En
los dos últimos años, he tenido la fortuna de viajar en varias
oportunidades a la tierra natal, Chiquian,
mi querencia. Disfrutar del absoluto silencio de sus calles ceñidas, sea este
en la coyuntura de la alborada o en la apacible fría noche. De igual modo, he
trajinado cuesta arriba cuesta abajo, los agrestes zigzagueantes senderos de
disímiles magnitudes, embadurnados por los fangos, los charcos de agua
cristalina y turbia, para encontrar un momento de introspección, contemplando
los excelentes panoramas que atesora Chiquian, mi pueblo mágico.
En
una de esas magnificas andanzas, a mi regreso, me encontré con el héroe de mi
infancia, el apreciado Sr. Allauca, para el que suscribe, es el más conspicuo danzante
de los diablitos, de todos los tiempos que mis mozuelos ojos haya visto. Por su
vestuario singularmente atrayente, su danza acompasado y con gallardía, los
mocitos no le temían, sus palpitantes corazones y ojos vivaces eran atrapados contemplando su baile
magistral.
En
el Zócalo, al frente de la pileta, luego de caminar pausadamente por las
calles, auxiliado por un par de bastones, arrellanado sobre la banca, observaba
al vacío, me imagino, meditando sobre
los tiempos idos de su existencia. Las escasas personas que pasaban cerca de
él, le saludaban, respondiendo con
angelical sonrisa. Así como extraordinario danzarín, también fue un magnifico integrante
de la histórica banda de músicos de Chiquian, dirigido por el notable maestro
Don Florentino Aldave, haciendo repiquetear, de manera mágica, la tarola.
Que
la buena fortuna le de salud y vida, cumpliendo, este año, su onomástico número
noventaicuatro o noventaicinco, aproximadamente. Modestamente pero con cariño
un abrazo de gratitud y enorme para el héroe de mi infancia, el Sr. Allauca. (Zapallito). Su admirador suyo.
El
Pichuychanca.
Chiquian
30 de enero 2019
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