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Sombras sobre los tejados. Chiquian. |
De
Pronto, tuvo que detenerse: en el camino a Volokolamsk, junto al poblado de
Novo-Petróvskoye, un puente destruido interrumpió el avance.
Los
tanquistas apagaron los motores, viendo con impotencia alejarse a los nazis.
Alguien hizo fuego contra la columna hitleriana, pero sólo desperdició lo
obuses.
-Hay
que vadear el río, camarada general- propuso alguien.
El
general Katukov contempló el zigzagueante río Maglusha y comprendió que las
riberas eran demasiado abruptas como para que los tanques las subieran.
Se
puso a meditar.
De
pronto, junto a los tanques, aparecieron una mujer y un niño.
-Es
mejor que pasen por allá, por frente de nuestra casa, camarada- le dijo a Katukov
la mujer. –Allá el río es más estrecho y el declive, más suave.
La
mujer guió a los tanques hasta el sitio en cuestión. Apareció la casa en una
cañada, donde la pendiente realmente era más suave. Pese a todo, los tanquistas
y el general comprendieron que tampoco por allí podrían cruzar sin puente.
-Necesitamos
un puente- dijeron. –Necesitamos
troncos, madrecita.
-Hay
troncos- respondió la mujer.
Los
tanquistas miraron a su alrededor, sin verlos por parte alguna.
-Allí,
allí están- dijo ella y señaló su propia casa.
-¿Cómo!
¡Si esa es su casa!- exclamaron los tanquistas.
La
mujer miró la casa, a los soldados:
-¡Qué
importa la casa! ¡Qué importa un montón de troncos! El pueblo ha perdido mucho
más. No vamos a llorar por una casa, ¿verdad, Petia?- preguntó al niño.
-¡Desármenla!- dijo después a los soldados. –Desármenla, queridos míos!- Los
tanquistas titubearon. Hacía frío. El invierno adquiría cada vez más fuerzas.
¿Qué harían esos seres sin casa?
La
mujer comprendió.
-No
se preocupen, de algún modo nos las arreglaremos en una caverna cualquiera- y
otra vez se dirigió al niño: -¿Verdad, Petia?
-Sí
mamaíta- contestó Petia.
Aun
así, los tanquistas no se atrevieron.
Entonces,
la mujer tomo un hacha, se aproximó a la casa y dio el primer golpe.
-Bueno,
muchas gracias- le dijo el general Katukov.
Los
tanquistas desarmaron la casa, construyeron el puente y se lanzaron en pos de
los nazis.
Los
tanques pasaban por el puente. La mujer y el niño agitaban la mano en señal de
despedida.
-Cómo
se llama usted?- gritaron los tanquistas. –A quien debemos esta buena acción?
-Petia
y yo nos apellidamos Kuznetsov- respondía la mujer.
-Pero,
¿Cuál es su nombre?
-Alexandra
Grigórievna, y el, Petia.
-¡Muchas
gracias, Alexandra Grigórievna! ¡Adiós, Petia
Los
tanques alcanzaron a la columna enemiga y la destruyeron. Después, siguieron
hacia occidente.
Se
acabó la guerra, con sus muertes y tragedias. Se acabaron las alarmas. La
guerra se hace cada vez más distante. Pero las hazañas continúan nítidas en el
recuerdo.
Tampoco
se ha echado al olvido la que tuvo lugar
en el río Maglusha. En el poblado de Novo-Petróvskoye, en la misma cañada, en
el mismo sitio en que estuviera la casa de troncos, hay ahora una casa nueva,
que ostenta una inscripción: “Para Alexandra Grigórievna y Piotr Ivánovich
Kuznetsov, por la hazaña realizada durante la Gran Guerra Patria”. Héroes
tanquistas construyeron esa casa.
El
río Maglusha corre apaciblemente. En una de sus riveras, se alza una casa con
veranda y porche adornados de arabescos en madera. Sus ventanas miran hacia un
mundo soleado y pacífico.
Extraído del libro:
Cuentos de la historia Rusa.
De:
S Alexéiev.
El Pichuychanca.
Chiquian, 15 de marzo 2022
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