Hay diversas versiones sobre la creación del telar. Unos señalan que fue creado, en el oriente, La China, otros arguyen que fue inventado en Mesopotamia, en el periodo monolítico y por último, algunos afirman que fue ingeniado por los originarios de Sudamérica, de modo específico en el Perú Ahí están cómo testimonio fehaciente del fino y extraordinario tejido con estilo y diseño propio de la cultura Pre Inca de Chavín de Huantar, Paracas, Nazca, Huari, etc. Conocimiento y arte que difundieron con esplendor en su debido momento, y perdurando hasta hoy en día.
El arte en la confección de tejidos artesanales comienza con la afanosa búsqueda y recolección de plantas nativas con cualidades tintóreas como el nogal, el eucalipto el molle, la cochinilla. Lavar la lana y luego hilarlo, que toma un cierto tiempo, se arman las madejas para luego teñirla en un recipiente con el agua hirviendo en el que se vierte la planta elegida. Una vez obtenido el deseado color de la lana, se cuelga en un cordel para el secado natural.
Desde las primeras horas del día, los tejedores, luego de apartar, con prudencia, los hilos, templar y recoger la urdiembre, se montan el telar y empiezan con el proceso del tejido que consiste en entrelazar los hilos colocados de modo horizontal de la trama con los hilos verticales de la urdiembre. En el telar de pedal se requiere una técnica y coordinación única. No hay mejor manera de describir lo que ocurre cuando entre los pies, del tejedor, que maneja los pedales con los que va separando, con suma habilidad, los hilos de la urdiembre y las manos, raudas y lívidas, que van tejiendo la trama y peinando el tejido para lograr una tela compacta con estupendos diseños. Urdiembre y trama, armónicamente, cruzan sus caminos en el telar que desprenden diversos tipos de sonido.
En los telares artesanales; se puede observar los colores, formas y diseños de finos ponchos, gruesas frazadas y atractivos mantos. Cuando tenemos contacto con las telas confeccionadas y lo escudriñamos, quedamos colmados de admiración por la pericia de los nobles tejedores. Avizorar el movimiento corpóreo y encarnado en el cuerpo, las manos y la respiración del tejedor, entendiendo la cultura material e inmaterial de lo que producen y significan, todo eso lo aprehendemos de los telares, de los laboriosos tejedores y de su mundo que lo rodea.
Dice un viejo refrán castellano “No se rompe el hilo por delgado sino por fino y mal hilado”
Cuando se asomaba la clara alborada y apenas se oía el canto clamoroso del gallo de cola crispada, los solícitos y versados tejedores, con optimismo, se lanzan a laborar en los resonantes telares. Uno de los primeros confeccionistas en el tejido artesanal fue Benito Moreno Varela cuyo taller construido por el mismo con altísimo esfuerzo, aplicación y entereza, estaba ubicado en el Jr. Bolívar. En aquel telar artesanal, laborando con ahínco y admirable responsabilidad, a la medida que avanzaba en el laborioso tejido, envolvía su ser de satisfacción, cuando sus ojos redondos y negros veía con tal encanto en el momento que emergía el estupendo esbozo del poncho o la frazada de matizado y vivo color gracias a la colaboración de su esposa, Dominga Castillo, encargada de elaborar, con paciencia y pericia, el teñido de los hilos. En sus confecciones se podía apreciar coloridos bosquejos alusivos a la flora y fauna de los diferentes distritos de la provincia cobrando notoriedad en todo el departamento de Ancash.
Por las bucólicas calles, a partir de la hermosa alborada y en la cercanía del ocaso del sol, sus postreros destellos pintando las albinas cimas de la inmutable Cordillera, era un hábito ver a los vivos infantes, correr de un lugar a otro, a los embelesados mancebos, caminar con distinción, a los adultos, con pasos seguros y estilo propio, a los ancianos, con andar cansino auxiliado del bastón, todos ellos ataviados con el típico y cabal poncho, pendiendo en heterogéneos hombros. El gabán de color marrón entero; al centro y al costado, a la altura de los codos, resalta delgadas líneas verticales matizadas de color crema, negro y marrón. Esta decorosa pieza de vestir forma parte del vestuario inconfundible del pueblo. A este vestuario acompaña la bufanda, de preferencia color blanco y un sombrero de paño o de paja de copa mediana y alas del mismo tamaño. Dentro de los miles de pobladores a algunos les fascina colocarse con el estilo y acreditado sombrero a la pedrada.
En este maravilloso arte del tejido en los dechados y llamativos telares, sigue los pasos Cesáreo Minaya, su telar estaba ubicado en el Jr. Tarapacá en el barrio de Jircán. Desde el alba, cuando el cielo azulino, arrebujado de nubes pardas y desmelenadas, se desplazan gracias al viento suave y fresco, Martina, su esposa, presurosa embobina las madejas de hilos para facilitar el urdido, de esta manera, tener la misma longitud para la urdiembre, así como también preparar la distribución del pre peine, el enrollado, el remetido por lizos, el remetido por peine, el atado y la tensión de la urdiembre y finalmente la armadura, todo un trabajo de arte, técnica, paciencia y sabiduría con el fin de elaborar el magnífico modelo de una frazada o un poncho, este último, se usará no solo para el diario, sino también como parte del distintivo atuendo de los funcionarios en la tradicional fiesta patronal de Santa Rosa de Lima, patrona de Chiquian y San Francisco de Asís.
Otro destacado tejedor fue Don Marcos Minaya, hombre de estatura mediana, bonachón y querendón, de tez blanca y ojos verdes. Su taller estaba ubicado próximo de la tribuna norte del anacrónico estadio de Jircán. Rompiendo el clásico color del poncho Chiquiano, con mucha espontaneidad, propio de su carácter, entrelazó un poncho de matiz negro denominado mil rayas. Heredado por el nieto, el canta autor, Amado Balarezo Minaya. Cada vez que visita Chiquian con motivo de la fiesta patronal de Santa Rosa de Lima patrona de Chiquian, anda por las calles angostas, con cierto orgullo, con razón y bien merecido con aquel singular poncho, continuando con el tradicional vestuario del pueblo añorado.
Allá, en la década del 70, entusiastas y laboriosas damas de la Asociación de Madres de la Parroquia de Chiquian, exportan finas y valoradas prendas de vestir a Europa, de preferencia a Suiza. Entre estas prendas figuraba nuestro distinguido y apreciado poncho, elaborados en bullangueros talleres de los conspicuos tejedores como Joaquín Aguirre, Simeón Palacios, la familia Castillo, los hermanos Chávez, Chilaco, Víctor Garro y otros que la memoria ingrata no me permite recordar.
No se debe olvidar, en ninguna circunstancia, la activa, constante y eficiente participación de la afanosa esposa junto a su noble y perito esposo, célebres tejedores, en la consagrada confección de diversas prendas como el solicitado poncho y la colorida frazada.
La madrugada esta silenciosa y calmada, me acompaña solo mis pensamientos y recuerdos sobre los telares de mi pueblo…observo una relación estrecha y sincera entre el comprador y el tejedor, respeto al medio ambiente, compromiso social, desarrollo humano… Porque escrito está… en estas dos frases… y el siguiente poema
“…porque es necesario que cada pueblo preserve su cultura, su arte, su historia…”
Hermanarte (arte y cultura sin fronteras)
“El que trabaja con sus manos es un trabajador manual; el que lo hace con sus manos y su cabeza es un artesano; pero el que lo hace con manos, cabeza y corazón es un artista”
Louis Micer
Poema dedicado al telar de cintura desde el Estado de Guerrero, México.
Quisiera ser algodón Que me pintes de colores
para estar entre tu manos para decorar tus flores
deshilarme entre tus dedos y luego como un telar
mientras te robo un te quiero. abrazarme a tu cintura,
y ahí, quedarme dormido
disfrutando de tu ternura.
Escrito por Héctor Onofre
Estado de Guerrero, México.
Concluyo: Tejer es un arte, un don. El orfebre, el artesano y el tejedor de mi pueblo son geniales artistas.
El Pichuychanca.
Chiquian 27 de mayo 2016
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