miércoles, 29 de mayo de 2024

Resplandeciendo como un cegador diamante

 


Resplandeciendo como un cegador diamante


Con la llama de mi pecho ardiendo de gozo,
el sol en su ocaso hundiéndose en el horizonte,
contemplo ensimismado con sentimiento amoroso 
al nevado más lindo y sagrado del mundo
  
Sólo le suplico a la divina Pachamama
que tú, oh Yerupaja, sigas eternamente,
en mi patria chica amada de inefable fama,
resplandeciendo como un cegador diamante.

El Pichuychanca
Chiquian, 29 de mayo, 2024
























Gracias a la camara del celular, con fecha 23 de mayo, resultaron estas fotos bajo el torrido dia y la noche fresca de luna llena.

sábado, 25 de mayo de 2024

Encuentro casual, una pregunta...


Es 8 de febrero. Para una entera y amena distracción de fin de semana, sábado, por la mañana, parto con optimismo de mi domicilio al Centro Histórico de Lima. El ómnibus, en donde estoy arrellanado en el postrero asiento, avanza sin contratiempo por la Av. Venezuela, deteniéndose en el paradero, enfrente de la puerta que da acceso al estadio de la Universidad Nacional de San Macos. Presurosos pasajeros suben y descienden del carro.
En ese intervalo, de pronto, observo impotente, como los policías municipales, todos ellos, dotados con el vestuario y el accesorio de un polizonte, al estilo RoboCop, protegido, de manera formal, con vara, casco, escudo, codera, rodillera y botas, sin un mínimo de respeto e infundiendo temor por su violento accionar, frente a los niños que están en las proximidades del negocio eventual de los padres, ensañados, acosan y apalean a seres humanos semejante a él y de la misma condición social, es decir, a las personas que se ganan la vida, con pujanza y honradez, vendiendo todo lo que es comida natural, como papas, choclos, habas y huevos sancochados.
Los sacrificados vendedores informales, defendiéndose de esta indigna e inmoral ordenanza, uno de los mastodontes e iracundos policías, con la cachiporra en su agresiva mano, maligno, con ventaja y alevosía, le desgarra la cabeza a un vendedor, éste, palpándose la sangrante herida, mareado por el fuerte y cobarde golpe, camina zigzagueante sin saber adónde acudir, instante en que los inicuos policías municipales, aprovechan para arrebatarle todo el sustento económico del día, llevándoselo en un vehículo de la Municipalidad de Lima Metropolitana, huyen raudos como vulgares ladrones. Quedo pensativo e imposibilitado. El carro, desde donde percibo esta penosa escena, sigue su rumbo llevándome a mi destino.
Luego de regodear el espíritu y mis ojos, con absorta mirada de admiración, en los numerosos e importantes Museos, en el Centro Histórico de Lima, donde se exponen magníficas iconografías en sus diferentes manifestaciones pictóricas, desde los paisajes urbanos hasta la sorprendente naturaleza, fotos, atractiva y admirable artesanía de distintos lugares del país, me dirijo a un conocido restaurante para almorzar un plato de comida vegetariana.
Después de satisfacer mi devorador apetito y el gusto sensitivo de mi paladar, camino bajo los punzantes y ardorosos rayos del radiante sol del mediodía, por la alborotada Av. Washington, atiborrada de toda clase de vehículos. Atento y con prisa, atravieso esta arteria que debería tener un nombre original, autóctono, como por ejemplo, Pachacutec. Trajinando con paso ligero, de repente, a mi espalda, escucho, lejos, que alguien me nombra con voz despepitada:

—¡Hugo-o-o! —Al instante torné la mirada y no encontré a la persona de voz varonil que me llamó.
En la bulliciosa y confluida avenida, el tránsito de los vehículos es un caos, está congestionado, los conductores, irritados e insistentes, repican ensordecedoramente el claxon, perturbando el sentido de mi audición y el de los demás escasos transeúntes que apremiados pasan por mi lado, el semáforo aún está con la luz roja.
Cavilando que llamaban a otro, me disponía a seguir mi presuroso camino, esta vez, por la acera despejada, en medio de los altos y antiguos edificios y ruidosos vehículos. Cuando, con reincidencia, escucho una voz gangosa y potente, pronunciando mí nombre:
—¡Hugo! —Y por segunda vez, vuelvo la mirada. En esta ocasión, observo un rudo brazo suspendido fuera de la ventana del carro y agitando la mano izquierda con señales de llamada. Platicando con mi mente, me decía:
—“¿Será a mí, al que llaman? ¿Voy?” —Oteo a mi rededor, estaba sólo, mi sombra y yo, entonces…decidí ir, para saber quién era el que me llamaba con fragor.
Cuando llegué, junto a la ventana, fue una grata sorpresa de ver, delante de mí, a un conocido amigo, paisano, con rostro acalorado, sudando a borbotones por la frente perlada, ya ganada por nacientes ranuras, conducía un ómnibus de pasajeros. Lo reconocí y de Inmediato le tendí mi mano aun rolliza, efusivo, le saludé:
—Hola Oscar, que gusto de verte, a los años. —Respondiendo con satisfacción mi cortesía, veloz e imperioso, me interrogó:
—¿Irás al festival del Cahuide? —Su pregunta de sopetón, desplumó mis pensamientos de agobio de ese momento, a lo que expresé dubitativo: —Si…mmm...
El semáforo cambio al color ámbar, segundos después, al verde y apresurado aplastó, con su impetuoso pie, el acelerador del ómnibus que partió veloz, sin poder responder su pregunta inquisitiva. Me quedé observando cómo aquel vehículo que, en medio de otros carros bulliciosos, se alejaba de mi vista, atravesando la ancha avenida Colón y el semáforo encendido con la luz verde. Yo, continué con mi destino, al hospital Rebagliatti, para visitar a un familiar, recién operada.
El Pichuychanca. Lima, Av. Washington, 8 de febrero 2020



viernes, 17 de mayo de 2024

La luna danzando sobre el Yerupaja



Bajo el mes ardoroso de julio, el sol, que resplandece en el cenit, deja moribundo a los milagrosos manantiales que en la pasada estación lluviosa, el agua, inquieta y serpenteada, marchaba desenfadado y alegre por su cauce formado hace cientos de años, causando un  placentero y  sublime susurro al oído. A los otros lánguidos puquiales los exprime, los seca sin misericordia.  

En mi peregrinaje por senderos desiertos y de periferias calladas, el fogoso sol del mediodía me mortifica, me sofoca, me deja sin aliento. Pero que importa eso, que importa, solo me importa disfrutar de mis fervientes ensoñaciones y contemplar con los ojos arrobados de ternura el lindo, augusto  y apacible paisaje que envuelve a la entrañable patria chica, Chiquian, cedido por la generosa Madre-tierra, lugar donde mi madre me parió.

Sin prisa, ha llegado  el sosegado  atardecer. Percibo el frescor del viento arrullador que pasa raudo besando mi cuerpo empapado de sudor. En el abrumador estío de Julio los punzantes y lacerantes rayos del sol, sin perdonar, se desploman de modo gradual y constante sobre los campos que  reverdecieron gracias a la desprendía lluvia de los meses de noviembre a abril. Ahora, en estos días de ardiente calor, lo va transformando en vastas alfombras amarillas para lástima de los hombres y mujeres que se dedican con estoicismo a la ganadería y a la agricultura.

Al ritmo del lento ocaso del sol, sólo y en este melancólico atardecer, ando debajo de la suave penumbra de los lugares mágicos de Caranca y de Chicchog. Ya cerca de las 7 de la noche, mis ojos negros, opacos por las tinieblas del momento, de súbito, observan encandilados de cómo la luna, el lunar plateado del cielo oscuro, paso a paso, se  asoma  con gracia, gozo y armonía sobre la inabordable cima albina del Yerupaja como si estuviera danzando al compás de un sonoro y alegre pasacalle.

De regreso por la muda carretera derrotero a la antigua y cálida morada, ya, a la entrada de la noche clara, escoltado de una constelación de luminosas campanillas, agotado de placer espiritual, con el corazón henchido de júbilo de vivir tan hechicero momento, he sido tocado por los dedos misteriosos de la munífica Pachamama.

El Pichuychanca.
Chiquian 13 de julio 2022

Y... resultaron estas fotos. 

Percibo el frescor del lindo atardecer.



La luna, lunar blanco del cielo oscuro, coqueta se asoma sobre la cumbre del Yerupaja. 







De regreso del mirador de Caranca y Chicchog,  7 de la noche, la generosa luna con su luz plateada me acompaña en mi andanza solitaria.



Mi llegada al Zócalo, 



El Pichuychanca

Chiquian, Caranca, Chikchog, 13 de julio 2022