sábado, 2 de julio de 2016

El fabricante de cirios y el sacristan


El sacristán, al momento de abrir el añejo zaguán éste lloró con profundo lamento, en seguida, cruzó la puerta. La vereda y la calle deprimida, comienzan a ser testigo mudo de las huellas de los pasos que deja a su espalda, camina derrotero a su jornada espiritual.

Cuando el nuevo día derrota poco a poco a la glacial aurora, de manera simultánea, dos siluetas humanas emergen por distintas arterias. El primero de ellos, el sacristán, se asoma con pasos perezosos por la primera y amplia cuadra del jirón Comercio. Para protegerse del frio y de la leve llovizna de la mañana, lleva colocado sobre su cabeza plateada, el sombrero de paño y sobre los hombros cortos un saco color negro. Del cuello rollizo, pende la bufanda blanca. Su aspecto parece que estuviera de luto, porque lleva puesto, sobre sus parvas piernas, un pantalón planchado con esmero y en los pies, los zapatos, marca diamante, del mismo color, embetunados con suma pulcritud.

El sacristán, llega de los arrabales del pueblo, a un kilómetro de distancia. Marchó por el húmedo y amplio sendero. La suela de los zapatos quedó embadurnada de barro por cruzar infinidad de nimiedades de pantano. Ya en medio camino, se detiene por un momento y los ve con diligencia. Con una mano se apoya en el viejo poste de alumbrado público e inclina el cuerpo, estira el pie al filo de la vereda adoquinada y lo encoge una y otra vez para desprender el barro engomado en la suela del zapato. Repite esta operación con el otro pie. Queda aliviado al quitar este peso. Sin demora, de la cabeza separa el sombrero, adheridas de fulgurantes gotitas de agua, y de inmediato, lo sacude dos 2, 3 veces con la mano entumecida. Torna la mirada tanto al norte como al sur y con pasos contenidos, se desplaza por Jr. el Comercio hasta llegar a la sosegada Plaza Mayor.

En medio de la bifurcación de las calles y los corredores de la plaza, opta por el que va directo a la iglesia. Al Llegar, con extremada devoción, mira el crucifijo punteado en el portón. Extrae el sombrero de la cabeza, estira el mediano brazo derecho con el fin de formalizar el signo de la cruz…en nombre del padre del…. Sin perder el tiempo, se dirige por el costado de la iglesia rumbo a la sacristía, es el momento, en el que, don Julio Alvarado, emprende sus labores como sacristán.

Al abrir la puerta de la sacristía, que da acceso al espacioso templo de paredes anchas, crepita con desaliento. El frio vientecillo que revolotea de un rincón a otro, transporta el aroma de remota construcción. El amplio salón, esconde un aspecto sombrío en donde prevalece el sosiego y un religioso silencio. De las imágenes que están en el Altar Mayor y de los que están ubicados en los costados, desde y sobre sus pedestales, varios pares de ojos adormilados y fijos, titilan por la luz exhausta que ingresa por los pequeños y redondos ventanales que están estacionados en la cima de las gigantescas paredes de adobe.


El sacristán, con el primer cirio encendido, que lleva en la mano aterida, la llama ondea en la medida que va directo a la Santísima Eucaristía. Con cierta dificultad, se postra frente al Santísimo con el propósito de dotar su pertinente reverencia, persignándose por segunda vez. Luego enciende 4 cirios y lo sitúa en los extremos de la mesa en donde el anciano reverendo, el cura Tello, realizará todos los ritos de la homilía. De modo minucioso ojea el mínimo detalle, y al momento, sube con absoluta entrega y veneración por la estrecha escalera, incrustado en la ancha pared, con el objetivo de llegar junto a los iconos del Altar Mayor. Presto, da un par de suaves palmadas para despertarlos del profundo sueño, sin dilación, empieza a colocar con desvelo los dilatados cirios y, cuando los enciende, de cada imagen, prorrumpe el rostro lozano y penitente, mirada sumergida en contemplación.

Antes de doblar las campanas, por tercera y última vez, el sacristán, agarra las pesadas manijas aceradas del portón y cuando con ímpetu desmedido, empieza a jalarlo, se queja de manera consternada a medida que lo despliega. Al quedar abierto de medio a medio, ingresa vivamente la luz natural de las siete y media de la mañana y despeja la lóbrega penumbra del amplio recinto de las plegarias y del encuentro con la divinidad. Es la misa del día domingo previo a las ceremonias de Semana Santa. Días de cuaresma.

Una vez más, está próximo la distinguida celebración de Semana Santa, trasladado por los españoles desde la época de la invasión y posteriormente la colonización a esta parte de América, a través de las humillaciones y laceraciones ejecutadas por la Santa Inquisición. En el Perú, implantaron esta nueva fe, en el laborioso y noble espíritu del hombre andino, como consecuencia, trasmitieron un nuevo símbolo de tradición y particularidad en cada pueblo, Chiquián, no es ajeno a estas fiestas religiosas.

---------------- Aborda los primeros días de marzo; son horas matutinas de un nuevo día. Sopla la ventisca helada. Alrededor del pueblo, la atmosfera se torna turbia e imperceptible, hilos fríos de garua comienza a descender, fenómenos naturales que funda la Cordillera blanca, el manto verde de los prados. A medida que se disipa el alba, se aleja la gélida llovizna. La ordeñadora, abrigada del pañalón y el sombrero cubriendo la cabeza, lleva entre sus delicadas y solícitas manos pequeños porongos de leche. Se dirige con paso ligero al amplio corral, propiedad don Crisologo Ramírez, en donde cada mañana, sin interrupción y percibiendo aromas de estiércol, ordeña la voluminosa ubre cargada de leche, alimento divino de la noble vaca, catalogada como una de las siete madres del ser humano.

Al frente de este redil, durante varias semanas, por la mañana, don Julián Soto, el fabricante de cirios, con ponderación, despliega la ruidosa puerta de madera de la fábrica artesanal de velas. El piso apelmazado, regado el día anterior, difunde el aroma a tierra mojada.


En el centro del local, se encuentra el fogón hecho de adobe y de regular tamaño, las leñas arden a fuego lento. El par de peroles, sobre la resistente plancha de fierro con 2 orificios de mediano tamaño, calienta el agua. Por encima de los peroles se halla ubicado un recipiente pequeño en el que se verterá, paso a paso, los materiales como la cera de parafina, la estearina los colorantes y esencias, todo ello mezclados con previa fórmula, conocido de modo empírico por el fabricante. El baño María, va derritiendo la cera.

Son tiempos de faenas en conjunto y de camaradería. Los fieles colaboran por voluntad propia. Alinean los moldes que penden de un prolongado cordón que esta sujetado en un par de maderos, plantados firmemente en los flancos de los peroles. Luego, con esmero, se turnan con el objetivo de surtir la aromática cera sobre el pabilo.

La siguiente silueta humana, el segundo, emerge del taller de cirios ubicado en la intersección de las calles Bolívar y Tarapacá. De aspecto compasivo, rostro triangular y nariz aguilucha, de los cuencos resalta los ojos relativamente saltones y negros. Del hombro descarnado cuelga el tradicional poncho Chiquiano y sobre su cabeza ovalada, posa el sombrero color marrón. Camina por las orillas de la calle Bolívar con pasos contenidos. De pronto, en su circunspecto andar, el fabricante de cirios, Don Julián Soto, se cruzó con un encopetado personaje del pueblo que traía puesto un abrigo y las manos enterradas en los bolsillos de aquella prenda marchita…repentinamente:

—¡Buenos días Julián! —Saludó atentamente, mostrando la mano enguantada. El nombrado, levantó la mirada que lo tenía hundido en la acera empedrada, respondió con parquedad: —Buenos días don… —continuaron su camino. Mientras se alejaban, las espaldas quedaban al frente uno del otro. —“Y a este que le sucedió, siempre anda mirando por encima de los hombros a los demás y sin saludar; hoy, ¿le habrá picado algún bicho?, ¿se levantó con el pie derecho o, será porque se acerca Semana Santa?” —Pensó, don Julián.

Llegó a la Iglesia San Francisco, con rostro contrito se aproximó a la Pira Bautismal en donde duerme la fría y cristalina agua bendita. Palpó aquel líquido, dobló la rodilla y en seguida, hizo la señal de la cruz con respetuosa reverencia ante el Altar Mayor y a los iconos presentes. A continuación, arrastró los pasos con lentitud, atravesó la entrada protegido por el portón con el propósito de dirigirse a la sacristía.

Era el encuentro de los dos personajes del pueblo que durante varios años, cada uno de ellos emprendían de manera consecuente y diligente sus actividades religiosas. El fabricante de cirios, traía bajo los consumidos brazos un paquete de regular tamaño envuelto con papales dobles. Arremangándose el gabán sobre su estrecho hombro, prudente, depositó el envoltorio de los dilatados cirios, recién fabricados, sobre una mesa ubicado en el lóbrego recodo de la sacristía.

Estos cirios dilatados, fabricados de manera artesanal, quedaban satisfechos a la vista del sacristán que aprobaba lo impecable de su presentación en cuanto a la elaboración y las respectivas decoraciones. La multitud de fieles acompañará la procesión nocturna con el cirio en la mano, junto a la afamada banda de músicos de don Florentino Aldave, por las calles ceñidas del pueblo. Son las festividades de Semana Santa.

El Pichuychanca. Chiquian 3 de julio 2016





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