A la edad de 15 años, en el inolvidable estadio de Jircan, debuté en el futbol, atildado y aguerrido. Para mi buena fortuna, en este debut auspicioso, conseguí anotar dos goles, uno de ellos, de modo fastuoso fruto de un tiro libre, poco más o menos de cuarenta metros, cerca del bucólico estrado donde se ubicaban los delegados de los equipos, el presidente y la comitiva, organizadores de aquel competitivo y reñido certamen. .
Los
organizadores, sentados sobre la extendida y destemplada banca de madera y
delante de ellos la mesa, rectangular y quejumbrosa, cubierta con un mantel
descolorido traído por algún devoto del futbol. Al centro del tablero, posaban
los archivos, la relación de los jugadores de los equipos inscritos y en las
esquinas, cuatro menudas piedras a fin de evitar que el fuerte viento, de súbito, lo levante
en plena tarde de emocionante encuentro de futbol.
Al
lado izquierdo de la mesa, unos tres metros, en la pared de adobe, el marcador
de madera, pendido de dos clavos enormes y macizos, figuraba, de manera nítida
y con letras negras, el nombre de los equipos participantes. En la parte
inferior, un infante, voluntarioso y aficionado a este popular deporte,
registraba con las delgadas tablillas manuales y enumeradas, los goles que se
anotaba en el transcurso del encuentro. Aquella tarde el marcador de madera
mostraba: CLUB ATLETICO TARAPACA 4, SPORT JAIMES 1.
Finalizado
el debut de este encuentro memorable, sobre todo para mí, todos los integrantes
nos sentíamos henchidos de felicidad, contagiados por el entusiasmo de
numerosos simpatizantes. En ese ínterin, siento que alguien me toma del brazo y
me lleva a un lado del grupo que aún seguían con la algarabía y el bullicio por
el primer triunfo. Para mi asombro, era nada menos que el profesor y jugador del Sport Cahuide, Ricardo Palacios. Con sigilo,
se acercó a mi persona, primero para felicitarme con zalameras palabras,
luego para decirme que por favor le
ayudaría a reforzar su equipo, el Cahuide, porque percibía y pronosticaba con
total seguridad que no lograríamos obtener el título. En ese instante me sentí
ofendido al oír su delirio de superioridad, en cuanto al deporte, en este caso
al futbol. Mi mente se agitó por segundos y solo atiné a responder de manera
respetuosa. Por favor, le manifesté, esperemos que termine esta primera
fase que recién empieza. Se clasificaban
dos equipos de seis o siete que participaban
en este certamen.
Mi memoria resucita de protagónicos y de gloriosas tardes de buen futbol, con el estadio colmado de ávidos espectadores. Tal es así, que logramos llegar, invictos, a la definición del título del tradicional y emocionante campeonato de agosto, mes de fiesta patronal, con el equipo favorito, el Sport Cahuide, también invicto, equipo con jugadores experimentados, con muchos torneos cargados de larga historia, con un promedio de 26 años y el nuestro, el Tarapacá, con 17 años. Muchos de nosotros alumnos del Colegio Coronel Bolognesi y el refuerzo de dos reconocidos jugadores, profesores ellos, Gilberto Angulo y Cesar Cubas, quienes nos alentaban y daban seguridad que en el campo éramos los actores principales de este disputado torneo y que por esa misma razón, estábamos definiendo el campeonato.
En
mis pensamientos resonaba y recordaba aquel pasaje bíblico de aquellos
personajes históricos, cavilaba “esto es
un encuentro entre David y
Goliat”. Meditando de este modo, evoqué lo que me había expresado semanas antes
el profesor Ricardo Palacios, entonteces, surgió desde el fondo de mí ser, el
pundonor, el coraje, el valor deportivo y el deseo de vencer este encuentro
memorable, así también, como el de mis compañeros. Y el mérito propio de llegar
por primera vez, a mi corta edad, a la definición del título del futbol
chiquiano. Llegó aquel esperado, sufrido y caluroso segundo domingo de agosto.
El estadio de Jircan, colmado de bulliciosos adeptos y simpatizantes de ambas
escuadras aguardaba con expectativa el ansiado y protagónico encuentro.
En la tribuna Sur del estadio, en cuya
espalda está por coincidencia el Jr.
Tarapacá que nace del sector de Parientana
hasta llegar a la altura de Santa cruz, se ubica la barra bulliciosa y
aguerrida del Sport Cahuide con los colores característicos, de rojo y negro.
Al lado opuesto, la tribuna Norte, por donde pasa el Jr. Figueredo, que nace en
Jupash y termina en el cementerio, en
ese lugar, se halla la tribuna del Club Atlético Tarapacá, con los hinchas
apasionados, alentando estoicamente a sus nobeles integrantes, vestidos de
verde y blanco.
Veía
a los entusiasmados seguidores que con mucha perspicacia habían colocado
piedritas dentro de las latas de variadas formas y tamaños. Haciendo tronar
mejor que las matracas tradicionales.
Alientan a la barra con inaudito griterío. De manera particular, para muchos de
nosotros, era la primera vez que participábamos en una definición de tan
importante y competitivo campeonato en nuestra corta carrera de futbolistas.
¡Imagínense con la emoción y los nervios de punta!
Con
mis quince años, veía al frente a un equipo fogueado con notables jugadores,
pero, ahí, estaban a nuestro lado los dirigentes, viejos hinchas, ex jugadores de antaño, que
nos apoyaban moralmente, con apasionamiento indescriptible, fanatismo
y emoción, así como también, una legión de simpatizantes, estudiantes de las
diferentes escuelas y del colegio, cantando a viva voz y haciendo repicar las
ruidosas latas “¡¡Vamos, vamos
tarapaqueño quiero verte campeón!!”
Rememoro aquel equipo, disculpen, así con las manos juntas si me olvido de alguien, han pasado tantos años de aquella tarde épica de futbol. En el arco, custodiado por nuestro recordado Rodolfo Fernández Agüero (Picollo), de marcador derecho, el veterano profesor, Gilberto Angulo, de back central, Carlos Bissetti (Cholo) con buena ubicación y elegante salida con el balón, junto a él, Fidel Alva (Cahsqui) complemento en los oportunos cortes y aguerrido, de marcador izquierdo Darío Zambrano, de excelente anticipación, en la volante estaban dos guerreros incansables y excelentes dominadores del balón, Arnaldo Balarezo y Filemón Velásquez eterno tarapaqueño, completaba aquella volante el más joven de aquel perpetuado equipo, Hugo Vílchez, el que se divertía con el balón y a los espectadores, ya sea con bicicletas o túneles, para dar los pases largos o cortos a los delanteros, conformado por el Profesor Cubas, veloz e incisivo por el lado derecho, a la izquierda por el hábil y quimboso Nando Lemus y de centro delantero estaba el dribleador innato de jugadas inesperadas y de potentes disparos con ambas piernas, Perching Vílchez, en esta camada de jugadores jóvenes, figuraban Catire, José Barrenechea, José Aldave, Edmundo Romero.
El
Cahuide formaba en la portería con el ágil Pipa, en la defensa se ubicaban los
profesores Leocadio y Juvenal ambos
experimentados y recorridos en los años del futbol chiquiano, Pancal hábil
marcador izquierdo y Odón, el más joven, fuerte y aguerrido, en la volante,
Caballero, el más dúctil y técnico para jugar al futbol, el mellizo Villafuerte
el responsable de organizar con sus pases precisos a sus delanteros y demás
compañeros y el profesor Ricardo Palacios, su misión era de marcar a los
jugadores contrarios con mucha fuerza seguridad y técnica, en la ofensiva
estaba conformado, según los entendidos, por el mejor puntero derecho del
futbol chiquiano, Cesar Ortiz (choclón), Chalchi fuerte veloz y
Andrés Vásquez (Lapsha) buscando la mejor oportunidad para desmarcase y
provocar situaciones de apremio en el arco contrario.
Los
Profesores Cubas y Angulo nos reúnen, ahí, en nuestra tribuna, para abrazamos, con emoción y cargados de fuerza,
nos dotan de confianza necesaria. El primero de los nombrados nos dice que
tenemos que salir pronto porque hoy es una fecha memorable para todos nosotros,
hoy es nuestra victoria… Y al compás de la sonora banda de músicos, como cada
domingo, pero esta vez, tocan con más entusiasmo y sentimiento. Era la final
que con mucha expectativa se había esperado
durante toda la semana por los aficionados amantes del buen futbol,
simpatizantes e hinchas de ambas escuadras. No faltaban aquellos fanáticos que
nos llegaban a insultar con improperios y amenazas, sabíamos que esto era para
amedrentarnos y desmoralizarnos, sin embargo, estábamos preparados para esta contienda trascendental del futbol chiquiano.
Cómo de costumbre, después de las recomendaciones de Cubas y Angulo, salimos de nuestra histórica tribuna con el griterío, los canticos acompañados con las latas bullangueras que hacían retumbar a los espectadores del estadio con un ¡¡ARRIBA TARAPACA!! ¡¡VAMOS…VAMOS TARAPAQUEÑO QUIERO VERTE CAMPEON!! Y como cada tarde de domingo, fiesta del futbol, cruzamos por el costado del arco, encomendándonos al altísimo con la mirada dirigida hacia el vasto cielo, aquella tarde se hallaba claro y azulado. Fuimos los primeros en salir al campo, era un momento de exaltación, con sentimientos encontrados, de nerviosismo y a la vez de tranquilidad, porque nos sentíamos resguardados por nuestros cientos de seguidores, además, aspirábamos ganar uno de tantos campeonatos para nuestro querido Club. El equipo contrario, parecía estar nervioso, se demoraban en salir de la tribuna. Todas las zonas del campo; las áreas, grande y pequeña, el punto de pena máxima, el penal, la circunferencia del centro y de tiro de esquina, resaltaban de blanco, marcados por el yeso. Todo estaba listo para este significativo encuentro.
En
el sorteo a quien le corresponde iniciar esta contienda, es a favor
nuestro, creo que era un buen augurio de esa tarde memorable, iniciamos
con una inédita llegada sorpresiva que provocamos el primer tiro de
esquina antes del primer minuto. El encargado de ejecutarlo
es Perching. El profesor, Angulo, que está en el medio del campo, de repente, da un grito estrepitoso
que se escucha por todo el estrado, colmado de espectadores —¡están nerviosos!— En efecto, lo estaban. Desesperados, no
sabían a quién marcar, Nando, zurdo,
técnico y dominador, Cubas, veloz e incisivo, Perching, buen ejecutor de
los tiros libres y de esquina. Arnaldo y Filemón, guapos que no se amilanan,
Hugo, que espera el momento oportuno.
Recién empezaba el encuentro. Todo el estadio abarrotado de aficionados y
simpatizantes ya se encuentra, apenas iniciado el partido, en completa
expectativa. Para unos les ganaba el nerviosísimo; se agarran el cabello,
estiran el cuello si la persona que está
delante no le deja ver, pasan las manos sobre el aterido rostro, sacar los
cigarrillos con desesperación de entre los bolsillos de la camisa. Para otros,
la alegría de ver un espectáculo, esperado por todos, de un futbol bien jugado y sobre todo bonito
para la vista del espectador.
Justo
el tiro de esquina era junto a nuestra
tribuna, oíamos a nuestra barra gritando
y dando hurras, ¡y viene el gol y vine el gol! Todos atentos a ver qué es lo que sucedía. Perching
ve el panorama a quien dar el pase, lanzar al centro o a alguien que
está en una mejor posición. Ve que me acerco con cautela por la esquina del
área grande, con el empeine del pie derecho le da un golpe fino al balón que pasa de forma sorpresiva entre las
piernas de un defensor del Cahuide. Aprovecho la mínima oportunidad para darle
un toque blando con la punta del pie derecho, la pelota atravesando varias
piernas, va rumbo al poste derecho y abajo, Pipa, por más esfuerzo que hizo
nunca pudo atajarlo, ¡era el primer gol!, lo grité a todo pulmón, el júbilo me
embarga. Los camaradas celebran con innumerables voces indefinibles y abrazos.
Llegó la sorpresa de la tarde y para todo el estadio, ni nosotros, los
mismos jugadores, lo creíamos. En medio
de esta agitación se escucha las melodías de la banda celebrando el primer gol
de la tarde. Al voltear para seguir
festejando vi al amigo de infancia, Cholo Bissetti, que venía corriendo con lágrimas en los ojos y los
brazos abiertos para darme un enorme y prolongado abrazo, contagiando a la tribuna nuestra que demuestran su algarabía,
saltando y gritando; en el Cahuide cundía
el nerviosismo, desesperación…
El encuentro era de ida y vuelta, por la trascendencia, se torna como una de las finales más reñidas, tanto como para mis compañeros y el mío propio. Quizás el primer gol tempranero nos dio tranquilidad y confianza. Es así, como en el centro del campo, en la circunferencia pintada con el yeso blanco, el que me había comentado que no lograríamos alcanzar el campeonato, con picardía y técnica, le hice un par de túneles en pocos segundos para el deleite del público ahí presente y para los hinchas simpatizantes del Tarapacá.
Desfila
presuroso los minutos. Antes de terminar
el primer tiempo por el sector de
nuestra tribuna Nando, zurdo hábil, realiza una jugada astuta, con un enganche,
deja atrás a su marcador…avanza y viene
otro defensor a su encuentro, al verse burlado con una ágil finta, como último
recurso comete una falta. Creo, que esa tarde el cielo estaba vestido
de verde y blanco. El punto de tiro libre era más o menos tres a cuatro
metros fuera del área grande. Perching
agarra el balón con tranquilidad, lo coloca en el punto de la falta
cometido por el jugador contrario. Con el rostro sereno, da la sensación que venía el segundo gol. La barra cerca de
nosotros gritaba a todo pulmón, ¡otro gol, otro gol! Durante el primer tiempo, nuestro futbol atildado era el mejor, creando
más ocasiones de gol que el equipo oponente.
El
árbitro cuenta los pasos respectivos según el reglamento, se coloca la barrera,
todos ellos angustiados, la barra no deja de alentarnos, Perching de nuevo acomoda la pelota. Toma
distancia, la barra del Cahuide con los dedos entre los labios, expectantes,
inquietos, suspirando, los
corazones cahuidistas se agitan,
con la angustia de lo que puede suceder.
Pipa desde el poste derecho grita a su barrera; que se junten que no
dejen ningún espacio. Todo el estadio,
por unos segundos, en absoluto silencio. Perching observa con atención la
barrera, al arquero y el arco, empieza a correr… tres cuatro zancadas y con
el empeine del lado derecho del pie izquierdo pega a la pelota, este, en
su recorrido, va surcando por el aire haciendo una curva ligera rumbo a la
portería, al lado derecho, entre el travesaño y el parante, Pipa vuela de forma
acrobática, no llegará a atajar… llega el… ¡segundo gol! Silencio en la barra del Cahuide, rostros de
derrota, los jugadores se ven impotentes
sin ninguna reacción. La barra del Tarapacá grita, salta con total entusiasmo, celebran
de manera apoteósica; se escucha las alegres melodías de la banda, con el
bombo, la tarola, los platillos, trompetas, clarinetes, saxos, y bajos que provoca
y dan rienda suelta de alegría y emoción incontenible. festejan el segundo gol;
hinchas fanáticos entran al campo entre
ellos Don Julio Vásquez, Anatolio Calderón, los hermanos Gregorio y Edmundo
Ramírez, Abilio Jara…y entre ellos muchos jóvenes que tumban a Perching y sobre
él una torre humana que le dejan sin aliento y casi ahogado, segundos de agitación indescriptible.
Termina
el primer tiempo. El marcador manual de
madera colgado en la pared de adobe
indicaba por el momento: Tarapacá (2)
Cahuide (0). Llegando a la
tribuna, las entusiastas damas tarapaqueñas nos esperan con las
jugosas naranjas para saciar la sed por el trajín del juego mismo. Mientras
tanto, en lo más alto, flamea la banderola tarapaqueña. Jugadores e hinchas nos
abrazamos con sentimientos de emoción y algarabía, también de inquietud porque faltaba jugar el segundo tiempo. Cubas
y Angulo, experimentados futbolistas, hacen de entrenadores, nos dan precisas
indicaciones tácticas en lo que quedaba por jugar.
Se reinicia la segunda etapa de esta gran final del futbol Chiquiano. En el Tarapacá no hay cambios. El Cahuide inicia las acciones. El encuentro se torna parejo, a pesar que ellos tienen mayor experiencia. Sus ataques se hace más frecuente, nuestra heroica defensa se ampara con las magníficas intervenciones de Picollo, la anticipación de Darío Zambrano, la buena salida con el balón de Cholo Bissetti, la garra de Fidel Alva, la experiencia y fuerza de Angulo. Arnaldo y Filemón trajinando por todos los sectores del campo quitando la pelota y dando buenos servicios- El armador, Hugo, esperando el mejor momento para dar una pausa y generar los pases precisos a los delanteros con el fin de liquidar el encuentro.
Las
barras de ambos equipos alientan, el Cahuide de querer empatar el marcador y
tener la esperanza de remontar el partido. En las tribunas, los simpatizantes
con los nervios de punta, en la jugadas de peligro para cada equipo, saltaban,
dan vueltas, se miran unos a otros queriendo dar alguna explicación, no era
para menos era la final y sobre todo eran los favoritos. Por un instante se
desconcentra la defensa nuestra, corrían treinta minutos del segundo tiempo, y
en el menor descuido el Cahuide anota el
¡primer gol! Lo celebran se abrazan entre todos ellos, los seguidores festejan,
sonríen y alientan con arrebato, pasión y aun guardan esperanzas de un
resultado favorable.
Para
nosotros los jugadores, todavía adolescentes, lo tomamos con cierta inquietud,
y los hinchas, al contrario, empiezan a ponerse cada vez más nerviosos. Por
momentos dejan de alentarnos, dejan de sonar los bulliciosos tarritos. Picollo
nos salva de muchos goles. El cansancio apremia y se siente cada vez más,
quizás por la ansiedad de no anotar un gol más o que nos empaten. Faltando cinco minutos para terminar, se
equilibra el partido, es de ida y vuelta en ambas porterías, se pone
interesante y cunde la emoción del encuentro entre los dos tradicionales
equipos. Se presentan excelentes jugadas que pueden balancear el resultado
definitivo. En ese trance, el incansable Arnaldo, después de haber quitado el
balón, con elegancia, a un contrario, levanta la cabeza me ve solo en el medio
del campo y entre dos jugadores me da un pase en callejón. Ahora, la pelota
está en mi pie derecho, me dan tiempo
para ver a los delanteros. Nando me pide el pase, veo que lo marcan. Perching
un poco más distante, alza la mano. Cubas aún más lejos, se queda quieto por un
momento. Segundos para definir a quien le doy la pelota. De repente, veo a Nando
que se cruza entre dos jugadores
y le doy el pase, corre con la pelota pegado al pie izquierdo, frente a la
barra del Cahuide, elude a uno…dos
y saca un centro preciso a ras
del campo. Perching, que lo acompaña,
toma la pelota con el pie izquierdo y en un santiamén con el pie derecho
se saca de encima a un defensor. Levanta la cabeza y ve por la derecha a Cubas
que venía a velocidad y con total serenidad cede el balón a nuestro puntero
hace lo más fácil, tocarla con suavidad y anotar el ansiado tercer gol, parecía
una jugada de laboratorio. Silencio sepulcral en la barra del Cahuide. Los
jugadores hunden la cabeza al ceniciento suelo.
De nuevo repiquetea con pasión la melodías de la banda que ejecutan el tema de…”tarapaqueño soy casaca verde desde adentro soy”…Cubas mientras corre, grita y celebra el tercer gol, se abraza con todos los jugadores, con los simpatizantes de todas las edades que habían invadido el campo. Se escucha el griterío de los tarros dando mayor realce y alegría. Tal es el júbilo, que de los ojos de los viejos, damas, jóvenes y niños, fluyen de emoción torrentes de lágrimas bañando por completo el rostro de cada uno de ellos. Son largos minutos de gozo que se siente muy raras veces, parece ser una eternidad. El futbol es uno de ellos, invade ventura y dicha, que con palabras no se puede describir lo que se siente con apenas quince años de edad.
Fue
una lección de humildad y unión de todos los jugadores, dirigentes y
simpatizantes y como corolario se pudo obtener aquel preciado campeonato luego
de varios años de ausencia. El profesor y jugador Ricardo Palacios, jamás,
volvió a buscarme. Y aquel marcador
manual de madera, colgado en la pared de adobe, indicaba el resultado
final: TARAPACA 3 CAHUIDE 1
El Pichuychanca.
Chiquian, 9 de enero 2016
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