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Mis hermanas, Norma y Vicky. |
Balada para una madre
Ronda el religioso silencio en la morada.
En medio del patio amanece la madre en vela,
asomándose la risueña alborada le roba una sonrisa
Susurra la serena brisa besándole la cara,
y el fecundo manzano y la frondosa rosaleda, celosos,
se acunan en sus blandas manos.
En medio del patio amanece la madre en vela,
asomándose la risueña alborada le roba una sonrisa
Susurra la serena brisa besándole la cara,
y el fecundo manzano y la frondosa rosaleda, celosos,
se acunan en sus blandas manos.
Su andar aterciopelado como la danza del cisne blanco,
dobla sobre álgida acera asfaltada.
En medio de la soledad y la calma,
aborda a laborar como abeja obrera.
Poda la rosaleda, bañada de lágrimas caídas del cielo.
dobla sobre álgida acera asfaltada.
En medio de la soledad y la calma,
aborda a laborar como abeja obrera.
Poda la rosaleda, bañada de lágrimas caídas del cielo.
A la nacarada luna, linterna del amanecer,
la esconde una nube enmarañada.
El altivo gallo, con la cresta roja agitada,
por vez primera cantando vigoroso por puro placer
hace zumbar el oído de la madre en vela.
En el claro cielo, un lucero titilante se apaga.
Como una mensajera celestial, con dulce voz,
meciendo entre cálido brazos,
detiene el hondo y feliz letargo de los queridos hijos.
Acicalados, junto a ella, comen sobre una mesa redonda.
Presurosa, va de la cocina al comedor,
del cuarto al patio bordeado de flores balsámicas.
El sol madrugador con su luz amarilla,
agazapado detrás de la niebla encarnada,
proyecta una dilatada y frágil silueta de la madre en vela.
De la alborada al atardecer, apremiada,
Marcha de la casa, al campo, al mercado.
El inexorable tiempo corre y corre;
plancha, lava y ordena los trastes, no descansa.
Se engalana, y rauda, acude a su digno trabajo.
Labora sin desfallecer.
Marcha de la casa, al campo, al mercado.
El inexorable tiempo corre y corre;
plancha, lava y ordena los trastes, no descansa.
Se engalana, y rauda, acude a su digno trabajo.
Labora sin desfallecer.
En el ocaso del sol, gime la ventisca.
Los hijos trepidan de dolor por el severo frio otoñal.
Del trabajo llega la madre atareada,
los ve con los parvos bracitos cruzado,
con los trémulos hombritos arrugado,
de inmediato, con ternura intachable,
los acuna en su dulce y caluroso regazo sin par.
El Pichuychanca,
Chiquian, 13 de setiembre 2017