viernes, 18 de junio de 2021

Reencuentro con las rosas


Por diversas razones o necesidades nos vemos forzados a migrar a otros lares, sin embargo, el retorno a la patria chica querida siempre está latente. Del dulce hogar salí a los 15 años. A pesar de haber estado separado de la tierra por largos lustros, donde vi la luz por vez primera, el apego especial por la querencia al suelo natal siempre hubo una fuerza misteriosa que me empujaba a visitarlo.      

 Esa fuerza no comprendida me estimuló a visitar las huellas tanto de la infancia como de la adolescencia .estampada en la calle anegada, en el camino desierto en noche clara donde la luna resplandecía en el prado bañado de rocío, sin presagiar mi destino. En un abrir y cerrar de ojos ya me encuentro en este pedacito de cielo, Chiquian.

La memoria otoñal retrocede esta reencontrarme en la flor de mi vida. En seguida, recuerdo el patio, el jardín, compartido por la gestora de mis días y mi tía, relucían como un pequeño edén. Era un manto multicolor de rosas y flores de donde saltaban embriagantes aromas. El corazón de cada hermana era un pozo infinito de querencia por estas bellas floras.

Frente al desamparado zaguán, antes de abrirlo, mi corazón estaba como un puño, Un absoluto silencio corrió de la entrada del  angostillo a la vivienda. Al desplegar los brazos de la morada casi abandonada,  fue como  un holocausto ver el vergel cubierto, por completo, de mala yerba. En un santiamén, imaginé que las preciadas rosas habían desaparecido para siempre. En seguida, se asomó la lóbrega noche y el cielo oscuro fue adornado de escarchas parpadeantes que empezaban a centellear.

Recordando las faenas de las jardineras, Luz y Lidia, afanoso, me eché a arrancar las arraigadas yerbas que causaban malestar y no le dejaban crecer. Para mi dicha, vi que surgía el  maltrecho tallo de las rosas. De inmediato, me puse a podar y regar la rosaleda. Cada mañana esperaba con mucha paciencia ver un botón…

A su debido tiempo, de cerca las dos decenas de plantones, manaron policromos pimpollos adornando el jardín como antes fuera. En el alba, que precede al nuevo día, amanecen relucidos rocíos encima de los divinos pétalos, veo en ellos, como lágrimas alegres de mi madre y mi tía.       

El pichuychanca

Chiquian, calle Tarapacá,  16 de mayo 2021 













El Pichuychanca

Chiquian 2020

Foto archivo.

jueves, 10 de junio de 2021

Una gran fraternidad creativa.


Queridos amigos, creo que es imperativo, de mi parte, claro está, con el permiso, la buena disposición, la voluntad y sobre todo el tiempo de ustedes, de permitirme continuar "compartiendo fragmentos de libros adquiridos". Esta vez, del prólogo, leí este pasaje del ilustrativo encuentro de dos personajes, uno, el ingeniero italiano Angélico Omodeo y, el otro, el eminente poeta con agudo talento, de Daguestán, Gamzat Tsadasá. 
Estos dos hombres de gran ingenio y experiencia, de los mismos años... se encontraron...
Omodeo preguntó quien era aquel montañés de noble cabeza. Traducida la pregunta, Gamzat Tsadasá contestó con una sonrisa:
---Dile que soy médico. Dilo asi.
Angélico Omodeo se echo a reir:
¡Ya me imaginaba yo que sería maestro o médico! Y, ¿Con qué cura a la gente, con las yerbas de los prados alpinos?
---No ---contestó Tsadasá ---Yo no curo con hierbas, sino con palabras que son más amargas que las hierbas y las medicinas. Yo les administro a mis paisanos verdades amargas... Yo curo de la ignorancia  y el atraso.
Rindiendo tributo al ingenio del poeta, replicó el italiano:
---Querido amigo, una feliz coincidencia nos ha juntado hoy. También soy médico; un viejo curandero. Y tampoco yo curo con hierbas. Pero yo no trato a las personas. Yo trato a las montañas. Pongo inyecciones de hormigón, amputo riscos, curo las rocas enfermas, quito la rabia a los ríos de la montaña creando presas para el provecho de las montañas y de las personas...
Asi conversaban, como dos poetas que se comprenden a la perfección.
Esta pequeña lectura es sorprendente y hermosa.

Extraido del libro adquirido:
Literatura Soviética. Edicion 1972
El Pichuychanca.