Amanece. Inicia la segunda semana de agosto. Para mi desconcierto, el tiempo otoñal de este mes, me era inusual. Al íntimo silencio del patio le regaba una primorosa y fría llovizna, de donde surgía el efluvio a tierra rociada. En el jardín humedecía a las rosas y los geranios, podado al día siguiente, luego de haber llegado a la inolvidable tierra natal, Chiquian. El viento frío besaba a la suplicante manzana madura, suspendida de la abrumada rama, acompañada de escasas hojas languidecidas y violáceas. La manzana roja, parecía pedirme auxilio del picotazo que le daba el pájaro de pico rugoso, pecho amarillo y el resto de su cuerpo con alas convincentes color café.
Por ventura, una vez más el buen amigo, Dante, me invitó a acompañar a los miembros de la Junta de Regantes que tenían la misión de inspeccionar el Canal de Tucu desde la altura de Huaca Corral hasta la cascada de Umpay Cuta y Putu. Los pormenores de la inspección del Canal, por esta vez, no narraré los detalles, pero si la súbita y deslumbradora travesía por aquellos territorios admirables y míticos, aun no conocidos por mí.
Mientras esperamos a los últimos miembros de la Junta de regantes para emprender el viaje a Huaca Corral, desde la Plaza Mayor, atraído, miraba la fragosa cumbre de los enigmáticos cerros y como la brisa matinal arrastraba con lentitud a las oscuras nubes que amenazaban con quedarse dormidas. En las vertientes de tono verde y amarillo reinaba la calma.
De la esquina de la Plaza Mayor, de repente escuché una voz ronca y sonora: —¡Suban al carro! —del cual rompió mi abstracción por aquellos cerros de cresta disímil. Junto con los miembros de la Junta de Regantes, subí al autobús que nos llevaría a nuestro destino, los misteriosos prados de Huaca Corral. De la carretera, observaba, a través de la ventana, como me separaba de las ceñidas calles y las casas de techos rojos que ya no son tan numerosas como algunos años idos. Las edificaciones modernas mancillan su vista panorámica de pueblo serrano y seductor. Recelosa cortina de nube gris, oculta a la irreprochable Cordillera de Huayhuash, ¡Impidiéndome ver en su totalidad, su majestuosa belleza! Llegando a la curva de Caranca, desaparece de mis ojos, curiosos y contemplativos, las postreras calles, las casas de mi pueblo afectuoso.
Al instante, por la carretera pavimentada, el carro atraviesa por los moderados precipicios y quebradas serpenteadas. En el horizonte, entre los cerros mustios y escabrosos, solitario, se encuentra el solemne nevado de Tucu cuyo pico tiene un declive muy singular. Al fondo se halla el sosegado y hermoso valle de Aynin por donde corre el río del mismo nombre, que parece una cinta plateada, surcando con su agua bulliciosa y ondeante entre las vertientes de Cuta carcas, Pampan, Obraje, la Florida, Quisipata y Coris.
Cuanto más asciende el ómnibus por la carretera zigzagueante, los despeñaderos son más profundos. Por el borde de la carretera, cada cierta distancia, se halla la aromática arboleda de eucaliptos cuya corteza se desprende del anchuroso tallo. Por estos parajes apartados, de Matarrajgra, pasando Conchuyacu, no posee una hermosura imponente más que sus quebradas donde las acequias rumorean y surgen bandadas de aves volando y piando alborotadamente, donde las laderas están pobladas de plantas rusticas, circunvalado por una atmosfera apacible y un aire diáfano. Sin embargo, estos parajes ostentan una gran energía inenarrable.
Arribamos a nuestro destino final, Huaca Corral. Sobre las lomas de tierra munífica, los rayos matutinos del sol comienzan a hollar a la hierba silvestre y por el prado corre el viento fresco e inmaculado. En el horizonte, la cresta del nevado se vuelve cual vigorosa copa resplandeciente. Al Divisar estos parajes, con solícita curiosidad, de pronto, la evocación de mi niñez revolotea en mi mente uno tras otro. Uno de esos recuerdos es cuando en mi dichosa infancia acompañaba a mi dulce madre con el fin de colaborar, en la medida de mis posibilidades, en la ansiosa y esperada cosecha de papa de cuya mata aun verdosa, para mi asombro y a la vez de regocijo, surgían del suelo blando, generoso y fértil, ingente cantidad de este maravilloso alimento milenario.
En un recodo de la carretera que atraviesa como olas del mar por esta amplia comarca, los miembros de la Junta de Regantes, realizan una breve e improvisada asamblea sobre la inspección del Canal de Tucu. Luego, en fila india, comenzamos a trepar la falda de Pallca Cuta por una angosta y abandonada trocha, colmado de fango y bifurcaciones en la parte central de aquella inquietante e inmensa vertiente que frenaba nuestro camino. Sin embargo, avanzamos a paso lento, seguro. Percibo la primera fatiga. Las laderas son cada vez más empinadas y tortuosas. En mi andar pausado, las personas que pasan hablando por mi lado, las palabras se los lleva el viento, solo escucho murmullos. Al quedarme un tanto rezagado, levanté la cabeza y avizoré que, para llegar al Canal, aún estaba lejano. Seguí mi camino y sin darme cuenta llegué donde descansaban un grupo de personas bajo la raleada sombra de un arbusto viejo. Uno de ellos, un individuo de edad ya avanzada, alzó el pesado brazo, señaló el lugar y habló con voz ronca y pausada: —¡Camina por aquella ceja! ¡Es liviano y llegaras pronto! —Presuroso emprendí mi andanza.
Caminé un largo trecho. Cuando volví la cabeza para ver a los miembros de la Junta de Regantes, desaparecieron de mi vista. En un santiamén se escarapeló mi cuerpo de mi natural preocupación. Pensé, regreso o sigo mi camino. Entonces, decidí caminar por aquel reservado e incierto sendero bordeado de plantas opacas y desnudas. Luego de andar por un breve tiempo, de entre los alicaídos y medianos matorrales, encontré a un adolescente, sentado y concentrado, con el celular, comunicándose quién sabe con quién, desde aquel remoto paraje del pueblo. Azorado y raudo, se puso de pie, llevando la mano que agarraba el celular a su lozana espalda, me saludó con voz aun infantil:
—Buenos días… —Hugo, me llamo Hugo —le respondí, al notar que aún se hallaba turbado. Estaba arriba, en la ladera, a más de un metro y medio del camino cascajo.
—¿Qué haces por aquí?
—Cuido mis borregas —¡Qué manera de cuidar las borregas!, cavilé.
—Estoy acompañando a las personas que han venido a inspeccionar el canal y uno de ellos me recomendó venir por aquí —Parado en la ladera del camino y sobrecogido, me explicó:
—Si va por esta vía se alejará y se extraviará, mejor corte camino —me señaló la pequeña concavidad de la colina con su airosa mano. —Por ahí llegará al canal —le di las gracias, me despedí y abordé el camino.
Mi cayado. Un palo seco y macizo, recogido en el camino, me auxiliaba para caminar con seguridad por los terrenos inclinados; cascajo y resbaladizo. Sobrepasé, cuesta arriba, el atajo cubierto de arbustos y de todo tamaño que lanzaba el aroma típico de campos vírgenes y desembarazados. Plantas silvestres que se encontraban bajo los rayos indolentes del sol, resistían a secarse por completo. Luego de circunvalar las laderas de aquella quebrada, en la forma de U, llegué extenuado con síntoma de calambre en el muslo. Además, también, arrobado al momento de sentarme en la orilla del imperecedero canal y de ver como el agua fría, verdeante y el reflejo de la planta crecido en el borde, recorría con mansedumbre por su cauce. En mis pensamientos, evoqué y di gracias a todos aquellos hombres legendarios de méritos no reconocidos hasta hoy en día por esta ansiada y brillante obra.
Nuestra aventura por la orilla de este excepcional canal, empieza luego de haber comido nuestro ligero fiambre de exquisitas frutas, Por cierto, el fiambre me convidó Dante que, por la premura del tiempo, yo me olvidé de traer. Solo me había provisionado de agua y la cámara fotográfica. Arriba, el espacio azul estaba cubierto de escasas nubes rizadas. Abajo, en la vasta vertiente, la floresta semidesnuda ululaba, las crecidas plantas, se balancean. De arbusto en arbusto y al ras del suelo bucólico, zumban, vuelan los insectos.
En el largo trayecto del canal, me topé con lugares significativos y seductores. Se introduce por sombrías quebradas por donde cruzan los rumorosos riachuelos que manan de los humedales y de los cerros elevados. Las hojarascas que crecieron en la orilla, envuelve parte de la superficie del agua. El canal franquea por subrepticios túneles e insospechados precipicios. Los rudos pasos rompe el silencio cuando hacen crujir a la desparramada hoja seca, desprendida de las plantas marchitadas, del angosto camino. Al avanzar por el borde del prolongado canal, si no me equivoco y me podrán tildar de chauvinista, se vuelve un mirador legítimo, mágico y maravilloso. De esta comarca el panorama es único y fantástico: Se observa con asombro, los nevados de heterogénea cresta de la Pampa de lampas y el de Tucu. Se aprecia el prado desahogado y fecundo de Huaca Corral. Se logra ver a los pueblos incrustados debajo de los cerros como el de Aquia, Huasta y Pacllón. El aplacado valle de Aynin y la descomunal Cordillera de Huayhuash. Al contemplar estos majestuosos paisajes, vibra mí alma de emoción inconfesable.
Al ir por la trocha, al margen del canal, por donde el agua circulaba con calma, me tropecé con una quebrada y un muro de 15 metros de alto y no más de 30 centímetros de ancho, Yo, miraba, con cierto temor, a las personas que pasaban, resueltos, el angosto tabique de 10 o 12 metros de largo, sin ninguna dificultad. Luego, del otro lado; los miembros de la junta de regantes ven a los demás compañeros como cruzan aquella pared. Me aproximo a fin de abordar el muro, en el momento de dar el primer paso, sopla el viento furioso, fue cuando mi cuerpo, de modo imperceptible, oscilaba. Era mi acrofobia, temor a la altura. Sin complicarme de esta coyuntura emocional, sin pensarlo 2 veces, me acomodé al lado del canal, me despojé de las zapatillas y de las medias, me arremangue el buzo-pantalón más arriba de mis aún resistentes rodillas. La querencia por la tierra natal, ya sea por necesidad o por lo que fuera, aumenta cuando con los 5 sentidos se concentran por todo aquello que lo circunscribe. Con los pies desnudos, fascinado, ingresé al canal, al segundo percibí el contacto con el agua cristalina y helada que hizo zarandear mí cuerpo entero.
La aventura por la orilla del canal, el viento violento golpea mi rostro aterido. Cada cierto tramo, nubes desgreñadas, nos cobija del punzante rayo del sol. Chocamos con caminos estrechos de bajadas y subidas, entre quebradas y precipicios. Es así, que en 2 ocasiones más, tuve que pasar por el reservado canal cuya agua fría llegaba cerca de mis ateridas rodillas. Al otro lado, estaba Dante que había detenido su camino para esperarme. Desde la ceja, con atención, estirando su mano amiga, me señalaba el camino correcto que estaba cubierto de yerbas rusticas aún frescas.
Siete horas atrás, desde la Plaza Mayor de Chiquian, avizoraba, contemplativo, la cumbre de los insondables y desconocidos cerros. Ahora, de este plácido y generoso lugar, de un entorno mágico y silencioso, bajo la mirada y mis ojos se regodean cuando distingo a mi pueblo en miniatura que está encajonado en las profundidades de los cerros; de calles angostas, la Plaza Mayor con la iglesia moderna y los 4 longevos árboles. La plazuela de Quihuyllan, Umapay, hana(1) barrio y ura(2) barrio, el anacrónico estadio de Jircán; lugares por donde caminé y jugué en la etapa de mi infancia y la adolescencia. Avizoro la falda, donde sobresale el escamado cerro de Capilla Punta que guarda en sus entrañas vestigios de los antepasados. Por un momento hago un alto en mi andanza, realizo una introspección y, luego, me doy cuenta que soy un diminuto ser viviente de este universo que he tenido la maravillosa fortuna de haber visto por primera vez la luz en esta bendita tierra rodeado de cascadas, cerros y nevados.
La tarde llega. Apenas brilla la cordillera. Desciendo por el camino empinado y cascajo de Tanas, Hullaypampa y Jaracoto. Se acentúa el mágico atardecer, los rayos del sol pinta las nubes de matices rosáceas, luego la oscuridad, la noche se reviste de luceros parpadeantes que se tiende sobre todo el pueblo añorado. Llego agotado.
Jamás es tarde para volver a la entrañable tierra natal. ¡Oh pueblo mío! He regresado como un hijo pródigo, luego de largos años de ausencia para pedirte indulgencia. Indulgencia por no haberte conocido en su oportunidad, en mi solazada y fugaz adolescencia, en toda tu dimensión de los inconcebibles y maravillosos territorios que guardabas.
Este día ha sido vivificante. Recorriendo vertientes, hondonadas, la cumbre de los cerros y el extenso canal de Tucu, vienen a la medida las siguientes palabras de K. Paustovski:
“A primera vista, es una tierra tranquila y simple bajo el cielo empañado. Más conforme vas conociéndola, vas queriéndola cada vez más, casi con el dolor en el corazón, esta tierra extraordinaria. Y si surgiera la necesidad de defender al país, yo sabré, allá, en lo más hondo del corazón, que defiendo también este pedazo de tierra, que me ha enseñado a ver y comprender lo bello, por muy imperceptible que parezca, este meditabundo territorio boscoso, al que se ama con un amor tan inolvidable como el primer amor”.
El Pichuychanca
Chiquian Tanas 12 de Octubre de 2018
Hana(1) palabra quechua, significa arriba.
Ura(2) transliterado al español significa, abajo.
Aqui les presento mas fotos sobre la aventura por el inmortal canal de Tucu.
Huaca Corral. Asamblea Junta de Regantes |
Caminando al Canal |
Vertiente Pallca Cuta |
Caminando rumbo al canal |
Canal y Nevado de Tucu |
Prados fecundos de Huaca Corral |
Nevado de Tucu y las fértiles tierras de Huaca Corral |
Desde Huancar, |
Haca Corral |
Quebrada |
Nevados y el canal de tucu |
Canal de Tucu |
Restos arqueológicos de Capilla Punta |
Chiquian
Tanas 15 de Agosto de 2018
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