El territorio del Pichuychanca
viernes, 25 de abril de 2025
Encuentre donde me encuentre
jueves, 17 de abril de 2025
Pasos errantes
Chiquian. Un día de noviembre, cuando amaneció cubierto por completo por un mar de brumas pardas y de ligera llovizna, inusual en este tiempo, temprano, ya andaba por la calle, angosta y muda. Delante de mí, a unos escasos metros, no podía ver ni un solo ser animado, tampoco a un objeto inanimado. Hasta entonces no había decidido adonde ir y que paraje visitar, pues no tenía un plan concreto. Sin embargo, me desperté con el intenso deseo de salir a dar un paseo matinal.
Son las 4.45 de la mañana. Para mí buena fortuna la tenue garua se ausentó. Mis pasos, tardo y errantes, sin darme cuenta, me condujeron a la salida del barrio de Umpay. La neblina, compacta, inmóvil, en medio de un absoluto silencio, nublaba mis ojos otoñales. Momento propicio para extraer la linterna de mano del macuto que traía puesto sobre la espalda. En seguida prendí el farol con el propósito de despejar la densa penumbra que abordaba a la asfaltada y taciturna carretera. Reanudo mi periplo madrugador.
El lánguido murmullo del riachuelo, que cruzaba la carretera de Umpay, me llamó la atención y contuve mi andar remolón. El monótono rumor del agua me hizo recordar a los amigos de infancia cuando inquietos, curiosos caminábamos de madrugada por estos lares con el fin de descubrir, confirmar, si era cierto la existencia de los hichiculgos, aparecidos y duendes que habíamos escuchado infinidad de veces, mediante los labios de los padres y de personas mayores, el cuento de estos seres aterradores. En estas circunstancias, de pronto, surgieron imaginaciones de la mente sutil que me hizo sentir un evidente temor, aun así, trepé la pirca como el shulako (lagartija) con el objetivo de tomar el camino que conduce al emblemático cerro de Capilla Punta.
Junto al cuchicheo de jóvenes ramas de plantas silvestres y con la piel de gallina, presuroso, caminaba por el desierto y melancólico pampón hasta llegar de nuevo al afluente del rio de Aynin, impidiendo mi ansioso paso. Auxiliado por la luz del alba y de la linterna, pisando piedra sobre piedra, logro cruzar el obstáculo de la pequeña quebrada. En seguida tomé el sendero cuesta arriba que me llevaría a mi destino.
Cuando subía por la senda inclinada tras la hosca neblina, que poco a poco se dispersaba reptándose por la áspera falda del cerro, de súbito oí el potente ruido de la cascada de Umpay Cuta. Gracias a la primera luz del claro día, después de incontables años lo pude ver tan cerca tan rumoroso asomándose del fondo ahuecado y rocoso entrándome el deseo de estar al lado del agua albina y espumosa que se desplomaba de manera vertical en la profunda e impenetrable quebrada, resguardado y abordado por la arboleda y los arbustos. Solo me contenté con robarle su atractiva imagen incrustada entre enormes bloques de rocas negras.
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Chiquian, cubierto de pardas neblinas |
Ver sugestivos paisajes desde este sector, me animé a seguir con esta aventura solitaria. En el momento menos pensado, arribé al inicio del sendero ligeramente prolongado y delgado ubicado en medio de la alta y rocosa pared y de una profunda quebrada del cerro. Temeroso, detuve mis pasos por unos segundos. Todo a mí alrededor estaba en religioso silencio, solo percibía el susurro de los arbustos, y el suave viento, que venía del profundo barranco, besaba mi rostro adusto. Al Instante, contuve la aprensión que se apoderaba de mi mente, y resuello, conseguí atravesar, con el cuerpo en vilo y la mirada fija al centro de la estrecha senda, hasta el otro extremo del camino.
Los primeros días de noviembre, la estación climática cambia de manera constante. He llegado al lugar donde se construyó, hace mucho tiempo, el excelente mirador donde el caminante puede descansar y cobijarse de la lluvia invernal o del tórrido calor veraniego, luego de una extenuada caminata. Sin embargo, noté que las bancas rusticas y el generoso techo se encuentra deteriorada por falta de una adecuada protección. Para mi sorpresa, de este balcón, advertía que la neblina toda perezosa todavía dormía sobre los escasos tejados rojos y en las azoteas de los edificios modernos, construidos sin ninguna estética. De este elevado y estratégico paraje, en completo sosiego, contemplaba el inmenso manto blanco que cubría a la patria chica querida.
Con el afán de arribar pronto a mi destino, del angosto camino, circundado por el abismo y los helechos lozanos que se inclinaban hasta el suelo causado por el embate del viento díscolo, inquieto, alzo la mirada hacia la cumbre del mítico cerro que aguardaba mi llegada no planificada. Luego de circunstancias inusitadas, de situaciones inesperadas y el trance que pasé en este periplo espontaneo, ya me encuentro en la entrada del sacro recinto de los ancestros olvidados, que por desidia no se valora ni se respeta su legado histórico de parte de la población, sobre todo de las autoridades.
Las peldaños construidos a base de piedra rectangular, sedientos de un debido cuidado, doloroso, me invita a subir hacia el cielo con el fin de reencontrarme espiritualmente con los antepasados, por medio de sus obras lejanas, murallas relegados por escasez de sensatez y memoria histórica. Al muro, hecho de piedra labrada y apilada a la perfección, cuando ensimismado lo veo con las ventanas de mi alma otoñal, me trasmite un sentimiento de dolor y de pena. Recorro por debajo y en medio de plantas ariscas con el fin de acercarme a los recintos habidos y por haber con el propósito de robarle, mediante el lente de la cámara, su estética, su belleza que desaparece paso a paso a causa del tiempo inexorable. De una u otra manera, percibo el lamento de las murallas cuando me doy cuenta que el mástil tumbado por alumnos en el suelo del sagrado recinto y el hoyo donde fue plantado, se halla saturado de piedras arrancadas, sin compasión, de los muros o ¿de dónde? ¡Qué profanación con los símbolos de los abuelos! ¿Y los maestros, permiten todo esto?
Ver los muros deteriorados, el tambor de mi pecho llora de amargura. No obstante, también debo revelar que en este sacro recinto, que también es un excelente mirador, encuentro un solaz refugio espiritual. De la cima de este legendario cerro, contemplo las pardas neblinas que abraza a los cerros y se desplaza a paso de tortuga sobre las calles y las casas de La incontrastable y generosa villa ciudad de Chiquian.
En el momento que decido regresar a Chiquian, en mis pensamientos entró la indecisión qué camino tomar: ¿por dónde vine o la trocha que conduce a Huallalpampa, Jaracoto?, Luego de meditar y deliberar por unos segundos, elegí el primero. Mis pasos errantes se alejaban de este paraje por debajo de la cumbre del cerro de Capilla Punta. Al descender por el abrupto sendero, encontré un atajo al lado derecho que parecía conducir a la cascada de Putu. Me aventuré a caminar por este lugar desconocido para mí.
Apenas caminé centenas de metros, a mitad del precipicio, el atajo se perdió en el horizonte, no tenía salida. Con el báculo, que siempre me acompaña en mis paseos, con ímpetu tumbé las plantas ariscas y las hualancas de afiladas púas con el fin de abrir el camino y seguir con mi andanza por estos enigmáticos e inexplorados lares. La correría parecía interminable por el obstáculo de pircas cubiertos por tupidas plantas silvestres, lodazales y riachuelos, que frenaban mi paso de un lado a otro. Después de este circunstancial aprieto, encontré el camino y de inmediato, conjeturé que me conduciría a la cascada de Putu. Al costado de este sendero, debajo de una penca de ilimitados dientes y de afilada punta, me senté con el propósito de comer el fiambre que traía en el macuto.
Por estos apartados e ignotos lares, continuo con mi desorientado peregrinaje. Mi recorrido, de varios minutos, por este sendero desierto que parecía no tener fin, de pronto escucho el sonido atronador de la cascada que me incita a apresurar mi cansino andar. Ya me encuentro en el borde del riachuelo. Atraído y deseoso de ver de cerca el salto del agua, me animo a caminar por la honda quebrada, cuesta arriba, pero la lóbrega senda se manifestaba cada vez más difícil de abordarlo. Desencantado, tuve que volver a la orilla del brazo del rio con el objetivo de pasar al otro lado de la cañada.
Prevenido, escalo el camino zigzagueante regado de hojas violáceas y envejecidas, que murmuran debajo de mis pasos errantes. He llegado a una reducida arboleda de eucaliptos. De este espacio un tanto abierto, escucho la melodía de la cascada, contemplo su rumorosa caída del agua como un velo cubriendo el acantilado, que golpea, abraza y lame a las rocas, y una niebla, arrastrado por la fresca brisa, roza mi tez atezada… contemplativo…
El Pichuychanca
Chiquian, 5 de noviembre 2024
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Cascada de Umpay Cuta |
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Chiquian, cubierto por nubes pardas. |
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Escalinara de piedras. Entrada al sacro recinto |
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Chiquian desde Capilla Punta. |
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Escalinata |
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Chiquian desde Capilla Punta |
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Murallas ancestrales. |
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Muros ancestrales |
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Cascada de Putu. |
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Cascada de Putu. |