viernes, 17 de agosto de 2018

La Señora Honoria, Chica y las pallas


Octubre. Es el quinto día de mi estadía en la tierra natal. La luz dorada del sol se desploma sobre la cumbre de los cerros que vuelve a reverdecer de florida floresta. En mi andar matutino por la apacible calle, de repente, veo surgir una figura femenina, entrada a la edad de adulto mayor. Atraviesa la esquina de la arteria con paso cansino y la columna inclinada, la mano cruzada posada sobre la cadera. Camina con la mirada enterrada al suelo. El sombrero de paño, sobre la cabeza de cabello cano, protege el rostro redondo de la luz diagonal de la naciente estrella del día. Yo, le sigo con atenta contemplación, hasta desaparecer de mi vista. La señora en mención era Josefina Castillo Ramírez, conocida con el apelativo de Chica, hija de Honoria Ramírez Ñato. 

La Señora Honoria, mujer de cabello cenizo, de baja estatura, de tez blanca, ojos redondos y claros, ayer, solicitada y apreciada, hoy, evocada y perpetuada con mucho cariño por toda la población. El motivo, fue por su desprendida labor de haber orientado, con aplicada responsabilidad, el tradicional baile de las pallas, a jóvenes chiquianas.

Año tras año, en la fiesta patronal de Sta. Rosa de Lima, patrona de Chiquian, la Sra. Honoria, arrebujada con el pañalón y el inconfundible sombrero, con entereza, inculca a las pallas, elegidas con anticipación, a danzar con estilo muy particular, acompasado, gracia y prestancia de mujer chiquiana. Así mismo, enseña las hermosas coplas con la equitativa modulación y cadencia. Ya en la fiesta oficial, las pallas ataviadas con hermosura, cantan con voz fina, y danzan salerosas junto al Rumiñahui, frente al Inca. Luego de este acto, con una solemne venia, el Rumiñahui, invita al capitán y a su comitiva; a los acompañantes y al abanderado, cada uno a su debido tiempo, para seguir con el baile, mientras las pallas, en ruedo, continúan con el canto y la danza, todos frente al Inca.

A partir de la segunda quincena de agosto se inicia el ensayo, durante 10 días y frente al Niño Apay, tanto en la casa del Inca como del Rumiñahui. Una abigarrada multitud de personas, reunidas de manera espontánea por la virtuosa querencia del festejo tradicional del pueblo, disfrutan de los preparativos del baile cadencioso y de los hermosos cantos ejecutados por la refinada voz de cada una de las jóvenes pallas, acompañados de los instrumentos del arpa, el violín, la sordina y el saxo. Las pallas asisten a los ensayos con sus distinguidos atuendos, conformado del pañalón color negro o azul oscuro, sobre la cabeza, el infaltable sombrero. Por otra parte, el Inca, el Rumiñahui, así como también, el capitán el abanderado y los acompañantes ataviados con el tradicional poncho, la chalina blanca y el sombrero a la pedrada. Los ensayos se llevan a cabo por la noche  Entre tanto, los atentos anfitriones convidan a los presentes, una taza de café de cebada y el pan untado con el exquisito queso. El chinguirito, bebida tradicional del pueblo, para matar el frío.   


La renombrada fiesta patronal de Santa Rosa de Lima, patrona de Chiquian, oficialmente comienza por la noche del 28 de agosto, finaliza el 4 de setiembre. Como herencia inmaterial de los usos y costumbres del pueblo, su hija, Chica, con la misma responsabilidad y esmero, continúa con esta hermosa tradición de los ensayos, para el júbilo de toda la población. De este modo, año tras año, se preserva la pomposa festividad religiosa y social.  

***

Al día siguiente, al amanecer, el reloj, colgado en la pared del comedor de hace muchos años atrás, acelera sus agujas tic-tac…tic-tac… Cuando estoy por salir de la casa con el propósito de ir a la tienda, una entumecida gallina cacarea en el corral de la vecindad. Agarro la manija con el objetivo de jalar la puerta, en seguida lo abro y,  ésta, crepita sordamente.  Ya en la calle, en medio del gentío que se dirigen al mercado y a las tiendas, percibo el olor inconfundible del pan. En esas circunstancias me encuentro con mi amigo Dante, asentado hace algunos años en la tierra natal, me habla con voz preocupada: 

—Hola Hugo. “Hola Dante, ¿cómo estás?, respondí”. —Bien, un favor, en la tarde me puedes acompañar a la casa de Marcela?. “¿Marcela?” —Dante hizo una pausa, luego continuó —Me prestó la indumentaria de la palla que bailaron en la fiesta de agosto. “¿Ella está aquí?” –Sí, vino por unos días, tengo que aprovechar su estadía para devolvérselo. “Está bien, en la tarde paso por tu casa” —Vienes a almorzar.. “Gracias, estoy a las doce en tu casa”. –Te espero.

Es las 2 de la tarde. Cada uno llevamos el fardo de la ponderada indumentaria de la palla. Cruzamos el amplio jardín de su vivienda, abarrotado de flores coloridas y aromáticas. Abrió el zaguán rojo que crujió suplicante. Mientras el sol se escondía detrás de una nube parduzca, marchamos bajo la sombra por las calles desiertas rumbo a la sugerida casa. Llegamos a nuestro destino y Marcela nos recibió con atención, nos invitó pasar a la sala. El gras, que parecía una alfombra verde, cubría al patio. Al fondo se hallaba el manzano rodeado de flores y rosas.

Ya arrellanados en el mueble, Dante le agradecía por haberle proveído no solo la indumentaria de la palla, sino también, el del Rumiñahui y del inca. En ese momento me surgió una curiosidad, preguntándome “Marcela se dedica a la confección del vestuario de las pallas”. Por un espacio de segundos, en la sala, hubo un profundo silencio. Entonces decidí preguntarle con solicitud y con voz grave:


—¿Te dedicas a la confección
? —a mi pregunta inquisitiva y de sopetón, sonriendo me respondió:

—Las mujeres sabemos hacer de todo, además de tener nuestra profesión, tenemos que realizar tareas propias y naturales en nuestros hogares; atender a los hijos, cocinar, coser, tejer, claro está con la colaboración del esposo, en las demás tareas. —Cómo recordando algo del pasado, contempló con atención, aquellos fardos donde estaba el atuendo de la palla, se detuvo por un instante, luego prosiguió, —En verdad este vestuario lo confeccioné por una necesidad de una promesa no confirmada y luego, aprobada más tarde. Este asunto tiene su historia. —Hizo una pausa, en segundos, atrajo los recuerdos de su memoria y nos dijo: —Escuchen. —Entonces agucé mis cinco sentidos para escuchar la historia de la narradora. 

“fue una tarde nublada y fría, el típico invierno limeño, cuando recibí la visita sorpresiva de mi tío… recién llegado de Chiquian, después de la festividad de agosto. Me expuso las nuevas primicias de la fiesta y de las personas que se comprometieron a ser los nuevos funcionarios, con rostro algo inquieto, me contó lo siguiente:

—Sabes sobrina, tu primo Pelé ha entrado de Inca para la siguiente fiesta de Santa Rosa, por consiguiente, nos encontramos preocupados, ¡no sabemos quiénes serán las pallas que le acompañaran!    

Yo, así de repente, (hizo sonar los dedos de su mano) sin pensar 2 veces, le comente:

—Ya tenemos 2 pallas 

—¡Dos! ¿quiénes son?  “Tío, Usted las conoce”, —dime hija, quienes son a quien dices que yo conozco, “tus sobrinas” —¿Quiénes?, “mis hijas”.

Mi tío se quedó sorprendido, patitieso, y no pregunto más. De mi parte, también quedé asombrada de cómo se llevó acabo aquel dialogo, sobre todo, haber comprometido a mis hijas sin consultarlas, además estaban estudiando.

Día tras día transcurre el inexorable tiempo y, así pasaron nueve meses cuando recibo de nuevo la visita de mi tío para confirmar la participación de mis hijas para bailar de pallas. Me quedé anonadada, sin saber que decir, porque hasta ese entonces, a mis hijas, no les había comunicado mi precipitada proposición. Así que esperé un día propicio para comunicarles de lo que le había prometido a su tío,  y sucedió lo que les  voy a contar”. 

Dante y yo prestamos oídos. Marcela, continuó con su relato:


“Hijas, la emoción por la querencia a mi tierra, donde di los primeros pasos, estudié, crecí, caminé por sus calles empedradas  bajo la lluvia, ayudé a mi madre en el que hacer en la casa y,  no solo en la casa, sino también, me llevaba a la puna para ayudar a cuidar el ganado lanar que lo hacía con enorme placer porque me encantaba estar junto a aquellos animales y nada era obligado. Esta historia ya se los he contado más de una vez y, como saben ustedes mi primo, Pelé, este año será Inca, tal vez fue esta la razón por lo que me impulso a aceptar la proposición de tu tío… Me
detuve por un momento pensando en la reacción de cada una de ellas. En ese preciso instante se miran una y otra sorprendidas, luego sus ojos se clavaron en las mías. Mis hijas, curiosas, me preguntaron: —Mamá, ¿qué es lo que le prometiste al tío? —Hijas… —respondí  —lo que prometí a tu tío, sin consultar con ustedes, le dije… que…mis hijas bailarán de pallas para esta fiesta patronal. —aún más impresionadas, de nuevo, cruzaron sus miradas como interrogándose si aprobaban o no tal promesa hecha por la madre al tío. Se levantaron y se acercaron dónde estaba sentada, se hincaron y tomaron mi mano, diciéndome con voz enternecida: —Mamá, aquí tienes a dos pallas, con gusto bailaremos en la fiesta patronal de Santa Rosa de Lima, patrona de Chiquian —Me quede sin habla, en medio de la sala surgió un silencio que solo se escuchaba nuestros suspiros y nos abrazamos las tres”. 

***

“Mis hijas estudiaban en la universidad; la mayor por finalizar su carrera y la segunda en los primeros ciclos, ilusionadas en participar, bailando como pallas, a toda prisa realizaron los trámites respectivos para que les dieran permiso, logrado el propósito, viajamos a Chiquian.

Antes del primer ensayo, entusiasmados, por mi tío y el Inca que era mi primo Pele, fueron presentadas las futuras pallas ante Chica, maestra de las pallas. Mujer disciplinada, briosa de carácter y de aguda mirada, con aquellos ojos claros, respondió firme y con voz templada: 

—Las que vienen de Lima no ingresan al ensayo —al escuchar esta respuesta repentina y sorpresiva se formó un alboroto hasta el extremo que mi tío, molestó, se regresó a Lima. Pele, el futuro Inca, el gentío y yo, presente en ese momento, insistimos en que las acepte. Mi primo, con voz casi suplicante le dijo:

—Chica, aun no las has visto bailar, ni mucho menos las has escuchado como cantan, ¡por favor dales una oportunidad! —Chica mirando a todos, meneando su cabeza, aceptó con la condición de que aprobaran todos sus requerimientos como instructora.


En el primer tanteo, las noveles pallas, aplicando su garbo en el baile y afinando la voz, convencían a Chica que terminó por aceptarlas para los siguientes días de ensayo.

Con sus primaverales dieciocho y veintidós años de edad, con perseverancia, sencillez  y disciplina, bailaron, sin ninguna queja y sin descansar, durante toda la fiesta”.

***

“Luego de algunos años, mi hija mayor viajaba a Brasil a presentar un proyecto de investigación que la enviaba la empresa donde laboraba, me decía:

—Mamá, por favor acomoda el vestuario de la palla en la maleta. —Yo me quedé pasmada, luego de unos segundos, ganada por mí curiosidad como toda madre, le pregunte:

—¿Para que llevas este vestuario? —Mamá, lo sabrás pronto. —me respondió.

Luego de unos días recibí unas fotos de mi hija… La narradora tomó un suspiro y conteniendo la ahogada voz, continuó…Ante un colmado auditorio, mi hija, estaba presentando su proyecto, vestida con el vestuario de la palla Chiquiana. Una neblina cubría sus ojos, quedó callada, luego con voz estremecida, expresaría: Estoy  muy orgullosa de mis hijas”.

***

Parafraseando al escritor ruso  Antón Chejov “Adiós Chiquian donde tantas veces encontré la alegría”. Expreso mi exultación, luego de una estancia en la tierra añorada, de estar en contacto con el aire fresco, con el agua fría y pura de los manantiales, con los cerros que de nuevo reverdecen, con los nevados y las lagunas causantes de los riachuelos y ríos, con las aves de  trinos variados, con los animales que libremente trotan por los campos y con los sencillos pobladores con quienes me identifico, gratifico y enriquezco escuchando de su boca, con voz grave, dilatada, ronca y aplacada, relatos sobre los usos y costumbres de la tierra entrañable. Una vez más volveré, volveré para elogiarte patria chica  querida. 

El Pichuychanca. 

Chiquian, Barrio de Jircán, Calle Tarapacá, 17 de agosto 2018




jueves, 9 de agosto de 2018

El Jinkurú.(1)


Cuando, entre dos personas o más, hay objetivos, ideales, sentimientos por un bien social o por una u otra cosa en común, surge una amistad cordial y sincera. Hay ideales y propósitos  que me unen en amistad, con el amigo, Dante Aldave. 

Lunes 26 de marzo. Apenas aparece la luz en la mañana, el Pichuychanca, inquieto, se alimenta con la miga del pan que arrojé al frondoso jardín, la noche anterior. En seguida, alza raudo vuelo hacia el remoto alero. Infla el minúsculo pecho, eleva la cabecita, trina una y otra vez, obrando estiradas notas armoniosas. Pronto viaja a rumbo ignoto. De la casa vecina, se escucha el explayado canto matutino del desdeñoso gallo. Finas lágrimas, caído del cielo, amanece pegado sobre los pétalos de la rosaleda que mana aroma embriagante.   

El día anterior, con Dante, quedamos en buscar ramas de romero y flores  con el objetivo de asistir a Demetrio Novoa, experto en armar el monte que será fijado, como adorno, en una arista del Anda del Señor de la Humildad. En horas de la noche saldrá en cortejo religioso. 

En el pasado, las casas rebosaban de un bello  jardín, apostado en a la orilla o en el centro del patio. Ahora, están abandonadas. Por lo tanto, en aquel próspero jardín, las hermosas y coloridas flores, desaparecieron o se marchitaron. La vivienda perdió la alegría y la magia de antaño. Las flores están escasas.

Dante, muy temprano por la mañana, con rostro preocupado, se presentó en mi casa. Luego de haber compartido el nutritivo desayuno, una taza de leche acompañado con el pan caliente y crocante untado de queso, salimos en busca de  las flores necesarias para que el especialista elabore el monte con tiempo. 

Es la Celebración de Semana Santa. En estas ocasiones, las flores de llamativos colores pero carente de fragancia que se expenden en el mercado o las tiendas, proceden de Caraz o Carhuaz. Pueblos que están a 70, 80 kilómetros de distancia. Un día antes, la naturaleza inundo de furiosas lluvias al pueblo de Recuay, como consecuencia, causó un alud  que fragmentó  un tramo de la carretera, de tal modo que, era imposible el tránsito de los carros de todo tipo. No llegaron las ansiadas flores. 

Mientras  indagábamos en donde se podía conseguir  las ramas de romero y las flores, una ligera garua se desplomaba sobre la cabeza, adornada de manchas de nieve blanca. Un mar de nieblas se asoma palmo a palmo desde la hondonada, del rio y los riachuelos. A paso lento, circunda los cerros descollado por su atractivo verdor, en seguida, eclipsa las ceñidas calles del pueblo. Transcurren los ineludibles segundos y los minutos… 


El vaivén del tiempo juega con nosotros. Ahora el espacio se encuentra despejado de nubes oscuras que ya parece ser junio o julio, época de intenso estío. Sin embargo, hoy, 26 de marzo, escasa e inmovilizada nube desgreñada parece dormir sobre la cima de los cerros.

Al caminar por las inexpresivas calles reverdecidos de cemento, se percibe de cuando en cuando el zumbido del viento. Dante preguntaba a las personas que conoce, donde podía conseguir las flores tan preciadas y solicitadas de manera urgente. Perdiendo la esperanza, se acercó a un conocido suyo que estaba de compra, en la tienda de la calle Dos de Mayo cerca del mercado de abastos,  en tono de angustia, preguntó:

—¿Sabes quién tiene flores?, somos los encargados de mandar a  preparar el monte para la procesión de mañana en la noche, estamos buscando hace buen rato y no hemos encontrado ni uno solo. —El Señor, desconocido para mí,  de rostro pálido, con abstraídos ojos pardos, frotándose el lampiño mentón con los dedos flacuchos, y con la otra, estirando en dirección a la Plaza Mayor, con voz cansada, respondió:   

—Arri-i-i-i-ba, en el barrio de Oro Puquio, Don Zenobio Palacios o  la Señora Aurelia Rivera, en su huerta, deben tener las flores que estás buscando. —Al escuchar esta alentadora información,  Dante hizo una expresión de desahogo. 

La prolongada silueta nos acompaña al andar por la calle, callada y vacía, del barrio nombrado por el amigo de rostro lampiño. De repente del otro extremo, al fondo, una pequeña estampa humana, camina en sentido contrario con paso menudo y apresurado, los brazos caídos y  enarcados. Dante, reconoció aquella silueta, hablo con cierto susurro: 

—Es Muñequita, ha regresado de Lima, luego de tres meses, creo que estuvo delicada de salud. —a lo que respondí levantando la cabeza con un: —Ah…

La población en general casi nadie la conoce por su nombre y apellido. Pero cuando preguntan, por su apelativo, “¿conoces a una tal Muñequita?”, de inmediato, relacionan a una persona de una estatura de no más de un metro treinta, estimada por la población; risueña, alegre, despabilada, bromista y salerosa. Su edad es incalculable, pero… debe estar sobre los 75 años.     

—Hola muñequita, ¿cómo estás, has estado veraneando en Lima? —le habló Dante de manera amistosa, estando ya, frente a nosotros.           


Muñequita, aun con la edad predicha, conserva la alegría, su coquetería está a flor de piel. En esta persona pequeña y campechana, se presentan estas características singulares. Entonces, con espontaneidad colocó la palma de su menuda mano detrás de la cabeza de donde pendía una mediana prieta trenza que ondeaba sobre la escueta espalda, y con la otra, a la altura de su desmirriada cintura, bamboleando su pequeña cadera, provocó el ligero flameo de su faldita de percal que traía puesto, además, ayudado por la fría ventisca de la mañana, guiñando los ojos y con voz pizpireta, respondió: 

—Fui a la playa, a disfrutar de los rayos del sol, toda desnuda…pero… con biquini, mal pensados —jajá-jajá —nos echamos a reír  tan fuerte, de tal manera que, del techo de la casa de primer piso, un solitario Pichuychanca, alzó fugaz vuelo. Por un momento nos olvidamos del sobresalto de no hallar las flores y continuamos andando por la calle muda.   

Trayecto a la casa de un miembro de la hermandad del Sr. de la Humildad, en donde se armaría el monte, regresamos algo preocupados de las dos huertas recomendadas. Nuestra plática fue mínima. Solo habíamos conseguido una docena de gladiolos y cartuchos, ambos de color blanco. 

Dante, empuñó los dedos de la mano y tocó la puerta de la casa, ubicado en la calle Sauces. Logramos escuchar pasos forzados y reducidos, detrás de la puerta, en seguida, agarra el picaporte y cuando lo abría con lentitud, al mismo tiempo que crujía, la aldaba pendida frente a nosotros, tintineaba. Era la Señora Emiliana Peña, bajita entrada ya en años. Asomada en la puerta a medio abrir, su vistazo se encontró con el mío, no me conocía. Se queda pasmada al ver los gladiolos blancos bajo mi brazo. Luego echó una ojeada con sus ojos compasivos y se topó con la imagen conocida para ella,  pero esta vez con el rostro enervado de Dante. Nos invita a pasar al patio, hablando con voz aplacada: 

—¡Dante!, pasen…pasen —cruzamos la sala pavimentada, al llegar a la entrada del patio, la señora Emiliana que iba adelante, contuvo sus pasos cansinos y se colocó a un lado con el fin de señalar, con el diminuto dedo índice, el recodo del patio donde las flores frescas reposaban en los recipientes de todo tamaño. 

—No se preocupen, las hermanas de la hermandad han conseguido las ramas de romero y las flores que ven. Así que tenemos todo listo para armar el monte, mañana a primera hora. —caminamos por el borde de pequeño charco, causado por la lluvia de los días anteriores, con prudencia, situamos los gladiolos y los cartuchos en los recipientes donde posaban las flores de atractivos colores. Nos despedimos de la señora. Ella, nos dio su bendición.

Martes 27 de marzo. Amanece. De los nevados, los cerros y vertientes se perciben el armonioso silencio, como resultado, me colmo de espiritualidad y beatitud al contemplar aun aquellos hermosos panoramas que se resisten de manera estoica de la depredación y la contaminación ambiental  en la querida patria chica, Chiquian. 


En estas circunstancias, de tranquilidad y meditación, es cuando timbra el celular, era el mensaje por WhatsApp de Dante, cuyo tenor leía: “Hola Hugo, ven a tomar desayuno”. 

Llegamos a la hora puntual. Mientras escogíamos las tupidas y aromáticas ramas del romero, llegan los demás miembros de la hermandad del Señor de la Humildad. Luego, se presentaron uno tras otro los diestros en elaborar el monte. Al que esperaban con desvelo ingresaba por las 3 gradas de piedra que da acceso al patio, aún con los charcos de agua en el centro. Extrajo el sombrero de la cabeza de cabello ralo y cenizo, se inclinó y saludó con atención a los presentes. Era el Señor Demetrio Novoa Barreto, hombre delgado, frente amplia, rostro risueño, surcado por más de 70 años. Momentos después se presenta la señora María Luisa Cerrate, sencilla, colaboradora en estos ajetreos de festividad de Semana Santa. Entre ambos ven las flores con detenimiento, como aprobando su magnífico aspecto. Para la comodidad de ellos, apoyamos en colocar las palanganas, colmado de coloridos capullos, en lugares propicios y cerca a los 2 devotos de esta fiesta religiosa.  

El señor Demetrio arrellanado en una microscópica silla y bajo la sombra del techo, preguntó con voz susurrante: 

—¿Han traído el Jinkuru? —La señora María Luisa,  sentada junto a él, presurosa, se echó a buscar de entre las flores ya cortadas, pitas y tijeras, colocados sobre el manto colorido, tendido en la acera arremangada, encontrando el objeto extraviado, respondió con voz frágil: 

—Sí, si aquí está —le entregó el material vital para empezar a elaborar la copa del monte.

Demetrio, con las ateridas manos, paciente, habilidoso y experimentado, ata y adorna al jinkurú con las policromas flores, combinadas con ingenio y decoro por la señora Maria, que le da de manojo en manojo, una y otra vez, en el momento que lo solicita. Del mismo modo, a Lidia, mujer de mediana edad, sentada al lado izquierdo, que mira con intensa curiosidad, dispuesta a aprender el arte, del señor Demetrio, dotado de perseverancia y esmero.

Las hermanas, Emiliana y Orfila Peña, de la sala a la cocina mustia, ubicado en el fondo del patio, van y vienen con paso contenido y en fila india con el fin de alistar los ingredientes para el almuerzo, y al mismo tiempo, atizar el fogón. 

Con Dante, apoyamos en pelar la papa a  la Sra. Rivera, hija de Lolito, que llegó de Lima con el propósito de pasar Semana Santa en Chiquian, se ocupaba de preparar el almuerzo. Sobre el batán, dentro de la cocina y al costado de la pequeñísima puerta, por turno, se  molía con avidez y aplicación, el rocoto y el chinchu  y sobre el fogón, en una hornilla hervía la sopa de pari y en la otra, en el tiesto reventaba la cancha. Los cuyes, de ojos rojos, fisgonean y salen de sus guaridas, debajo del fogón y de las sillas, con el fin de alimentarse de la cascara de la papa, del sobrante de las verduras y de los granos de la cancha tostada que volaron del tiesto, estas últimas, rechinan entre sus fuertes incisivos.           


El señor Demetrio, hizo una pausa. Se levantó. Mientras observaba, meditabundo, aquel Jínkuru, adornado a medias, aun inconcluso, se condolía al no ver dentro de las personas reunidas, ahí presentes, a mozos y mozas con el fin de colaborar y por ende aprender de una u otra manera, la virtuosa costumbre del pueblo. Suspiró con melancolía y como si perdiera algo importante, con voz conmovedora, expresó palabras muy sentidas:

—Cuando nosotros partamos de este mundo, todo esto se habrá acabado… —Al oír estas vibrantes palabras, surgió en mí, una profunda conmiseración por el señor, la tradición y uso que se va abandonando de modo progresivo.  

Dante agarró el maguey y en la parte extrema hizo un agujero de 15, 20 centímetros de profundidad donde se empotrará el Jinkuru adornado de coloridas flores. Luego el otro extremo se plantó en el hoyo enlodado, cavado con anticipación. Sobre el maguey se colocará las ramas de romero y las flores, atando con prudencia y de manera ordenada con una larga y fuerte soguilla. Hasta convertirlo en la forma de un tupido árbol.

Concluido esta, afanosa y dichosa, jornada durante toda la mañana, como fieles devotos, quedan espiritualmente satisfechos de haber participado en la elaboración del hermoso monte que acompañará como ornamento del Anda del Señor de la Humildad. Luego, en la orilla del patio, sentados con comodidad, percibiendo aromas de las ramas del romero, degustamos la exquisita sopa de pari, servido con profusa atención por la Señora Rivera, acompañado del rocoto combinado con el chinchu, la cancha y el pan de piso. Entre tanto, de los irrisorios copos de nubes, se desploman imperceptibles garuas. Del sol, en su cenit del anchuroso cielo azul, los rayos perpendiculares reverberan sobre el charco de agua cristalina.    

 El Pichuychanca

Chiquian, 9 de agosto 2018 

Notas

(1)Jínkuru. (Horqueta de uno o dos ángulos) en otras palabras; del tallo principal de la planta,  se reúne y crece 2 o 3 ramas casi juntas una de la otra. El Jínkuru proviene de la planta conocido como huaromo. Crece en el borde del camino y la chacra, además es muy resistente cuando se deja secar.