La espada y la cruz orientaron la proeza de la conquista e invasión de América por parte de los españoles. En el “extirpador de idolatrías“, del jesuita Pablo de Arriaga describe:
“En hazer sus casas tienen como en todas las demás cosas muchas supersticiones, combidando de ordinario a los de su Ayllo, rocían con chicha los cimientos como ofreciéndola y sacrificándola, para que no se caigan las paredes, y después de hecha la casa, también la asperjan con la misma chicha… y en algunas partes le ponen el nombre de algún Ídolo, a quien dedican la casa.” (Arriaga: 64)
La instauración del cristianismo triunfa frente a los tótems de los indios, Pedro de Villagómez, obispo de Arequipa (1635) condenaba los ritos ancestrales de los indígenas con la pena de recibir 100 latigazos y, establece ceremoniosamente la Fiesta de Santa Cruz a celebrarse “cada año para siempre jamás… en memoria del triunfo que mediante ella se ha tenido de la idolatría” (Villagómez; 73).
Desde aquel momento se pondrá la cruz en la cima de las huacas, como emblema de la evangelización cristiana de un pueblo, que también sería impedido y se impuso, por último, el hábito de colocar la cruz sobre el techo de las flamantes casas, recién construidas.
Es así, como desde tiempos inmemoriales, sin una fecha precisa, el experto constructor, auxiliado por la indispensable plomada, con mucho esmero y esfuerzo, encumbran y alinean casi a la perfección las paredes de las diseñadas piezas de la estrenada casa: los cuartos, la cocina, la sala, el comedor y las medianeras del amplio patio con los pesados y macizos adobes, elaborado por hombres diestros, por lo menos, con dos meses de anticipación.
El hombre experto en armar la viga central para el techo de la nueva casa, blande entre su mano aterida el martillo de regular tamaño, con el propósito de golpear una y otra vez sobre la cabeza del clavo largo y acerado, que tañe con honda lastima.
Laboriosos jornaleros, además de combinar la arcilla, la arena y el limo, agregan la paja, el crin de caballo y el heno para elaborar el adobe, que mide cerca de 10X20X40 Cm. Terminada la primera etapa de su elaboración los ladrillos de barro son expuestos a los rayos del sol durante 40 días, para orearlo y secarse.
Por otro lado, un grupo de rudos operarios en medio de una batahola y el ajetreo eligen a un compañero de trabajo para acarrear el agua desde las periferias donde se hallan los generosos puquiales de Oro Puquio, Parientana, huamgan y otros.
El cumplidor ayudante, con paso presuroso, acompañado por la sombra dilatada de su ruda complexión, marcha derrotero al manantial. Cuando llega, sin perder el tiempo, llena el agua en el par de vetustas latas. Con diligencia, los sujeta con una soguilla en los extremos de una resistente y delgada viga. Él, a un costado del puquial y de las diminutas salpicaduras que se desploman sobre los pies desnudos y las ojotas, se acuclilla, calcula el vaivén del par de latas con el fin de lo colocarlo sobre sus nervudos hombros. Acabada esta acción, con habilidad y en un santiamén se yergue. En seguida, estira hacia adelante el rostro, bronceado por los rayos del sol, instante en el que se distingue el abultado paladar derecho por la coca recién masticada. Con las manos encallecidas, empuña de manera impetuosa la viga, observa con cautela una y otra lata colmado de agua, y al instante, se echa a caminar por las calles empedradas.
Luego de un tiempo prudencial de perseverancia y expectativa, la familia observa la flamante vivienda enaltecida, tanto del primero como del segundo piso y sus respectivos recintos, con las ventanas, puertas y los balcones de madera ubicados al frente de la ceñida y adoquinada calle, como en el interior, frente al patio y al jardín. El techo de doble agua, está cubierto de tejas rojas elaborado de manera magistral. Por los rededores del patio están los maceteros con diversas y pequeñas plantas, adornando la nueva morada.
Todo está dispuesto. La familia y las amistades, jubilosos, satisfechos, con los ojos de variadas formas, llenos de refocilación, observan las diferentes piezas de la estrenada vivienda. El hogar anhelado, tanto, para los padres, en donde pasarán el resto de su vida y para los hijos; su niñez y adolescencia, y quien sabe, por cuánto tiempo más o, hasta que un buen día, de repente, alcen vuelo por otros lares ignotos. Pero por el momento, para complementar el colmado bienestar y ventura de toda la familia, se lleva a cabo los rituales de la fiesta ancestral del TECHA CASA.
El Propietario de la naciente morada, de sus íntimos parientes y amigos, recapacita una y otra vez con el propósito de nombrar o elegir, de entre todos ellos, al padrino. Acompañado de alegres y acompasadas melodías de la tinya y del pincullo, ejecutado por el eximio músico, PADUA, el padrino lleva, de la iglesia a la flamante casa, la cruz, decorado de flores y frutas, bendecida por el cura en una ceremonia especial.
Mientras tanto, el Masha —identificado por llevar un cordón de chilligua que va desde el hombro derecho hacia el costado izquierdo de la cintura, en cuyo extremo está colgado la coronta de maíz— es el encargado de todos los detalles de la fiesta tradicional del techa casa. El jubiloso séquito, que viene de la iglesia, es recibido con una deliciosa fuente de cabra canca.
En medio de la algarabía, continuando con la costumbre ancestral, heredado de nuestros antepasados, en el interior del techo, en los altillos, se colocan dos recipientes, cada una colmada de maíz y de coca. Esta festiva ceremonia, es una ofrenda a la Madre Tierra y a los apus, con el objetivo de proteger la novísima e inaugurada casa. Luego, influenciado por la fuerza del cristianismo, la cruz bendecida con el agua bendita, será puesta en el vértice y al centro del tejado.
La cadencia del pincullo y la tinya no dejan de repicar. Entre tanto, los familiares y amistades, al borde del patio, colocan manteles limpios sobre el piso y sobre ellos esparcen la cancha, las habas cocidas (el shinti) oca, mashua y la tradicional bebida, la chicha de jora, todo esto como tributo a la Pachamama, la Madre Tierra, que brinda de manera munífica todos los elementos para construir la vivienda. En tanto los amigos, los invitados, que festejan y bailan, colocan billetes de 5, 10, 50, y 100 soles sobre el traje, a la altura de los hombros y el torso, del anfitrión y de los demás familiares, como mérito al esfuerzo logrado. Durante ese tiempo, las mujeres, cantan en coro: están en su nueva casa / aquí vivirá la familia / tu nuevo aposento / será testigo / de flamantes lunas de miel / con el tiempo / la casa / será un concierto / de voces infantiles…
El festejo continúa, saborean las deliciosas comidas típicas, reparten la exquisita chicha de jora. La fiesta del techa casa alcanza su mayor expresión de regocijo con el original baile del famoso RAYAN al compás de la perfecta entonación del pincullo y la tinya. Instrumentos que hace vibrar y conmover el corazón de hasta el hombre más parco y poco de animarse a bailar. Mientras el viento ulula, la estrella del día, con su lánguida luz que va despidiendo poco a poco del hermoso atardecer, da la impresión de percibir el redoble del tambor místico, del artista señero del pueblo, PADUA. El apasionado músico, que repiquetea notas alegres y melodiosas, aguijonea a los invitados a danzar y moverse con agilidad, gracia y ventura al son de aquellas piezas tradicionales de viento y percusión. Anima los asistentes a bailar a un solo pie y, la otra pierna levantando la rodilla y con la punta del pie zarandeando de un lado a otro a la altura de la canilla, todo a contra punto.
La fiesta del techa casa continuará hasta altas horas de la noche.
El Pichuychanca.
Chiquian 24 de junio 2016