
Tejados que perduran, ante el nevado.
A Lenin.

El Pichuychanca.
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Tejados que perduran, ante el nevado. |
Hermoso panorama de Chiquian. |
Con el corazón desierto,
con indiferencia inaudita,
luego de haber culminado
los estudios de secundaria,
sin apreciar lo inconfundible
que era la villa dorada, lejano
y sin darme cuenta, desfilaron
veloces treinta años de mi vida.
Para volver a hermanarme
con la sosegada calle,
con el solariego camino,
con el verde campo
hollado
en mi infancia,
en la adolescencia después.
Reencontrarme
con los entrañables amigos,
con lo más íntimo y sagrado
de la patria chica amada,
resignado, he esperado
con la llama latiendo en mi pecho
treinta y un años de mi vida.
Revivido y dichoso, ando
por decorosas plazuelas,
por mesuradas calzadas,
por encantadas periferias
de la añorada cuna.
Y al contemplar emocionado
el hechizo del panorama atípico
con las ventanas de mi alma otoñal,
humedecido por el frio roció,
es como si lo viera... ¡por vez primera!
El Pichuychanca.
Chiquian, Caminando por las calles, la plaza sus periferias y caminos, octubre 2021
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El Torreón, captado de la falda del cerro |
A una corta distancia, aún sin verlo, oímos amenazantes ladridos de un perro. Al avanzar unos cuantos pasos más y advirtiendo nuestra presencia, el canino ladró con más ímpetu. Ya, frente a nosotros, con el fin de calmar su agresividad y a la vez conquistar su confianza, Juan, desprendió la mochila que pendía de sus anchos hombros, de esta prenda, extrajo una parte del fiambre que traía. En seguida, le invitó el pan untado con el queso fresco, arrojándole pedazo por pedazo cayendo cerca al chucho.
Al mostrarle nuestra amistad y llamar su atención con cariño, el simpático chucho, moviendo la cola peluda, se acercó a mi lado con familiaridad, oportunidad para acariciarlo y percibir que le producía una sensación de calma y placidez.
Momentos después, en plena ladera, nos refugiamos debajo de las frondosas y suculentas hojas de la planta silvestre, conocido como la achupalla. Debajo de esta planta medicinal nos pusimos a honrar los benévolos atributos de la Pachamama —la diosa de la tierra, la que concibe la vida, la madre protectora que protege, nutre y sustenta a los seres humanos y a toda entidad viviente— con la sagrada hoja verde, la coca, el cigarro sin filtro y una copa de pisco, a manera de cómo le ofrecían los hombres, originarios y sabios, de estos históricos y misteriosos lares.
Mientras tanto, así, como desde la casa, cuando abrimos poco a poco la cortina del cuarto con el propósito de ver el alba y el jardín florido, de manera similar, la niebla blanquecina se dispersaba con lentitud con el fin de que nos permitiera contemplar con asombro, desde más o menos 4000 msnm, el hermoso terruño enclavado, ¡ahí!, en la profundidad de entre los cerros y nevados insondables.
En la lejanía, logramos observar, detrás de una casa, solitaria, rodeado de corrales, una edificación en la forma de una torre hecho a base de piedras labradas. Acordando ir, luego de haber conocido el mudo y misterioso cerro.
Cuando nos disponíamos a explorar la cumbre, desde lo alto, vimos salir de la vivienda a una mujer de una indeterminada edad, abrigada con el pañalón color negro y sobre la cabeza puesta el sombrero típico de la zona. Parecía venir directo a nuestro encuentro, sin embargo, tomó una de las tantas bifurcaciones del camino principal y se marchó por la ceja del cerro, debajo de nosotros, desapareciendo de nuestra vista. Luego de la gratitud y ofrenda a la Madre-tierra, escalamos la tortuosa falda con paso pausado llegando a la cima del cerro. Nuestra sorpresa fue toparnos con una profunda quebrada. Las nubes cubrían a la Cordillera de Huayhuash. De pronto, en la profundidad del barranco, avistamos de nuevo a la mujer, dirigiéndose a paso ligero, por un camino angosto, quien sabe adónde.
Torre Pata además de ser un cerro mítico, guarda interesantes vestigios arqueológicos. Los maestros, especializados en el curso de historia, deberían de venir, obligados, a este lugar junto con sus alumnos con el objetivo de conocer y estudiar su propia realidad, su identidad. Este hermoso paraje es un balcón sin par desde donde se puede apreciar con admiración y en casi su totalidad a la sensacional Cordillera de Huayhuash. Todo el atractivo e impresionante valle de Aynin. Los sobresalientes nevados de Tucu y de la Pampa de Lampas. Distinguir la cima circular de Capilla Punta con los dos recintos sagrados, del sol y el de la luna. Y por último, contemplar suavemente y sin prisa lo bello que es la patria chica. Visitar esta apartada y sugestiva demarcación es una maravilla.
Descendiendo del pico del hasta ahora indescifrable cerro, nuestra inquietud, como el de un niño retozón deseando conocer, a como dé lugar, lo desconocido, con paso circunspecto y sin perder el tiempo, tomando fotos, paso a paso nos acercábamos al Torreón. Llegamos a la casa, de donde le vimos salir momentos antes a la señora. Dante, llamó a todo pulmón si había alguien más:
—¡Señora-a-a! —Al no obtener respuesta, volvió a llamar con voz aún más potente:
—¡Amigo-o-o! ¡amigo-o-o! —Alrededor nuestro y de la vivienda, oímos tan solo al eco respondón, luego un absoluto silencio.
Por un instante perdimos la esperanza de conocer de cerca el remoto Torreón que estaba al otro extremo de la impenetrable vivienda de este lejano y despoblado paraje. Dante, desanimado, habló:
—¡Vámonos! Los dueños no están.
Meditando por un instante y viendo con detenimiento los declives del cerro, descubrimos antiguos muros de piedra que nos llamó la atención, y a los tres, nos animó a continuar con nuestro viaje de errantes turistas por los rededores de los corrales inaccesibles y de la silenciosa casa. Trepando la áspera falda del cerro, de entre la cumbre, de pronto, se presentó el cóndor —en la mitología incaica esta ave representa el mundo visible de arriba, el Hanan Pacha— con su majestuoso vuelo. Dando vueltas y vueltas sobre nosotros poco a poco se alejaba hasta perderse de nuestra atenta mirada.
Desanimados, en medio del sepulcral silencio, ya nos hallábamos, en el otro extremo de la ceja del cerro por donde habíamos llegado. A pesar de ello, desde este lugar, para desahogar nuestra pena, encandilados, disfrutábamos del bello panorama del terruño, olvidando por un instante nuestra meta, el sueño de conocer el torreón. Este encanto que posee nuestro distrito, quizás sea el único que se mantiene de pié, intacto y resistiendo a los embates del feroz tiempo. Sin embargo, por la indolencia, el escaso interés de las autoridades así como también de parte de la población en general por preservar estos vestigios arqueológicos, está al alcance de la naturaleza y de las mismas personas de su destrucción total y expuesta a su pronta desaparición.
Descendiendo por las abruptas faldas del cerro, Dante, que iba adelante, con prisa, habitual en él, encontró el camino principal. Deteniendo sus pasos en seco, y con suma atención, observa a su alrededor para decidir, entre los tres, nuestro infeliz retorno.
Por ventura, instantes después, un muchacho se acercaba a paso ligero, llevando un par de porongos vacíos de leche. Para nuestra sorpresa, era el joven que hace unas horas atrás, a la 6 de la mañana, nos había alcanzado en nuestro pausado andar por el tortuoso e inclinado camino, también, venía de Chiquian. Nos saludó con unos buenos días y pasó raudo llevando sobre sus lozanos hombros las planchas de calamina. Calamina para proteger la casa de la aún persistente lluvia.
Yo, mientras captaba, desde las laderas del cerro, algunas imágenes del hermoso paisaje del terruño y más allá, Juan, sentado, meditando quien sabe que, y ubicados a una distancia poco más o menos a unos 70, 80 metros de Dante que platicaba con suma amistad con el muchacho como si se conocieran de antes, de pronto oigo su voz estentórea:
—¡Bajen, rápido, nos va a llevar al torreón! —al escuchar la buena noticia, de inmediato, guardé el celular, Juan dejo de meditar y nos encaminamos, casi corriendo, tras de ellos por el angosto y húmedo camino, al pie de la falda del cerro, colmado de aromas de bosta y huellas de pezuñas de vaca.
Al fin y al cabo de una larga caminata de chiquian a este desconocido pero importante lugar, llegamos a la entrada principal ubicados entre la pendiente abrupta, por el lado izquierdo, y una columna de piedras, al lado derecho. Al fondo, sobre la extendida planicie, se hallaba la casa campestre rodeada de varios corrales divididos por pircas bien conservadas. Al caminar más adelante, sobre la grama cubierto de roció y percibiendo la fragancia de las plantas silvestres, al girar la mirada por la diestra, al extremo de una circular y mediana explanada, finalmente nos topamos con la obra de la civilización pre inca, inca, casi incólume, el torreón. La alegría fue mayor al estar junto a esta estupenda construcción, hecho por nuestros loables antepasados.
Luego de haber fisgoneado, con minuciosidad, todo el interior y exterior del torreón, meditaba con pena e impotencia por la ausencia del interés de salvaguardar esta reliquia histórica, hoy, copado por la yerba agreste.
Al retornar, caminaba con pasos pausados. Me despedí del joven en el momento que estaba, en uno de los corrales, apartando el becerro de la vaca, y aproveché para preguntarle con voz de agradecimiento:
—¿Cómo te llamas?
—Yonel, me llamo Yonel
—Muchas gracias Yonel, por tu amable hospitalidad, ¡ah!, tienes trabajo en el torreón, si puedes, date un tiempo para limpiarlo de las malas yerbas. —le dije en broma.
—Sí, sí, eso estaba pensando, lo voy a limpiar.
—Urgente necesita una limpieza total. —le respondí y de nuevo me despedí.
Ya cerca de la salida y detrás de mí, escuché su voz aguda, empujado por el suave viento.
—¡Amigo-o-o! —al tornar la mirada ya estaba de frente a mí, ofreciéndome su producto:
—¿No desea un molde de queso? —Sorprendido de tanta amabilidad, no supe que decir.
—Mmm, no te molestes, venimos de paseo... —sin dejarme de terminar de hablar, dijo:
—No, no se preocupe, ahora mismo voy. —Mientras el bondadoso muchacho iba por el alimento ofrecido, yo, llamaba con voz palpitante a Dante y a Juan que se habían adelantado. Juan se presentó, Dante se quedó esperándonos.
Del fondo de la casa, el muchacho volvía a toda prisa trayendo entre sus manos el molde de queso.
—¿Por favor —le dije —puedes partirlo en tres partes? —fue por el cuchillo, momentos después lo partió. Y en recompensa a su generosidad, como en los tiempos del trueque, le ofrecimos nuestro fiambre.
El Pichuychanca.
Chiquian, Torre Pata, 3 de febrero 2022
Aquí algunas fotos más de nuestro periplo por el inhospitalario cerro de Torre Pata. No obstante, guarda muchas reliquias de nuestros antepasados.
Dante, Contemplando el panorama del terruño |
Desde el fascinante cerro de Torre Pata se puede observar el perfil del cerro circular de Capilla Punta y en su cumbre los dos recintos sagrados, del sol y el de la luna. |
Chiquian, incrustado entre cerros y nevados enigmáticos, y el hermoso valle de Aynin. |
Contemplando el hermoso paisaje del Terruño. Foto cortesía de Dante Aldave. |
Nuestra primera vista del Torreón, aproximadamente a 300 metros de distancia. |
Por fin, junto al hermoso Torreón que indemne se yergue a través del inexorable tiempo. |
Vista panorámica desde la entrada al Torreón |
Despidiendonos del Torreón, retorno al terruño. |
El Pichuychanca.
Chiquian, Torre Pata, 3 de febrero 2022
Aquí mas fotos de nuestra segunda visita, en el mes de noviembre 2022, al Torreón de Torre Pata.
Cordillera de Huayhuash, visto desde la cumbre de Torre Pata |
El terruño, enclavado entre nevados, cerros y el Valle de Aynin. Visto desde la cumbre de Torre Pata |
Caminando, caminando y contemplando los sobrecogedores paisajes del terruño. |
Ya descendiendo de una de las cumbres, mi espíritu se regodea de emocion al contemplar el 2do nevado más alto del Perú |
El Torreón. Visto desde las faldas muy inclinadas del cerro de Torre Pata. |
en nuestro regreso, esta vez con direccion a Capilla Punta, en el camino nos topamos con este antiguo muro abandonado |
Chiquian, foto captada antes de llegar mas arriba de la Cascada de Putu. |
Hombre místico, haber si lo notan. |
Hombre de pié, en la entrada de una caverna, parece estar meditando al costado de la cascada y observado por atenta mirada de su discípulo. |