Lindo amanecer en Chiquian.
Yo, hombre mortal
Los prados bañados de rocío,
bajo el ojo albo
del vasto cielo prieto,
la agitada, entumecida brisa
mi requemado rostro acaricia.
Sin prisa, antes que el sol mane,
por velados senderos errando voy
derrotero a los floridos oteros
al encuentro de mis cavilaciones
con la eterna seductora alborada.
Del invierno yerto
a la primavera dulce,
del verano ardiente
al otoño templado,
de entre elevados altozanos,
de entre plateadas cordilleras,
nace la aurora inmortal
cual neonato amado
del oval vientre
de indómita madre, mortal.
Yo, en este trance,
un hombre mortal,
un micro organismo
de entre millones de seres vivos
de este infalible universo,
mis fatigados pasos contengo
bajo la insólita penumbra de un recodo
del mustio y solariego sendero.
Sobre piedra pretérita sentado,
reposo pensativo.
Contemplando el cielo infinito,
todavía en noche clara,
a trémulas perlas advierto
extinguirse lentamente,
como aquí, en la Madre Tierra,
en algún lugar ignoto,
el sigiloso más allá
está tocando la puerta
a un ser querido, mortal.
Aflora el luminoso sol
lanzando hilos dorados
sobre la fértil entraña
de la Madre-tierra.
Aportando a mano abierta
su eterna energía,
origina múltiples géneros de vida
cual padres bienaventurados
que engendran a tan deseado
y esperado primogénito.
Para éste, neonato mortal,
luego de nueve meses de gestación,
cautivo en la cerrazón
del vientre de fausta madre,
por la fuerza del destino,
colmado de enormes vicisitudes,
irá a descubrir
nuevas formas de existencia
cómo el de sus progenitores...
¡mortales!
El Pichuychanca.
Chiquian, Camino a Capilla Punta, octubre 2019
No hay comentarios.:
Publicar un comentario