miércoles, 24 de mayo de 2017

Preparando la parcela. Cosecha de papas, Huaca Corral (II)


Los votos fueron registrados en el deslucido y penúltimo folio número 199, como sigue: 4 abstenciones, 120 en contra y 128 como aprobado, de este modo, los directivos  estamparon  su rúbrica en el viejo Libro de Actas  certificando el reparto de las parcelas.

El rumor que corría por las calles del pueblo, correspondía a los sucesos de la asamblea, tanto del lado de los que se oponían, como los que estaban a favor de la repartición de las parcelas. Pero, el cotilleo que destacaba era el incidente ocurrido al secretario de la Comunidad, cuando trastabillo y estaba a punto de caer en el piso del proscenio. Ocurrencia que hizo olvidar, por un momento, la animadversión y discrepancia entre los comuneros,              

La mayoría de los aparceros amanecía de buen humor, dejando de lado las rivalidades.  Transcurría los primeros días de octubre, mes  que armonizaba con la fiesta del segundo patrón del pueblo, San Francisco de Asís. Es tiempo propicio para los preparativos  de las parcelas en el bendito paraje de Huaca Corral. Desde la época de los  ancestros, ayer como hoy, familias unidas siguen con la costumbre y marchaban provistos del azadón y todo tipo de herramientas necesarias, auxiliado por la yunta para labrar feraz tierra.

Las avecillas, del nido ubicado en la tupida copa de los árboles, alzan raudo vuelo en busca de sustento. Posan en la cumbre del tejado o en la cruz y trinan sin cesar anunciando junto con el viento, la salida del sol, que aparecerá detrás del blanquecino nevado del Yerupaja. Mientras tanto, el gallo desde el corral anda desafiante ante los suaves trinos, pero trinos al fin; con cambios rápidos ascendentes y descendentes del inquieto pichuychanca; entonces, el gallo, concentrado, atiranta su cuello emplumado e inflando su gallardo pecho, comienza a cantar aflautadamente con un largo quiquiriquí. En el pueblo de Chiquián, en el alba, es un concierto de trinos y cantos de aves madrugadoras.

En los declives y las colinas de Huaca Corral se respira aire puro, se percibe el estoico silbido del viento, a veces monótono y de repente se vuelve hosco y furioso. Los arroyuelos se sienten encopetados, las primeras lluvias incrementan su minúsculo caudal de agua cristalina, que lleva hojas, helechos por el angosto cauce poco profundo. En las vertientes y pequeñas hondonadas, despunta la yerba silvestre, el Ichu, de tallos erguidos que soporta el frio inclemente y se aferra a la tierra, es el alimento ancestral de los auquénidos, ovejas y amigo de los pastores. La mediana y hermosa quebrada guardan un misterio que invitan a descubrir sus entrañas. Los secretos de la naturaleza que rodean al pueblo mágico de Chiquián, se refugian en Huaca Corral.


Por 3 semanas consecutivas, laboriosos comuneros, con su respectiva familia, limpian la parcela, regados con anticipación o humedecido gracias a la lluvia. En este paraje donde se percibe el silencio, la quietud con nitidez, se rompe con el concierto del coro de barretas, picos y racuanas, cuando encuentran terrenos duros, resistentes e irrompibles. De las sacrificadas palmas de la mano amoratada del labriego, brotan llameantes ampollas. Afanosos hunden los azadones sobre el suelo dócil, ocasión para voltear la tierra, cuyos terrones o bloques son golpeados 2, 3 veces con el reverso de la racuana o la parte plana del pico,  pag-pag, hasta desbaratarlo a tierra lisa. De este modo, extraen las  malezas, arbustos, para exponerlos al sol y dejarlos secar. En otras parcelas las yuntas uncidos por el yugo, el comunero, experto, toma la mancera unido al timón y penetra la reja en la tierra acuosa  y con la otra mano el boyero, golpea sobre el lomo de los bueyes, ordena con voz ronca:—“fuerza toro, fuerza” “usha carajo, usha”  —en la medida que avanza, abre surcos ondeantes listos para ser abonado con el estiércol seco, arrancado de los corrales, del coso o del costado de la entrada principal del estadio de Jircan.

Pasa los primeros días de noviembre, Chiquian, amanece cubierto por sombrías neblinas. Al poco tiempo, las nubes inmóviles se desplazan sin rumbo y abren agujeros azulinos por donde el sol aprovecha para proyectar su rayo ambarino con el fin de pintar la cima de los cerros de oro fundido. En ese ínterin, el ruido ensordecedor del reloj, ubicado en el velador, despertaba al comunero…todavía soñoliento estira su huesuda mano con el propósito de detener el escandaloso fragor del timbre que lo programó para las 5 1/2 de la mañana. Aun en la oscuridad sacudió el hombro de la esposa que dormía con placidez,  que ni el sonido estridente del timbre del reloj pudo despertarla. Prendió la vela colocado sobre el candelabro de acero de dos brazos, se puso de pie, y con tono de cariño…

 —Salome, Salome, ya levántate, tenemos que ir a Huaca Corral.

Se colocó la última prenda de vestir, el poncho. Acompañado de la luz lánguida de la vela y andando sobre el plañidero piso entablado, el par de zapatos producía sonidos  que parecían teclas falsetes de un piano desafinado…tac-top-tac-top. Con paso pausado se dirigía al fondo del único cuarto de la casa, donde duermen los cinco hijos,  todos ellos de  4 a 12 años. En la penumbra, observa  el semblante angelical de los infantes durmientes. Sacude el diminuto hombro con ternura,  empieza a despertarlos con tono suave:

-¡Samara, Evaristo, Esteban, Nazaret, Ezequiel, despierten! Huaca Corral nos espera —al momento de despertarse, expresan su rabieta propia de la edad infantil.

Continuara…

El Pichuychanca            

 Chiquian julio 2016       




sábado, 20 de mayo de 2017

Asamblea comunal, cosecha de papas, Huaca Corral (I)


Al rayar el nuevo día, un mar de lóbregas brumas cubre al pueblo por completo. Los comuneros, abrigado con el  poncho, la bufanda y el sombrero, después de tomar desayuno, marchan rumbo al local de la Comunidad Campesina. En su itinerario, por prolongadas y angostas calles, cruzan pequeños charcos de agua, originados por la lluvia de la noche anterior. En la entrada del amplio local, protegido por el añejo zaguán que chirriaba al instante de abrir o cerrarlo, el Delegado, ya les esperaba apoltronado en una  vetusta silla con los brazos cruzados sobre el pecho, y sobre la mesa, reposaba el padrón de los miembros de la comunidad. Era un hombre de semblante pálido, nariz aguilucha y mirada de búho.

Sobre la mesa apoyó las manos cárdenas y en seguida se levantó. Al ver a los puntuales comuneros, uno detrás de otro, en tono severo les advirtió: 

—Por favor, guarden el orden y la compostura que voy a tomar lista de acuerdo a su llegada.  

Luego de estampar su firma en aquel padrón de hoja amarillenta y doblada, ingresaban al espacioso local, construido con esfuerzo y entusiasmo por los afiliados de la pujante Comunidad. Cobijados bajo la sombra del techo de calamina, crecía el frio de la mañana. Tomaban asiento, uno al lado del otro, hombro a hombro, en las dilatadas y añejas bancas de madera, De pronto, el salón de reuniones se encontraba colmado, de canto a canto, por los ansiosos comuneros esperando el inicio de la Asamblea. 

El Presidente, con la directiva y el Consejo de Vigilancia con los respectivos delegados, presidían la Asamblea extraordinaria. Luego de haber dispuesto el tema a debatir, el secretario, de nombre Dionisio Días, hombre de baja estatura, cara ovalada con ojos saltones, carraspeando la voz, de forma pausada y grave, anunciaba:

—Estimados comuneros, La junta directiva les da la bienvenida a esta Magna Asamblea de la activa Comunidad —hizo una pausa, luego continuó: —Quiero hacer hincapié y evocar  que, en la Asamblea anterior, registrado en el Libro de Actas, por mayoría, se acordó  llevar acabo la deliberación y decidir para el día de hoy la repartición temporal de parcelas para la siembra de papa en Huaca Corral. Por otro lado, La Directiva les pide que guarden el orden y la disciplina que se merece esta Cámara. Sus ponencias serán oídas con atención. Gracias —Tomo asiento y el salón retumbo a causa del fuerte aplauso de los asistentes.      


Por las parcas ventanas, el agonizante rayo amarillo del sol, interceptado por la nube blanca y cristalina, forjaba una luz mortecina dentro del recinto, en  donde los comuneros, guardaban sepulcral silencio. De pronto, en medio de la penumbra del salón, se levantó una silueta y al momento de retirar el sombrero de la cabeza, relucía su prematura calvicie. Ya de pie por completo, se pudo notar que era un hombre de mediana estatura, cara redonda y con ojos de pocos amigos, alzó la mano con el que sostenía el sombrero, pidió la palabra y habló con voz estentórea:
 
—Mi saludo al Presidente y a los demás directivos que lo acompañan. —Tomó aire, prosiguió con su intervención. —Mi presencia en esta Asamblea extraordinaria convocada por la directiva, sobre la repartición de las parcelas, me veo en la necesidad de exponer mi sugerencia, esperando señor Presidente, que tomen en cuenta lo siguiente: Si le ceden las parcelas a los comuneros que son empleados públicos, poseen negocios, propiedades, los demás miembros de esta comunidad, privado de peculio y trabajo, nos veremos afectados  porque tendremos menos de lo que necesitamos. Por lo tanto, señor Presidente, mi opinión es que, a estos aparceros, no se les debe repartir las parcelas. Eso es mi pedido. Gracias por escucharme.    
   
Del fondo del salón, un grupo de comuneros se pusieron de pie  como empujados por  un resorte, alzando al unísono  la voz semejante a un coro y las manos estiradas hacia arriba, clamaban:

—¡Bravo! ¡Debe ser así! ¡Tierra para los verdaderos comuneros! —Al instante, se escuchó una voz solitaria y resonante:

—¡Bravo pelado, así se habla, bravo! —Era evidente el apoyo a la intervención del hombre calvo cuyo cuero cabelludo brillaba débilmente como una bola de billar. Por toda la anchurosa sala rugía el bullicio, el murmullo, los aplausos y las risotadas. El Secretario, enardecido por el alboroto, se puso de pie y con la palma de la mano golpeó 2,3…veces  sobre la mesa. Levantó la voz, hasta que la sangre se le subió al rostro, poco más o menos, con potente voz, vociferó: 

—¡Orden, orden! ¡Silencio! ¡Estamos en una Asamblea, no en un corral, orden!

Luego de la encendida batahola, volvió la calma. Los comuneros, todavía agitados, tomaron asiento. No obstante, el sol, sereno, proyectaba una luz agónica a través de las pequeñas ventanas. El salón presentaba un aspecto sombrío. El viento sopló violento y el zaguán crepito. Los aparceros lanzaban miradas furiosas, síntoma que aún no estaba de acuerdo con la propuesta.


El secretario, de pie, con el rostro exasperado, agitaba el brazo, con la mano tendida y el  dedo índice apuntando a la masa, amenazaba con suspender la Asamblea. Tomo aire por las gruesas aletas de su nariz de bola, tratando de guardar la calma, hablo con voz serena:

—Se les pide, una vez más, por favor, guardar el orden y la disciplina de lo contrario nos veremos obligados a suspender la Asamblea. —hizo una pausa y prosiguió: —Continuando con la Agenda del día, se les pide su opinión y lo más importante, su propuesta. 

Cuando el secretario, terminó de mitigar el ánimo de los asambleístas, se apoltronó en la silla, olvidándose que una de las cuatro patas estaba averiada. Como consecuencia, su cuerpo se balanceó hacia atrás y del mofletudo pie derecho, suspendido en el aire, el zapato, de visibles cercos y  suelas desgastadas, voló por debajo de la mesa hasta la primera fila de la concurrencia. De inmediato, surgió una estruendosa y unísona carcajada que se escuchó hasta el último rincón del lóbrego salón, Sin embargo, por la ágil e instantánea reacción del tesorero, logro agarrarlo del brazo y del otro, el vicepresidente, evitando que se cayera del todo al piso del estrado, construido especialmente para esta Asamblea, 

Acontecido este ocasional incidente, los asistentes volvieron a guardar la calma, cruzando miradas desafiantes, sin soslayar su disconformidad. En el salón, en completo silencio, solo se oía el resoplido de comuneros irascibles acompañado del zumbido del moscón negro que volaba zigzagueando, inquieto, de un lugar a otro. El frio penetraba por las ventanas y del viejo zaguán. Los comuneros estaban a la espera y expectativa de  la siguiente proposición.

De la segunda fila, una señora cerca ya a los 40 años, de tez trigueña, de menuda contextura, de cabello rizado y negro, cubierta de un rebozo de matiz  marrón con rayas cremas y los flecos del mismo color, al ver que nadie intervenía en el debate, se levantó, acomodó su manto sobre el aparente débil hombro, decidida, alzó la mano solicitando la palabra, del cual cedió el secretario, y al instante comenzó a hablar con voz aguda y mando:

—Señor Presidente y demás directivos que dirigen esta magna Asamblea, compañeros aquí presentes. Me siento honrada y satisfecha por la digna presencia de los comuneros que nos trae a este importante acontecimiento, la repartición de las parcelas, del cual debemos tomar decisiones en favor de todos los presentes en esta Asamblea. El compañero que acaba de intervenir, ha aludido a algunos de los miembros de esta digna comunidad, pues debo recordarle que, al margen de ser una trabajadora del sector público, soy una  comunera, cómo todos los presentes, desde los tiempos de nuestros abuelos,  Por otro lado, Señor Presidente, el instrumento que norma la vida Institucional de la  Comunidad son los Estatutos, y todos los afiliados nos  debemos a él —tomó una pausa y serena, de su pequeño canasto, extrajo dicho documento y prosiguió: —Aquí en mis manos tengo el Estatuto, yo pregunto, ¿Lo tienen todos ustedes? —Ante esta  pregunta incisiva de golpe y porrazo, los comuneros, inclinaron la cabeza y enterraron la mirada al piso, segundos después, uno al otro, de reojo. Una vez más el salón entró en otro silencio absoluto, esta vez se escuchaba el silbido del viento, tras un fuerte ventarrón detrás del vetusto zaguán.


Al ver que nadie mostro aquel documento tan importante para el debate de la Orden del día, de nuevo, tomó la palabra, esta vez dirigiéndose al Presidente y a su comitiva: —Con las disculpas correspondientes, Señor Presidente, veo también, que ustedes no tienen a la mano el Estatuto de la Comunidad. Señores directivos, por respeto a esta Asamblea, vosotros deberían dar el ejemplo práctico en este evento decisivo con el fin de tomar una decisión definitiva —al escuchar la sutil reprimenda de la intrépida comunera, el rostro de los aludidos se les desencajó por completo, la comunera continuó: —Permítame Señor Presidente, leer los Artículos del Estatuto con el propósito de esclarecer este asunto de la repartición de las parcelas. —Al instante, los sorprendidos comuneros, murmuraban con el que estaba a su lado. Desplegando las páginas del Estatuto, halló los artículos pertinentes. Esta vez, comenzó su intervención con mucha enjundia: —Señor Presidente, con su permiso, leeré los Artículos estipulado en el Estatuto, con el objetivo de hacerles saber a los comuneros presentes en esta Asamblea.   

—El comunero, lo resalto, para que se informen, escuchen y recuerden, según el estatuto, El comunero tiene derecho de hacer uso de los bienes y servicios de la comunidad. Elegir y ser elegido para cargos propios de la comunidad. Participar con voz y voto en las asambleas generales. Denunciar ante los órganos del gobierno de la comunidad, cualquier acto impropio contra los intereses de ésta. Por lo tanto, Señor Presidente, mi opinión y sugerencia, según los artículos mencionados  que rige en el Estatuto, y sin preferencia alguna y que le otorga ese derecho, se haga en forma ordenada a quien corresponda, la repartición de las parcelas en Huaca Corral para la siembra de la papa. Si no hay  un común acuerdo sobre el tema, que se someta a voto y si es posible a mano alzada. —Dirigiéndose a la mesa de la directiva y al auditorio, arengó con voz imponente: —Señor Presidente, tome a bien mí recomendación y mí propuesta —Al terminar su magnífica y clara intervención, los comuneros irrumpieron con estruendosos aplausos y murmullos que hasta el techo de calamina vibró. Los comuneros que estaban cerca de ella, le felicitaban efusivamente por su acertada y oportuna sugerencia. Mientras tanto en el bando opositor, comuneros,  enfadados e inconformes abucheaban y maldecían a la comunera. Una vez más tuvo que intervenir el Secretario para poner orden de la Magna Asamblea. 


Luego de batallar, por largos minutos, con ambos bandos, sobre todo, con los comuneros, iracundos e intolerantes, llegó a calmar los  ánimos caldeados. El Secretario, en donde más resaltaba su ajetreado trabajo, era en este tipo de circunstancias, en tiempos de Asambleas extraordinarias. Esta vez tomando precauciones, sentado no tan cómodo en la silla que aún estaba inestable, se dirigió a los intranquilos comuneros con voz parca:

—Hemos llegado al final de la Asamblea en el que decidiremos la Agenda  del Día mediante votación a mano alzada. Por favor se les pide orden y seriedad. Los que están en contra de la repartición de las parcelas, levanten la mano.

Corrían los segundos que parecían minutos y los minutos horas…las miradas se cruzaban como si estuvieran en un campo de batalla. Por fin el hombre calvo, con ojos de pocos amigos, observó a los comuneros, y al ver que nadie se atrevía a levantar la mano, él se animó en levantarlo y lo mantuvo en alto, Giró a su alrededor para ver si alguien más le seguía. Cuando por segunda vez giraba, vio que, del lado izquierdo, derecho, del fondo, y por ultimo de cara al proscenio del salón, unos escuálidos y regordetes brazos se elevaban llegando a contar el Secretario ciento veinte votos, confirmado por el delegado.
 
El secretario, registró en el Libro de Actas, con mucha prudencia los sucesos de la Agenda del Día. Anotó en el último renglón los votos en contra de la repartición de las parcelas.

Una vez más el Secretario exhortó a los miembros de la Comunidad a guardar el orden, aun sensibles, esperando el desenlace final  de la postrera Asamblea del año en curso. Desde la silla movediza, en medio de los directivos, se dirigió con las siguientes palabras: 

 —Los que estén a favor de la repartición de las parcelas, levanten la mano…

Los comuneros opositores, con ojos hundidos y las pupilas colmados de sangre y la mirada acerada, parecían amenazar a los indecisos. En la asamblea, existían comuneros que no les interesaba, en absoluto, tomar partida por uno u otro bando, carecían de principios e ideales. Tan es así, que solo velaban por sus intereses mezquinos. Temerosos miraban por otro lado. Sin embargo, desde la primera fila, una anciana comunera, de trenzas canas plegadas en su encorvada espalda, sobre su cabeza pequeña, el sombrero de color blanco humo, de ojos negros rasgados, con la nariz larga y el rostro surcado por los años vividos, arremangándose el pañalón sobre el enjuto hombro, torpemente se ponía de pie apoyándose de su añejo bastón, poco a poco,  erguía  su mano arrugada de tantos años de labrar la tierra. Bajo la penumbra del salón, todos guardaban profundo silencio, las centenas de  miradas se dirigían a aquella mano, elevada con firmeza en el aire. Fuera del salón, brillaba el sol. Los comuneros estaban a la expectativa. Con tono pausado y ronca, habló:

—Las parcelas de Huaca Corral se reparten, todos los comuneros tienen derecho sobre ella. —De este modo fue la primera en votar a favor, luego… alzaban 3, 15, 80, 115, hay…¡128 votos! Chillaba el Secretario desde su posición; confirme señor delegado, este respondió, con voz estrepitosa ¡Confirmado Señor Secretario!  ¡Registre en el Libro de Actas  128  votos a favor!
   
Continuara…

El Pichuychanca.

Chiquian, julio 2016 



 

martes, 16 de mayo de 2017

Visitando el Centro Cultural Inca Garcilaso.

En el Centro Cultural Inca Garcilaso, ubicado en el Jr. Ucayali N° 391 Lima  se está exhibiendo en la primera sala del primer piso LA MAGIA ESCULTÓRICA DE MIGUEL BACA ROSSI. Ciertamente, su talento plástico afloro desde que era un niño. Nacido en el puerto Pimentel, seguramente descubrió su habilidad de moldear figuras al tomar contacto con la arena y el mar. Después practicó esta inclinación en el taller de fundición de su padre, creando formas y volúmenes de yeso. A los 18 años viajo a Lima para seguir medicina. Sin duda, sus inquietudes artísticas se mantenían intactas, pero, en esa época, pensar en labrarse una carrera como escultor en el Perú era una quimera. No había salas de exposición y tampoco una crítica especializada. A pesar de ello, al cabo de un tiempo. Baca Rossi descubrió que no estaba dispuesto a renunciar a su vocación original y decidió correr el riesgo. Abandono San Marcos y se matriculó en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde egresaría en 1943.

En el segundo piso en la sala número 2 se está exponiendo las pinturas de MANUEL ALZAMAORA, ANTOLOGIA. Nacido en el Cuzco, en 1900, este artista se caracteriza por una pintura estilísticamente unitaria y una pupila ricamente dotada para la captación cromática del paisaje andino con su aire transparente de esplendor solar. Este pintor no se dejó seducir por las soluciones fáciles de una pintura costumbrista ni por el pintoresquismo sino que abordó el tema social de la explotación del campesino siempre demostrando    un dominio del oficio caracterizado por juegos delicados de grises, azules y pardos, si como luminosidades andinas que hacen de la pintura de Alzamora el exponente más logrado de la imagen social de los tipos y costumbres de la sierra.

Aquí algunas fotos del maravilloso trabajo de su arte de cada uno de ellos.  

 
Revolución de Tupac Amaru

Revolución de Micaela Bastidas

Tupac Amaru

Micaela Bastidas

Cesar Vallejo

Cesar Vallejo


 
La ciega . 1925

Marinera arequipeña. 1930

La libertad camina 1920

La captura de Atahualpa 1920

La escuelita. 1920

El fin de la jornada . 1950

Yaraví 1932

Desfile de vencedores. 1930

Sin titulo. 1930.

Carnaval. 1930

La llegada del candidato. 1940

La Ley 1930

El Pichuychanca

sábado, 6 de mayo de 2017

Cesar Pardo Cáceres, celebrando sus 50 años desde las faldas de Racran, Chiquian




Un reconocimiento y un abrazo fraterno y cordial  al  primo, amigo noble, leal y sincero por su feliz natalicio que fue el pasado cinco de abril. Larga vida y buena salud Chechi. 
Aqui algunas fotos