viernes, 24 de junio de 2016

Techa casa y el Rayan


La espada y la cruz orientaron la proeza de la conquista e invasión de América por parte de  los españoles. En el “extirpador de idolatrías“, del jesuita  Pablo de Arriaga describe: 

“En hazer sus casas tienen como en todas las demás cosas muchas supersticiones, combidando de ordinario a los de su Ayllo, rocían con chicha los cimientos como ofreciéndola y sacrificándola, para que no se caigan las paredes, y después de hecha la casa, también la asperjan con la misma chicha… y en algunas partes le ponen el nombre de algún Ídolo, a quien dedican la casa.” (Arriaga: 64)

La instauración del cristianismo triunfa frente a los tótems de los indios, Pedro de Villagómez, obispo de Arequipa (1635) condenaba los ritos ancestrales de los indígenas con la pena de recibir 100 latigazos y, establece  ceremoniosamente la Fiesta de Santa Cruz a celebrarse “cada año para siempre jamás… en memoria del triunfo que mediante ella se ha tenido de la idolatría” (Villagómez; 73).  

Desde aquel momento se pondrá la cruz en la cima de las huacas, como emblema de la evangelización cristiana de un pueblo, que también sería impedido y se impuso,  por último, el hábito de colocar la cruz sobre el techo de las flamantes casas, recién construidas.  

Es así, como desde tiempos inmemoriales, sin una fecha precisa, el experto constructor, auxiliado por la indispensable plomada, con mucho esmero y esfuerzo, encumbran y alinean casi a la perfección las paredes de las diseñadas piezas de la estrenada casa: los cuartos, la cocina, la sala, el comedor y las medianeras del amplio patio con los pesados y macizos adobes, elaborado por hombres diestros, por lo menos, con dos meses de anticipación. 
 
El hombre experto en armar la viga central para el techo de la nueva casa, blande entre su mano aterida el martillo de regular tamaño, con el propósito de golpear una y otra vez sobre la cabeza del clavo largo y acerado, que tañe con honda lastima.  

Laboriosos jornaleros, además de combinar la arcilla, la arena y el limo, agregan la paja, el crin de caballo y el heno para elaborar el adobe, que mide cerca de 10X20X40 Cm. Terminada la primera etapa de su elaboración los ladrillos de barro son expuestos a los rayos del sol durante 40 días, para orearlo y secarse. 

Por otro lado, un grupo de rudos operarios en medio de una batahola y el ajetreo eligen a un compañero de trabajo para acarrear el agua desde las periferias donde se hallan los generosos puquiales de Oro Puquio, Parientana, huamgan y otros.   
 
El cumplidor ayudante, con paso presuroso, acompañado por la sombra dilatada de su  ruda complexión, marcha derrotero al manantial. Cuando llega, sin perder el tiempo, llena el agua en el par de vetustas latas. Con diligencia, los sujeta con una soguilla en los extremos de una resistente y delgada viga. Él, a un costado del puquial y de las diminutas salpicaduras que se desploman sobre los pies desnudos y las ojotas, se acuclilla, calcula el vaivén del par de latas con el fin de lo colocarlo sobre sus nervudos hombros. Acabada esta acción, con habilidad y en un santiamén se yergue. En seguida, estira hacia adelante el rostro, bronceado por los rayos del sol, instante en el que se distingue el abultado paladar derecho por la coca recién masticada. Con las manos encallecidas, empuña de manera impetuosa la viga, observa con cautela una y otra lata colmado de agua, y al instante, se echa a caminar por las calles empedradas.  
          

Luego de un tiempo prudencial de perseverancia y expectativa, la familia observa la flamante vivienda enaltecida, tanto del primero como del segundo piso y sus respectivos recintos, con las ventanas, puertas y los balcones de madera ubicados al frente de la ceñida y adoquinada calle, como en el interior, frente al patio y al jardín. El techo de doble agua, está cubierto de tejas rojas elaborado de manera magistral. Por los rededores del patio están los maceteros con diversas y pequeñas plantas, adornando la nueva morada.

Todo está dispuesto. La familia y las amistades, jubilosos, satisfechos, con los ojos  de variadas formas, llenos de refocilación, observan las diferentes piezas de la estrenada vivienda. El hogar anhelado, tanto, para los  padres, en donde pasarán  el resto de su vida y para los hijos; su niñez y adolescencia, y quien sabe, por cuánto tiempo más o, hasta que un buen día, de repente,  alcen vuelo por otros lares ignotos. Pero por el momento, para complementar el colmado bienestar y ventura de toda la familia, se lleva a cabo los rituales de la fiesta ancestral del  TECHA CASA.

El Propietario de la naciente morada, de sus íntimos parientes y amigos, recapacita una y otra vez con el propósito de nombrar o elegir, de entre todos ellos, al padrino.  Acompañado de alegres y acompasadas melodías de la tinya y del pincullo, ejecutado por el eximio músico, PADUA, el padrino lleva, de la iglesia a la  flamante casa, la cruz, decorado de flores y frutas, bendecida por el cura en una ceremonia especial. 

Mientras tanto, el Masha  —identificado por llevar un cordón de chilligua que va desde el hombro derecho hacia el costado izquierdo de la cintura, en cuyo extremo está colgado la coronta de maíz— es el encargado de todos los detalles de la fiesta tradicional del techa casa. El jubiloso séquito, que viene de la iglesia, es recibido con una deliciosa fuente de cabra canca. 
           
En medio de la algarabía, continuando con la costumbre ancestral, heredado de nuestros antepasados, en el interior del techo, en los altillos, se colocan dos recipientes, cada una colmada de maíz y de coca. Esta festiva ceremonia, es una ofrenda a la Madre Tierra y a los apus, con el objetivo de proteger la novísima e inaugurada casa. Luego, influenciado por la fuerza del cristianismo, la cruz bendecida con el agua bendita, será puesta en el vértice y al centro del tejado. 


La cadencia del pincullo y la tinya no dejan de repicar. Entre tanto, los familiares y amistades, al borde del patio, colocan manteles limpios sobre el piso y sobre ellos esparcen la cancha, las habas cocidas (el shinti) oca, mashua  y la tradicional bebida, la chicha de jora, todo esto como tributo a la Pachamama, la Madre Tierra, que brinda de manera  munífica todos los elementos para construir la vivienda. En tanto los amigos, los invitados, que festejan y bailan,  colocan billetes de 5, 10, 50, y 100 soles sobre el traje, a la altura de los hombros y el torso, del anfitrión y de los demás familiares, como mérito al esfuerzo logrado. Durante ese tiempo, las mujeres, cantan en coro: están en su nueva casa / aquí vivirá la familia / tu nuevo aposento / será testigo / de flamantes lunas de miel / con el tiempo / la casa / será un concierto / de voces infantiles…    

El festejo continúa, saborean las deliciosas comidas típicas, reparten la exquisita chicha de jora. La fiesta del techa casa alcanza su mayor  expresión de regocijo con el original baile del famoso RAYAN al compás de la perfecta entonación del pincullo y la tinya. Instrumentos que hace vibrar y conmover el corazón de hasta el hombre más parco y poco de animarse a bailar. Mientras el viento ulula, la estrella del día, con su lánguida luz que va despidiendo poco a poco del hermoso atardecer, da la impresión de percibir el redoble del tambor místico, del artista señero del pueblo, PADUA. El apasionado músico, que repiquetea notas alegres y melodiosas, aguijonea a los invitados a danzar y moverse con agilidad, gracia y ventura al son de aquellas  piezas tradicionales de viento y percusión. Anima los asistentes a bailar a un solo pie y, la otra pierna levantando la rodilla y con la punta del pie zarandeando de un lado a otro a la altura de la canilla, todo a contra punto. 

La fiesta del techa casa  continuará hasta altas horas de la noche. 

El Pichuychanca.
Chiquian 24 de junio 2016

sábado, 11 de junio de 2016

Los manantiales (puquiales) de mi pueblo.


Gracias a la Pachamama que de su entraña; de la cumbre de los cerros, de las hondas quebradas, de las vertientes y de las periferias del pueblo, nacen los milagrosos humedales y, como resultado, hace mucho, mucho tiempo que manan sin cesar los próvidos y apacibles manantiales. El agua clara que se desliza cuesta abajo moldea alegres riachuelos.   
 

A  lo largo de los siglos, a su debido momento, llega la estación lluviosa. Sombríos y densos nubarrones, impulsado por el viento, se desplazan con lentitud, oscurece y cubre todo el espacio sideral, intimidan. De pronto, comienza a esparcir finas gotitas de agua, la garua, en seguida, con severidad, torrenciales lluvias sobre la inquebrantable cresta de los nevados y de los arcanos cerros; humedeciendo los desfiladeros, prados, vertientes  y los valles  del pueblo.           

¿Quién no ha ido a  los  manantiales (puquiales) a acarrear el agua, con el balde acerado de color gris o blanco, jarras y urpus, desde  muy temprano, en hora matinal, antes de aparecer la luz dorada del sol? o ¿en tarde cálida, cuando el sol en pleno ocaso, con su alicaído rayo amarillo dibujaba siluetas de todo tipo? ¿Cuyo atardecer, acaso no  embellecía aún más  el panorama del pueblo?   

Resoplando, remontábamos peldaños empedrados e inclinadas calles, tras 3, 4, 5 viajes con el propósito de traer el agua del puquial. A veces, cruzando las arterias colmado de resbaladizos charcos y empapados en la época de lluvia, hasta llenar la tina de regular tamaño, que era el acopio del líquido elemento, ubicado en el sombrío rincón de la cocina.

Mi madre, meditaba sobre aquella tina llena de agua como si se acoquinase y sentir fascinación a la vez. Gozaba de tener al frente de ella, aquel líquido, fuente de vida. Lo consideraba como si fuera su riqueza  más venerada y preciada.

Mi madre me pedía: 

—¡No arrojes desperdicios  al agua!

Cuando iba por el agua, a aquel Puquial de Parientana,  recuerdo que me decía y advertía:

—-¡No tumbes el balde, no desparrames el agua!                                                           

Cuando estaba de vuelta con el balde lleno de agua, acunándome entre sus cálidos abrazos, con tono angelical, me susurraba:

—El agua es como una madre


Luego, con voz suave pero con autoridad, me comunicaba, enseñándome, a tener más conciencia sobre el agua, hablo: 

—Tú, por lo tanto,  debes comprender y entender  que el agua también es tu madre 

Después de una dura jornada en el campo, los campesinos están agotados, con los labios resecos, inflamados  a consecuencia del sol abrazador, musitan o claman ¡Agua! ¡Agua! Para aplacar su sed, el agua que bebe sorbo a sorbo, aquel campesino, aquel labrador, con profundo regocijo, provienen de esos Puquiales de Oro Puquio y Parientana.

En cierta ocasión, cuando era un infante, siempre, siempre estuve al lado de mi madre, le escuché pronunciar una frase que se me quedó grabado para siempre, decía:

—Ese Puquial de Parientana, de donde traes el agua,  es el corazón de nuestro querido pueblo.

Cuando viajo en ocasiones a mi patria chica querida visito aquellos manantiales rumorosos, entonces, recuerdo las frases sabias de mi madre, y veo su tierna imagen a través de su agua cristalina. 

En los puquiales de mi pueblo, el agua bisbisea, nos habla a través de los monótonos sonidos. Cuando se desploma entre las piedras, forma y abre su  propio cauce cuesta abajo. En los puquiales de mi pueblo, el agua es transparente, refleja  pureza, limpia el corazón y encontramos sosiego. En los puquiales de mi pueblo, acuden a la orilla todas las aves, todos los animales para saciar la sed. En los puquiales de mi pueblo, hay vitalidad, energía y vida. De los puquiales de mi pueblo el agua es más exquisita que el de las cañerías. El puquial es el corazón de mi pueblo. El puquial de mi pueblo, nos ayuda a regar los  sembríos. Del puquial de mi pueblo con el agua se elabora el  adobe y el tapial  para construir la casa. A fin de cuentas, todos, todos acuden al puquial de mi pueblo. ¿Qué sería de todos nosotros si nos faltaran los manantiales, los puquiales? ¡Me niego a imaginarlo!.

 No deseo, no permitamos, que el puquial sea manchado, ensuciado, envenenado, contaminado por la mano del hombre codicioso e irresponsable, entonces habrá llegado la muerte silenciosa para todo nuestro pueblo.

El Pichuychanca.

Chiquian, Calle Tarapacá. 11 de junio 2016


             






sábado, 4 de junio de 2016

Aquellas olimpiadas deportivas del CCB


Iniciado el nuevo año escolar, raudo pasaron los meses. Como de costumbre, la población celebró la Semana Santa con devoción y fe. En seguida festejaron el día de la madre y de  pronto se acercaba un nuevo aniversario de la preciada Alma Mater, el Colegio Coronel Bolognesi, cuya Dirección estaba presidido por el Director Eloy Cox Mejía. 

 El Director, Eloy Cox, hombre de mediana estatura, de atavío ordenado, rostro estirado, nariz recta y alargada, de cabello negro y lacio acicalado con una raya recta a un costado de la cabeza ovalada, al inicio de su carrera profesional, como maestro, transmitía a los inquietos alumnos su conocimiento adquirido en la universidad con profundo intelecto

Disciplinado, entusiasta y dinámico para todo tipo de actividades, como buen deportista, sobre todo en la rama del básquet, programaba con debida anticipación, junto a la plana docente y administrativa, llevar a cabo el nuevo, además, distinto, histórico y sobresaliente aniversario del colegio con los juegos recreacionales denominado: "Semana de Olimpiadas deportivas"

En este flamante aniversario se fomentaría un ambiente de unión y de camaradería entre los trabajadores, los maestros, los padres de familia y los alumnos de las diversas aulas del querido colegio. 

La programación de los futuros encuentros de las diferentes disciplinas deportivas estaba bajo la responsabilidad del Profesor de Educación Física, Orlando Ñato Bríos, hombre de porte moderado, de rostro redondo en cuyos cuencos, posaban los ojos negros y serenos. El pulcro vestuario, resaltaba el polo blanco con letras estampadas de color azul (CCB). El buzo pantalón azul marino y el par de zapatillas inmaculadas marca Sin Fin o Dumlop. Las tiendas de ese entonces expendían las dos únicas marcas mencionadas. El maestro, siempre estaba en compañía del inherente  silbato negro sostenido entre las comisuras de los labios ateridos, instantes después, bamboleándose sobre el grueso torso. 

El profesor Orlando, en el turno del curso de educación física que duraba una hora, enseñaba con persistencia las reglas y técnicas de las distintas disciplinas deportivas que, en este nuevo aniversario, los discípulos exhibirán lo aprendido aportando su energía y habilidad en estos competitivos y magnos eventos deportivos. La final y premiación de esta reñida olimpiada, se llevaría a cabo un día antes de la fecha central; 7 de junio. Día en el que participaran en una gran marcha marcial todas las instituciones educativas y públicas del pueblo. Toda esta actividad culminará al degustar la exquisita pachamanca, preparado por los respectivos asesores, padres de familia y los alumnos de cada aula.  


Los estudiantes de cada salón eligen al asesor de su preferencia y junto con los padres de familia tengan la responsabilidad de guiar y apoyar en las diversas actividades de este nuevo aniversario del colegio. Se nombran las respectivas comisiones con el objeto de realizar la afanosa tarea de la tradicional pachamanca. Echar la vista que alguien se encargue de la tesorería; recolectar y guardar las cuotas donadas. El encargado para la logística de comprar todos los ingredientes necesarios. Acarrear las piedras con el fin de armar el horno y por último, encontrar, con la ayuda del asesor y un representante de los padres de familia, al experto cocinero en preparar este sabroso y típico plato. 

Para estas  olimpiadas se eligió a las y los deportistas más destacados en la disciplina de vóley, básquet, salto alto, salto largo y en las barras paralelas. Los demás compañeros de cada salón participaran con su emotiva presencia física dando aliento, hurras y ánimo, desde el largo pasadizo que bordeaba el patio central o de aquella pequeña loma ubicado  frente a las primigenias aulas, cruzando el polvoriento patio. En este lugar —la loma— la vieja campana se hallaba en vilo entre dos altos y delgados mástiles, a unos metros de las demás aulas hechos de madera. Por debajo de esta colina, se ubicaba el remoto puquial de agua pura y cristalina donde todos los alumnos acudían sedientos a fin de  saciar la sed después de divertirse en la  hora de recreo o del curso de educación física.

Los meses de mayo y junio, las deslumbrantes alboradas son en extremo friolentas, a tal punto que en las acequias, ubicadas en las orillas del disperso y polvoriento patio, sobre el agua, que provenía de los manantiales y humedales de Parientana, se generaban finas capas de escarcha. En estas condiciones del tiempo, de temperaturas heladas, mientras los pichuychancas, parados sobre los aleros, pian sin cesar y los gallos desde los corrales cercanos cantan en coro con un largo quiquiriquí, dejando desapercibido el canto de las demás aves diminutas, muy temprano un grupo de muchachos se levantan con sigilo para ir a entrenar el deporte de su preferencia, el basquetbol.  

Alumnos, inquietos deportistas, raudo, marchan al patio del colegio o al de la escuela N° 351, que tenía una infraestructura adecuada para la práctica de este competitivo deporte. Con ímpetu y entusiasmo, entrenan con prolijidad deseando ser la revelación de aquellas olimpiadas deportivas que se programó con antelación y esmero. Por otra parte, el tutor se identificaba con los deportistas del aula, contagiado, le gana la pasión de ser un protagonista más de este histórico certamen.      

Estos alumnos cursaban el tercer año “A”  todos con la candidez de 14 años, Marcelo Cerrate, Gil Gamarra, Edmundo Romero, Daniel Valderrama, Vides, Perching Vilchez y otros deportistas que no alcanzo a recordarlos. De estos colegiales barbilampiños, había uno de complexión delgada, de regular tamaño, que destacaba, a la vista de todos, en distintas disciplinas deportivas. Perching, siendo un infante, zamarro e inquieto, en cierta ocasión ganó el campeonato de tenis de mesa organizado por aquel entonces por SINAMOS. Derrotó a cuanto rival tenía al frente.


Más tarde, todavía un infante, ya jugaba el básquet junto con el director y los profesores del colegio. Al observar las condiciones innatas del joven deportista, un doctor, trujillano él, jefe de la Posta Medica, hoy Centro de Salud de Chiquian, le propuso alternar el equipo titular de básquet de su institución. Al jugar junto a su mentor, aprendió los secretos de este deporte cuando participaba en reñidos  eventos deportivos organizado por las diferentes instituciones públicas de Chiquian. Ahora, un adolecente,  naturalmente por su carácter de empedernido deportista, 3 semanas antes de la inauguración de las olimpiadas deportivas, en los ensayos, asumía la sensatez de enseñar a los compañeros, lo aprendido, los fundamentos, las técnicas y tácticas del básquet. 

El sólido compañerismo de los alumnos del tercer año “A” motivados por este evento deportivo, asediados por el fervor; en el transcurso de los días, antes del inicio del certamen oficial, confeccionaron, con esmero y paciencia, una hermosa banderola de color verde petróleo en cuyo fondo estaba dibujado la imagen portentosa del Águila con las alas extendidas, debajo del dibujo, un eslogan, elaborada con letra dorada, grande, y con arte, se leía: “Los Increíbles” Todo lo planificaron con suma minuciosidad. Esta banderola flameará entre las manos de los exaltados alumnos desde el comienzo de la olimpiada, dando aliento a los compañeros en cada encuentro disputado de este bello deporte, el basquetbol.

Las eliminatorias empezaron con las  aulas del mismo año, de tal modo que, las técnicas y tácticas aprendidas en el entrenamiento clandestino de cada fría mañana, daba el resultado esperado en los encuentros oficiales. Ganan a cuanto rival oponente, en este caso, a las 2 secciones “B” y “C”  del tercer año. Jugaron en forma sincronizada, en  orden y sobre todo con una actitud diferente que hasta ese entonces no se había visto jugar. Se desenvuelven con agudeza única dentro de aquel campo polvoriento. Llevan la pelota entre las piernas para sortear al rival. El estilo para encestar de manera precisa y elegante, salta y dan la impresión como que si por algunos segundos están suspendidos en el aire y al momento de descender lanzan el balón con la mano  derecha o la mano izquierda, desconcertando al rival. El patio colmado de expectantes alumnos regodea los ojos ante los pequeños gigantes del básquet que les maravillaban con lujosas y hábiles jugadas.

Luego de vencer a sus rivales, en disputados encuentros, comienza la final con el campeón de cada sección de cada año, reforzándose, éstos, con los mejores jugadores de las aulas que fueron eliminados. Esto sucedió con el tercer año “A” que se reforzó con los más sobresalientes  basquetbolistas de las aulas “B” y “C”  a ellos se les unió Raúl Márquez (Gringo) Andrés Vázquez (Lapsha)  Fidel Alva (Cashqui) y Gerardo Álvarez (Hueco) formando un equipo más compacto, fuerte y competitivo. Con jugadores versátiles  y adaptando sus roles. Cada uno de ellos destaca en los puestos que le correspondía dentro del campo. A partir de ahora, el equipo tiene a su principal pívot, Raúl Márquez; dos buenos pasadores de corta y larga distancia, Andrés Vásquez y Fidel Alva, y a dos extraordinarios  encestadores  y penetradores por debajo  del tablero de madera, Marcelo Cerrate y Perching Vilchez, compenetrándose con este sensacional y sorprendente equipo con Álvarez, Vides, Valderrama, Gamarra y Romero, prestos para reemplazar a uno de ellos en el momento oportuno, en cualquier instante del encuentro.  

 

El patio del colegio, los pasadizos y la pequeña colina, sirven de tribuna. La algarabía del alumnado es intensa. Las distintas banderolas flamean con vehemencia a través de las manos de los estudiantes de cada aula, encaramándose la banderola con el dibujo del águila y las letras doradas, “los Increíbles”. Dan ánimo, hurras a los aguerridos y pundonorosos jugadores que  dejan hasta el último esfuerzo con el único objetivo de clasificarse. Unos se quedaran en el camino de estas hermosas tardes de competencias deportivas. Otros  que ganan con mucho atrevimiento deportivo avanzaban en cada enzarzado encuentro, hasta llegar a la final. Es así, que los finalistas resultaron ser el tercer y quinto año

Los alumnos de las distintas secciones que fueron eliminados, se identifican con uno u otra aula. Colman todo el perímetro del patio para poder observar el emotivo final de esta memorable olimpiada deportiva. Celebran de esta manera un aniversario más del CCB. Con este apoyo incondicional y simpatía por tal o cual jugador que eran los protagonistas de aquel encuentro de básquet, esperado con impaciencia y nerviosismo por todo el alumnado, los docentes, así como también, la plana administrativa. Los asesores invitaban a los profesores a tomar sus respectivas ubicaciones de su simpatía. El corazón de unos, se inclinan por afecto con el tercer año y otros por el quinto. Detrás de las banderolas y junto a los alumnos contagiados por la emoción hacen hurras por la preferida sección. 

Los jugadores del tercer año, desde el inicio del encuentro, juegan sin complejos y en orden. Reflejan una mejor disposición dentro del campo. Los protagonistas, cada uno de ellos, desde sus puestos, demuestran su técnica y habilidad, producto del madrugador y esmerado entrenamiento. Cuando uno de los jugadores del tercer o quinto año logra encestar, profesores y alumnos vitorean y alientan por quienes sienten su preferencia. El equipo del tercer año, por su estatura, tiene como pívot a Raúl Marques. Con la impecable indumentaria deportiva, resalta, dentro de los diez jugadores, por la pierna blanca, delgada, larga y lampiña. Cuando disputaba la pelota  que rebotaba ya sea del aro o del propio tablero ganaba en la mayoría de las jugadas. Andrés y Fidel realizaban pases largos y precisos a sus aleros, perfectos lanzadores. Penetran por debajo del tablero hacen piruetas, efectúan de manera  acrobática el característico doble salto, se elevan por el espacio, logran encestar con certeza milimétrica en cada avance que realizan, Marcelo y Perching, este último, destaca por su finura, técnica y habilidad individual por la forma de llevar el balón con ambas manos y su cabeza erguida y encestar con suma elegancia y estilo propio, resultó ser el mejor deportista como encestador y jugador. 

En aquella olimpiada quedo como campeón el tercer año. Así mismo, sobre saliendo en la disciplina de las paralelas, el taburete, salto alto, Perching fue elegido como el mejor atleta de  estas inolvidables olimpiadas deportivas de aquel aniversario del CCB.

El Pichuychanca.      

Chiquian 5 de Junio 2016