viernes, 29 de enero de 2016

Mi infancia en mi adorado Chiquian

 


Son mis primaverales cinco años de edad y unos meses más, próximo para cumplir los seis. Los cinco sentidos empiezan a despertar. Advierto, escucho y descubro todo lo que hay en mi rededor. Nuevos sonidos, nuevos paisajes, nuevos amiguitos, nuevas experiencias…

Ya despunta la fascinante alborada. De la casa materna, del dilatado balcón de madera y  del patio circundado de una frondosa rosaleda, plantas y tres manzanos, cultivados con esmero, mis sentidos infantiles se agudizan al distinguir, absorto, el vasto cielo cubierto de nubes semejante a realzados mantones de algodón, instantes después, se transforma en nubarrones desgreñados. Mostrando sus oquedades acuña discordantes sombras sobre los tejados y los cerros anunciando la primera y esporádica lluvia para el regocijo de los ganaderos, los agricultores. Son los postreros días del mes de Octubre. 

En los siguientes meses, la lluvia se avecina, no siempre, por el solitario nevado de Tucu, que baña el magnífico valle de Aynin donde ha brotado el pimpollo del maíz, el trigo y la papa, a lo lejos parece ser una llamativa alfombra verde. De Las nubes prietas se desploman las gotas de cristal, es el aguacero que se desplaza por las vertientes de los cerros, de las pequeñas colinas, al llegar al pueblo riega las apretadas calles, el patio y los tejados. Del jardín fluye el aroma a tierra mojada.

De repente, allá, en el horizonte, asombrado, percibo el relámpago producido por la fugaz y  extendida luz del rayo que, veloz, desciende de las nubes sombrías en  la forma de prolongadas e incesantes zetas, y en un santiamén, escucho el sordo y estrepitoso sonido del trueno. Fenómenos naturales que me infunden temor y mi cuerpo infantil se estremece. Unos minutos después, para mi desconcierto, aparece el extenso y parabólico arcoíris sobre los erguidos cerros, mostrándose presuntuoso con sus colores vivos. Detrás de los nevados, sigue lloviendo. Mis ojos se regodeaban viendo aquel hermoso paisaje. Empiezo a comprender la reticencia de la Madre Tierra.    

En la primera hora de la mañana, escucho con atención, el suave susurro de las plantas  y de los manzanos del jardín, de los árboles, en el campo. Percibo El alegre canturreo, interminable y sonoro, del Pichuychanca posado en la cima del tejado, gracioso, da saltitos acrobáticos y giros sincronizados, sacude las menudas alas a fin de desprenderse de las partículas cristalinas de la madrugadora llovizna  que se precipitan sobre su inquieta figura. Desde el corral de los vecinos, capto el canto aflautado, matinal, de los gallardos gallos. 

Cada sereno amanecer, noto de como en las faldas de los cerros, colmados de plantas pedestres hollados por el intenso estío de junio a setiembre, se transforman, paso a paso, en vivificante floresta verde, causada por la nueva temporada de lluvia. De las plantas campestres que empiezan a crecer, brotan los primeros aromas, seductores y embriagantes. Aumenta el caudal en los susurrantes manantiales de agua cristalina, también, en los alegres riachuelos. En las hondas quebradas, rodeado de plantas rusticas que  se encuentra bañado de roció, afloran las arcanas cascadas con su linda y serpenteada caída del agua.

Me parece oír una copla. El florido campo, es un concierto de trinos que regocija el espíritu. De las quebradas de Chibis y Ninan, surge el sordo canto del admirable ruiseñor, pájaro de pecho color amarillo intenso y las alas de tono negro. El pájaro carpintero, golpea con su pico rugoso, de modo constante y afanoso, el rudo tallo de algún árbol…tac —tac— tac. Deseo, ansioso, descifrar lo que quieren decir con sus encantadores gorjeos. Más allá, en las ignotas covachas, los sapillos comienzan a croar. Mis sentidos inofensivos, al oír estos trinos sonoros de los hermanos menores, es un espectáculo grandioso que surge desde el fondo de mis entrañas una sensación de placer indefinible.


En este pueblito mágico, en un rinconcito del mundo, ver el atardecer, dotado de una hermosura sin igual y el cielo garzo sembrado de titilantes luceros da la impresión que comienzan a cercar la cresta de los cerros, no con el designio de castigarle, sino de apapacharlo con todo el cariño del mundo, cual buen padre protector; —¡Yo, cuanto lo necesitaba!—, para cobijar de cualquier desamparo a mi pueblito preferido. Mi adorado Chiquian.  

Además de los cerros encumbrados y esplendidos, cuenta con las faldas de Cochapata, Parientana, Oro Puquio y Huamgan, lugares adonde acudo con una bandada de chiuchis* con el fin de jugar en sus blandas faldas. Sentado, cada uno, encima de la penca, raudo, con las piernitas erguidas nos deslizamos rozando la parva espalda sobre el pasto húmedo. En otro instante, busco un sitio adecuado, para posar en una piedra lisa o, sin darme cuenta, en los helechos rociados por la ligera llovizna, con el propósito de ver y admirar el ocaso del risueño sol que proyectaba diversas y largas sombras con sus oblicuos rayos. Ver el preciso momento, de asomase a la vana luna, detrás de la cordillera, que empieza a adornar con su luz albina, la noche serena de mi pueblito mágico.    

El agua, de las escondidas cascadas de Umpay Cuta y Putu, al desplazarse por riachuelos vanidosos causa sonidos indolentes y extensos y en su recorrido jubiloso y sinuoso, sus cuchicheos me incitan a soñar dulcemente. A lo largo de su trayecto carga todo lo que encuentra a su paso, piedritas, helechos que se fundirán con el caudaloso río Aynin que viene formando espacios y escasos lugares arenosos formando curvas, pendientes suaves y bruscos en sus orillas.

En este lugar mágico, la vida transcurre con tranquilidad, tanto de unos como  para otros, sin percibir que los cabellos ya habían nevado en la azotea. EL tiempo, sin tiempo, parece detenerse, hasta encontrarse, de repente, con la sorpresiva expiración grata, ingrata e impredecible.

En los meses de mayo a julio, el sol,  en pleno ocaso, va dispersando sus últimos rayos dorados provocando susurrantes airecillos fríos que golpean con finura mi rostro amoratado. Baja la temperatura. Es cuando en las acequias y en los arroyuelos se forman finas escarchas sobre el agua que corre, con lentitud, en las estepas y raudos por las quebradas cuesta abajo, produciendo sonidos místicos que me invitan a contemplar el bello atardecer de mi pueblito mágico. Escucho el canto de los grillos, cri-cri-cri, el murmullo de las ramas que se balancean de un lado a otro, y desde el cielo despejado, de repente, me miran sonrientes las pepitas luminosas pestañeándome con mucho afecto.

Las lluvias se despiden de su temporada, se alejan los nubarrones de  diferentes matices y formas, dan paso al sol que aparece  en su plenitud. Alzo la cabeza en dirección al vasto espacio y observo que está sin máculas de nubes. Todas las chacras florecen  y están en el tiempo de cosechas, los agricultores, al contemplar las colinas, los prados y el horizonte, se regocijan. Del rostro cobrizo surge una afable y suave sonrisa, sienten eterna dicha. 


Por los alrededores de aquel pueblito mágico, en los pequeños pozos de agua cristalina,  podía observar a los renacuajos que nadan y flotan en plena libertad. También, habitan ranas tiernas, que cazaba con los inquietos amiguitos, con el propósito de llevarlo al huerto y al jardín de la casa con el fin de que hagan guardia atrapando a los insectos trepados en las plantas y la rosaleda como en las hortalizas.

Los campesinos se colocan los sombreros, a fin de protegerse de sol que comienza a brillar, la bufanda, del viento frio y seco de las primera horas de la mañana. Agarran las herramientas y lo acomodan sobre su nervudo hombro adonde se halla el manto para amortiguar el peso de las mismas. Dan un severo latigazo sobre el lomo de la yunta que, todo perezoso, todavía está durmiendo bajo el ancho alero del cobertizo. Optimistas se dirigen al campo donde les espera agotadoras jornadas 

Terminado el despajo (trilla) del trigo, observo a las laboriosas campesinas, ayudadas por el suave viento, como separan el trigo de la paja. En la cosecha de las papas se trasladan ollas de regular tamaño, de la casa a la chacra. Se elabora el fogón en un rincón apropiado a fin de preparar la exquisita cachizada o el pari de 7 yerbas con la  papa  recién cosechada, acompañados con el queso y el  rocoto, sabor y aroma  a chinchu, y la  infaltable cancha. En todos los sectores, se percibe efluvios a tierra mojada,

La vida en aquel pueblito mágico, en un rinconcito del mundo,  bendito por la naturaleza, es apacible. Cuando los habitantes están ocupados en sus distintas actividades laborales, las idílicas calles empedradas se hallan en absoluto silencio, solo circulan unas cuantas personas. Todas las puertas de las viviendas se encuentran abiertas. En estas calles ceñidas, solo se oyen los zumbidos de las abejas, abejorros y las moscas, el gorjeo de los pájaros. Por alguna razón, se habían quedado algunos animales domésticos en el patio de la casa de donde se escucha el balido de una cabra o un borrego; el cacareo de un  gallo o el de una gallina; el aullido del perro o el gato maúlla. Jamás había escuchado un escándalo de notoriedad, salvo algunos robos o hurtos de hortalizas de un huerto o el de una gallina de un corral. Hasta que un día, ciertos intrépidos mozos que regresaban a la tierra natal, de distintos puntos del país, con el objetivo de pasar las vacaciones universitarias y reencontrarse con sus familiares, amigos en el pueblito mágico, en un rinconcito del mundo,  bendito por la naturaleza. Sucedió lo siguiente: 

Fue un fin de semana, cuando el sol se hundía  detrás del pico de los cerros, 4 jóvenes, se aventuraron a ingresar, de modo furtivo, a un corral para  escamotearse un lechón muy bien proporcionado. Al día siguiente, en Obraje, a las orillas del torrentoso rio Aynin, celebraban los carnavales con un sabroso plato de pachamanca, una de las variadas carnes era de aquel lechón escamoteado. El escándalo surgió cuando el propietario se sorprendió al no encontrar, en su corral, aquel animal preciado, de inmediato, denunció la desaparición ante las autoridades respectivas, propagándose el toletole en todo el pueblito  mágico, ubicado en un rinconcito del mundo. 


Irrumpía los siguientes tres meses, agosto setiembre y octubre, todo se encuentra en silencio, reina la misma paz en las periferias del pueblo y en los campos. La naturaleza no había castigado a este pueblito mágico  con epidemias y plagas salvo aquel terremoto de mil novecientos setenta, que destruyó parcialmente el techo y la torre de la  antigua iglesia y algunas casas, sin una desgracia de pérdidas de vida humana que lamentar. En este pacifico pueblito, en un   rinconcito del mundo, de entre miles de personas, unos cientos o quizás decenas de personas y, dentro de ellos, surgía en mí, con edad infantil, regodear y admirar con ojos de contemplación el inesperado atardecer. Mientras curioseaba asombrado el paisaje, el vuelo de regreso de los pájaros a sus nidos y escuchando sus trinos, arriba en el  colosal espacio, de súbito,  aparecía la luna coqueta que, decorada de nubes cálidas, se desplazaba con lentitud y recato por detrás de las ramas de los aromáticos eucaliptos desparramando  fasces de rayos plateados que caían en mis inocentes ojos y, tal vez, en otro lugar, en los  ojos de otros admiradores mayores  y de corazones enamorados.

En la aurora de aquel pueblito mágico, observo el maravilloso panorama. Por el horizonte y sobre el nevado del Yerupaja, el sol emerge con solemnidad causando expandidas sombras; de los árboles, de la torre de la iglesia, de las casas, de las pircas de las chacras, así como también de la vaca, del toro, del caballo, todos, exhibían sus siluetas  alargadas. Ya es las doce del día, el tiempo en ese momento es candente. Arriba en el cielo garzo,  no se descubre ni una sola mácula de nube. En el cenit, el sol, acomodado sobre las cabezas de los habitantes de aquel pueblito mágico, quema las hierbas, los pastizales con sus rayos crepusculares del mediodía. 

En las afueras del mágico pueblito. En la superficie del agua límpida de los pequeños pozos que se habían formado en la estación de lluvia o, los labriegos, de haber regado las chacras, observo  ensimismado, como las ramas de los árboles reflejadas en el agua, se bambolean remisamente. Sopla el viento grave, provocando  imperceptibles ondulaciones, desapareciendo el reflejo de aquellas ramas profusas. Me quedo sorprendido.     

En los serenos atardeceres, da la impresión que a los rededores de aquel pueblito mágico, escondido en un rinconcito del mundo, está  deshabitado, En el horizonte, las crestas de los cerros y de los nevados parece unirse con el cielo garzo. Así de cautivador es mi pequeña patria celestial. En los campos se extiende una imperturbable mudez, a unos cuantos pasos  escucho el vuelo y el zumbido de una abeja laboriosa, llevando el polen a su panal, y más allá,  el salto de un salta monte que apresurado se escabulle de mis pasitos discretos... 

El  Pichuychanca.

Chiquian 29 de enero del 2016


*Chiuchis, infantes, niños


lunes, 25 de enero de 2016

Atahualpa Yupanqui

Atahualpa Yupanqui, cantautor, guitarrista, poeta y escritor argentino, oyendo sus geniales composiciones nos lleva a realizar una introspección individual y colectiva en relación con las actividades del hombre frente a la  Madre-Naturaleza, a pesar del tiempo cobra relevante actualidad. 
Tomense unos minutos y les invito a escucharlo. 
Saludos.

domingo, 17 de enero de 2016

La voz del alma


Hoy Margarita Romero Martel, apoyada con  el calor y la unión familiar de su esposo e hijos,  madre y hermanos y  demás familiares, así como también el apoyo artístico de los grupos Son de Chiquian, Taki Tamia y Martin Egúsquiza,  acompañada con  un marco musical a la altura de su presentación artística , integrantes todos  ellos de la Región de Ayacucho, y la masiva concurrencia al local citado; fue una tarde de encuentro y emoción con un éxito total como intérprete de nuestra música  folclórica , deleitando con su energía, potente y cálida  voz; ritmo elegancia y garbo al momento de bailar.
Felicitaciones Margarita y  las puertas del éxito, desde hoy se  abran en la nueva faceta de tu vida.
Aquí  algunas fotos.

Grupo Son de Chiquian y Margarita


Margarita












Grupo Taki Tamia




Martin Egúsquiza

 El Territorio del Pichuychanca.



  


viernes, 15 de enero de 2016

Crónicas y costumbres de mi tierra

 


Nubes remangadas, finas y vidriosas, flotan sobre el pico de los cerros. Las rutilantes estrellas, que adornan el vasto cielo oscuro, titilan moribundas. En aquel espacio, reina una envidiable quietud. De pronto, se asoma el sol y los bermejos rayos se desploman sobre la cabeza de los primeros habitantes que realizan labores cotidianas desde tempranas horas de la mañana.   

El virtuoso panadero se levanta apenas se manifiesta el alba que derrota a la penumbra de la noche. El cesto redondo de carrizo que contiene los variados panes de la primera hornada, tapado con un impecable mantel blanco, lo traslada, sobre el vigoroso hombro la cerviz y la columna encorvada. Bufando, anda con pasos urgidos, por la calle, quieta y estrecha, desde el horno artesanal a la panadería. Las personas, al atravesarse en su camino, perciben los diferentes y provocativos olores del pan de piso, crocantes cariocas, el pan de punta en la forma de un rombo, el dorado biscocho, las semitas (pan de trigo y de maíz) y las estilizadas rosquitas. Al llegar a su destino, la tienda, lo deposita en la dilatada vitrina. Un pelotón de clientes de una mixtura de edades, tiritando de frio, aguarda en orden, uno detrás de otro, para adquirir el pan odorante y caliente de la panadería de su preferencia.  

La Señora Filomena, guapa, de estatura mediana tez blanca de cabello castaño, ondulado  y largo, al medio día, bajo los rayos agudos del sol, anda por la estrecha calle, 3 o 4 veces por semana, vendiendo de casa en casa, —a los que habían hecho su pedido con debida anticipación— las deliciosas empanadas, el rico alfajor y los exquisitos panes de maíz y trigo. Todos estos nutrientes tenían un particular y encantador gusto que hasta los mismos hábiles panaderos le pedían con suplicas con el fin de que les provea su fórmula secreta.

Durante el día, las personas realizan diferentes actividades. Por el solitario y declive camino, el asistente del ganadero arrea las acémilas que sobre su  pertinaz lomo transporta el par de porongos lleno de leche fresca, ordeñada a primera hora del día con el fin de llevarlo a la quesería artesanal del señor Meza, otros para distribuirlo hasta el mediodía a la persona que solicitaba este divino alimento ancestral. En el libro de Geografía, emitido por el Ministerio de Educación, allá, por  la década del  60 y 70 del siglo pasado, reseñaba que, uno de los mejores quesos a nivel nacional, se producían en CHIQUIAN. Hasta hoy en día. 


El pastor, de rostro purpúreo, aun soñoliento, aguijoneando al ganado, caprino y lanar, lo traslada a lugares distantes del pueblo en busca del fresco alfalfar y de plantas silvestres para su oportuna alimentación. Marcha por el camino, cuesta arriba, cuesta abajo. En el trayecto, observa que en los bordes del sendero creció la penca, vizcaína y el maguey. Árboles balsámicos como el eucalipto, el cedrón, el ciprés, así mismo, el aliso, molle y capulí. Entre las piedras de la tupida pirca se halla erguida la planta aromática como la muña, menta, toronjil, yerba buena, chinchu, ruda y, la fruta silvestre de llamativo color y sabor como el muchiqui, shuplac, ñupu, capulí.

El campesino anónimo marcha ataviado del tradicional poncho, la bufanda y el sombrero para cubrirse de la fría temperatura de la madrugada. Además, se provee de una pikcha (bolsita de tela) colgado del tenaz hombro, donde salvaguarda el puro (poporo), depósito de cal, adornado de figuras enraizadas del Perú milenario, lleva además, la milenaria hoja de coca y el aromático cigarrillo nacional. El labriego arrea las tremebundas yeguas que cargan sobre sus nervudos lomos, la imperiosa azada, el arado y el yugo. Transitan por aquellos senderos para ir a emprender su esforzada jornada. De la chacra, voltea la prolífica tierra humedecida por la lluvia o previo riego. Abre el respectivo surco y debajo de él, con aplicación, siembra la semilla guardada, con celo, de la cosecha anterior, ya sean estos, de la papa, maíz, trigo, oca y la quinua. A su debido momento, luego de haber transcurrido un breve tiempo, extrae de los surcos las malas yerbas crecidos alrededor del floreciente verde capullo. Por los rededores de la chacra y el camino, los hábiles pircadores, con esmero y voluntad, reparan o construye nuevas pircas.            

La naturaleza ha sido munífica en regalarnos los más bellos panoramas que rodea a este bello pueblo, Chiquian. Cuando la estrella del día emerge por la cumbre del señorial nevado del Yerupajá, su luz amarilla tiñe de rosa y dorado al pico de los inconfundibles cerros. La  escena es maravillosa. Contemplar el singular cerro de Capilla Punta, que cobija sólidos restos arqueológicos en su cresta, de sus flancos aflora las llamativas cascadas de Putu y Umpay Cuta. El agua, diáfana y rumorosa, atraviesa el verdoso declive de Racran y Umpay. Las faldas de Oro Puquio, Cochapata y Parientana además de poseer tierras fértiles, que aplaca al celoso agricultor, está dotado de humedales donde emerge el remoto y sustancial manantial de agua fresca y cristalina.       

Por el extendido y vistoso valle de Aynin fluye serpenteante el rio y en sus reverdecidos bordes se localizan los fundos de Cutacarcas, Obraje, La Florida, Coris, Timpoc y Quisipata. El valle de varios kilómetros, desde su origen hasta su desembocadura, tiene un sin número de microclimas. Es un encanto estar en estos parajes maravillosos. Del mismo modo, las propiedades, sementeras y fundos de Pacra, Chinchu Puquio, Uyu, Común y  Pashpa, es alimentado por  el alegre riachuelo  poco profundo, de agua serpentina y quebradiza, que en su curso van hendiendo las quebradas. De una de estas hondonadas, de repente irrumpe dentro de la copiosa floresta, la hermosa cascada de Usgor de agua hechicera.     


Al inicio y al final de la temporada de lluvias, de noviembre-abril, de cualquier lugar que uno se encuentre, repentino, surge ante nuestros ojos el atractivo fenómeno natural sobre la Cordillera de Huayhuash, el arcoíris. Es un marco mágico como salido de un sueño, que,  engalana el panorama de aquel pueblo seductor. En espléndido día domingo, de viento apacible y reconfortante, familias  enteras van al campo a disfrutar, al aire libre y sobre el pasto fresco de Chivis, Tranca, y Usgor, de un delicioso y típico almuerzo de la zona,  contemplando los dignos y pasmosos nevados con sus más de 6 mil metros de altura, vigilante e imperturbable a través del tiempo. EL Yerupaja y la Cordillera de Huayhuash.

En este pueblito mágico, se podía reconocer a las personas de heterogéneos oficios como los  negociantes  de abarrotes, al talabartero, peluquero, ganadero, agricultor, tejedor, sastre, boticario, carpintero, albañil, transportista, músico, otros dedicado a la elaboración del sombrero tradicional de la zona, todos ellos con un alto sentido de puntualidad y responsabilidad. Por otra parte, también era conocido el empleado público: del Ministerio de Agricultura, Ministerio de Transportes y Comunicaciones, Electro Perú, Sedapal,  Banco de la Nación, la Municipalidad, la Prefectura, la Comandancia de la Guardia Civil y la Posta Medica. Aún más, se reconocía al excelente profesor, en su mayoría procedentes del mismo pueblo que laboraban en los Centros Educativos como el Jardín ubicado a media cuadra de la plaza de armas, y de las  escuelas de primaria como el histórico N° 378 ubicado en el Jr. Comercio local afectado por el terremoto que tuvieron que trasladarse al final de Jr. Tarapacá. La escuela N° 351 situado en Alto Perú con un plano y una infraestructura muy avanzado de su tiempo, flanqueado de perfumados cipreses, con 4, 5 amplios patios. En la pared, de cada salón, se podía observar representaciones e imágenes de magníficos lienzos de nuestra historia, como el de la época Pre inca, Inca, Colonial  e Independencia. Además, esta escuela, contaba con el primer coliseo y 2 piscinas, uno para niños y otro para los de mayor edad. La Aplicación, emplazado en el Estadio de Umpay, con salones prefabricados y la floreciente escuela de Don Josué, establecido en el barrio de Tranca camino al panteón, todos ellos de varones. La escuela de mujeres se les conocía por los exclusivos colores y detalles de los intachables y relamidos mandiles. La escuela de mandil azul y cuadradito, estacionado al pie del estado de Jircan y el mandil blanco ubicado en la Plaza de Mayor. Tres colegios de secundaria; dos de ellos de varones, el Colegio Coronel Bolognesi (CCB), situado en sus inicios en el Jr. Leoncio Prado, luego será trasladado a Parientana y el Instituto Nacional Agropecuario. (INA) instalado en la colina de Mishay. El de mujeres, el Colegio Santa Rosa de Chiquian apostado en el Jr. Comercio, luego sería trasladado al estadio de Umpay por el desastre natural, terremoto de 1970, que afectó la infraestructura del local. Por último, Chiquian, contaba con la NORMAL. Institución educativa superior, en la formación de profesores de nivel  primaria. Arraigado en el Jr. Comercio camino a Umpay.


El poblador, en general, recorre presuroso a su centro de labor o de estudio por las calles empedradas, barrida a primera hora de la mañana. No había ciudadano, profesor o alumno, que no dejaban de saludar. Saluda con cortesía, ¡buenos días! y la respuesta era inmediato, ¡buenos días! ¿Cómo está, como amaneció? Así de respetuoso es la persona  con el que se cruza en su camino…

Chiquian de siete calles angostas y empedradas, que van de sur a norte, tres de ellas, se consideran como las principales, 28 de Julio, el Comercio, Dos de Mayo, el resto es de menor longitud como el Jr. Bolívar, Ayacucho, Junín…Estas calles nacen en Oro Puquio, Racran, Umpay y Lirio Guencha, terminan en el barrio de Quihuyllan. De este lugar se puede observar el hermoso valle de Aynin, el nevado de Tucu y el cerro de Yauca Punta. El resto de calles cortas, finalizan en  Alto Perú, Tranca y Cruz del Olvido. 

En la época de lluvia la calle 28 de Julio, denominado Venecia,  de entre todas las demás, es la que resalta. Por esta calle fluye el agua que cubre de lado a lado hasta el ras de la estrecha vereda. Parece un amplio riachuelo rumoroso y navegable. Lleva arena y piedra de todo tamaño según la fuerza de su cauce e impide el paso a los peatones. Con tiempo, unos compran las botas de jebe y, de algunas tiendas, el noble dueño, coloca una larga tabla de una acera a otra, parece un puente colgante, con el fin de facilitar el paso trémulo de la persona, sorprendida por el torrencial aguacero, en su trayecto al trabajo, a la escuela o al retornar a su domicilio. También era el momento propicio para los impúberes inquietos, armar los barquitos de papel de todo tamaño y desafiar al oponente de quien llegaba lo más lejos posible. Del mismo modo, llega el tiempo de Jugar a las garrochas. 

Un pelotón de eufóricos adolescentes, de distintos barrios, con el rostro encarnado llegan a esta calle con la garrocha en le mano aterida. Todo ello para desafiar la ley de la gravedad, la lluvia y al riachuelo que se había originado desde la cascada de Umpay Cuta. Los  agitados púberes ven con singular atención el caudal de agua, miden el espacio, tantean el fondo del riachuelo, el lugar exacto y seguro para plantar la flexible garrocha al momento de saltar de una orilla a la otra. Uno de los traviesos, de ojitos saltones, concentrado en el punto elegido, empieza a correr y correr con la garrocha en la mano encarnada que lo planta en el lugar preciso, elevándose, veloz, como una pelota lanzado por el arquero, surca por el aire con el mechón erizado, cumplido su faena,  grita eufórico por haber logrado el desafío. Pero también ocurre lo contrario. La existencia está hecha de contrarios. Otro niño retozón, esta vez, desafortunado, por error de cálculo o la garrocha no resiste el sobrepeso, sucumbe, empapándose en medio de aquel efímero riachuelo de agua helada, causando más risas que susto. Cerca, otra bandada de chicuelos, con los liliputienses pies sobre los tarros (especie de zanco) adheridos con resistente hilo y sostenido con sus pequeñas manos lívidas, arriesgándose y  vacilantes, surcan aquel riachuelo formado en la calle 28 de julio.    


Por las arterias principales atraviesan de Oeste a Este trece calles que se originan en Umpay, Lirio Guencha, Parientana y Jupash, todos ellos colindantes con la prolongada vía Santa Rosa. Al recorrer por esta avenida, se puede contemplar el bello panorama, los cerros y nevados que están al lado opuesto. Estas calles acaban en los barrios y lugares de Alto Perú, Tranca, Chivis, Jircan, Cruz del olvido y Oro Puquio. Al final de la calle Figueredo se encuentra el Campo Santo donde descansa, a perpetuidad, el cuerpo de los antepasados y familiares cercanos. Cada año, en el día de los muertos, se lleva coronas de color negro, morado, blanco, elaborado con anticipación y puntualidad por la Srta. Dolores Aguirre Novoa; acompañados de flores y rosas. Don Juan Jaimes y Julio Alvarado, uno con el afinado violín y el otro, en la mano, con un viejo libro de responsos fúnebres, son requeridos por los familiares de los difuntos para ejecutar melodías y coplas dolientes. 

En el Barrio de Jircan; se encuentra el histórico y nostálgico estadio con el mismo nombre. En este recinto, desfilan los equipos tradicionales como el Club Atlético Tarapacá, Sport Cahuide, Alianza Chiquian y el Sport Jaimes, dejan huella en la historia del futbol chiquiano, cada uno de ellos con excelentes jugadores. Aparecen, de manera fugaz,  equipos como el BI, Adelante Juventud, Los Heraldos Negros, Estrella Roja y los Intocables que aportan destacados deportistas. En la época de vacaciones o cuando los torneos de futbol estaban en receso, este nostálgico estadio, se colmaba de jugadores, amantes del futbol, que compartían ciertos espacios, según las edades. Los mayores escogían el mejor lugar y en ese orden los  pequeñitos jugaban en un espacio donde más relucía el cascajo que la tierra misma, aun así, se compartía momentos de camaradería unión y diversión. De Este a Oeste aparecían los arcos hechos de longevos palos. Que tiempos dorados del futbol Chiquiano.  En este espacio, también se celebraba el tradicional Huerto de Judas en donde se podía degustar las comidas típicas del pueblo y la fresca leche ordeñada y hervida en los calurosos fogones. 

Cruz del Olvido, a 200 metros del cementerio descansa una enorme piedra en la forma casi perfecta de un cuadrado, se usaba con el propósito de dar el póstumo responso del difunto. Santa Cruz y Oro Puquio, atesoran y conservan las hermosas calles empedradas. Las casas de relucientes balcones, ventanas y puertas medianas con tejado rojo, reflejaba un pueblo tradicional y mágico adornado con un matiz único y atractivo, constituido a las características de su gente  que sobresale por su variada actividad como en el arte de la música, danza,  educación, deporte, costumbres, en suma un alto grado de cultura aun por encima de las dificultades políticas y sociales. 


En la Plaza Mayor, se ubica el teatro, el más notable de su época y de la Provincia de Bolognesi o quizás de la misma región de Ancash. Teatro pequeño y placentero,  de donde los espectadores, de la platea inclinada, sobre sillas estables y levadizas, del mismo modo, de los corredores ubicados a los costados de la platea, de pie y, de una galería siempre bulliciosa, podían observar con suma comodidad los mejores eventos de teatro y cine. 

En la Plaza, también se halla el baratillo, lugar donde se preparan deliciosos jugos, se expenden las mejores frutas de la zona. La Comandancia de la Policía Nacional y al costado  el centro penitenciario que tenía un espacio donde los reos jugaban fulbito con los custodios. La iglesia con paredes de  metro y medio de ancho con pasillos estrechos manando aromas a tierra pretérita que conducen, cuesta arriba, hasta las imágenes del altar.  El sacristán, con esmero, colocaba los respectivos cirios, luego encenderlos  en las homilías principales. La torre de la Iglesia era de tres pisos y acogía las campanas de variados tamaños que doblaba cada quince minutos de manera pausada y rítmica, que se oía hasta los últimos rincones de Chiquian, anunciaba, de esta manera, la puntual asistencia para la celebración de la misa.   

A tres cuadras de la Plaza, en el Jr. Dos de Mayo, se ubica el mercado. En aquel lugar se expenden las verduras frescas, y la  comida típica. El pescado fresco, el más requerido y deseado, el bonito, traído de Barranca. Los Señores/ras que venden comida y verdura junto con los comensales y clientes, en tiempos de carnaval, acompañados de una multitud de personas, marchan en busca de un aparente árbol, una vez elegido, cortado y cargado sobre heterogéneos hombros, todos con jolgorio, regresan por el camino y las calles del pueblo entonando la tradicional canción, al son y compas de… He venido desde lejos / anunciando carnavales… / Esta será o no será / la casa que yo buscaba / tal vez vengo muy errado / con el polvo del camino…

El árbol, vestido con sorpresas y frutas de temporada, es plantado en el centro del mercado. Mientras se forma la ronda alrededor del monte, las parejas, uno al otro, se enguirnaldan alrededor del cuello con la serpentina de diversos colores, se pintan la cara con el talco perfumado. Tomados de la mano, bailan con garbo, cantan en coro y con entusiasmo. El estoico monte al centro, una vez más, espera los primeros hachazos. Entre tanto cantan…Arbolito de manzana / que bonito vas creciendo / si supieras para quien creces / al momento….

La pareja, hacha en mano, baila en torno del árbol, con prosa y gracia, los que están en el ruedo, de igual manera, ronda con algarabía, danzan y cantan, a todo pulmón y a una sola la voz. Llega el momento de cortar el árbol. Por otro lado, niños fisgones de rostrillo  cárdeno, observan con tal atención, esta fiesta popular del pueblo. Pasa los minutos y esperan con ansiedad que se desplome el monte para coger, si tenía buena fortuna,  una o más frutas o la sorpresa que pendía de las copiosas ramas del árbol tumbado en el ceniciento suelo.  


Chiquian predominantemente religioso y católico, la feligresía, celebra la Semana Santa  con intensa devoción. La ceñida calle el Comercio cambia de porte, obteniendo una atmosfera muy especial, poco más o menos paradisiaco y, es que, en ambas aceras, a partir del barrio de Quihuyllan, amanece emperifollado, en representación del Olivo, con ramas aromáticas de variados árboles y plantas, traído muy temprano y con afán, de los rededores del pueblo y del campo, por entusiasmados feligreses. De este lugar, comienza el peregrinaje de Jesús, en los lomos de un asno lozano, ataviado e inmaculado, hasta la entrada triunfal, la iglesia. 

El nublado día de jueves santo a las tres de la tarde, la iglesia  está repleta. La mayoría de las damas, por no decir todas, se visten de luto y el velo negro cubre el rostro de congoja. Era viva la fe de cada uno de los presentes. Cuando ven la escena doliente de la crucifixión de Cristo sobre el alto y grueso madero, abordado por seis Santos Varones, de sus ojos brotan lágrimas que resbalaban sobre sus  semblantes como si fuera su propio dolor. Las emisoras que llegan por la frecuencia  am, emite música sacra todo el día. 

El viernes, a las tres de la tarde, los Santos Varones, con singular atención, quitan los picudos clavos. Luego, con prolijidad acomodan el cuerpo de Jesús en el Santo Sepulcro colocado sobre una Anda adornado con llamativos montes. Por la noche sale en letanía seguido por los fieles desconsolados que alumbran con cirios de diferente medida, hecho con paciencia, por don Julián Soto. Pausado, detrás y delante del Santo Sepulcro, va la muchedumbre escoltando al compás de una quejumbrosa marcha fúnebre ejecutada por una banda de músicos. Los Santos Varones, todos ellos ataviados de túnicas y turbante blanco, con una fuente entre sus ateridas manos cubierto con un mantel del mismo color se acercan a los fieles pidiendo una limosna en todo el trayecto de la procesión, hablando de esta manera: “Una limosna por el santo entierro de Cristo y en la  soledad de María”.  

En el mes de Mayo se celebra la fiesta de Señor de Conchuyaco, Cuya imagen se encuentra empotrado sobre una peña, rodeado de arbustos en la quebrada del mismo nombre, ubicado a unos 3 Km. de Chiquian. Antes de celebrar los rituales en el mismo lugar, el día central, los mayordomos encargados de esta festividad religiosa, en la víspera, irán por las alegres calles empedradas y sombrías, visitando a los demás funcionarios,  acompañados de los elegantes danzantes de los negritos donde bailarán con garbo y gracia.   

El Pichuychanca                        

Chiquian,   16 de enero 2016 




 

sábado, 9 de enero de 2016

El debut. Memorias de fútbol.


A la edad de 15 años, en el inolvidable estadio de Jircan, debuté en el futbol, atildado y aguerrido. Para mi buena fortuna, en este debut auspicioso,  conseguí anotar dos goles, uno de ellos, de modo fastuoso fruto de un tiro libre, poco más o menos de cuarenta metros, cerca del bucólico estrado donde se ubicaban los delegados de los equipos, el presidente y la comitiva, organizadores de aquel competitivo y reñido certamen. .

Los organizadores, sentados sobre la extendida y destemplada banca de madera y delante de ellos la mesa, rectangular y quejumbrosa, cubierta con un mantel descolorido traído por algún devoto del futbol. Al centro del tablero, posaban los archivos, la relación de los jugadores de los equipos inscritos y en las esquinas, cuatro menudas piedras a fin de evitar  que el fuerte viento, de súbito, lo levante en plena tarde de emocionante encuentro de futbol.

Al lado izquierdo de la mesa, unos tres metros, en la pared de adobe, el marcador de madera, pendido de dos clavos enormes y macizos, figuraba, de manera nítida y con letras negras, el nombre de los equipos participantes. En la parte inferior, un infante, voluntarioso y aficionado a este popular deporte, registraba con las delgadas tablillas manuales y enumeradas, los goles que se anotaba en el transcurso del encuentro. Aquella tarde el marcador de madera mostraba: CLUB ATLETICO TARAPACA 4, SPORT JAIMES 1.

Finalizado el debut de este encuentro memorable, sobre todo para mí, todos los integrantes nos sentíamos henchidos de felicidad, contagiados por el entusiasmo de numerosos simpatizantes. En ese ínterin, siento que alguien me toma del brazo y me lleva a un lado del grupo que aún seguían con la algarabía y el bullicio por el primer triunfo. Para mi asombro, era nada menos que el  profesor y jugador del  Sport Cahuide, Ricardo Palacios. Con sigilo, se acercó a mi persona, primero para felicitarme con zalameras palabras, luego  para decirme que por favor le ayudaría a reforzar su equipo, el Cahuide, porque percibía y pronosticaba con total seguridad que no lograríamos obtener el título. En ese instante me sentí ofendido al oír su delirio de superioridad, en cuanto al deporte, en este caso al futbol. Mi mente se agitó por segundos y solo atiné a responder de manera respetuosa. Por favor, le manifesté, esperemos que termine  esta primera  fase  que recién empieza. Se  clasificaban  dos equipos  de seis o siete que participaban en este certamen.


Mi memoria resucita de protagónicos y de gloriosas tardes de buen futbol, con el estadio colmado de ávidos espectadores. Tal es así, que logramos llegar, invictos, a la definición del título del tradicional y emocionante campeonato de agosto, mes de fiesta patronal, con el equipo favorito, el Sport Cahuide, también invicto, equipo con jugadores experimentados, con muchos torneos cargados de larga historia, con un promedio de 26 años y el nuestro, el  Tarapacá, con 17 años. Muchos de nosotros alumnos del Colegio Coronel Bolognesi y el refuerzo de dos reconocidos jugadores, profesores ellos, Gilberto Angulo y Cesar Cubas, quienes nos alentaban y daban seguridad que en el campo éramos los actores principales de este disputado torneo y que por esa misma razón, estábamos definiendo el campeonato.

En mis pensamientos resonaba y recordaba aquel pasaje bíblico de aquellos personajes históricos, cavilaba “esto es  un encuentro entre  David y Goliat”. Meditando de este modo, evoqué lo que me había expresado semanas antes el profesor Ricardo Palacios, entonteces, surgió desde el fondo de mí ser, el pundonor, el coraje, el valor deportivo y el deseo de vencer este encuentro memorable, así también, como el de mis compañeros. Y el mérito propio de llegar por primera vez, a mi corta edad, a la definición del título del futbol chiquiano. Llegó aquel esperado, sufrido y caluroso segundo domingo de agosto. El estadio de Jircan, colmado de bulliciosos adeptos y simpatizantes de ambas escuadras aguardaba con expectativa el ansiado y protagónico encuentro.

En  la tribuna Sur del estadio, en cuya espalda  está por coincidencia el Jr. Tarapacá que nace del sector de Parientana  hasta llegar a la altura de Santa cruz, se ubica la barra bulliciosa y aguerrida del Sport Cahuide con los colores característicos, de rojo y negro. Al lado opuesto, la tribuna Norte, por donde pasa el Jr. Figueredo, que nace en Jupash y  termina en el cementerio, en ese lugar, se halla la tribuna del Club Atlético Tarapacá, con los hinchas apasionados, alentando estoicamente a sus nobeles integrantes, vestidos de verde y blanco.

Veía a los entusiasmados seguidores que con mucha perspicacia habían colocado piedritas dentro de las latas de variadas formas y tamaños. Haciendo tronar mejor  que las matracas tradicionales. Alientan a la barra con inaudito griterío. De manera particular, para muchos de nosotros, era la primera vez que participábamos en una definición de tan importante y competitivo campeonato en nuestra corta carrera de futbolistas. ¡Imagínense con la emoción y los nervios de punta!

Con mis quince años, veía al frente a un equipo fogueado con notables jugadores, pero, ahí, estaban a nuestro lado los dirigentes,  viejos hinchas, ex jugadores de antaño, que nos apoyaban  moralmente,  con apasionamiento indescriptible, fanatismo y emoción, así como también, una legión de simpatizantes, estudiantes de las diferentes escuelas y del colegio, cantando a viva voz y haciendo repicar las ruidosas latas  “¡¡Vamos, vamos tarapaqueño quiero verte campeón!!”


Rememoro aquel equipo, disculpen, así con las manos juntas si me olvido de alguien, han pasado tantos años de aquella tarde épica de futbol. En el arco, custodiado por nuestro recordado Rodolfo Fernández Agüero (Picollo), de marcador derecho, el veterano profesor, Gilberto Angulo, de back central, Carlos Bissetti (Cholo) con buena ubicación y elegante salida con el balón, junto a él,  Fidel Alva (Cahsqui) complemento en los oportunos cortes y aguerrido, de marcador  izquierdo  Darío Zambrano, de excelente anticipación, en la volante estaban dos guerreros incansables y excelentes dominadores del balón, Arnaldo Balarezo y  Filemón Velásquez eterno tarapaqueño, completaba aquella volante el más joven de aquel perpetuado equipo, Hugo Vílchez, el que se divertía con el balón y a los espectadores, ya sea con bicicletas o túneles, para dar los pases largos o cortos a los delanteros, conformado por el Profesor Cubas, veloz e incisivo por el lado derecho, a la izquierda  por el hábil y quimboso Nando Lemus y de centro delantero estaba el dribleador innato de jugadas inesperadas y de potentes disparos con ambas piernas, Perching  Vílchez, en esta camada de jugadores jóvenes, figuraban Catire, José Barrenechea, José Aldave, Edmundo Romero.

El Cahuide formaba en la portería con el ágil Pipa, en la defensa se ubicaban los profesores    Leocadio y Juvenal ambos experimentados y recorridos en los años del futbol chiquiano, Pancal hábil marcador izquierdo y Odón, el más joven, fuerte y aguerrido, en la volante, Caballero, el más dúctil y técnico para jugar al futbol, el mellizo Villafuerte el responsable de organizar con sus pases precisos a sus delanteros y demás compañeros y el profesor Ricardo Palacios, su misión era de marcar a los jugadores contrarios con mucha fuerza seguridad y técnica, en la ofensiva estaba conformado, según los entendidos, por el mejor puntero derecho del futbol chiquiano, Cesar Ortiz (choclón), Chalchi fuerte veloz   y  Andrés Vásquez (Lapsha) buscando la mejor oportunidad para desmarcase y provocar situaciones de apremio en el arco contrario.               

Los Profesores Cubas y Angulo nos reúnen, ahí, en nuestra tribuna, para  abrazamos, con emoción y cargados de fuerza, nos dotan de confianza necesaria. El primero de los nombrados nos dice que tenemos que salir pronto porque hoy es una fecha memorable para todos nosotros, hoy es nuestra victoria… Y al compás de la sonora banda de músicos, como cada domingo, pero esta vez, tocan con más entusiasmo y sentimiento. Era la final que con mucha expectativa se había esperado  durante toda la semana por los aficionados amantes del buen futbol, simpatizantes e hinchas de ambas escuadras. No faltaban aquellos fanáticos que nos llegaban a insultar con improperios y amenazas, sabíamos que esto era para amedrentarnos y desmoralizarnos, sin embargo, estábamos  preparados para esta contienda   trascendental  del futbol chiquiano.


Cómo de costumbre, después  de las recomendaciones  de Cubas y Angulo, salimos de nuestra histórica tribuna con el griterío, los canticos acompañados con las latas bullangueras que hacían retumbar a los espectadores del estadio con un ¡¡ARRIBA TARAPACA!! ¡¡VAMOS…VAMOS TARAPAQUEÑO QUIERO VERTE CAMPEON!! Y como cada tarde de domingo, fiesta del futbol, cruzamos por el costado del arco,  encomendándonos  al altísimo con la mirada dirigida hacia el vasto cielo, aquella tarde se hallaba claro y azulado. Fuimos los primeros en salir al campo, era un momento de exaltación, con sentimientos encontrados, de nerviosismo y  a la vez de tranquilidad, porque nos sentíamos resguardados por nuestros cientos de seguidores, además, aspirábamos ganar uno de tantos campeonatos para  nuestro querido Club. El  equipo contrario, parecía estar nervioso, se demoraban en salir de la tribuna. Todas las zonas del campo;  las áreas, grande y pequeña, el punto de pena máxima, el penal, la circunferencia del centro y de tiro de esquina, resaltaban de blanco, marcados por el yeso. Todo estaba listo para este significativo encuentro.      

En el sorteo a quien le corresponde iniciar esta contienda, es a  favor  nuestro, creo que era un buen augurio de esa tarde memorable, iniciamos con una inédita llegada sorpresiva que provocamos el primer tiro de esquina  antes del  primer minuto. El encargado de ejecutarlo es  Perching. El profesor,  Angulo, que está en el medio del  campo, de repente, da un grito estrepitoso que se escucha por todo el estrado, colmado de espectadores —¡están nerviosos!—  En efecto, lo estaban. Desesperados, no sabían a quién marcar, Nando,  zurdo, técnico y  dominador, Cubas,  veloz e incisivo, Perching, buen ejecutor de los tiros libres y de esquina. Arnaldo y Filemón, guapos que no se amilanan, Hugo,  que espera el momento oportuno. Recién empezaba el encuentro. Todo el estadio abarrotado de aficionados y simpatizantes ya se encuentra, apenas iniciado el partido, en completa expectativa. Para unos les ganaba el nerviosísimo; se agarran el cabello, estiran el cuello si la  persona que está delante no le deja ver, pasan las manos sobre el aterido rostro, sacar los cigarrillos con desesperación de entre los bolsillos de la camisa. Para otros, la alegría de ver un espectáculo, esperado por todos,  de un futbol bien jugado y sobre todo bonito para la vista del espectador.

Justo el tiro de esquina  era junto a nuestra tribuna, oíamos a nuestra barra  gritando y dando hurras, ¡y viene el gol y vine el gol! Todos  atentos a ver qué es lo que sucedía.  Perching  ve el panorama a quien dar el pase, lanzar al centro o a alguien que está en una mejor posición. Ve que me acerco con cautela por la esquina del área grande, con el empeine del pie derecho le da un golpe fino al  balón que pasa de forma sorpresiva entre las piernas de un defensor del Cahuide. Aprovecho la mínima oportunidad para darle un toque blando con la punta del pie derecho, la pelota atravesando varias piernas, va rumbo al poste derecho y abajo, Pipa, por más esfuerzo que hizo nunca pudo atajarlo, ¡era el primer gol!, lo grité a todo pulmón, el júbilo me embarga. Los camaradas celebran con innumerables voces indefinibles y abrazos. Llegó la sorpresa de la tarde y para todo el estadio, ni nosotros, los mismos  jugadores, lo creíamos. En medio de esta agitación se escucha las melodías de la banda celebrando el primer gol de la tarde. Al voltear para seguir  festejando vi al amigo de infancia, Cholo Bissetti, que venía  corriendo con lágrimas en los ojos y los brazos abiertos para darme un enorme y prolongado abrazo, contagiando a la  tribuna nuestra que demuestran su algarabía, saltando y gritando; en el Cahuide cundía  el nerviosismo, desesperación…


El encuentro era de ida y vuelta, por la trascendencia, se torna como una de las finales más reñidas, tanto como para mis compañeros y el mío propio. Quizás el primer gol tempranero nos dio tranquilidad y confianza. Es así, como en el centro del campo, en la circunferencia pintada con el yeso blanco, el que me había comentado que no lograríamos alcanzar el campeonato, con picardía y técnica, le hice un par de túneles en  pocos segundos  para el deleite del público ahí presente y para los hinchas simpatizantes del Tarapacá.

Desfila presuroso los minutos. Antes  de terminar el primer tiempo  por el sector de nuestra tribuna Nando, zurdo hábil, realiza una jugada astuta, con un enganche, deja  atrás a su marcador…avanza y viene otro defensor a su encuentro, al verse burlado con una ágil finta, como último recurso comete una falta. Creo, que esa tarde el cielo estaba  vestido  de verde y blanco. El punto de tiro libre era más o menos tres a cuatro metros fuera del  área grande.  Perching  agarra el balón con tranquilidad, lo coloca en el punto de la falta cometido por el jugador contrario. Con el rostro sereno, da la sensación  que venía el segundo gol. La barra cerca de nosotros gritaba a todo pulmón, ¡otro gol, otro gol! Durante el primer tiempo,  nuestro futbol atildado era el mejor, creando más ocasiones de gol que el equipo oponente.

El árbitro cuenta los pasos respectivos según el reglamento, se coloca la barrera, todos ellos angustiados, la barra no deja de alentarnos,  Perching de nuevo acomoda la pelota. Toma distancia, la barra del Cahuide con los dedos entre los labios, expectantes, inquietos, suspirando, los  corazones  cahuidistas se agitan, con la angustia de lo que puede suceder.  Pipa desde el poste derecho grita a su barrera; que se junten que no dejen ningún espacio.  Todo el estadio, por unos segundos, en absoluto silencio. Perching observa con atención la barrera, al arquero y el arco, empieza a correr… tres cuatro zancadas  y  con el empeine del  lado derecho  del pie izquierdo pega a la pelota, este, en su recorrido, va surcando por el aire haciendo una curva ligera rumbo a la portería, al lado derecho, entre el travesaño y el parante, Pipa vuela de forma acrobática, no llegará a atajar… llega el… ¡segundo gol!  Silencio en la barra del Cahuide, rostros de derrota, los jugadores se ven impotentes  sin ninguna reacción. La barra del Tarapacá  grita, salta con total entusiasmo, celebran de manera apoteósica; se escucha las alegres melodías de la banda, con el bombo, la tarola, los platillos, trompetas, clarinetes, saxos, y bajos que provoca y dan rienda suelta de alegría y emoción incontenible. festejan el segundo gol; hinchas fanáticos  entran al campo entre ellos Don Julio Vásquez, Anatolio Calderón, los hermanos Gregorio y Edmundo Ramírez, Abilio Jara…y entre ellos muchos jóvenes que tumban a Perching y sobre él una torre humana que le dejan sin aliento y casi ahogado,  segundos de agitación indescriptible. 

Termina el primer tiempo. El marcador manual  de madera  colgado en la pared de adobe indicaba por el momento: Tarapacá (2)  Cahuide (0). Llegando a la  tribuna,  las entusiastas  damas tarapaqueñas nos esperan con las jugosas naranjas  para saciar la sed  por el trajín del juego mismo. Mientras tanto, en lo más alto, flamea la banderola tarapaqueña. Jugadores e hinchas nos abrazamos con sentimientos de emoción y algarabía, también de inquietud  porque faltaba jugar el segundo tiempo. Cubas y Angulo, experimentados futbolistas, hacen de entrenadores, nos dan precisas indicaciones tácticas en lo que quedaba por jugar.


Se reinicia la segunda etapa de esta gran final del futbol Chiquiano. En el Tarapacá no hay cambios. El Cahuide inicia las acciones. El encuentro se torna parejo, a pesar que ellos tienen mayor experiencia. Sus ataques se hace más frecuente, nuestra heroica defensa se ampara con  las magníficas intervenciones de Picollo, la anticipación de Darío Zambrano, la buena salida con el balón de Cholo Bissetti, la garra de Fidel Alva, la experiencia  y fuerza de Angulo. Arnaldo y Filemón  trajinando por todos los sectores del campo quitando la pelota y dando buenos servicios- El armador, Hugo, esperando el mejor momento para dar una pausa y  generar los pases precisos a los delanteros con el fin de liquidar el encuentro. 

Las barras de ambos equipos alientan, el Cahuide de querer empatar el marcador y tener la esperanza de remontar el partido. En las tribunas, los simpatizantes con los nervios de punta, en la jugadas de peligro para cada equipo, saltaban, dan vueltas, se miran unos a otros queriendo dar alguna explicación, no era para menos era la final y sobre todo eran los favoritos. Por un instante se desconcentra la defensa nuestra, corrían treinta minutos del segundo tiempo, y en el menor descuido  el Cahuide anota el ¡primer gol! Lo celebran se abrazan entre todos ellos, los seguidores festejan, sonríen y alientan con arrebato, pasión y aun guardan esperanzas de un resultado favorable.

Para nosotros los jugadores, todavía adolescentes, lo tomamos con cierta inquietud, y los hinchas, al contrario, empiezan a ponerse cada vez más nerviosos. Por momentos dejan de alentarnos, dejan de sonar los bulliciosos tarritos. Picollo nos salva de muchos goles. El cansancio apremia y se siente cada vez más, quizás por la ansiedad de no anotar un gol más o que nos empaten.  Faltando cinco minutos para terminar, se equilibra el partido, es de ida y vuelta en ambas porterías, se pone interesante y cunde la emoción del encuentro entre los dos tradicionales equipos. Se presentan excelentes jugadas que pueden balancear el resultado definitivo. En ese trance, el incansable Arnaldo, después de haber quitado el balón, con elegancia, a un contrario, levanta la cabeza me ve solo en el medio del campo y entre dos jugadores me da un pase en callejón. Ahora, la pelota está en mi pie derecho,  me dan tiempo para ver a los delanteros. Nando me pide el pase, veo que lo marcan. Perching un poco más distante, alza la mano. Cubas aún más lejos, se queda quieto por un momento. Segundos para definir a quien le doy la pelota. De repente, veo a  Nando  que se cruza  entre dos jugadores y le doy el pase, corre con la pelota pegado al pie izquierdo, frente a la barra del Cahuide, elude a uno…dos  y  saca un centro preciso a ras del campo. Perching, que lo acompaña,  toma la pelota con el pie izquierdo y en un santiamén con el pie derecho se saca de encima a un defensor. Levanta la cabeza y ve por la derecha a Cubas que venía a velocidad y con total serenidad cede el balón a nuestro puntero hace lo más fácil, tocarla con suavidad y anotar el ansiado tercer gol, parecía una jugada de laboratorio. Silencio sepulcral en la barra del Cahuide. Los jugadores hunden la cabeza al ceniciento suelo.


De nuevo repiquetea con pasión la melodías de la banda que ejecutan el tema de…”tarapaqueño soy casaca verde desde adentro soy”…Cubas mientras corre, grita y celebra el tercer gol, se abraza con todos los jugadores, con los simpatizantes  de todas las edades que habían invadido el campo. Se escucha el griterío de los tarros dando mayor realce y alegría. Tal es el júbilo, que de los ojos de los viejos, damas, jóvenes y niños, fluyen de emoción torrentes de lágrimas bañando por completo el rostro de cada uno de ellos. Son largos minutos de gozo que se siente muy raras veces, parece ser una eternidad. El futbol es uno de ellos, invade ventura y dicha, que con palabras no se puede describir lo que se siente con apenas quince años de edad. 

Fue una lección de humildad y unión de todos los jugadores, dirigentes y simpatizantes y como corolario se pudo obtener aquel preciado campeonato luego de varios años de ausencia. El profesor y jugador Ricardo Palacios, jamás, volvió a buscarme. Y aquel marcador  manual de madera, colgado en la pared de adobe, indicaba el resultado final: TARAPACA 3 CAHUIDE 1  

 El Pichuychanca.                                                                

 Chiquian, 9 de enero 2016