jueves, 18 de febrero de 2016

El Clarinete y la Batuta de Don Florentino


Don Florentino, luego de haber cumplido una de sus actividades habituales, regresaba a su domicilio con pánfilo paso, ubicado en la cuarta cuadra de la bucólica calle Tarapacá. Entre los dedos de la mano plegada, a través de una tirilla, pendía una larga y dentada llave de madera de la puerta del corral (el coso) de donde surgía un profuso efluvio a estiércol. La llave revelaba que había liberado o encerrado a algún animal de cuatro patas por haber hecho perjuicios en chacras ajenas, 

Don Florentino casado con la señora Sofia Montoro, era el tronco de una familia numerosa. Cómo un hombre docto y  entregado al arte de la música, al percibir en cada uno de sus hijos y nietos que demostraban tener interés y talento por redoblar uno de los instrumentos, que estaban al alcance de su afamada banda fundado hace mucho tiempo, con suma perseverancia, les incentivaba a continuar de lo que a él le fascinaba, la musicomanía.

 …Tiempo después, los nietos, con el instrumento de su preferencia, junto con algunos miembros más de la banda, instruidos con sapiencia por el abuelo, ejecutaban sonoras melodías. De tarde en tarde, alegraban aquella ceñida y empedrada arteria, concurrida por personas de heterogénea  edad.

En la cotidianidad del pueblo, las horas trascurría con dilación. Parecía que el curso de la calurosa mañana, tiempo implacable, se detenía. Cuando el sol estaba en el zenit del anchuroso cielo azul, salpicado de pequeñas máculas de nubes desmelenadas, de pronto, las agujas del reloj, marcaba las 12 del mediodía. En ese preciso momento, el señor Garay, campanero del Colegio Coronel Bolognesi, agarrando la dilatada cuerda, doblaba con pausa inaudita la solitaria campana… tan… tan…  por doce veces cada cinco segundos. El lento  sonido del carrillón inundaba todos los sectores del pueblo. Era el anuncio del receso de todas las actividades de la mañana, tanto del sector público cómo las clases en las escuelas y los colegios, así mismo para las personas que se dedicaban a diversos oficios. 

Los maestros, alumnos, empleados y demás personas retornan presurosos por las usuales calles y aceras, con dirección a sus hogares. Unos, para preparar el almuerzo con rapidez, para los hijos ávidos por almorzar, luego, regresar de nuevo al colegio o a la escuela. Otros, encontraban la mesa servida de apetitosos platos típicos, acompañado de la cancha, tostado en el tiesto con mucha anticipación, el rocoto y el chinchu molido sobre el batán o el mortero, ingredientes  que le daba una mayor delicia a la comida serrana, De esta manera satisfacen el estómago momentos antes de una devoradora apetencia. 


Mientras tanto, en el sosiego del mediodía, hora exacta, en la expandida casa del músico, con la puerta a medio abrir, de una de las salas que daba a la calle, desértica y en reposo; fluían inmaculados ritmos y sonidos armoniosos del arpa. Personas de diversas edades que circulaban de manera circunstancial por aquella arteria, fisgones, se detenían para prestar atención, a la cadencia de una pieza musical, sea éste, de un alegre vals de la guardia vieja, de un asonante paso doble o de un animado huayno chiquiano o ancashino. Concluido estos acordes acompasados y primorosos, daban un gesto de alegría y admiración de escuchar aquellas melodías ejecutadas con magnificencia.  

Más allá, a unos pasos, en la otra sala de la misma casa, algunas personas curiosas al oír la perfecta e intercalada ejecución; un día, de los melodiosos acordes del acordeón, y al día siguiente, de los afinados y sonoros repiqueteos del saxo de donde fluían ritmos pegajosos, emocionados, por breves segundos, danzan al son de un vals, o un placentero huayno. Culminado la pieza musical, se retiran con pasos ligeros de aquella jubilosa calle.  

La empedrada y armoniosa calle Tarapacá, era la más alegre y privilegiada que las demás. Cuando llegaba la hora del medio día, en las casas vecinas, mientras las madres preparan el almuerzo, de manera simultánea, escuchaban con atención, de forma clara y definida, la hermosa sinfonía y la cadencia de estos maravillosos  instrumentos de música. El que hacia repiquetear, de modo esplendido, las decenas de cuerdas del arpa, era el notable músico Don Florentino Aldave, y el Maestro Carlos Alvarado Aldave, las clavijas del saxo y del acordeón. Abuelo y nieto, músicos por excelencia.  

Los días jueves y sábado, a las 5 de la tarde, Huayto, hombre delgaducho, integrante de la banda, coloca el bombo sobre su torso, seguido de curiosos y guasones niños, se dirige apasionado y con el hombro erguido a la intersección de las calles Dos de Mayo y Tarapacá. Blande la baqueta entre la palma de la mano y los  huesudos dedos, empieza a tañer el redondo instrumento con aire acompasado y de modo ensordecedor, con el fin de llamar la atención de los demás miembros de la prestigiosa banda. Es la hora de que asistan a los respectivos ensayos...  

La calle Tarapacá, en los fríos atardeceres de los días de ensayo, era aún más seductora para los curiosos aficionados a la música y también de aquellos que les encantaba escuchar. Al enterarse de las prácticas de la banda de música, la multitud de personas de matizadas edades, alborozados, se aglomeraban uno tras otro, uno al costado del otro,  codo a codo, hombro a hombro procurando estar en la primera fila de las inmediaciones de la puerta principal que daba acceso al acogedor local. La concurrencia  y el ansia del público rebasan más allá de las aceras de la calle. Los infantes, inquietos y entrometidos, avanzan introduciendo sus enanos hombros entre las piernas de la muchedumbre, unos les impiden el paso, sin embargo, no se amilanan, entonces, buscan por donde seguir avanzando hasta llegar frente a los integrantes de la banda que ya se hallan alineados en  círculo listos para iniciar los primeros tanteos. 


Uno de los traviesos integrantes de la banda, liderado por Don Florentino Aldave, como su máximo exponente y Director, luego de afinar el instrumento, entre juegos y bromas, con sigilo se separa por breves instantes de la formación y de sopetón, resopla  la trompeta muy cerca del oído de un espectador distraído, éste, tapándose el doliente sentido auditivo, voltea con rostro encrespado y sobrecogido, causando estruendosas carcajadas de parte de los músicos y del público asistente, produciendo ecos en todos los rincones del local. 

Los músicos cada uno con su respectivo instrumento, concentrados con los cinco sentidos, bajo la dirección de Don Florentino; de mirada serena, de pasos pausados, con su recortado y bien cuidado bigote grisáceo, siempre vestido, con prestancia, de su infaltable saco, de igual modo, con el sombrero de paño, siempre colocado sobre su redonda cabeza, con don de mando  y con acompasado movimiento de los brazos y la batuta en mano, la notable banda, inicia los ensayos con innumerables melodías y armoniosos ritmos, alegrando a los concurrentes. De esta manera quedan listos  para los  principales acontecimientos sociales del pueblo que se llevará a cabo en los siguientes días. 

Don Florentino gozaba de un oído muy agudo, oído de un excelente músico. Cuando de repente escuchaba algún desliz imperceptible de uno de los integrantes de la banda, en el compás atildado de una composición, de inmediato, alzaba la batuta y sin perder la paciencia,  interrumpía el ensayo. Como buen director que era, encarrilaba e instruía a cada uno de los músicos, dando las pautas y practicas sobre el solfeo expresadas sobre la partitura, que  se hallaban en el pentagrama con sus respectivas notas musicales posados en un pedestal, enfrente de cada músico. 

El instrumento de su predilección de Don Florentino, fue el clarinete, instrumento  con el que se sentía familiarizado que apreciaba y formaba parte de su ser. Cuando llegaba el momento de ejecutar una pieza musical, sus dedos se transportaban junto con su espíritu a mundos desconocidos, las notas fluían con increíbles ritmos y sublimes melodías trascendiendo los linderos más sutiles del oído contagiando a todos los demás integrantes y a los que lo oían.   

Esta era la razón por lo que Intervenían en memorables tardes  y noches de verbena o fiestas sociales, en donde los caballeros y damas acudían con distinción, ataviados de  trajes y vestidos, éstos, los danzantes trasportados de emoción y estimulados por las singulares melodías que ejecutaba la  banda, bailan con destreza y gracia, pañuelo en mano, alegres huaynos, bailar acompasadamente el vals y de manera rítmica el paso doble hasta altas horas de la noche. 

Participan en los encuentros de tardes gloriosas e inolvidables de futbol en el estadio de Jircan, ejecutando, con pasión, con armonía y a la perfección de todos sus integrantes, con variadas piezas musicales, especialmente el vals para la complacencia del público presente. Presentes también, recorriendo por las angostas calles del pueblo, en las ceremonias lacerantes, de las nocturnas y alumbradas, procesiones de semana santa o, para acompañar en masa a los deudos y amigos del difunto, desde la iglesia hasta el panteón, ejecutando marchas fúnebres en todo el trayecto.


El Pichuychanca.

Chiquian, calle Tarapacá,  19 de febrero 2016


No hay comentarios.:

Publicar un comentario