sábado, 25 de noviembre de 2017

¡Descubriendo amores furtivos!


Cuando estaba rayando el alba, apacible y frío, del último domingo de mayo, entre sueños y lejano escucho la voz cálida de mi madre:

— ¡Hugo-o-o!… 

—-¡Hugo-o-o!… ya es hora de levantarse. 

—Tienes que ir a comprar el pan     

Para entonces, fluctuaba entre los 11 a 12 años de edad. Mi madre, Luz Romero, interrumpía mi profundo sueño infantil y la gata, la mascota engreída de la casa, que dormía al pie de la cama, ronroneaba cerca a mis oídos, aceleró mi letargo. Estiré las parvas extremidades, separé los parpados cerrados, una y otra vez, con el fin de ver el albor del día, aun soñoliento, me despertaba con tedio

El pan de piso, amasado a primera hora del día antes que salga el sol, inconfundible por una corona al borde, junto a la apreciada carioca, el pan de punta, las rosquitas, el biscocho, el pan de maíz y el de trigo, con perfiles más elaborados, el hábil hornero con largas palas, veloz y en orden, lo colocaba en el piso ardoroso del horno. 

Mi madre, prefería el pan de piso de primera hornada, cuya pieza es aún más agradable para el gusto del paladar cuando se unta con la cremosa mantequilla  o el apetitoso queso, productos tradicionales de Chiquián, y disfrutar de su exquisitez acompañado con una tasa de café con leche, infaltables en aquella mesa redonda cubierta con el hule de color rojo, floreado.  

 Aquel domingo, de la cama, me erguía con pereza, al mismo tiempo escuchaba el sonoro sonido de las campanas de la iglesia tilín-tilín…dan-dan…don… es el primer mensaje a la feligresía para asistir a la homilía de la mañana. Apresurado, de la cómoda, recojo el dinero colocado por mi madre en la noche anterior, destinado con el fin de ir a comprar la hogaza de la panadería elegida por la familia. 

Con la pulcra bolsa de tela de encajes vistosos,  elaborado por mi madre, encajado en mi mano rolliza, marcho rumbo a la panadería. Atravieso el patio que más parece jardín porque estaba orlado de copiosas plantas y rosas, cuyas flores policromas me membriagaba por causa de su extasiada fragancia. Al centro se ubican los 3 plantones de manzana. Llegando al zaguán, retiro la tranca que cada noche se colocaba, como seguridad, para que no entrara algún intruso ajeno a la casa. Las veredas y los angostillos ya amanecian regados y barridos por las hacendosas madres. Advierto el aroma a tierra húmeda.


Me dirijo a la panadería preferida. Camino por una de las calles principales, Dos de Mayo. Al cruzar las arterias transversales, entreveo los nacientes rayos amarillos del sol que caen sobre las falda  de los cerros que bordean al mágico pueblo… en ese ínterin, escucho la segunda campanada…tilín-tilín…dan-dan…don-don… acelero mis pasitos circunspectos. Empiezo a caminar por la  ancha acera de la plaza. Al atravesar la pileta, oigo el sonido uniforme del agua que brota desde el bello adorno conformado de dos sonrientes angelitos y, sobre ellos algo así como un paraguas invertido, de mediano tamaño, como si les estuviera cobijando de los penetrantes rayos del sol en tiempos de estío o de la lluvia invernal. Cuando me aproximo a la panadería, percibo el distintivo olor del pan. Observo una multitud de niños, abrigado con el ponchito que pendía de su enano hombro y el gorro protegiendo su cabecita de cabello erizado, cuyo rostro coloradito reflejaban diversos estados de ánimo. El cuerpito aún tiritaba por la brisa fría de la mañana. Guardan cola de manera ordenada, así que tuve que esperar. La  señora María, que atiende con jovialidad a cada cliente, por fin llegó mi turno. Junto a la canasta de carrizo y de la señora que despachaba a la velocidad de un rayo, de pronto yergue su columna, y con una sonrisa amigable y voz afectuosa, manifiesta:

—Tú, muchachito, siempre vienes con la bolsa muy limpia, ¿cuantos panes quieres?

—Doce panes de piso, señora. 

De regreso, oteo que la luz amarilla del sol ya proyectaba sombras dilatadas de los 4 longevos y frondosos árboles, de la torre de la iglesia, del quiosco y la pileta, ubicados en la plaza. Me dirijo por el estrecho Jr. Comercio  con el pan caliente y su olor tan original, me provoca probar uno de ellos. Cuando me acerco a la intersección de la calle xxx,  descubro, en milésimas de segundos, que alguien alarga el cuello y gira la cabeza a la derecha y a la izquierda, luego, en un santiamén lo encoge, como que no quería que lo vieran. Me preguntaba: “¿Quién será?”. Continúo mi marcha con pasitos discretos. Esta persona, parecía que esperaba a alguien, quizás un conocido y de confianza para poder ayudarle en asuntos que ella sola sabía y que algo se guardaba en secreto.     

Cerca muy cerca de aquella calle bifurcada ¡¡Me abordó!!  ¡Era la profesora xxx, la conocía!!  Me agarra de la mano, sentí la suya algo temblorosa pero tibia y con voz apremiada, explosiva, habló:

—¡¡Dios te ha enviado!! Esperaba que alguien pase por aquí y, ¡tú eres el elegido!, así que por favor tienes que ayudarme. 


Por supuesto, yo no sabía de qué se trataba, creo que ya  estaba sobre la hora. Presurosa, jalado por su mano, me lleva a su casa y me pide que me siente y espere un momento, estaba en el comedor. Una vez más cavilaba, “¿yo, con esta fugaz edad,  en que podría ayudarla?”, fueron eternos 4, 5 minutos de espera, de pronto, se presenta trayendo entre sus manos el portaviandas de tres piezas. Imaginaba con mi precoz picardía, “¡debe contener un agradable desayuno!, elaborado con manos laboriosas y el corazón enamorado, pero… ¿Para quién?” 

 Empezó aflorar mi curiosidad de un infante pillo. Yo no dejaba mi bolsa de pan, ya habían pasado algunos minutos y quizás llegaría tarde a mi casa. La profesora xxx me pide, alcanzando con cuidado sobre mis manos,  que  lleve el portaviandas al Hotel Santa Rosa al cuarto N° 202, segundo piso que estaba ubicado en el Jr. Tarapacá, a una cuadra de su casa  y  a dos cuadras del mío que estaba en la misma dirección. Tengo el portaviandas en mi pequeña mofletuda mano y con la otra la bolsa de pan que iba perdiendo su calentura. Sigo a la profesora xxx hasta el zaguán, abre con circunspección para observar si hay alguien, por ahí cerca, caminando y divulgue que el mensajero está llevando un portaviandas al furtivo recinto, evitando de esta manera, la comidilla de las personas chismosas. Me dice que salga rápido, y me echo a caminar con destino al lugar indicado. 

Llego a la puerta principal del hotel, administrado por el Sr. Alejandro Alvarado Barrenechea, cruzo hasta el final la extensa entrada entre dos paredes, un corredor de aspecto plañidero, giro a la derecha dónde está la escalera de madera que conduce al segundo piso. Empiezo a subir. Tac-tac-tac…por cada… tac-tac… surgía un eco abatido, Arribo a la última grada y veo el cuarto N° 201, no sabía a quién  entregaría el encargo de tres piezas que contenía el apetecible desayuno, doy unos pasos más, alcanzo por fin al cuarto N° 202. Una vez más mi curiosidad manaba en mi mente, “¿Quién será el afortunado?”  Mis manos están ocupadas, con mucha prudencia coloco la fiambrera sobre el  piso de madera recién bañado con petróleo, para tocar la puerta con cierto  nerviosismo.        

Repico la puerta de color guinda oscura por 3 veces consecutivas, tac-tac-tac…no obtengo respuesta. Esperé un cierto lapso de segundos para insistir una vez más y… cuando levantaba mi liliputiense y gruesita mano para golpear aquella puerta… de repente, de a poco se abre chirriando, deteniéndose a medio abrir y la persona que está detrás de ella, estira el regordete cuello y veo su perfil ¡Oh! ¡Sorpresa!  ¿Quién era? ¡El profesor xxx, también lo conocía! Yo algo aturdido, le digo con voz estremecida:

—Esto-o-o- entregando el portaviandas  —me manda-a-a la profesora xxx para Usted 


Él me recibe con el rostro sonrojado como un tomate y me da las gracias por el servicio prestado. Cierra la puerta suave y cortésmente que cruje una vez más y la aldaba tintinea. Descubrí  que entre ellos había un amor a escondidas y en secreto, además comprendí que entre ellos había algo en común, el profesor xxx, futbolista que se identifica con el color verde y blanco,  porque la profesora xxx, su amada, era una autentica y acérrima tarapaqueña.    

Luego de este singular e inesperado favor y sorpresivo descubrimiento de amores furtivos,  presuroso, bajo las escaleras con la bolsa de pan en la  mano que minuto a minuto se enfriaba. Llego a la calle, escucho repiquetear por tercera vez el ondeante y sordo sonido de las campanas… tilín-tilín…dan-dan…don-.don-don… me cruzo con mi madre, evitando que me vea. Ella,  junto con la feligresía, va caminando a paso ligero rumbo a la iglesia. Yo, con destino a mi casa donde me esperaban mis hermanos, en la mesa redonda cubierto de hule rojo, listos para tomar el desayuno con el pan de primera hornada untada con la cremosa mantequilla y el delicioso queso. 

El  Pichuychanca.

Chiquian 25 de noviembre 2017

  


miércoles, 15 de noviembre de 2017

Panoramas de mi pueblo VI

El crepúsculo y noche de luna en Chiquian.



Sin prisa, después de un hermoso atardecer, dotado de encanto, se acrecienta la placida noche. Paso a paso, se asoman las luminarias luciérnagas, trémulas y francas, tachonando el cielo oscuro. 

Son tan numerosas que no alumbran las campechanas calles ni los caminos hollados como la luna nacarada, farol de la noche, con sus aquietadas luces plateadas, surgiendo detrás del manto blanco de la deslumbrante Cordillera de Huayhuash.

Chiquian, julio 2017

 El Pichuychanca       

Aquí algunas fotos.

























El Pichuychanca.

martes, 31 de octubre de 2017

Panoramas de mi pueblo V


Va rayando el alba. Alegres y luminosos diamamtes, que adornaron la negra noche, paso a paso, se van extinguiendo. 

Percibo el viento frio, silba, y acaricia mi rostro cetrino. 

Los gallos empiezan a cantar aflautadamente y a todo pulmón con un prolongado quiquiriquí.  Marcho por los caminos mortalmente silenciosos, el pueblo se halla en profundo sopor. 

Cuando despierten, yo, estaré de regreso con esta lindas tomas de la fascinante aurora de mi tierra natal, chiquian.

Chiquian julio 2017

El Pichuychanca


Aquí algunas fotos






























El Pichuychanca.