viernes, 17 de agosto de 2018
martes, 14 de agosto de 2018
jueves, 9 de agosto de 2018
El Jinkurú.(1)
Cuando, entre dos personas o más, hay objetivos, ideales, sentimientos por un bien social o por una u otra cosa en común, surge una amistad cordial y sincera. Hay ideales y propósitos que me unen en amistad, con el amigo, Dante Aldave.
Lunes 26 de marzo. Apenas aparece la luz en la mañana, el Pichuychanca, inquieto, se alimenta con la miga del pan que arrojé al frondoso jardín, la noche anterior. En seguida, alza raudo vuelo hacia el remoto alero. Infla el minúsculo pecho, eleva la cabecita, trina una y otra vez, obrando estiradas notas armoniosas. Pronto viaja a rumbo ignoto. De la casa vecina, se escucha el explayado canto matutino del desdeñoso gallo. Finas lágrimas, caído del cielo, amanece pegado sobre los pétalos de la rosaleda que mana aroma embriagante.
El día anterior, con Dante, quedamos en buscar ramas de romero y flores con el objetivo de asistir a Demetrio Novoa, experto en armar el monte que será fijado, como adorno, en una arista del Anda del Señor de la Humildad. En horas de la noche saldrá en cortejo religioso.
En el pasado, las casas rebosaban de un bello jardín, apostado en a la orilla o en el centro del patio. Ahora, están abandonadas. Por lo tanto, en aquel próspero jardín, las hermosas y coloridas flores, desaparecieron o se marchitaron. La vivienda perdió la alegría y la magia de antaño. Las flores están escasas.
Dante, muy temprano por la mañana, con rostro preocupado, se presentó en mi casa. Luego de haber compartido el nutritivo desayuno, una taza de leche acompañado con el pan caliente y crocante untado de queso, salimos en busca de las flores necesarias para que el especialista elabore el monte con tiempo.
Es la Celebración de Semana Santa. En estas ocasiones, las flores de llamativos colores pero carente de fragancia que se expenden en el mercado o las tiendas, proceden de Caraz o Carhuaz. Pueblos que están a 70, 80 kilómetros de distancia. Un día antes, la naturaleza inundo de furiosas lluvias al pueblo de Recuay, como consecuencia, causó un alud que fragmentó un tramo de la carretera, de tal modo que, era imposible el tránsito de los carros de todo tipo. No llegaron las ansiadas flores.
Mientras indagábamos en donde se podía conseguir las ramas de romero y las flores, una ligera garua se desplomaba sobre la cabeza, adornada de manchas de nieve blanca. Un mar de nieblas se asoma palmo a palmo desde la hondonada, del rio y los riachuelos. A paso lento, circunda los cerros descollado por su atractivo verdor, en seguida, eclipsa las ceñidas calles del pueblo. Transcurren los ineludibles segundos y los minutos…
Al caminar por las inexpresivas calles reverdecidos de cemento, se percibe de cuando en cuando el zumbido del viento. Dante preguntaba a las personas que conoce, donde podía conseguir las flores tan preciadas y solicitadas de manera urgente. Perdiendo la esperanza, se acercó a un conocido suyo que estaba de compra, en la tienda de la calle Dos de Mayo cerca del mercado de abastos, en tono de angustia, preguntó:
—¿Sabes quién tiene flores?, somos los encargados de mandar a preparar el monte para la procesión de mañana en la noche, estamos buscando hace buen rato y no hemos encontrado ni uno solo. —El Señor, desconocido para mí, de rostro pálido, con abstraídos ojos pardos, frotándose el lampiño mentón con los dedos flacuchos, y con la otra, estirando en dirección a la Plaza Mayor, con voz cansada, respondió:
—Arri-i-i-i-ba, en el barrio de Oro Puquio, Don Zenobio Palacios o la Señora Aurelia Rivera, en su huerta, deben tener las flores que estás buscando. —Al escuchar esta alentadora información, Dante hizo una expresión de desahogo.
La prolongada silueta nos acompaña al andar por la calle, callada y vacía, del barrio nombrado por el amigo de rostro lampiño. De repente del otro extremo, al fondo, una pequeña estampa humana, camina en sentido contrario con paso menudo y apresurado, los brazos caídos y enarcados. Dante, reconoció aquella silueta, hablo con cierto susurro:
—Es Muñequita, ha regresado de Lima, luego de tres meses, creo que estuvo delicada de salud. —a lo que respondí levantando la cabeza con un: —Ah…
La población en general casi nadie la conoce por su nombre y apellido. Pero cuando preguntan, por su apelativo, “¿conoces a una tal Muñequita?”, de inmediato, relacionan a una persona de una estatura de no más de un metro treinta, estimada por la población; risueña, alegre, despabilada, bromista y salerosa. Su edad es incalculable, pero… debe estar sobre los 75 años.
—Hola muñequita, ¿cómo estás, has estado veraneando en Lima? —le habló Dante de manera amistosa, estando ya, frente a nosotros.
Muñequita, aun con la edad predicha, conserva la alegría, su coquetería está a flor de piel. En esta persona pequeña y campechana, se presentan estas características singulares. Entonces, con espontaneidad colocó la palma de su menuda mano detrás de la cabeza de donde pendía una mediana prieta trenza que ondeaba sobre la escueta espalda, y con la otra, a la altura de su desmirriada cintura, bamboleando su pequeña cadera, provocó el ligero flameo de su faldita de percal que traía puesto, además, ayudado por la fría ventisca de la mañana, guiñando los ojos y con voz pizpireta, respondió:
—Fui a la playa, a disfrutar de los rayos del sol, toda desnuda…pero… con biquini, mal pensados —jajá-jajá —nos echamos a reír tan fuerte, de tal manera que, del techo de la casa de primer piso, un solitario Pichuychanca, alzó fugaz vuelo. Por un momento nos olvidamos del sobresalto de no hallar las flores y continuamos andando por la calle muda.
Trayecto a la casa de un miembro de la hermandad del Sr. de la Humildad, en donde se armaría el monte, regresamos algo preocupados de las dos huertas recomendadas. Nuestra plática fue mínima. Solo habíamos conseguido una docena de gladiolos y cartuchos, ambos de color blanco.
Dante, empuñó los dedos de la mano y tocó la puerta de la casa, ubicado en la calle Sauces. Logramos escuchar pasos forzados y reducidos, detrás de la puerta, en seguida, agarra el picaporte y cuando lo abría con lentitud, al mismo tiempo que crujía, la aldaba pendida frente a nosotros, tintineaba. Era la Señora Emiliana Peña, bajita entrada ya en años. Asomada en la puerta a medio abrir, su vistazo se encontró con el mío, no me conocía. Se queda pasmada al ver los gladiolos blancos bajo mi brazo. Luego echó una ojeada con sus ojos compasivos y se topó con la imagen conocida para ella, pero esta vez con el rostro enervado de Dante. Nos invita a pasar al patio, hablando con voz aplacada:
—¡Dante!, pasen…pasen —cruzamos la sala pavimentada, al llegar a la entrada del patio, la señora Emiliana que iba adelante, contuvo sus pasos cansinos y se colocó a un lado con el fin de señalar, con el diminuto dedo índice, el recodo del patio donde las flores frescas reposaban en los recipientes de todo tamaño.
—No se preocupen, las hermanas de la hermandad han conseguido las ramas de romero y las flores que ven. Así que tenemos todo listo para armar el monte, mañana a primera hora. —caminamos por el borde de pequeño charco, causado por la lluvia de los días anteriores, con prudencia, situamos los gladiolos y los cartuchos en los recipientes donde posaban las flores de atractivos colores. Nos despedimos de la señora. Ella, nos dio su bendición.
Martes 27 de marzo. Amanece. De los nevados, los cerros y vertientes se perciben el armonioso silencio, como resultado, me colmo de espiritualidad y beatitud al contemplar aun aquellos hermosos panoramas que se resisten de manera estoica de la depredación y la contaminación ambiental en la querida patria chica, Chiquian.
En estas circunstancias, de tranquilidad y meditación, es cuando timbra el celular, era el mensaje por WhatsApp de Dante, cuyo tenor leía: “Hola Hugo, ven a tomar desayuno”.
Llegamos a la hora puntual. Mientras escogíamos las tupidas y aromáticas ramas del romero, llegan los demás miembros de la hermandad del Señor de la Humildad. Luego, se presentaron uno tras otro los diestros en elaborar el monte. Al que esperaban con desvelo ingresaba por las 3 gradas de piedra que da acceso al patio, aún con los charcos de agua en el centro. Extrajo el sombrero de la cabeza de cabello ralo y cenizo, se inclinó y saludó con atención a los presentes. Era el Señor Demetrio Novoa Barreto, hombre delgado, frente amplia, rostro risueño, surcado por más de 70 años. Momentos después se presenta la señora María Luisa Cerrate, sencilla, colaboradora en estos ajetreos de festividad de Semana Santa. Entre ambos ven las flores con detenimiento, como aprobando su magnífico aspecto. Para la comodidad de ellos, apoyamos en colocar las palanganas, colmado de coloridos capullos, en lugares propicios y cerca a los 2 devotos de esta fiesta religiosa.
El señor Demetrio arrellanado en una microscópica silla y bajo la sombra del techo, preguntó con voz susurrante:
—¿Han traído el Jinkuru? —La señora María Luisa, sentada junto a él, presurosa, se echó a buscar de entre las flores ya cortadas, pitas y tijeras, colocados sobre el manto colorido, tendido en la acera arremangada, encontrando el objeto extraviado, respondió con voz frágil:
—Sí, si aquí está —le entregó el material vital para empezar a elaborar la copa del monte.
Demetrio, con las ateridas manos, paciente, habilidoso y experimentado, ata y adorna al jinkurú con las policromas flores, combinadas con ingenio y decoro por la señora Maria, que le da de manojo en manojo, una y otra vez, en el momento que lo solicita. Del mismo modo, a Lidia, mujer de mediana edad, sentada al lado izquierdo, que mira con intensa curiosidad, dispuesta a aprender el arte, del señor Demetrio, dotado de perseverancia y esmero.
Las hermanas, Emiliana y Orfila Peña, de la sala a la cocina mustia, ubicado en el fondo del patio, van y vienen con paso contenido y en fila india con el fin de alistar los ingredientes para el almuerzo, y al mismo tiempo, atizar el fogón.
Con Dante, apoyamos en pelar la papa a la Sra. Rivera, hija de Lolito, que llegó de Lima con el propósito de pasar Semana Santa en Chiquian, se ocupaba de preparar el almuerzo. Sobre el batán, dentro de la cocina y al costado de la pequeñísima puerta, por turno, se molía con avidez y aplicación, el rocoto y el chinchu y sobre el fogón, en una hornilla hervía la sopa de pari y en la otra, en el tiesto reventaba la cancha. Los cuyes, de ojos rojos, fisgonean y salen de sus guaridas, debajo del fogón y de las sillas, con el fin de alimentarse de la cascara de la papa, del sobrante de las verduras y de los granos de la cancha tostada que volaron del tiesto, estas últimas, rechinan entre sus fuertes incisivos.
El señor Demetrio, hizo una pausa. Se levantó. Mientras observaba, meditabundo, aquel Jínkuru, adornado a medias, aun inconcluso, se condolía al no ver dentro de las personas reunidas, ahí presentes, a mozos y mozas con el fin de colaborar y por ende aprender de una u otra manera, la virtuosa costumbre del pueblo. Suspiró con melancolía y como si perdiera algo importante, con voz conmovedora, expresó palabras muy sentidas:
—Cuando nosotros partamos de este mundo, todo esto se habrá acabado… —Al oír estas vibrantes palabras, surgió en mí, una profunda conmiseración por el señor, la tradición y uso que se va abandonando de modo progresivo.
Dante agarró el maguey y en la parte extrema hizo un agujero de 15, 20 centímetros de profundidad donde se empotrará el Jinkuru adornado de coloridas flores. Luego el otro extremo se plantó en el hoyo enlodado, cavado con anticipación. Sobre el maguey se colocará las ramas de romero y las flores, atando con prudencia y de manera ordenada con una larga y fuerte soguilla. Hasta convertirlo en la forma de un tupido árbol.
Concluido esta, afanosa y dichosa, jornada durante toda la mañana, como fieles devotos, quedan espiritualmente satisfechos de haber participado en la elaboración del hermoso monte que acompañará como ornamento del Anda del Señor de la Humildad. Luego, en la orilla del patio, sentados con comodidad, percibiendo aromas de las ramas del romero, degustamos la exquisita sopa de pari, servido con profusa atención por la Señora Rivera, acompañado del rocoto combinado con el chinchu, la cancha y el pan de piso. Entre tanto, de los irrisorios copos de nubes, se desploman imperceptibles garuas. Del sol, en su cenit del anchuroso cielo azul, los rayos perpendiculares reverberan sobre el charco de agua cristalina.
El Pichuychanca
Chiquian, 9 de agosto 2018
Notas
(1)Jínkuru. (Horqueta de uno o dos ángulos) en otras palabras; del tallo principal de la planta, se reúne y crece 2 o 3 ramas casi juntas una de la otra. El Jínkuru proviene de la planta conocido como huaromo. Crece en el borde del camino y la chacra, además es muy resistente cuando se deja secar.
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