—Yo, de don Zenobio Alarcón —habló con voz apagada, el último de los reunidos.


Luego se pusieron a proyectar el experimento botánico, sobre “La germinación del frejol”:

—El mío, brotará primero —dijo uno

—El mío, crecerá rápido y será el más frondoso —Agregó otro.

—El mío, será el primero en salir por la ventanita de la caja —terció el tercero

—Bueno, bueno…el profesor verá a quien califica mejor, será por su trabajo y la exposición de su investigación. —Concluyó el de la voz apagada.

Los estudiantes, en acto seguido, comprendieron que en la breve cháchara de ese instante, no era más que un sueño, una especulación. Coincidieron que tenían que esperar el resultado final de su experimento.

Sucedieron cinco, diez días de tensa espera. Ansiosos, los alumnos van a la cama pensando en el experimento. Cuando empezaba a rayar el alba, se despertaban  y turbados corrían en dirección de la caja, emplazado en un recodo del patio, para ver si había brotado la semilla del frejol. 

De pronto, de la macetita de los alumnos, uno tras otro, germinó la semilla del frejol. El corazón de cada colegial retozón, estallaba y se colmaba de inefable felicidad. Con el bolígrafo en la menuda y aterida mano, con el cuaderno encima de sus trémulas y liliputienses piernas, apoltronados sobre una silla pequeña, encantados, cada dos días, tomaban nota de los singulares detalles y cambios que manifestaba el pimpollo del frejol.

Transcurrieron los días y... ¡Llegó el día de la exposición!

Viernes 23 de octubre. Nubes pardas, amenaza lanzar la primera lluvia. Era el turno de tarde y los becarios, con mucha prudencia, ingresan al salón con su famoso  experimento bajo sus minúsculos brazos. El alumno Ramírez, no se sabe, bajo que sucesos, había olvidado de traer su trabajo. Uno de los compañeros amistosamente le dijo: —“Tienes tiempo, ve a traer tu trabajo” —este respondió con un rotundo rechazo:—¡No! —otro insistió: —“Si lo tienes listo, ¿Por qué no vas a traerlo?” —Intransigente, repuso —¡No! y ¡No! —Un compañero que estaba junto al grupo le exhortó: —“Oye erizo, (su apodo) si no traes tu trabajo, el profesor te reprobará” —Más el condiscípulo, mirando con cierta inquina a los demás, vociferó: —¡Se acabó! ¡No iré, y qué! ¡Además, la chata (la auxiliar) no me dejará entrar! —Uno de los amigos, perdiendo la paciencia, arrebatado, que hasta la sangre se le subió al rostro amoratado, desgañitó: —“¡Es un testarudo! ¡Tan terco como una mula!, ¡No Irá!” —Y se quedó. Tensos se fueron a sus respectivas carpetas. 


Minutos después, el profesor Eloy Cox, ataviado de un saco y pantalón de percal y zapatos negros lucidos con la suela untada con minucias de barro, ingresaba al salón con pasos graves y el rostro circunspecto. Entre los dedos de la mano yerta, traía el acta de notas y la lista de los alumnos. Los novatos, de inmediato se incorporaron y saludaron a una sola voz: 

—¡Buenos tardes profesor! —Desde el lugar donde se hallaba, detrás del pupitre y. con su mano,  llevando el cabello lacio a un costado de su cabeza, con voz sedante, replicó: 

—Alumnos, buenas tardes, tomen asiento —aun de pie y ordenándose el saco, añadió: —Hoy es un gran día, oiré, atento, a cada uno de ustedes, la exposición de su trabajo. —Los compañeros de clase, que estaban cerca del alumno Ramírez, presintieron cierta piedad, y a éste, se le estremeció su menudo cuerpo.

La exposición de los alumnos era por orden alfabético, según los apellidos. En ese orden, revelaban todos los detalles de su experimento. Auxiliado por las notas, escrito en su ajado cuaderno, señalaban que la semilla del frejol había retoñado a los cinco días. El tallo y las hojas dentro del oscuro cajón presentaban un color pálido y  crecían en dirección de la ventanilla, a la luz del día, se aprecia el característico color verde. El profesor tomaba nota de cada una de las exposiciones y cada vez que se acercaba el turno del becario Ramírez, empezó a traspirar su minúscula y nerviosa manita. Cuando sordamente creyó haber oído su nombre, sus parvas piernas flaquearon. 

El profesor se acercó al escritorio, observó la lista y con voz sobria, convocó: 

—Alumno Ramírez Castillo, adelante, exponga su investigación —El colegial aludido, sudaba frío por la lozana testa perlada. Pesaroso, se puso de pie y con voz estremecida, habló: 

—Profesor, me olvidé de traer mi trabajo —El mentor, que calificaba el informe del anterior alumno, en un santiamén, alzó el rostro con el entrecejo fruncido y con voz desapacible dijo:

—Con que te olvidaste. —“Si profesor” —respondió tartamudeando el alumno. Meditando por unos segundos, el profesor le advirtió:

—Tienes diez minutos para traer tu trabajo. Alumno Vílchez, ¡Acompáñelo! —con el  aludido alumno, con pasos ligeros salieron del salón y se echaron a correr por el ancho corredor del colegio. Se encarrilaron rumbo al barrio de Lirio Guencha, donde vivía. Surcaron, con reserva, el ceñido y húmedo atajo del pequeño barranco, provocado por la llovizna de ese instante de frío atardecer.


Del experimento, bajo el rollizo brazo de Ramírez, se podía ver las verdes hojas del frejol que sobresalían por la portilla del sarcófago de cartón. Apremiados, de regreso, atravesaron la acequia, cuya agua, provenía de la cascada de Umpay Cuta. Más allá, a unos pasos, se toparon con un charco. Pasando por el costado, para mala suerte del compañero, de repente se resbaló y… ¡zas! se desplomó de espaldas con las piernitas lampiñas en lo alto, junto con el cajón que, del envase de lata, se desparramó casi toda la tierra, dañando el frondoso frejol. Su colega, entre la risa y el susto de este inopinado percance, se acercó para auxiliarlo. Ramírez, raudo,  se reincorporó y atolondrado sacudió el uniforme de color gris.

Ambos, de cuclillas, replantaban el maltrecho y copioso frejol en el pote. Mientras Ramírez, constantemente, absorbía su congestionada nariz recta, con singular angustia, sostenía el frágil tallo con sus pequeñas manos ateridas, Vílchez, el cómplice de este lance, apresurado, echaba la tierra húmeda dentro del pote. Preocupados y despabilados, sin darse cuenta de cómo se hallaba el espigado frejol en la macetita, dentro del cajón tapado a la velocidad de un rayo, veloz, se dirigieron al colegio llegando agitados al aula.

Al ingresar al salón, el profesor, le combinó que pusiera su experimento sobre el pupitre e invitó a sentarse, mientras el otro alumno termine de exponer su trabajo. Ramírez, tenso, esperaba su turno.

Hasta ese momento el tutor sonreía, satisfecho con el trabajo de sus discípulos.

Luego de calificar al alumno, el tutor se puso de pie y se arrimó al experimento del colegial Ramírez. Tan pronto abrió la tapa de la caja estropeada, su rostro sufrió una mutación inenarrable, una vez más, frunció el ceño. Irresoluto y asombrado, con la mano derecha debajo de la quijada, observaba una y otra vez el maceterito y el frejol, sin saber cómo reaccionar. Entre tanto, el becario, agitado, no entendía lo que sucedía ante los ojos del profesor y porque no le llamaba de una vez. El corazón le latía cada vez más y más.

El aula se hallaba en silencio sepulcral. El profesor se echó a caminar, sólo se oía el tañer del taco de los zapatos negros y las suelas embadurnadas de nimiedades de barro. Desde el otro extremo de la pizarra, con voz carrasposa, el profesor ordenó:

—Ramírez, adelante, describa su trabajo, tal como está —El alumno, con pasitos vibrantes con la mirada yacida al piso, llegó al escritorio. Cuando observó su experimento, se consternó, su rostro cárdeno se transfiguró, se puso pálido y quiso explicar con voz vacilante:

—Profesor, el frejol esta así porque… —No le he pedido explicaciones, describa a sus compañeros sobre su trabajo —dijo el tutor con voz acentuada. Contra su voluntad, el alumno, observando su experimento de vez en cuando, con vocecita ahogada, empezó a detallar:


—La raíz del frejol…está creciendo en dirección de la…luz del día —Los estudiantes, al instante,  prorrumpieron gozosa carcajada, que abarcó todo el perímetro del salón. 

—Ja-ja- ja… la raíz creciendo hacia el cielo…ja-ja-ja  

—¡Silencio!  —gritó el profesor, con ojos simulando seriedad, pero resistiendo a reírse también, contagiado por la cándida risa de sus discípulos, añadió:

—¡Continúe! — Y el becario prosiguió.

—El tallo del frejol…está creciendo…debajo de la tierra —Ja-ja-ja —de nuevo se escuchó la ruidosa carcajada de los compañeros y el profesor tuvo que intervenir poco más o menos gritando:

—¡Silencio! ¡Silencio! —Luego de una pausa, en el salón reinaba una sorda afonía. 

—Su experimento le resultó todo al revés —expresó el profesor y, más calmado, añadió:

 —Explique a sus compañeros sobre su trabajo, ¿Qué ocurrió? —aplacado, explicó con detalle sobre los acontecimientos del maltrecho experimento de, “La germinación del frejol”. 

—Vílchez, ¿Es cierto de lo que dice Ramírez? El alumno mencionado, de rollizas piernas, se puso de pie y mencionó lo siguiente: 

—Profesor, es verdad lo que acaba de contar el camarada Ramírez. 

—¡Camarada Ramírez!…digo, alumno Ramírez, por suerte tiene usted un buen testigo —El tutor, hizo una pausa y cavilando sobre lo ocurrido, con voz conciliadora, indicó:

—Alumno Ramírez, desde hoy, comience con su nuevo experimento y quiero verlo dentro de veinte días y esta vez tenga mayor cuidado —Con sus manos ateridas, empuñó el acta de notas, la lista de los alumnos y caminando en dirección de la puerta se despedía, diciendo: 

—Después de todo, han hecho una excelente exposición sobre su trabajo. Buenas tardes, hasta luego alumnos —estos respondieron al unísono: -¡Hasta luego profesor!   
 
El Pichuychanca. 
Chiquian 12 de febrero 2020



martes, 4 de febrero de 2020

Derrotero a Tucu Chira


Mes de julio. De nuevo estoy de excursión junto con los miembros de la Casa de la Cultura. Esta vez el derrotero es el atractivo y frígido circuito de Tucu Chira que está situado en el dominio del centro poblado de Villanueva, distrito de Aquia, provincia de Bolognesi. 

Temprano, el viento apacible sopla, se percibe el crudo frío, es tiempo de helada. En estas condiciones, a las seis y media de la mañana, partimos del pequeño y austero local de la Institución. Rumbo a nuestro destino, llegamos al paradero de Casa Blanca, puerta de entrada a la Pampa de Lampas. De este lugar, el conductor del vehículo dobla por el lado derecho, donde comienza la carretera afirmada. En el trayecto se distingue infinidad de lomas, una tras otra, poblado de la resistente y milenaria planta como el ichu, la escorzonera y huamanrripa. El susurrante riachuelo de extraordinaria agua cristalina emerge de minúsculas quebradas. Debajo de las colinas, en el llano, se hallan esparcidos los charcos con el agua congelada, son escarchas que están sobre la superficie y reverberan cuando el sol se asoma en el horizonte.  Me imagino, lo hermoso y cautivante que debe ser en las noches de cielo despejado, tachonado de estremecidos luceros y de  serena luna llena.

De las quebradas, del carro, levantando polvo y surcando acequias, distante, se logra  ver una parte de la vasta y esplendida laguna de Ahuash Cocha. Más adelante, el conductor detuvo el vehículo en un altillo junto a un riachuelo. El lugar era el comienzo de la expedición. Descendimos y nos desplazamos cuesta arriba. A un costado del camino yacía, solitario, un pozo con el agua absolutamente quieta, parecía un espejo que, reflejaba el espacio sideral, curiosos nos atrevimos a palparlo. El agua estaba en su estado sólido, era la escarcha de cerca de dos centímetros de grosor. Cuando uno está por primera vez frente a estos fenómenos naturales, de inmediato, tenemos el comportamiento de un chiquitín que quiere saberlo todo de un sopetón. ¡A esta edad! Curioso blandí entre mi aterida mano una piedra pequeña, poco más o menos redonda, de unos 200 gramos de peso. Lo lance suavemente sobre la superficie y la piedra se deslizaba como una bola sobre una mesa de billar. Cavilando con todo lo que me rodeaba, proseguí mi camino, cuesta arriba.   

Cuando llegamos al final de la quebrada, ante mis ojos, asombrado, la laguna de regular tamaño se muestra quieto, misterioso exponiendo su agua negra, he ahí su nombre en quechua de Yana Cocha. Nos encontramos a 4500 msnm. El viento gime y sopla fuerte que hace tiritar el cuerpo a pesar de estar abrigado. El ichu, exuberante, ha crecido y se mece constantemente con sumisión, de un lado a otro. Las pequeñas olas de la laguna  llegan a la orilla, una tras otra, emitiendo murmullos como si se estuvieran lamentando. En los bordes  se distinguen huellas que se extienden 15, 20 metros sobre la superficie y ha crecido más o menos un metro y medio de altura, en tiempos de lluvia. 


La laguna de Yana Cocha, está próxima a los cerros desérticos de cima alba. Los exploradores, en grupo, se animan a indagar todo el perímetro, por cierto atractiva por el color que refleja gracias a los matutinos rayos del sol. Advirtiendo posibles charcos, se desviaban del camino. Unos, aprovechan para ir a  recoger piedras llamativas y raras para el recuerdo y su colección. Otros, del quebradizo y gélido suelo, arrancan plantas, tanto medicinales como esas que dan un gusto especial a las comidas típicas de la zona. 

De súbito, de la profundidad de la laguna, emerge una pareja de patos de color negro que transportan entre su limonado pico, las algas con el fin de construir su nido flotante. Absorto, con el cuerpo trepidante por el frío, miro atentamente, como ellos, los patos, absorbidos y laboriosos, edifican su rustica morada, el nido, sin preocupación alguna y felices en el centro de la extensa masa de agua. Reticencias de la naturaleza. Al momento de retirarnos todo este sector, de nuevo, se queda vacío de seres humanos. El viento sigue silbando, las aves que habitan estos alejados territorios viven en la más completa tranquilidad en medio de un silencio sepulcral. Ahora nos dirigimos a la segunda laguna que está a una distancia de cerca de 2 kilómetros

Nos deslizamos por el mismo camino poco empinado por donde habíamos llegado. Nos pusimos en marcha por la cenicienta carretera trayecto a la segunda laguna de Ahuash Cocha. Este paraje es singularmente inhóspito. Alcanzamos una determinada ceja, de este frígido  lugar, se consigue ver con fascinación, debajo, al fondo, incrustado entre lomas y detrás de estas, la cumbre de los nevados, un sector de la laguna. No es posible visualizarlo en su totalidad. Por el lado sur se distingue una decena de llamativos oasis, en ausencia de la lluvia, unos están secos y otros logran sobrevivir. De la carretera, bajamos por las faldas de la alta colina, cruzando el Canal de Tucu, arribamos al borde de la laguna. 

El pelotón de excursionistas se dispersa, cada uno, por doquier, para reconocer a su manera, la inmensa laguna. Dante, Arniun y  Ever acuden a lugares estratégicos para pescar. Otros contemplan, introspectivos, el extenso lago. De mi parte inquieto, traspaso la enorme bocatoma por donde fluye abundante agua rumbo al río Santa con la finalidad de alimentar a la Central Hidroeléctrica del Cañón del Pato. Llego a los oasis luego de subir las lomas cubierto de ichu. Son grandes y están ubicados sobre la laguna. El agua transparente esta quieta. Aullado por el viento, lleva un sin número las olitas que rumorean con frecuencia en la orilla, donde van a morir y, al mismo tiempo, alimentan y hacen crecer, al aislado de toda civilización, fatuo y fuerte, el ichu.


Reflexivo, de uno de estos oasis, contemplo la espaciosa laguna que tiene la forma de una resplandeciente luna menguante. Ya quisiera verlo de nuevo en medio de un atardecer otoñal. La munífica naturaleza, que es un ser vivo, nos ha donado de estos ricos tesoros hídricos, sin embargo, no se valora ni se aprovecha de su real grandeza. Cerca de la laguna, a pocos kilómetros se halla un centro minero, que contamina la flora y la fauna. 

Mi ímpetu me llevó a recorrer el margen derecho de la laguna con la intención de verlo en su totalidad. De repente, me encontré con Lucho Barrenechea, creo que tenía la misma sensación, entonces, juntos decidimos explorar el borde hasta llegar a una loma. Nuestra expectativa se vio frustrada una vez más. Continuamos caminando topándonos con el Canal de Tucu, del cual nos animamos a  caminar por todo su cauce, en sentido contrario, hasta encontrar una llanura,  más allá de la laguna, continuaba indefinidamente por la faldas de los oscos y  negros cerros, desapareciendo de nuestra atenta mirada. Queríamos aventurarnos para ir a conocer el inicio del canal. Ya no era posible, la hora nos ganó.

La laguna  parece un rio navegable, de largo, es  muy grande y vistoso. Para contemplarlo y admirarlo en su integridad tenemos que ir por las lomas del  margen izquierdo por donde se hallan los nevados. Para disfrutar de estos hipnotizadores lugares,  se necesita mínimo, estar dos días. ¿Se animan a visitarlo?  

El Pichuychanca.  

Chiquian, Tucu Chira, 4 de febrero 2020.


Aquí algunas fotos mas 

Laguna de Yana Cocha





Una pareja de laboriosos patos silvestres, edificando su nido en medio de la laguna de Yana Cocha



Expedicionarias sobre la laguna de Ahuash Cocha

Esta laguna de Ahuash Cocha tiene la forma de la luna cuarto creciente. En esta vista solo se logra captar un sector   

Una de la decena de oasis que rodea la laguna de Ahuash Cocha 

Oasis de aguas transparentes 

Otro sector de la laguna de Ahuash Cocha

Otro oasis. reflejando el espacio sideral. Las piedras que se observan, están a medio metro debajo del agua  

Laguna de Ahuash Cocha y el Canal de Tucu

Intentando ir hasta la bocatoma del canal


Solo nos quedó observarlo hasta perderse de nuestra vista. el tiempo nos ganó  

            El Pichuychanca.