lunes, 30 de septiembre de 2019

Primeras luces en Chiquian.

Hermosa alborada. Chiquian.
Las madrugadas en la tierra natal son cruelmente frígidas. Sobreponiéndome a las vicisitudes del tiempo, sereno, marcho por los caminos, sombríos y misteriosos. 

Ya me encuentro avistando la excelsa alborada. Los primeros trinos de las madrugadoras avecillas hacen coro junto a la compañera de mis andanzas, la cámara, que ya emite los pitidos captando las siguientes vistas, claro, de modo aficionado pero con sobresaltada expectativa de que les agrade. ¿Me acompañan?























El Pichuychanca
Chiquian, Chicchog y Parientana, setiembre 2019

jueves, 26 de septiembre de 2019

Leyenda de Pisana María, oído en Capilla Punta


El despertador del celular tañe ruidoso e interrumpe mi apacible y profundo sueño, son las 4 de la mañana. Ya de pie, echo el agua en la tetera y en seguida lo coloco sobre la hornilla de la cocina, espero que hierva. Mientras tanto, en la mochila guardo y ordeno el fiambre preparado la noche anterior. Agarro un manojo de la aromática yerba de muña y lo vierto en el agua hervida, luego de uno minutos lo deposito en el duradero termo.       

Con la linterna en la mano y la mochila sobre mi espalda me encarrilo, por segunda vez, a la cima del atractivo cerro de Capilla Punta, generoso paraje que guarda desde hace siglos ignotas reliquias de nuestros antepasados. 

En vista de que el amigo Juan Garro no llegaba al lugar citado, La Plaza Mayor, a la hora convenida, resolví marchar solo. Cuando en mi andanza por la quieta calle Dos de Mayo percibía el abrupto ulular del gélido viento que azotaba  mi cuerpo, de repente, me tropecé con el  madrugador y andariego Toffe, junto a una jauría, husmeando por la ceñida vereda de cemento. El menudo chucho, que nos acompañó en el mes de febrero, a Perching y a mí, en nuestra correría mañanera rumbo a la escondida cascada de Usgor, le llamé: —¡Toffe!, —éste, alza las menudas orejas y gira la cabeza, me mira por varios segundos con los ojos calor caramelo que resplandecen reflejado por la luz ambarina ubicado en la cima del poste. Me reconoce y menea su corta cola y emprende a dar brincos, de alegría, a mí alrededor. Agitado, a manera de saludo, coloca sus frígidas patitas sobre mis aún tenaces y heladas rodillas, de nuevo, decide seguirme en esta aventura. 

Empezamos a caminar por el sendero empedrado que conduce al cerro de Huancar. Diez minutos después, marco al celular de Juan y me responde que recién está saliendo de su casa. Resuelvo  continuar con el viaje. A mi espalda, el pueblo está cada vez más distante. De tramo en tramo realizo un descanso. En la extendida andanza, extenuado, me animo a volver la mirada hacia el pueblo, ésta, aún duerme con total quietud.   

En la calle desierta, iluminada por el foco de luz fatigada, el absoluto silente de la madrugada causa placidez en mis 5 sentidos; escucho el dócil susurro de la copa tupida de la arboleda, el canto de los noctámbulos grillos, el trino matutino de las aves. La brisa mañanera roza ni rostro cetrino que empieza a curtirse por el frio. Percibo la fragancia, arrastrado por el aire, de plantas silvestres apostado en la orilla del camino,. Miro hacia el cielo oscuro adornado de estrellas que abraza la cima del piramidal cerro de Yauca Punta, hermano mellizo de Capilla Punta. Ambos cerros se ven frente a frente, desde antiguo atesoran construcciones y vestigios insospechados. Más allá a la derecha, en el confín, encima de la Cordillera de Huayhuash, apacible, se asoma la mágica aurora. 


Bajo mis pasos agotados crujen las menudas piedras y hojas violáceas de la floresta, desperdigadas en el pétreo suelo del empinado sendero. Entre tanto, Toffe, olisquea los rincones del enrevesado camino. Atravieso la falda del cerro de Jaracoto por el camino ceñido. Aún oscuro y confundido, me tropecé con una bifurcación que no tenía salida. Entre minúsculos aniegos, retorné con el fin de continuar por la senda correcta. Alcanzo el final del cerro y el comienzo de otro, cuya quebrada lo dividía el riachuelo rumoroso 

Ya me encuentro al otro bando del riachuelo con Toffe a mi lado. El chucho fatigado, resopla con la rojiza lengua fuera de la boca. Descansa, arrimado, al borde del camino y debajo de la penca, crecido sobre la montaraz pirca. De pronto en la ceja opuesta, emerge la luz luminosa de una linterna, que  llama mi atención. De nuevo me comunico por el celular con Juan. Me responde que era él, que caminaba por aquel lugar. Prendo la linterna como señal, con el fin de llegar al lugar exacto donde le esperaba. Cuando llegó, ya no era de noche tampoco de día. En aquella exuberante hondonada, el suave arrullo del riachuelo es música para el oído y es una maravilla ver el repentino albor de un nuevo día.

Reanudamos nuestra peripecia. Tomamos el camino, bañado de rusticas plantas, que va por la vertiente de tánas. Abordamos la planicie de Hullalpampa, pasamos por senderos perdidos con el objetivo de llegar a nuestro destino, la cima del cerro de Capilla Punta. Por un momento, una vez más, nos extraviamos. Desde una colina a unos 300 metros, cuesta arriba, alguien nos vigilaba. De pronto, oímos su voz desgañitada que hasta el tempranero eco respondió:    

—¡A donde se dirigen! —de inmediato, giramos la mirada en dirección de la silueta humana, Juan, expresó: 

—¡A Capilla Punta!                                                    

—¡Sigan el camino que está a la mano izquierda!

Aliviados, le dimos las gracias, Proseguimos nuestro viaje entre vizcaínas, chamizas y plantas todavía frondosas que cubrían el camino de orilla a orilla. Los arbustos dificultaba el acceso a nuestra meta. En el trayecto, con desconsuelo, volví a ver los antiguos muros de piedra, ocultos y abrigados de compactas plantas pedestres. Era las 6 de la mañana cuando arribamos al  recinto intangible de Capilla Punta.


El viento helado aúlla. De este fascinante lugar se puede ver, al frente, al arcano nevado de Tucu y a la derecha la cumbre de los sucesivos cerros, entre ellos, lejano, el desguarnecido Yauca Punta. Ante mis ojos, se presenta el llamativo nevado del Yerupaja, posado al centro de la cadena de nevados de la imponente Cordillera de Huayhuash. A medida que me acerco al borde del recinto, poco a poco,  aprecio en toda su magnitud el excelente valle de Aynin y el río caudaloso, en tiempos de lluvia. De pronto, ahí abajo, en la profundidad, rodeado de vertientes, quebradas, cascadas y colinas está asentado sobre una meseta, desde tiempos remotos, mi patria chica amada, Chiquian. 

Arrellanados en el límite del espacio circular y en un lugar cómodo, con solicitud y ávido a la vez, extraía el fiambre de la mochila. El golpe del viento matutino, los rayos dorados del sol desplomándose sobre el cuerpo aterido, contemplando, absorto, el bello paisaje, y cuando disfrutábamos del exquisito desayuno, de súbito, a nuestra espalda escuchamos una voz despepitada, preguntando:

—¿De quién es este guante? —Sorprendidos, al instante viramos nuestra mirada de dónde salió la voz masculina y nos tropezamos con la imagen de un hombre, detenido en la otra orilla del recinto por donde ingresamos, ataviado con el sombrero de paño que enfundaba su ovalada cabeza y protegía su rostro terroso de los rayos del sol, sobre el recio hombro pendía una chaqueta de percal y el pantalón buzo de lana arremangado hasta la altura de las rodillas, notándose sus resistentes pantorrillas y en ambos pies rugosos, las ojotas. El guante marrón entre sus dedos encallecidos se mecía provocado por el viento blando de la mañana. Al reconocer aquella prenda, le confesé: —Ese guante es mío —Entonces se echó a caminar hacia a mí y me lo devolvió, al mismo tiempo que me aconsejaba y explicaba que, no era buen augurio perder las prendas en el apu. Pasmado, quedé en silencio.  

Le invitamos a compartir el desayuno, oportunidad de preguntarle cómo se llamaba,  risueño, respondido: —Me llamo Miguel Ramírez Ocaña —La mañana transcurría en paz y en silencio. En el recinto intangible de Capilla Punta, nubes ariscas duermen sobre la cumbre, interponiéndose a los rayos encarnados del sol, que empezaba a resplandecer desde el horizonte. Miguel, revela que se dedica a la ganadería y la agricultura. Nuestra tertulia, como si nos hubiéramos conocido hace tiempo, se volvía cada vez más relevante. Se mostraba como un individuo muy informado acerca de los sucesos históricos de nuestra región. Uno de los tantos temas que expuso y el que más suscitó mi atención fue el legendario cuento de Pisana María. Cuento que recuerdo haber oído en la infancia, de modo estrecho y  escaso de detalles. Interesado por esta descripción quimérica, siendo un símbolo y parte de la historia de Matara y de Chiquian, sentí deseos de escuchar esta leyenda, de los labios de este hombre sencillo, entonces, en su momento, presté oído a  su relato que sigue remontándose desde hace 3 siglos atrás. Rodeados del imponderable paisaje, el viento que ruge de vez en cuando, Miguel se incorpora como si procediera a dar una clase, nosotros sentados, esperábamos oír ansioso, la narración de la inmemorial leyenda:


“Desde tiempos remotos, en Matara, palabra quechua que traducido al español significa, —lugar donde crece copiosa yerba—, habitaban personas audaces y  laboriosas dedicado al arte de la orfebrería, artesanía, a la agricultura e ingeniería. Como prueba de ello, aún subsisten extraordinarias fortalezas, canales y templos. Luego de varios años de resistencia, fueron conquistados por el Imperio Incaico, se supone que fue a partir del periodo de Capac Yupanqui. En este paraje, se yergue presumida, por su belleza, la Flor de la Cantuta con una decena de estupendos tonos. Los Incas al verlo, quedaron prendados por la existencia de esta singular flor. De ahí, en adelante, también se le conocerá como la Flor Sagrada de los Incas o, La flor Nacional

 Miguel, empezó a relatar esta fábula con voz cascada y en tono enfático, a la vez que se reproducía ante mí el estrépito del viento, en cuya cumbre de Capilla Punta, empezaba a  sucumbir los potentes rayos del sol…Continuó: 

“Para ese entonces, los frailes franciscanos llegaron a Matara y, con el tiempo, se construyó la iglesia cristiana católica, hoy Provincia de Bolognesi. La administración de la iglesia era conducida por un irascible cura de la misma orden franciscana, posteriormente por los dominicos. Como consecuencia del sincretismo religioso, entre lo andino; con los apus e idolatrías al sol, la luna y la lluvia y, el occidental con el culto a imágenes y términos abstractos como dios, ángel, diablo etc., surge como primer patrón, San Francisco de Asís, luego será Santa Rosa de Lima, la patrona de Chiquian.  

La encargada del amparo y limpieza del templo católico, era una virginal moza de 15 años de edad, llamada María, natural de Matara. María, puntual y comprometida con su tarea, apenas amanecía, con el cuerpo trepidante espoleada por el frio inclemente, presurosa, acudía a barrer la parte interior y exterior de la casa de recogimiento, la iglesia. Agotada, por un instante suspendía su trabajo y reposaba en la entrada principal. Las personas que franqueaban el santuario, a Maria, siempre le veían provista de la escoba (pisana, en quechua)  entre sus macilentas y laboriosas manos. Frente al Altar Mayor, hincándose sobre el piso empedrado, se santiguaba con entera veneración. Luego, con indiscutible  temor, que hasta su púber corazón palpitaba veloz, se acercaba a los iconos de mirada penetrante,  ubicado en el pedestal. La cándida adolecente se imaginaba que la vigilaban con celo. Con su pequeña y fina mano, temblorosa, con sumo miramiento y prontitud, sustituía el respectivo vestuario de la imagen. A María le atraía, desde hace tiempo, el brillante y precioso anillo dorado que fulguraba, inmóvil, en el dedo anular, delgado y frio, de la Virgen de la Asunción.


El tiempo viaja sin prisa. Llega, como cada año, el mes de agosto y con ello la temporada de los fuertes vientos, tornados y ventarrones. Por coincidencia, la peste de la viruela negra, trasladado desde el continente europeo, por los españoles, comienza a propalarse de nuevo por toda la región.

En Agosto, son las festividades de la Virgen de la Asunción. María, la agraciada doncella, como todos los días, apresurada llega a la iglesia. Luego de concluir la faena cotidiana se dispone a engalanar la hermosa imagen de la Virgen. Embelesada y minuciosa, ve una y otra vez el sereno rostro y el ostentoso encaje. En esta coyuntura, se da cuenta de un detalle, el anillo se encuentra, para su asombro, nebuloso. María, angustiada, despabilada, comienza a refregar la sortija para dotarle de un llamativo brillo. En esta escena, ocurre un incidente fortuito y fatal. El firme dedo anular, gruñe, desde la base de la mano, y termina por quebrarse por completo, quedando suspendido en el aire. María, estupefacta, no sabía qué hacer. Atormentada, con lágrimas que se desmoronan de sus ojos pardos, camina ligero frente a la Virgen, luego, desesperada corre por la sede central y al llegar al portón encuentra la escoba, su utensilio de trabajo. Se apoya sobre ella… apesadumbrada y con infinita impotencia.          

Es el día de la Virgen de la Asunción. Los pobladores evangelizados de Matara se alistan con el propósito de asistir a la iglesia. Mientras tanto, el cura… luego de haber inspeccionado todo el recinto y haber encontrado en perfecto orden, se acerca a la imagen de la Virgen con el fin de prestarle su reverencia y la contempla ensimismado. De pronto se queda pasmado…helado y con la boca abierta al ver el dedo anular mutilado, sin el anillo. De inmediato, pensó que habían profanado a la Virgen y a la Iglesia de Cristo, exasperado, corrió de tal manera que la sotana marrón flameaba cual estandarte, Llegó a la puerta y vio a la muchedumbre de fieles que se acercaba a la iglesia. María sobrecogida con el rostro desencajado y los cabellos desgreñados, ocultada, caminaba por el costado de la iglesia. El iracundo cura, levanta los brazos, frunce el entrecejo, con rostro escarlata, vocifera y lanza a diestra y siniestra mil maldiciones sobre el pueblo. En su imprecación anunciaba que el pueblo de Matara desaparecerá con la  peste y los aires huracanados por haber deshonrado a la Virgen y la iglesia de Dios. Al escuchar estas condenaciones por la  boca del furibundo cura, el gentío se horrorizó aún más porque en ese instante, lejano, comenzó a asechar un inmenso ventarrón de polvo. Entre tanto, la doncella María, enmudecida y escondida, se sentía extraordinariamente culpable de todo este absurdo contratiempo. El viento huracanado levanta y lleva todo objeto que encuentra a su paso. María, aterrorizada, rauda sale de su escondite con la escoba en la mano, entonces, el pelotón de gente al verla desaliñada e irreconocible, entra en pánico y la señalan como la autora de la profanación y la peste, vociferan: —¡Fue ella! ¡Fue ella!  ¡Fue Pisana María! —Más Pisana María, ya se encuentra corriendo desesperada y aturdida, delante del ventarrón de polvo (shucucuy en quechua) temiendo que la capturen, la aporreen y la condenen a la horca. Cruza vertientes, pircas y quebradas que a la gente en su confusión y el temor por las maldiciones del cura, les parece que está surcando por los aires dejando a su paso la peste para ir a esfumarse de los ojos espantados de los fieles matarinos.

El Pichuychanca

Chiquian, Capilla Punta. Junio 2019.



martes, 10 de septiembre de 2019

Elegía quechua anónima.


Flor de la cantuta


Elegía quechua anónima.

Thukuruyanñan sirkkaykipi
 Yawarniyki;
  Qhoqayarinñan ñawiykipi
   Rikuyniyki;
    Ancha qoullur lliphlliynillanpi
     Qhawayniyki.

Se ha acabado ya en tus venas
 La sangre;
  Se ha apagado en tus ojos
   La luz;
    En el fondo de la más intensa estrella
     Tu mirar.

      Apu Inka Atawlpanam.
       Elegía quechua anónima.

        Traducido, José María Arguedas 1955.
       
          El Pichuychanca.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Mes de mayo, hermoso panorama de mi tierra natal.

Fines de mayo.
Me incorporo, muy temprano, de la cama abrigada. Marcho derrotero por las faldas inclinadas del admirable cerro de Capilla Punta, en este lugar, el viento aúlla y azota mi rostro tostado por los punzantes rayos del sol. De estos espacios, rodeado de la aun reverdecida floresta, contemplo regocijado, el hermoso panorama de mi tierra natal, Chiquian.
Aquí algunas fotos.




































     El Pichuychanca