Chiquian. Foto cortesía de Jorge Duran Silva |
Campos abandonados
Alzo hacia mi pueblo
mi libre camino,
mis meditaciones…
siguen soñando
yo, solo observo…
padezco observando...
No perdona al pasto el lacerante estío
como a la masa del pan el horno.
Humilla, amarilla al verde labrantío.
A los sembríos ver hollado por el estío
el tic tac del loable labriego ahoga.
El trino gozoso de las aves no se oye.
El maíz, el trigo, la papa
que alguna vez
esmaltaron los próvidos campos,
floreciendo en abundancia,
subiendo derrotero al cielo,
dotando de dicha al franco labrador,
¡Sucumbieron!
En el pasado, el labriego indómito
colmado de constante deleite,
en armonía anidando
con el fecundo campo labrado,
se halla con el alma molida ahora.
Contra su voluntad, ¡yace mísero!
La luna, lumbre de noche sombría,
al campo desdeñado alumbra,
al plañidero pueblo alumbra.
a la pastoril calle alumbra
por donde vaga el taciturno labriego.
La inmaculada aurora,
despierta a la floresta envejecida.
En la puesta del sol, monótono,
sopla el viento frío
por el lobrego, desnudo campo.
Hoy,
susurra doloroso por yermo collado
el alegre riachuelo de ayer.
El Labriego
callado y desolado y lastimado
con ojos azarosos ve
el campo hollado por el vil tiempo.
Se ausentaron las aves
del despojado prado.
El Pichuychanca.
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