viernes, 27 de mayo de 2016

Los telares de mi pueblo


Hay diversas versiones sobre la creación del telar. Unos señalan que fue creado, en el oriente, La China, otros arguyen que fue inventado en Mesopotamia, en el periodo monolítico y por último, algunos afirman que fue ingeniado por los originarios de Sudamérica, de modo específico en el Perú Ahí están cómo testimonio fehaciente del fino y extraordinario tejido con estilo y diseño propio de la cultura Pre Inca de Chavín de Huantar, Paracas, Nazca, Huari, etc. Conocimiento y arte que difundieron con esplendor en su debido  momento, y perdurando hasta hoy en día.   

El arte en la confección de tejidos artesanales comienza con la afanosa búsqueda  y recolección de plantas nativas con cualidades tintóreas como el nogal, el eucalipto el molle, la cochinilla. Lavar la lana y luego hilarlo, que toma un cierto tiempo, se arman las madejas para luego teñirla en un recipiente con el agua hirviendo en el que se vierte la planta elegida. Una vez obtenido el deseado color de la lana, se cuelga en un cordel para el secado natural.    
    
Desde las primeras horas del día, los tejedores, luego de apartar, con prudencia,  los hilos, templar y recoger la urdiembre, se montan el telar y empiezan con el proceso del tejido que consiste en entrelazar los hilos colocados de modo horizontal de la trama con los hilos verticales de la urdiembre. En el telar de pedal se requiere una técnica y coordinación única. No hay mejor manera de describir lo que ocurre cuando entre los pies, del tejedor, que maneja los pedales con los que va separando, con suma habilidad, los hilos de la urdiembre y  las manos, raudas y lívidas, que van tejiendo la trama y peinando el tejido para lograr una tela compacta con estupendos diseños. Urdiembre y trama, armónicamente, cruzan sus caminos en el telar que desprenden diversos tipos de sonido. 

En los telares artesanales; se puede observar los colores, formas y diseños de finos ponchos, gruesas frazadas y atractivos mantos. Cuando tenemos contacto con las telas confeccionadas y lo escudriñamos, quedamos colmados de admiración por la pericia de los nobles tejedores. Avizorar el movimiento corpóreo y encarnado en el cuerpo, las manos y la respiración del tejedor, entendiendo la cultura material e inmaterial de lo que producen y significan, todo eso lo aprehendemos de los telares, de los laboriosos tejedores y de su mundo que lo rodea.    
  
Dice un viejo refrán castellano “No se rompe el hilo por delgado sino por fino y mal hilado”

Cuando se asomaba la clara alborada y apenas se oía el canto clamoroso del gallo de cola crispada, los solícitos y versados tejedores, con optimismo, se lanzan a laborar en los resonantes telares. Uno de los primeros confeccionistas en el tejido artesanal fue Benito Moreno Varela cuyo taller construido por el mismo con altísimo esfuerzo, aplicación y entereza, estaba ubicado en el Jr. Bolívar. En aquel telar artesanal, laborando con ahínco y admirable responsabilidad, a la medida que avanzaba en el laborioso tejido, envolvía su ser de satisfacción, cuando sus ojos redondos y negros veía con tal encanto en el momento que emergía el estupendo esbozo del  poncho o la  frazada de matizado y vivo  color  gracias a la colaboración de su esposa, Dominga Castillo, encargada de elaborar, con paciencia y pericia, el teñido de los hilos. En sus confecciones se podía apreciar coloridos  bosquejos alusivos a la flora y fauna de los diferentes distritos de la provincia cobrando notoriedad en todo el departamento de Ancash. 


Por las bucólicas calles, a partir de la hermosa alborada y en la cercanía del ocaso del sol,  sus postreros destellos pintando las albinas cimas de la inmutable Cordillera, era un hábito ver a los vivos infantes, correr de un lugar a otro, a los embelesados mancebos, caminar con distinción, a los adultos, con pasos seguros y estilo propio, a los ancianos, con andar cansino auxiliado del bastón, todos ellos ataviados con el típico y cabal poncho, pendiendo en heterogéneos hombros. El gabán de color marrón entero; al centro y al costado, a la altura de los codos, resalta delgadas líneas verticales matizadas de color crema, negro y marrón. Esta decorosa pieza de vestir forma parte del vestuario inconfundible del pueblo. A este vestuario acompaña la bufanda, de preferencia color blanco y un sombrero de paño o de paja de copa mediana y alas del mismo tamaño. Dentro de los miles de pobladores a algunos les fascina colocarse con el estilo y acreditado sombrero a la pedrada.   

En este maravilloso arte del tejido en los dechados y llamativos telares, sigue los pasos  Cesáreo Minaya, su telar estaba ubicado en el Jr. Tarapacá en el barrio de Jircán. Desde el alba, cuando el cielo azulino, arrebujado de  nubes pardas y desmelenadas, se  desplazan gracias al viento suave y fresco, Martina, su esposa, presurosa embobina las madejas de hilos para facilitar el urdido, de esta manera, tener la misma longitud para la urdiembre, así como también preparar la distribución del pre peine, el enrollado, el remetido por lizos, el remetido por peine, el atado y la tensión de la urdiembre y  finalmente la armadura, todo un trabajo de arte, técnica, paciencia y sabiduría con el  fin de elaborar el magnífico modelo de una frazada o un poncho, este último, se usará no solo para el diario, sino también como parte del distintivo atuendo de los funcionarios en la tradicional fiesta  patronal de  Santa Rosa de Lima, patrona de Chiquian y San Francisco de Asís.  

Otro destacado tejedor fue Don Marcos Minaya, hombre de estatura mediana, bonachón y querendón, de tez blanca y  ojos verdes. Su taller estaba ubicado próximo  de la tribuna norte del anacrónico estadio de Jircán. Rompiendo el clásico color del poncho Chiquiano, con mucha espontaneidad, propio de su carácter, entrelazó  un poncho de matiz negro denominado mil rayas. Heredado por el nieto, el canta autor, Amado Balarezo Minaya. Cada vez que visita Chiquian con motivo de la fiesta patronal de Santa Rosa de Lima patrona de Chiquian, anda por las calles angostas, con cierto orgullo, con razón y bien merecido con aquel singular poncho, continuando con el tradicional vestuario del pueblo añorado.

Allá, en la década del 70, entusiastas y laboriosas damas de la Asociación de Madres de la Parroquia de Chiquian, exportan finas y valoradas prendas de vestir a Europa, de preferencia a Suiza. Entre estas prendas figuraba nuestro distinguido y apreciado poncho, elaborados en bullangueros talleres de los conspicuos tejedores como Joaquín Aguirre, Simeón Palacios, la familia Castillo, los hermanos Chávez, Chilaco, Víctor Garro y otros que la memoria ingrata no me permite recordar.   
 
No se debe olvidar, en ninguna circunstancia, la activa, constante y eficiente participación de la afanosa esposa junto a su noble y perito esposo, célebres tejedores, en la consagrada confección de diversas prendas como el solicitado poncho y la colorida frazada.    
La madrugada esta silenciosa y calmada, me acompaña solo mis pensamientos y recuerdos sobre los telares de mi pueblo…observo  una relación estrecha y sincera entre el comprador y el tejedor, respeto al medio ambiente, compromiso social, desarrollo humano… Porque escrito está… en estas dos frases… y el siguiente poema   

“…porque es necesario que cada pueblo preserve su cultura, su arte, su historia…” 
Hermanarte (arte y cultura sin fronteras)

“El que trabaja con sus manos es un trabajador manual; el que lo hace con sus manos y su cabeza es un artesano; pero el que lo hace con  manos, cabeza y corazón es un artista”                      
Louis Micer

Poema dedicado al telar de cintura desde el Estado de Guerrero, México. 

Quisiera ser algodón                            Que me pintes de colores
para estar entre tu manos                    para decorar tus flores
deshilarme  entre tus dedos                 y luego como un telar
mientras te robo un te quiero.              abrazarme a tu cintura,
                                                             y ahí, quedarme dormido
                                                             disfrutando de tu ternura.
 
Escrito por Héctor Onofre
Estado de Guerrero, México.

Concluyo: Tejer es un arte, un don. El orfebre, el artesano y el tejedor  de mi pueblo son geniales artistas.

El Pichuychanca.
Chiquian 27 de mayo 2016

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sábado, 7 de mayo de 2016

Ofrendas a nuestro danzante


Desde estas modestas paginas seguimos ofreciendo un justo y merecido homenaje al Danzante, quizás el único sobreviviente de aquellos danzantes de hace cuarenta años y más.
Cuando el sol daba sus últimos rayos sobre los cerros y los techos rojos de nuestra ciudad natal; Chiquián, nos regalaba tardes  de muchas alegrías, que nuestros ojos se refocilaban al verlo bailar con ritmo, prosa, cadencia y garbo.
Gracias Sr Allauca, Ud. está en el recuerdo de muchas generaciones, Ud. ZAPALLITO, sigue siendo nuestro mejor amigo, dejó huellas para seguir cultivando el arte de la danza, en este caso, el baile de la Danza de los Diablitos de Chiquian.
Aquí unas fotos para el recuerdo.

Jircán 1 de set. 2012
29 Ag.2015
04  Set 2015 Esta en el centro por su bastón lo reconocerán
04 Set 2015
 El Pichuychanca

domingo, 1 de mayo de 2016

El danzante

Danzante

Ha  pasado la época de lluvia, de noviembre a abril, los campos se encuentran esmaltados de balsámicas flores y frondosas plantas silvestres. Ha transcurrido 60 días del Domingo de Resurrección, con entusiasmo, se realiza los preparativos con el propósito de celebrar el  día de Corpus Cristi.


Al rayar el día, las brillantes manchas del cielo oscuro, fatigados, se apagan paso a paso. Los irisados rocíos adosado en el terso y multicolor pétalo de las rosas de copiosa y perfumada rosaleda del jardín y con la aparición de la presumida luna, en los danzantes se incrementa el deseo de bailar por las calles, en las casas de los funcionarios y lejos, muy lejos de las capillas apostadas en las 4 esquinas y decorado con coloridas alfombras por todo el perímetro de la vistosa Plaza Mayor. 

La atmosfera es refrescante y festiva. Todos los que  se sienten atraídos por esta fiesta tradicional introducido por los monjes, en tiempos lejanos de conversión, que infundieron en el hombre andino la religión cristiana y una nueva valoración del bien y el mal. De esta manera, la danza de los diablos, con máscara de rostro y figura  deforme, personifica el castigo infernal a que se vería sometido aquel que no se adhería a esta  nueva religión, la fe cristiana.

Los danzantes de los diablitos de Chiquian, con el vestuario colorido y estridente, con espejos en los antebrazos y el pecho,  con chicotes en mano, cuya  mascara  muestra el rostro grotesco con la lengua sobresaliente, nariz puntiaguda, larga y curva; dos, tres… cachos  sobre la cabeza con el cabello lacio y desordenado, hacen trepidar el par de espuelas de acero, colocados a la altura de los talones y sujetados en los lucidos zapatos de cuero. En medio de ellos, una elegante marica ataviada de un velo de tul colgado debajo del sombrero le cubre el rostro. Los diablitos danzan y zapatean al ritmo del  eximio arpista don Florentino Aldave o de don Lorenzo Padilla Ñato (Garash Lorenzo) que hacen repiquetear con habilidad y armonía las cuerdas del arpa, estimulando aún más a los bailarines. Cada danzante, ágil, ejecuta el movimiento corporal, acompasado que siembra un sentimiento de emoción y expresa el hechizo que embruja al propio danzarín, contagiando a los atentos espectadores. 

Ver por primera vez a estos danzantes con figuras deformes, causa pánico y miedo. Uno de ellos, el capataz, de repente, por unos segundos, se  aleja o se desprende del grupo emitiendo voces guturales, ho-o-o...ho-o, y el chicote, en la enguantada mano, dando vueltas al aire, con hábil maniobra, aplica latigazos sobre el ceniciento suelo surgiendo briznas de polvo y sonidos atronadores que espanta a la concurrencia, de modo especial a los curiosos niños. Inmóviles, ven a los danzantes con ojos desorbitados. 

Junto al otrora danzante de los diablitos

Dentro de estos siete ladinos danzantes, de aspectos infernales, había uno que destacaba de manera notable, era el más bajito, en vez de aterrar, atraía, hipnotizaba y embelesaba. Su imagen guardaba cierto misterio. El vestuario que traía puesto,  era el que más llamaba la atención. Los zapatos y espuelas, en los días estivales, brillaban bajo los rayos ambarinos del sol. El pantalón, de color verde y amarillo vivo y fulgurante, en la parte posterior y anterior todo era a la inversa en ambos lados, e igualmente en las posaderas, tenía la forma de la luna menguante. La camisa y el chaleco contrastaba con el color del pantalón, era blanco y negro adornados con sus pliegues y la banda que cruzaba el pecho y la espalda. La máscara resalta por la finura de los ojos negros, grande y redonda, la nariz ancha y aguileña, en la pequeña boca resaltaba los labios gruesos y oscuros, y en ella, apenas se podía notar la lengua rojiza pálida. Sobre la cabeza salían dos astas como el de un toro bien cuidado, el cabello era negro y tirado de adelante para atrás.

En este danzante de los diablitos, pequeño y hechicero, su danza no estaba restringido por movimientos tiesos e impuestos por un intermediario externo. Su bailoteo era una comunicación viva y natural. Con sus actitudes y el movimiento corporal trasmitía emociones y sentimientos; a través de su acompasado ritmo, su gracia, su garbo, su mirada, su gesto expresivo. Danzaba con armonía y fluidez, conquistando la trascendencia espiritual del cuerpo. 

Este pequeño gigante de la danza de los diablitos de Chiquian fue nada menos que el señor Epifanio  Allauca, (zapallito) Mi homenaje a él y a sus camaradas de esta hermosa danza  tradicional y sin par de la patria chica amada, con este relato modesto pero con el  corazón lleno de gratitud por  haber colmado de júbilo a mis ojos infantiles.

El Pichuychanca.
Chiquian 1 de mayo 2016